Capítulo 14
Daisy estaba enojada.
Y Altair no estaba seguro de la razón.
Podría ser el cambio en el clima, con el frío que comenzaba a sentirse más intenso. O tal vez estaba cansada por el largo viaje hasta la nueva parada. O quizás tenía hambre, o el audiolibro que escuchaba era simplemente terrible. Sin embargo, en el fondo, Altair sospechaba que su mal humor tenía que ver con el beso que no llegó a suceder, y con el hecho de que él no había tenido el valor de continuar después de la interrupción.
En su defensa, debía admitir que sí había querido besarla. De hecho, aún lo deseaba, inesperadamente y con una intensidad que lo sorprendía. Pero en ese momento, cuando fueron interrumpidos, algo en él lo había hecho recapacitar, y quizás, solo quizás, así había salvado la relación de compañerismo que ambos habían construido en poco tiempo. Sí, se había acobardado, pero lo había hecho por una buena razón: no quería lastimar a Daisy.
Ella no era la clase de chica a la que besas una vez y luego dejas atrás. Ella era el tipo de chica con la que te tomas el tiempo de ir a citas, con quien compartes momentos especiales, y a quien le presentas a tus padres. Altair lo sabía muy bien, y eso lo inquietaba, porque no tenía experiencia con ese tipo de chicas ni con ese tipo de relación. Su vida siempre había sido un torbellino de romances fugaces y relaciones superficiales, pero con Daisy las cosas serían diferentes, más serias, más profundas, y eso lo aterraba tanto como lo atraía.
Además, no estaba pasando por la mejor etapa de su vida. Era un escritor que no podía escribir, un hermano que no podía superar la pérdida de su hermana, un hijo que no podía enfrentarse a sus padres, y un hombre cuya relación más larga había sido con el cigarrillo y una botella de whisky. En resumen, era un desastre con cicatrices y sombras, y sabía que, tarde o temprano, terminaría haciendo o diciendo algo que la lastimaría.
Si las cosas hubieran sido diferentes, si el accidente no hubiera ocurrido y se hubieran reencontrado por otras razones, Altair no habría dudado en besarla, en aceptar que algo había cambiado entre ellos y que se sentía estúpidamente atraído por ella. Pero esa atracción también lo hacía dudar, no sobre cómo él se sentía hacia ella, sino sobre cómo ella se sentía hacia él.
Altair estaba seguro de que le gustaba Daisy. Quizás, en el fondo, nunca había dejado de gustarle desde que eran niños, aunque había insistido en ignorarlo. Ahora, esos sentimientos resurgían con fuerza. Pero... ¿y si ella estaba confundiendo lo que sentía creyendo que era más que afecto por lo que estaban viviendo juntos? ¿Y si, en realidad, Daisy solo estaba agradecida por el apoyo que él le brindaba? ¿Y si nada de lo que sentía era real?
Sabía que tenía que hablar con Daisy, aclarar las cosas para no confundirla ni lastimarla sin querer. Sin embargo, temía que, al hacerlo, solo la enfadara más. Así que había optado por guardar silencio durante el trayecto hacia los Yorkshire Dales, fingiendo que todo estaba bien, aunque sabía que no lo estaba.
—Pronto llegaremos al Parque Nacional de Yorkshire Dales —dijo Altair, rompiendo el silencio tenso que se había instalado entre ellos.
—Bien —respondió Daisy, su tono serio y distante.
Altair la miró de reojo y notó que estaba frunciendo los labios, claramente molesta.
—¿Todo está bien? —aventuró. Sabía que no lo estaba, pero decidió arriesgarse y preguntar.
—Sí.
Daisy no añadió nada más, y aunque Altair consideró recordarle la regla que habían establecido sobre no ignorarse y hablar de las cosas, decidió no hacerla enfadar más. Aun así, no pudo evitar sonreír ligeramente al verla molesta. A veces, le resultaba fácil olvidar que, a pesar de todo, ella era una mujer con emociones normales.
—Estaba pensando que podríamos marcar la segunda cosa en tu lista de cosas que no has hecho —dijo Altair, rascándose la mejilla en un intento de romper el hielo—. Podríamos aprovechar la estadía.
Daisy giró un poco la cabeza hacia él, pero no respondió. Altair se aclaró la garganta, decidido a continuar.
—¿Qué es lo siguiente en tu lista?
Silencio.
—¿No lo has pensado aún? —preguntó, tratando de mantener su tono ligero.
