Capítulo 4
Unos días después, un par de horas antes del atardecer, Altair dejó St. Ives junto a Daisy.
La noche anterior, ella lo había llamado al hotel y le había dicho que debían partir al siguiente día; había sido muy enfática al respecto. A pesar del corto aviso, no había mucho que Altair hubiera necesitado preparar antes del viaje. Días atrás le había avisado a Mitch que se quedaría un par de semanas en Cornwall. Su agente había estado de acuerdo y le había aconsejado que usara su tiempo libre para escribir el libro. Luego Altair había preparado un pequeño bolso con sus pertenencias y había pasado la noche sin dormir, preguntándose si ese viaje no era el peor error de su vida.
Sin embargo, él parecía ser el único que pensaba así. Cuando había recogido a Daisy en su casa, ella había lucido tan tranquila que Altair se había sentido celoso de ella. Su madre también había estado allí, visitando a la madre de Daisy, y ella había estado muy contenta. Había abrazado a Altair con fuerza antes de decir:
—Estamos orgullosos de ti. No importa el pasado. Mira hacia adelante y cuida a nuestras chicas durante el viaje.
Con un nudo en la garganta, Altair había asentido con la cabeza.
Y ahora estaba allí, encerrado en su auto, con Daisy Everly, su archienemiga infantil y las cenizas de Vesper en el asiento trasero.
—Entonces... ¿me dirás cual es la primera parada? —soltó Altair para distraerse—. Necesito saber hacia donde conducir.
—Oh sí, claro —repuso Daisy, mirando distraídamente hacia él.
Abrió la caja que cargaba sobre su regazo y sacó un mapa que empezó a palpar despacio con sus dedos. Altair echó una mirada rápida. y se percató de que era un mapa de Inglaterra y Escocia y tenía etiquetas en braille. Seguramente una obra de Vesper para que Daisy pudiera ver y planificar el viaje de una manera que fuera accesible y especial para ella.
—Bodmin Moor, cerca del lago Colliford —respondió la joven luego de una pausa—. El Páramo es la primera parada y luego..., aún no lo sé. Quiero que sea una sorpresa. Aunque sé que la idea era partir de Cornwall hasta Escocia.
Altair no respondió. Sentía una bola de anticipación asentándose en su estómago. Era desagradable. Sacó un cigarrillo del bolsillo de sus jeans y lo encendió. Daisy lo miró con sus grandes ojos azules.
—¿Acaso no puedo fumar? No había una regla sobre no fumar.
—No dije nada —contestó ella, volviendo la atención al mapa y al resto de objetos en la caja, ignorándolo.
Altair esbozó una sonrisa sin gracia mientras fumaba con lentitud, pero de repente, se encontró estudiando a Daisy. No la había visto en un año, y aunque su apariencia no había cambiado mucho, la forma en que él la veía sí. Antes, ella había sido solo una sombra persistente en la vida de Vesper, una presencia que Altair consideraba una molestia. Pero ahora la niña que había solido estar pegada a su hermana se había convertido en una mujer que había logrado acorralarlo y obtener lo que quería.
Notó detalles que antes había ignorado, como su cabello rubio y rizado que estaba más largo y sus ojos azules fijos en un punto distante. Siempre había algo en Daisy que lo incomodaba, algo que lo hacía sentir expuesto, vulnerable, como si pudiera ver más allá de su fachada. Quizás era la manera en que su ceguera no parecía limitarla, sino que la hacía más consciente de lo que ocurría a su alrededor.
Mientras la observaba, no pudo evitar recordar esas pequeñas guerras silenciosas que compartían desde que eran niños. Siempre había sentido que, de alguna manera, ella lo juzgaba, lo analizaba, y esa sensación de ser examinado lo había irritado durante años. Pero ahora, al verla después de tanto tiempo, se dio cuenta de que esa irritación estaba mezclada con algo más, algo que no había querido admitir. Tal vez era respeto, tal vez era su firmeza para realizar ese viaje, o tal vez era la simple realización de que Daisy siempre había sido más fuerte de lo que él había querido reconocer.
Debía seguir teniendo cuidado con Daisy Everly, como siempre lo había hecho. Porque allí estaba ella, desafiando todo lo que él había intentado mantener intacto.
