Capítulo 2
Altair Whitmore tenía una resaca tan intensa que por un momento se preguntó si todo lo que estaba sucediendo no era solo su imaginación. Su jodida imaginación.
Apagó el cigarrillo y se restregó el rostro con una mano, pero cuando volvió a abrir los ojos, Daisy Everly seguía allí, sentada en medio del desastre que era su habitación de hotel.
Hacía un año que no la veía, y sin embargo, allí estaba, como un fantasma del pasado que no podía exorcizar. Ella había cambiado, o al menos eso parecía. Daisy siempre había tenido esa apariencia delicada, casi etérea, pero ahora, incluso en su fragilidad aparente, había algo más, una firmeza en su postura que él no recordaba de su infancia.
Se había sorprendido al recibir su mensaje la noche anterior, pero se había sorprendido aún más de que ella hubiera ido a buscarlo hasta allí. Se había sentido intrigado, realmente curioso de la razón, pero ahora que ella había sido sincera, Altair sintió que un torbellino de emociones lo asaltaban. Y la peor parte de él, su nueva compañera de oscuridad, fue la primera en reaccionar.
—¿Esta es una maldita broma, Everly?
Daisy frunció el ceño, firme en su respuesta.
—No es una broma. Te estoy diciendo lo que sucederá. Voy a hacer un viaje por Inglaterra y Escocia para ver las estrellas y llevaré a Vesper conmigo. Así cumpliré su sueño.
De repente, Altair soltó una carcajada, aunque era evidente que no encontraba nada gracioso en toda esta situación. La risa era amarga, casi desafiante.
—Te has vuelto loca. Definitivamente el viento marino te ha enloquecido. Esto es una ridiculez.
—No es una ridiculez. Es importante. Estoy preparada para hacer este viaje.
—¿Y puedo saber cómo vas a hacerlo, considerando que no puedes ver ni una mierda?
Sus palabras cayeron como un golpe, y Daisy sintió el calor subirle al rostro, no por vergüenza, sino por pura rabia. Altair sabía exactamente cómo herirla, cómo clavar la aguja en su orgullo. A pesar de su apariencia tranquila y frágil, Daisy tenía un temperamento que él siempre conseguía hacer estallar.
—¡Vete al infierno!
Daisy se levantó de un salto y se dirigió a la puerta, su determinación visible en cada paso. La sorpresa lo golpeó cuando vio lo segura que era en su movimiento, cómo se orientaba sin dudar, como si pudiera ver cada obstáculo. Aun así, no iba a decírselo; no le daría esa satisfacción. En lugar de eso, se acercó rápidamente a la puerta y apoyó una mano firme contra la madera, impidiéndole salir. La tensión en el aire era palpable, como un hilo a punto de romperse.
—Con mucho gusto me iré al infierno, Day —murmuró Altair con una voz suave, pero cargada de sarcasmo, acercándose lo suficiente para que ella pudiera sentir su presencia—. Pero primero dime por qué viniste a verme.
Daisy alzó el rostro hacia él, y Altair vio cómo sus ojos azules lo fulminaban con una furia contenida.
—Pensé que querrías saber lo que va a ocurrir. Tu madre dice que no llamas ni contestas sus llamadas. Por eso tuve la delicadeza de decírtelo para que luego no te sorprendas. Ahora, con tu permiso.
Intentó girar la perilla, decidida a salir, pero Altair no se movió. Su mano se mantuvo firme en la puerta, bloqueando su salida, y su proximidad hizo que el aire entre ellos se volviera más denso. La tensión en la habitación era casi asfixiante, una mezcla de desafío y resentimiento que ninguno de los dos parecía dispuesto a ceder.
—¿Y qué más? —preguntó Altair, su voz baja pero cargada de una intensidad peligrosa—. ¿Qué más querías decirme?
Daisy lo fulminó con la mirada, su paciencia estaba llegando al borde.
—No hay nada más.
—Sé que había más, o no habrías venido personalmente hasta aquí —insistió Altair, acercándose un poco más, lo que la obligó a retroceder un paso.
—Vine porque enviarte un mensaje habría sido frío y desalmado.
Altair resopló, frustrado por su obstinación.
—¿Entonces seguiremos discutiendo? —inquirió, inclinándose hacia ella, y su rostro se acercó lo suficiente como para sentir su aliento.
Daisy, incómoda por su cercanía, dio otro paso atrás.