—Te reirás de mí —admitió finalmente Daisy en un susurro que apenas se oía.
—No lo haré. Dime qué quieres hacer.
Daisy se mordió los labios. Altair, al notar el gesto, apartó la mirada para no distraerse.
—Quiero nadar bajo las estrellas.
—¿No has hecho eso en la playa? —preguntó Altair, sorprendido.
Daisy negó con la cabeza.
—Mis padres nunca me dejaron ir a la playa por la noche. Decían que era peligroso.
Eso tenía sentido para él. Su madre tampoco dejaba que Vesper fuera a la playa por la noche, siempre preocupada por posibles ladrones o accidentes en la oscuridad.
—Entonces te llevaré a nadar bajo las estrellas —dijo Altair, con una determinación que lo sorprendió a él mismo.
—Bien —respondió Daisy, aunque su tono y la mueca en su rostro sugerían que no le gustaba estar de acuerdo con él.
Altair esbozó una leve sonrisa mientras seguía conduciendo en silencio, sintiéndose un poco complacido por haber logrado romper el hielo.
El viaje de District Peak a Yorkshire Dales fue de una hora y cuarenta minutos. Para observar las estrellas, habían decidido detenerse en Malham Tarn, un pequeño lago glacial que era el más alto de Inglaterra. Ya había anochecido cuando llegaron. Daisy bajó del auto con su bolso y la urna de Vesper contra su pecho.
Altair la siguió en silencio, notando cómo Daisy había recuperado su habitual tranquilidad. La caminata desde el estacionamiento comenzó en silencio, con Altair tomando la delantera y guiándola por el sendero.
—Estamos en Malham Tarn —dijo, rompiendo el silencio—. Es un lago pequeño y tranquilo, rodeado de colinas. El agua está calmada, casi como un espejo.
Daisy asintió, escuchando atentamente mientras Altair describía su entorno.
—El sendero que estamos siguiendo es bastante llano —continuó—. A la izquierda puedes escuchar el lago; el agua se mueve un poco, pero es más como un susurro. A la derecha, hay árboles que bordean todo el camino. Son altos y te dan esa sensación de estar protegida, como si cerraran el espacio alrededor del lago.
Daisy respiró hondo, disfrutando de la brisa fresca y del aire puro que la rodeaba. Aunque no podía ver las estrellas reflejadas en el agua, sí podía sentir la calma del lugar.
—¿Y el cielo? ¿Las estrellas?
—El cielo está claro —respondió Altair, levantando la vista—. Hay muchas estrellas, más de las que puedes contar. Es uno de esos lugares donde el cielo parece más grande, más abierto. Las estrellas son brillantes y algunas se reflejan en el lago.
Caminaron un poco más hasta llegar a la orilla del lago, donde el suelo se sentía más suave bajo sus pies. Altair la guio hacia un lugar donde pudieran sentarse cómodamente.
—Aquí estamos bien —dijo, acomodándose a su lado, pero dejando algo de espacio entre ambos—. Podemos ver el lago y las estrellas justo encima de nosotros.
Daisy se sentó con cuidado, colocando la urna de Vesper frente a ella.
—El lago es oscuro y sereno —continuó Altair, manteniendo su tono calmado—. Refleja las estrellas de manera que parece que hay dos cielos, uno arriba y otro abajo. Es un lugar muy tranquilo, Day.
Daisy esbozó una sonrisa y los rizos de su cabello se agitaron con el viento. Altair quiso tocarla, pero se detuvo. Esta vez, él no se alejó mientras ella se preparaba para el ritual. Sabía que no podía seguir huyendo.
Aun así, Daisy dudó mientras sostenía la grabadora de Vesper contra su pecho.
—Está bien —afirmó él con tono sereno, aunque su corazón estaba agitado.
Daisy asintió y la grabación empezó:
—¡Hola, Day! ¡Bienvenida a Yorkshire Dales! Este lugar es tan increíble como lo imaginábamos. ¿Sabías que aquí se encuentra Malham Cove, una formación de piedra caliza que parece sacada de un cuento de hadas? De hecho, algunas escenas de Harry Potter se filmaron allí. ¡Imagina eso! Es como estar en el mundo de los magos, pero sin las varitas, claro.