Altair mantuvo la vista fija en la carretera mientras conducía, una mano en el volante y la otra descansando sobre la palanca de cambios. El silencio entre ellos era cómodo, pero Daisy lo rompió, como si algo hubiera estado rondando su cabeza.
—Sé que te preguntas por qué empecé el viaje hoy.
Altair hizo un pequeño gesto, más por cortesía que por verdadera curiosidad. No estaba seguro de querer saber la respuesta, pero tampoco quería parecer desinteresado. Luego se percató de que ella no podía verlo.
«Idiota».
—Supongo que hay un motivo —respondió, sin quitar la vista de la carretera.
Daisy no pareció notar su falta de entusiasmo y continuó con su explicación, como si fuera lo más importante del mundo.
—Sí lo hay. Hoy es justo unos días antes de la luna nueva, la mejor fase para ver las estrellas. Cuando no hay luna, el cielo está más oscuro y las estrellas se ven mucho mejor.
Altair asintió levemente, aunque no estaba del todo convencido de la relevancia. Para él, las estrellas eran estrellas, con o sin luna.
—Así que... por eso no quisiste esperar —comentó, más por seguir la conversación que por interés real.
—Exacto —continuó Daisy, sin detenerse—. Tenemos unos nueve a once días en los que el cielo estará lo suficientemente oscuro para ver las estrellas en su máximo esplendor. Si hubiéramos esperado, la luna creciente habría empezado a iluminar el cielo, y eso habría arruinado la vista.
Altair soltó un leve suspiro. No era que no le importara, pero tampoco compartía el entusiasmo de Daisy por algo tan... astronómico.
—Ajá —murmuró, sin mucho más que agregar.
Pero Daisy no se desanimó y siguió hablando, como si de verdad quisiera que él entendiera lo importante que era para ella.
—Lo que quiero decir es que, si no hay luna, podemos ver más estrellas. Vesper me lo explicó una vez. Es por eso que es tan importante aprovechar estos días. Vamos a los lugares más oscuros para que podamos ver el cielo como nunca antes. Y la luz de la luna, aunque bonita, hace que las estrellas sean más difíciles de ver.
—Bueno, entonces sigamos el plan —dijo, para cerrar la conversación.
Daisy, sin darse cuenta de su tono, sonrió levemente, satisfecha de haber compartido su explicación.
Mientras Altair seguía conduciendo, sus pensamientos volvían hacia las estrellas y hacia Vesper. A su hermana siempre le habían fascinado, al igual que a su madre. Ella incluso había estudiado Astronomía durante algunos años antes de cambiar de carrera y convertirse en arquitecta. Sin embargo, su amor por las estrellas continuó, y se reflejaba en los nombres de sus hijos: Vesper y Altair, ambos nombres de estrellas. Altair aún recordaba aquellas noches en las que sus padres los llevaban al parque para observar el cielo a través de un telescopio. Sabía que esos eran recuerdos que nunca perdería.
Cuando los recuerdos se volvieron incómodos, Altair se agitó en su asiento y encendió la radio. A su lado, Daisy escuchaba en silencio un audiolibro. El sonido de un partido de fútbol le ayudó a apartar la mente de aquellos pensamientos. Además, el viaje no fue tan largo. Poco más de una hora después, ya estaba conduciendo por la autopista A30. Estaba anocheciendo cuando llegaron al Páramo de Bodmin y tomaron el camino hacia el aparcamiento sur del lago Colliford.
—¿Llegamos? —preguntó Daisy cuando él empezó a disminuir la velocidad del auto.
—Sí, estoy buscando un lugar libre para detenernos.
Daisy asintió y se mordió el labio inferior, agitándose en su asiento. De pronto, parecía inquieta y emocionada. Altair solo sentía ganas de vomitar. Estaba cansado, y no precisamente por el viaje. Encontró un lugar para aparcar cerca del lago y apagó el auto. Entonces se quedaron en silencio, sin moverse. Estaba a punto de decirle a Daisy que se quedaría ahí mientras ella hacía lo que tenía que hacer, pero entonces su suave voz detuvo sus pensamientos.