—Tú eres el que está discutiendo conmigo. Yo solo quiero irme a casa.
—No me moveré hasta que me digas —respondió Altair, convencido de que había algo más que ella no le estaba diciendo.
Lo veía en sus ojos, que siempre parecían traicionar cualquier intento de ocultar sus emociones. Su insistencia debió haberla irritado, porque cuando intentó abrir la puerta dos veces más sin éxito, giró su cuerpo con determinación hacia él.
—¡Iba a pedirte que vinieras conmigo! —espetó finalmente, con una mezcla de furia y desesperación.
Por un momento, su declaración lo dejó sin palabras. La sorpresa lo descolocó, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió vulnerable. Luego, el pánico se instaló en su pecho, y por último, el miedo lo inundó, haciéndolo sentir aturdido. Quizás por eso, sin poder evitarlo, soltó una risa amarga.
—¿Nosotros? ¿Ir en un viaje juntos?
La idea era una locura, más que una locura, y precisamente por eso lo aterraba tanto. Porque, de una manera retorcida, tenía sentido. Daisy lo estaba empujando hacia una confrontación con todo lo que había estado evitando durante el último año.
—Esto fue una mala idea —murmuró Daisy, sus palabras casi inaudibles, pero cargadas de resignación.
—Es la peor idea que has tenido, Everly —dijo Altair, cortante—. Ni siquiera lograríamos salir de Cornwall antes de empezar a discutir. Además, no tengo tiempo para hacer un estúpido viaje.
Hasta ese momento, nada de lo que había dicho la había alterado tanto como esas últimas palabras. El rostro de Daisy se contrajo y sus labios temblaron, como si realmente le hubieran dolido sus palabras. Pero a Altair le dolía tanto la cabeza que no podía pensar con claridad.
—No es un viaje estúpido —musitó Daisy con los dientes apretados.
El silencio que siguió fue tenso, y la habitación pareció encogerse alrededor de ellos. Altair sabía que se había excedido, y bajo la mirada firme de Daisy, comenzó a sentir una vergüenza que no esperaba. Esta pronto se transformó en una incomodidad profunda, haciéndolo sentir expuesto. Y esa sensación de vulnerabilidad lo enfureció. Cuando estaba enojado, su instinto era atacar, así que dejó que las palabras salieran sin filtro.
—¿Y mis padres solo te dejarán dispersar al viento las cenizas de su querida hija?
—Es lo que Vesper habría querido, y lo sabes —respondió Daisy con firmeza—. Ella amaba la libertad y se sentía parte de la naturaleza. Además, siempre odiaba lo tradicional.
—¿Y si no estoy de acuerdo con esto?
—Pues creo que tu opinión dejó de importar cuando te marchaste durante todo un año sin mirar atrás.
Su respuesta, tan directa y sin vacilación, lo expuso aún más. Altair sintió una ola de frustración hacia ella. Odiaba que, aunque nunca hubiera visto su rostro, Daisy pudiera leerlo con tanta claridad. Siempre había sido así, desde que eran niños, y eso lo desconcertaba y lo enfurecía a partes iguales.
—Tú... realmente me desagradas.
—El sentimiento es mutuo —replicó Daisy, enderezando los hombros con determinación—. Pero aun así, vine hasta aquí porque pensé que enterarte sobre el viaje que Vesper planeó era importante para ti. Pensé que podrías querer ayudarme a cumplir su sueño y hacer este viaje para... despedirnos y sanar.
Su voz se quebró un poco al final, y Altair sintió una punzada desagradable en el pecho.
—Aunque esto era algo especial entre Vesper y yo, sé que ella hubiera querido que participaras en él. Pero eres un idiota egoísta que solo piensa en sí mismo. Da igual lo que pienses, no te necesito. Haré este viaje como sea y tú... tú... ¡Puedes irte al infierno!
Entonces Daisy golpeó su pierna izquierda, su pierna mala, con la punta de su bastón y Altair retrocedió, quejándose. Luego aprovechó para escapar, dejándolo solo en la habitación.
Las palabras de Daisy resonaban en sus oídos, mezcladas con el latido acelerado de su corazón. El peso de la conversación lo aplastaba, inmovilizándolo mientras intentaba procesar lo ocurrido.
El sarcasmo había sido su primera línea de defensa, su forma automática de evitar enfrentar la realidad. Pero la verdad es que la mención de Vesper y la propuesta de hacer ese viaje lo había golpeado con una fuerza inesperada y desarmado. Aceptar significaba enfrentar todo lo que había estado evitando.