Al escuchar el mensaje de Vesper, Altair sintió cómo su pecho se apretaba, pero esta vez no retrocedió. Ya había evitado uno de los mensajes anteriores. Había preferido mantenerse a distancia, observando desde lejos mientras Daisy enfrentaba sola el peso de esos recuerdos. Sin embargo, ahora estaba aquí, dispuesto a intentarlo nuevamente. Se había prometido que dejaría de huir, que afrontaría lo que quedaba de Vesper en su vida, aunque doliera, aunque sintiera que la culpa lo consumiría.
—Y hablando de magia, asegúrate de disfrutar cada segundo de este lugar. Yorkshire Dales tiene algo especial en el aire, como si cada colina y cada valle estuvieran llenos de secretos. Quizás no encontremos un castillo encantado, pero el verdadero truco está en cómo tú, mi querida amiga, haces que todo a tu alrededor se sienta mágico. Recuerda, este es nuestro momento. ¡Vamos a hacer este lugar nuestro!
El mensaje terminó, y aunque el dolor seguía presente, algo dentro de él también se sintió un poco más ligero. Sabía que el camino hacia la sanación no sería fácil, pero estar junto a Daisy enfrentando esos momentos le dio la certeza de que no tenía que hacerlo solo.
Daisy continuó con el ritual, dejando que las cenizas de Vesper se deslizaran lentamente de sus manos. Altair observó en silencio, sintiendo una mezcla de dolor y paz mientras veía cómo las cenizas ascendían hacia el cielo, mezclándose con la brisa nocturna. El tiempo pareció detenerse, y ambos se quedaron allí, inmersos en sus pensamientos. El silencio que siguió no estaba cargado de tensión como otras veces, sino de una serenidad compartida, un entendimiento tácito que los envolvía.
El aire estaba fresco, y el sonido suave del lago añadía una capa de calma al momento. Altair miraba el horizonte, pero su mente seguía anclada en lo que acababa de suceder.
Finalmente, Daisy rompió la quietud; su voz suave, suave y dulce, como si no quisiera perturbar la serenidad.
—¿Alguna vez te conté sobre la vez que Vesper y yo intentamos hacer un pastel de cumpleaños para mi madre? —preguntó con una sonrisa.
Altair arqueó una ceja, divertido.
—No, pero ya puedo imaginar cómo terminó eso.
Daisy soltó una risa ligera.
—Fue un desastre, pero también una de las cosas más divertidas que hicimos juntas. Tendríamos unos ocho años. Mi madre cumplía años, y Vesper insistió en que podíamos hacerle un pastel nosotras mismas. No me dejó decirle a nadie porque quería que fuera una sorpresa.
—Eso suena como Vesper —dijo Altair, riendo un poco—. Siempre decidida a hacerlo todo por su cuenta.
—Exactamente —asintió Daisy—. Así que nos colamos en la cocina cuando nadie estaba mirando y empezamos a mezclar ingredientes. Claro, Vesper no tenía ni idea de cómo se hacía un pastel, y yo tampoco. Terminamos usando demasiado azúcar, sal en lugar de levadura, y ni siquiera hablamos del caos que hicimos con los huevos. Pero Vesper no se rindió. Estaba decidida a hacer algo especial para mi madre.
—¿Y cómo resultó? —preguntó Altair, anticipando la respuesta.
Daisy se rio de nuevo, esta vez más fuerte.
—Oh, fue horrible. El pastel salió tan duro que podrías haberlo usado como ladrillo, y ni siquiera quiero hablar del sabor. Pero Vesper, en lugar de sentirse derrotada, se echó a reír. Dijo que no importaba cómo sabía, lo que importaba era que lo habíamos hecho nosotras mismas, y que mi madre lo apreciaría igual. Y lo hizo, se lo tomó con humor y nos dijo que era el mejor pastel que había recibido, porque estaba hecho con amor.
Altair sonrió, imaginando a las dos niñas en la cocina, cubiertas de harina y riendo a carcajadas.
—Vesper siempre sabía cómo convertir un desastre en algo memorable.
—Sí —asintió Daisy, su voz suavizándose—. Siempre sabía cómo sacarle el mejor lado a las cosas. No importaba lo que saliera mal, ella encontraba una manera de hacerlo especial, de hacerme sentir que todo estaba bien. —Ella hizo una pausa y soltó un suspiro profundo—. La extraño tanto, Altair. Pero esas memorias son las que me mantienen cerca de ella. Siempre será mi mejor amiga, no importa cuánto tiempo pase.
Altair no dijo nada, pero las palabras de Daisy lo dejaron sin aliento. Observó su perfil a la luz tenue de la noche, la mezcla de tristeza y amor en su expresión. No podía encontrar las palabras adecuadas para consolarla, pero comprendió, tal vez por primera vez, la profundidad del vínculo que había existido entre ellas.