—¿Cómo es el lago? ¿Puedes describirme el páramo?
Altair sintió un peso en los hombros. No quería hacer eso, pero tampoco se sentía capaz de rehusarse. Tragó sus palabras y salió del auto. Luego abrió la puerta del lado de Daisy y la ayudó a bajar. Ella le agradeció y, con cuidado, tomó la urna con las cenizas de Vesper del asiento trasero. Altair apartó la mirada, tratando de contener la oleada de emociones que amenazaba con desbordarse.
—¿Puedo tomar tu brazo? —preguntó ella de repente—. Puedo usar mi bastón, pero creo que es más fácil si me guías.
Él asintió y luego se dio cuenta de que estaba siendo bobo de nuevo. Ella no podía verlo.
—Está bien —dijo, ofreciéndole su brazo derecho.
Daisy tomó su mano, y Altair sintió la calidez de sus delicados dedos sobre su piel. Se aferró a él con el brazo izquierdo mientras llevaba el bolso con las cenizas de Vesper en el lado derecho. Altair avanzó con cuidado sobre la hierba, guiándola con cautela. La noche ya había caído y el aire se sentía frío. El viento soplaba con fuerza, lo que hizo que Daisy se estremeciera y se acercara más a él, buscando su calor. Altair no dijo nada, solo se tomó un momento para observar el entorno antes de comenzar a describirlo para ella.
—Estamos en Bodmin Moor —comenzó, su voz suave para no romper el silencio de la noche—. El terreno aquí es amplio y abierto, todo es muy plano a nuestro alrededor. Hay hierba baja por todas partes, y algunas rocas esparcidas, grandes y pequeñas, como si hubieran sido dejadas aquí hace mucho tiempo.
Altair hizo una pausa, sintiendo el viento cortarle el rostro, pero continuó.
—A lo lejos, hacia el norte, se elevan unas colinas suaves, pero no son muy altas. El lago Colliford está justo frente a nosotros, al sur. Es grande y oscuro en este momento, casi como un espejo negro que refleja el cielo. Apenas se ve la orilla del otro lado, todo parece fundirse en la oscuridad.
Daisy se aferró con más fuerza a su brazo, y Altair la acercó un poco más, sintiendo la necesidad de ofrecerle algo de seguridad.
—El agua está tranquila —continuó—; no hay olas, solo el movimiento suave que hace el viento cuando roza la superficie. Todo alrededor es muy silencioso, excepto por el viento que hace susurrar las hojas de algunos árboles dispersos aquí y allá. El aire es fresco y se siente limpio, como si estuviera cargado de la esencia de la hierba y el agua.
Daisy escuchaba con atención, visualizando cada detalle que Altair le describía.
—¿Y el cielo? ¿Realmente está muy oscuro? ¿Cómo lucen las estrellas?
Altair levantó la vista hacia el cielo una vez más antes de responder, escogiendo sus palabras con cuidado para que Daisy pudiera imaginarlo.
—El cielo está muy oscuro, más de lo que podrías imaginar. No hay luna esta noche, así que parece que todo a nuestro alrededor ha sido envuelto en un manto negro. Pero las estrellas... —Hizo una pausa, como si las estuviera viendo por primera vez—. Son como pequeñas chispas de luz que parpadean en la oscuridad. Algunas brillan más que otras, y hay tantas que se ven como salpicadas por todo el cielo. Algunas se agrupan, formando figuras, y otras están más solas, pero todas parecen más cercanas de lo normal, como si las pudieras tocar.
Se quedó en silencio un momento, luego añadió en un tono más suave:
—Es uno de esos cielos que te hacen sentir pequeño, pero de una manera reconfortante. Como si estuvieras mirando algo que ha estado allí desde siempre, esperando que alguien lo observe en silencio.
Altair sintió a Daisy respirar profundamente, como si intentara absorber cada palabra, cada imagen que él le ofrecía. Estaba seguro de que, aunque ella no pudiera ver lo que él describía, estaba experimentando el lugar a su manera, con la misma intensidad.
Tal vez eso la hizo sonreír. Una sonrisa grande y radiante que casi competía con el brillo de las estrellas.
—Eres bueno en esto —dijo ella de repente.