Altair pasó la mano por su rostro, tocando las cicatrices que recorrían el lado izquierdo de su cara, un recordatorio constante de la noche en que todo había cambiado. Esa culpa, que había llevado en silencio desde el accidente, lo perseguía. Si no hubiera llamado a Vesper, si no hubiera bebido tanto... Esos «si» lo atormentaban, y la idea de acompañar a Daisy en ese viaje no solo reavivaba esos pensamientos, sino que lo obligaba a enfrentarlos. Quería honrar la memoria de Vesper, pero el dolor que eso podría desatar lo aterraba. El deseo de huir, de seguir evitando la verdad, lo tentaba. Sin embargo, las palabras de Daisy lo atravesaban como cuchillos, recordándole que había huido durante demasiado tiempo.
Dio un paso atrás, y un dolor sordo en su pierna derecha lo obligó a detenerse. Todo dolía cuando estaba preocupado y tenso. Era como si todas las consecuencias del accidente se activaran para perseguirlo. No solo eran las cicatrices en su rostro, en su hombro o en su brazo. También estaba esa ligera cojera, un recordatorio constante de que su cuerpo nunca se recuperaría del todo, y que le trajo una oleada de frustración mezclada con desesperación.
Se dejó caer en una silla, con la cabeza entre las manos, sintiendo el vacío en su pecho, una sensación que no había logrado sacudir desde la muerte de su hermana. Sabía que Daisy estaba decidida a hacer ese viaje, con o sin él. Una parte de él, la parte que amaba a Vesper, le susurraba que debía ir, que tal vez era su camino hacia la redención. Pero el miedo y la culpa lo mantenían aferrado a la distancia.
Finalmente, levantó la vista hacia la puerta por donde Daisy había salido. El silencio que ella había dejado tras de sí era ensordecedor, lleno de decisiones no tomadas y palabras no dichas. Altair sabía que tenía que hacer algo, pero la pregunta seguía siendo la misma: ¿tenía la fuerza para hacerlo?
Justo entonces, su celular comenzó a sonar, agravando el dolor en su cabeza. Al ver que era su madre, se quedó inmóvil. Las palabras de Daisy resonaron en su mente, recordándole las llamadas que había estado evitando. Tal vez por eso decidió responder. Tal vez aún quedaba algo de decencia en él, después de todo.
—Hola, mamá.
—Altair, cariño, estaba preocupada porque no respondías el celular y no te presentaste ayer. —La voz de su madre era suave, pero cargada de una preocupación que él conocía demasiado bien.
—Estaba ocupado con el trabajo —mintió, su voz áspera.
La verdad era que había estado ocupado bebiendo todo el alcohol que pudo encontrar, intentando ahogar la culpa, el dolor y todo lo que lo hacía sentir.
—La misa estuvo muy bonita —continuó su madre, con esa calma que siempre había tenido.
—Estoy seguro de que sí.
—Y luego hicimos una pequeña reunión aquí en la casa —dijo ella—. Por cierto, ¿vendrás a casa mientras estés aquí? Podría preparar la tarta de durazno que tanto te gusta.
Altair sintió que se le formaba un nudo en la garganta. La invitación, tan simple y familiar, lo desgarraba por dentro.
—No lo sé. Tal vez, si tengo algo de tiempo.
—¿Pero cuándo regresarás a Londres?
—Creo que mañana por la noche.
—A tu padre y a mí nos gustaría verte antes de que te vayas. Han pasado meses, Altair.
—Lo sé —respondió en un susurro.
—Sabes que estamos felices de tenerte, ¿verdad?
Las palabras de su madre eran como un bálsamo sobre una herida abierta, pero al mismo tiempo, hacían que el nudo en su garganta se apretara aún más. De repente, hablar se volvió una tarea titánica, imposible. Se ahogaba en las palabras no dichas, en sus sentimientos, en el dolor y la culpa que llevaba arrastrando desde la muerte de Vesper.
—Tal vez podríamos almorzar en el centro antes de que tenga que volver —logró decir finalmente, aunque su voz estaba quebrada.
—¿No te gustaría quedarte más tiempo? —insistió su madre, como si intuyera que algo no estaba bien.
—No puedo. Tengo trabajo que hacer.