Reflexionó sobre cómo, a pesar de todo, Vesper seguía siendo una presencia constante en sus vidas, no solo a través de los recuerdos, sino en la manera en que Daisy vivía, siempre buscando la luz en medio de la oscuridad. Era un tipo de fortaleza que él no estaba seguro de poseer, pero que deseaba aprender de ella. Y mientras se quedaba en silencio, comprendió que, tal vez, seguir adelante no significaba olvidar, sino encontrar la manera de llevar a Vesper con ellos, como una estrella en la noche, guiándolos siempre hacia algo mejor.
Para cumplir con el deseo de Daisy de bañarse bajo las estrellas, tendrían que movilizarse de Malham Tarn a Semerwater.
Malham Tarn era un área de conservación protegida debido a su geología, flora y fauna, por lo que no se permitía nadar libremente en sus aguas. Sin embargo, Semerwater, el segundo lago natural más grande de North Yorkshire después de Malham Tarn, ofrecía un entorno más accesible para nadar. Estaba a solo una hora y quince minutos de Malham Tarn, y era el lugar perfecto para cumplir con la segunda cosa en la lista de Daisy.
Eran cerca de las 10 p.m. cuando Altair entró en el estacionamiento privado de Semerwater, el cual se hallaba vacío. La noche era tranquila, y la única luz provenía de las estrellas que se reflejaban en la superficie del lago. Altair salió del auto y ayudó a Daisy a bajar, guiándola con cuidado hasta la orilla. El lago estaba en completa calma, como un espejo oscuro bajo el cielo nocturno.
—¿Realmente vas a hacer esto? —preguntó Altair—. El agua debe estar muy fría.
—Vamos a hacerlo —enfatizó Daisy, con una determinación que lo tomó por sorpresa—. ¿O acaso me dejarás hacerlo sola?
Altair la miró, perplejo, sin poder creer que realmente estuviera dispuesta a meterse en esas aguas gélidas.
—Ese no era el trato —respondió, intentando sonar firme—. No quiero congelarme el trasero en ese jodido lago.
Daisy levantó la barbilla con un gesto de presunción, como desafiándolo.
—Bien, lo haré sola —dijo, manteniendo la compostura—. Pero nunca olvidaré que fuiste una gallina cobarde.
Altair dejó escapar una risa seca.
—Buen intento, Everly, pero no me importa lo que digas —respondió con una media sonrisa—. Ahora ve, estoy hambriento y aún tenemos que buscar un hotel.
—Bien —soltó ella, levantando la nariz.
—Bien —reafirmó Altair, sin moverse.
Daisy se encogió de hombros, intentando parecer indiferente, y le dio la espalda a Altair. Luego comenzó a desvestirse, y aunque él se dijo a sí mismo que debería darle un poco de privacidad, ese pensamiento solo duró un segundo. Había logrado refrenarse de besarla antes, pero ahora se encontraba incapaz de apartar la mirada de ella. Era un hombre, no un santo, se justificó. Además, dejar de mirarla parecía imposible cuando cada centímetro de su piel lucía suave y delicada, demasiado tentadora para ignorarla.
Primero se quitó el abrigo y la blusa, revelando un sujetador de encaje blanco que contrastaba perfectamente con la palidez de su piel. Sus pechos eran pequeños pero firmes, y cuando comenzó a desabotonar sus jeans, Altair sintió cómo su mirada se intensificaba. Observó cómo deslizaba los pantalones por sus piernas largas, revelando sus caderas y un trasero bien formado, apenas cubierto por un trozo de encaje blanco que se transparentaba bajo la luz tenue.
Altair tragó con fuerza, sintiendo cómo su respiración se volvía más pesada. Cuando Daisy se giró hacia él, su mirada se detuvo en su vientre, ligeramente curvado, y en... ¿un piercing? ¿Cuándo demonios se había perforado el ombligo? Recordaba que Vesper tenía uno similar, pero nunca habría pensado que Daisy también lo tendría. No es que el piercing le molestara; lo que lo frustraba era que ahora no podía dejar de imaginarse tirando del pequeño adorno con sus dientes, delineando el camino entre sus pechos con la lengua y deslizándole el encaje por las piernas, dejándola completamente expuesta y lista para él.