—¿En que?
—Describir cosas.
—Debe ser una habilidad de ser escritor —respondió, sintiendo una inesperada calidez en el pecho.
Aunque escribir había sido difícil últimamente para él, describir el mundo para que Daisy pudiera verlo a su manera le brindaba un alivio inesperado. De alguna forma, lo hacía sentir útil, como si cada palabra pudiera trazar una imagen en la mente de ella y le diera un propósito renovado.
Estaba sumido en sus pensamientos, concentrado en encontrar las palabras adecuadas, cuando, de repente, la voz de Vesper llenó el aire, escapando de la pequeña grabadora que Daisy sostenía. El sonido lo sorprendió, y por un instante, el tiempo pareció detenerse.
—¡Hola, Daisy! Si estás escuchando esto, significa que hemos llegado a Bodmin Moor. ¡Por fin! ¿No es emocionante? Este es uno de esos lugares de los que siempre hablamos. ¿Sabías que este sitio está lleno de historias misteriosas? Dicen que aquí ronda la famosa bestia de Bodmin, un gran gato salvaje, tan grande como un león. Aunque nadie ha conseguido capturarlo, las leyendas siguen vivas, y pensé que sería emocionante imaginarlo mientras miramos las estrellas. Imagina que estamos aquí, bajo las estrellas, esperando que esa misteriosa criatura aparezca.
Vesper soltó una risa ligera, una de esas risas que Altair recordaba tan bien. La que siempre lograba que todo pareciera más ligero y brillante.
—Day, este viaje es todo lo que siempre soñamos. ¿Cuántas veces nos sentamos a planear esto, a hablar de cada lugar que queríamos visitar? Ahora que estamos aquí, quiero que te tomes un momento para disfrutar de cada detalle. Estamos en Bodmin Moor, bajo un cielo lleno de estrellas, en medio de esa oscuridad tranquila que tanto amamos.
Su voz se volvió un poco más suave, pero mantenía la alegría que siempre la caracterizaba.
—Quiero que sepas que este viaje es tan importante para mí como lo es para ti. Mientras caminamos juntas bajo este cielo increíblemente oscuro, quiero que recordemos que cada estrella es como un guiño, un pequeño recordatorio de que siempre hay algo brillante, incluso en la oscuridad. Y aunque grabé este mensaje muchísimo antes de que estuviéramos aquí, quiero que sepas que estoy disfrutando de cada segundo contigo, exactamente como lo imaginamos.
El mensaje terminó con un suave clic, y un nudo se formó en la garganta de Altair, que crecía con cada segundo. La voz de Vesper, tan llena de vida y planes, lo atravesó como una daga, recordándole de manera desgarradora lo que nunca sería. Era como si ella estuviera allí, viva y vibrante, compartiendo ese momento con Daisy; y esa sensación lo abrumaba, llenándolo de una mezcla de nostalgia y un dolor casi insoportable.
Daisy, percibiendo la tensión en Altair, explicó, como si intentara suavizar el impacto de las palabras de su amiga:
—Vesper grabó estos mensajes para que los escucháramos juntas en cada parada de este viaje. Quería que fueran parte de la experiencia, que cada lugar fuera más especial con sus palabras.
Altair asintió, pero el peso del dolor lo aplastaba, dejándolo incapaz de encontrar las palabras adecuadas para responder. El silencio entre ellos se alargó, cada segundo más insoportable que el anterior. Finalmente, murmuró con voz ronca:
—Voy a esperarte en el auto.
Sin mirar atrás, se alejó de Daisy, cada paso cargado de un peso insoportable de dolor y culpa que amenazaba con aplastarlo. Al llegar, se dejó caer en el asiento y sus manos temblaron mientras intentaba aferrarse a algo, cualquier cosa que lo devolviera a la realidad. Cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear el torbellino de emociones que lo destrozaba por dentro, pero la risa de Vesper seguía resonando en su mente, como un eco implacable, recordándole con cruel claridad lo que nunca podría recuperar. El dolor era tan agudo que parecía atravesarlo. Un vacío que ninguna presencia podría llenar. Una pérdida que, en el fondo, sabía que nunca podría superar.
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