La verdad era que necesitaba regresar a Londres, a su departamento vacío y desordenado, para intentar escribir el libro que había estado tratando de terminar durante el último año. La editorial ya había sido más que paciente, al igual que Mitch, su agente, pero Altair no quería enfrentar lo que sucedería si no entregaba algo pronto. Su talento para escribir novelas de suspenso y terror era lo único que lo había mantenido a flote, pero sabía que esa paciencia no duraría para siempre. Especialmente porque se había negado a asistir a eventos públicos en los últimos meses.
Lo que nadie parecía entender era que Altair se sentía como uno de los monstruos de sus propias historias. Y eso era lo peor de todo. No quería que la gente lo viera, que se preguntaran qué demonios le había pasado a su cara, a su cuerpo, a todo lo demás. La idea de que lo miraran con pena le resultaba insoportable, así que había optado por esconderse, por desaparecer del ojo público. Necesitaba regresar a casa y escribir un bestseller, si eso no era pedir demasiado. Pero ahí estaba, con una resaca que lo hacía tambalearse, con dolor en cada una de sus extremidades, y sin haberse bañado en días.
Se preguntó si cosas así le sucedían a Stephen King o si solo él había sido el elegido de Dios.
El silencio en la línea era abrumador. Sabía que su madre estaba esperando algo más, pero no tenía la fuerza para ofrecerlo. Estaba agotado, física y emocionalmente, y todo lo que deseaba era colgar y dejar que el silencio lo envolviera de nuevo.
—Cariño... —La voz de su madre lo sacó de sus pensamientos—. ¿Sabes...?
—¿Qué sucede? —respondió Altair, intentando mantener la compostura.
—Estuve hablando con Daisy Everly, ¿te acuerdas de ella?
Oh, sí.
—¿Qué sucede con ella?
—Va a hacer un viaje por Inglaterra y Escocia. Un viaje que Vesper planeó para ellas.
—Algo así escuché —dijo Altair con indiferencia.
—¿Cómo? ¿Ella te lo dijo? ¿Has visto a Daisy?
Altair cerró los ojos y apretó el puente de su nariz. No debería haber dicho eso.
—Me hizo una breve visita hace un rato y me contó lo que planea.
—¿Y qué te pareció? —preguntó su madre con cautela, como si midiera cada palabra—. Quise hablar contigo sobre esto antes, pero no pude contactarte.
—Está bien, mamá. Si tú y papá están de acuerdo con su plan, entonces está bien. No tengo nada que decir.
Hubo una breve pausa al otro lado de la línea, y Altair sintió cómo la tensión crecía entre ellos.
—¿Y te contó sobre la idea de que la acompañes? ¿Qué piensas al respecto?
Él agitó la cabeza.
—No, mamá, es una locura. No tengo tiempo, y tampoco quiero ser la niñera de Daisy Everly.
—Pero es una joven ciega, cariño —replicó su madre, su voz llena de preocupación—. Sé que es muy independiente, pero esto es diferente. Es un viaje fuera del pueblo, necesitará ayuda. Si no quieres hacerlo por Daisy, podrías pensar en Vesper... Era tu hermana. Podrías hacerlo por ella.
—Mamá...
—No quiero perder a otro hijo —dijo su madre, y esas palabras lo dejaron sin aliento—. Y en este momento, siento que te estoy perdiendo, cada día, a cada segundo. Para retenerte, todos tenemos que dejarla ir. Lo sabes, ¿verdad?
Altair se quedó en silencio. De repente, las emociones pesaban demasiado en su pecho, apretándolo, sofocándolo.
—Altair, cariño, desde el accidente no te he pedido nada. No te he exigido nada y te dejé vivir el dolor a tu manera. ¿Pero podrías hacer esto por mí? ¿Podrías hacer esto por Vesper?
La súplica en la voz de su madre lo atravesó como un cuchillo. Sabía que había estado alejándose de todos, hundiéndose cada vez más en su propio dolor, pero escuchar a su madre, tan vulnerable y desesperada, lo rompió. No quería enfrentarse a ese viaje, a Daisy, a los recuerdos de Vesper. De repente se encontró en un callejón sin salida.
El silencio entre ellos se prolongó, lleno de emociones no dichas, hasta que, finalmente, con un nudo en la garganta, Altair murmuró:
—Lo pensaré, mamá.
No fue una promesa, pero en ese momento, era lo más cerca que podía estar de dar una.
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