Maldijo en voz baja ante las imágenes que invadieron su mente. Con cada segundo que pasaba, la situación se convertía en la peor idea de todas. No solo había pasado mucho tiempo desde que había estado con una mujer, sino que la atracción que sentía por Daisy se hacía cada vez más evidente e incontrolable. Ella estaba semidesnuda a solo unos pasos de él, y sus ganas de besarla y recorrerle el cuerpo con las manos eran una combinación peligrosa.
Altair la observó mientras caminaba en línea recta hacia el lago. Primero metió un pie, luego el otro, y poco a poco avanzó hasta que el agua le llegó a la cintura. Aunque Altair estaba algo alejado, pudo escuchar sus exclamaciones sobre lo fría que estaba el agua, lo que le arrancó una ligera sonrisa. Se quedó allí, viéndola desde lejos, mientras las estrellas arrojaban su luz sobre ella, iluminando su piel y haciendo brillar sus rizos rubios como si estuvieran bañados en plata.
Un ruido detrás de él captó su atención y, distraído, miró hacia los árboles que rodeaban el lago. No vio a nadie, solo la quietud de la naturaleza. Se relajó, pero cuando regresó la mirada al lago, Daisy ya no estaba. Frunció el ceño y avanzó un par de pasos. Su corazón empezó a latir con fuerza al no poder verla.
—¡Daisy! —exclamó desesperado, acercándose a la orilla.
Cuando no obtuvo respuesta, el pánico se apoderó de él. Maldijo una y otra vez mientras se quitaba los zapatos y el abrigo antes de lanzarse al lago. El primer contacto con el agua fue un shock; estaba tan fría que sintió como si sus extremidades se entumecieran al instante. Soltó otro torrente de maldiciones y nadó rápidamente, adentrándose más en el lago.
Unos segundos después, Daisy emergió del agua a unos metros de distancia, como si hubiera estado nadando bajo la superficie. A pesar de no poder verlo, esbozó una pequeña sonrisa traviesa, probablemente percibiendo el sonido de sus brazadas en las ondulaciones del agua.
—Creí que no entrarías al lago.
Daisy no podía ver su expresión, y quizás era mejor así, porque no pudo notar cómo su rostro se transformaba de pánico a una furia apenas contenida. Altair nadó hasta ella, apretando con fuerza la mandíbula para evitar estallar. Sin embargo, cuando llegó hasta ella y sostuvo sus hombros, no pudo contenerse.
—¿Te volviste loca? ¡Esto no es un juego! —sentenció con firmeza—. ¡Maldita sea, Daisy! ¡Creí que te habías ahogado!
La sonrisa de Daisy desapareció al instante, y el brillo juguetón en sus ojos se apagó mientras empezaba a asimilar la gravedad de la situación.
—Lo siento. Pensé... que me habías visto —murmuró, empezando a morderse los labios nerviosamente.
Maldita sea ese gesto. Iba a volverlo loco. No, lo volvió loco porque un instante estaba gritándole furioso y al siguiente, besándola con todo su ser. El primer contacto envió una corriente eléctrica por todo su cuerpo y encendió su sangre. La reacción de Daisy fue una exclamación que quedó acallada entre sus labios unidos mientras Altair la besaba casi con rudeza. Su agarre en sus hombros era firme, desesperado, como si intentara aferrarse a la única cosa que lo mantenía anclado en ese momento, mientras la ira y la frustración se mezclaban con algo más profundo, más primitivo.
El beso comenzó con una intensidad que lo sorprendió a sí mismo, sus manos estaban aferradas a ella como si quisiera sostenerla y apartarla al mismo tiempo. Había una furia subyacente, un torbellino de emociones reprimidas que explotó en ese instante de contacto. La desesperación, la atracción acumulada, el anhelo que había estado ignorando durante tanto tiempo, todo salió a la superficie, arremolinándose en su mente y su cuerpo.
Sentía los labios de Daisy, suaves y cálidos, moviéndose contra los suyos en un intento de responder a la furia que él desbordaba. Altair sintió que su corazón latía con fuerza, como si quisiera salir de su pecho. Sintió el sabor de su aliento, dulce y cargado de las palabras que no habían dicho, y una oleada de deseo lo recorrió, haciéndolo apretar el agarre, como si temiera que ella pudiera desvanecerse si la soltaba.
Pero, entonces, algo cambió. El agarre en sus hombros se relajó, y él sintió que la resistencia inicial de Daisy se desvanecía, que cedía ante la intensidad del momento. Sus manos, que habían estado tensas contra él, empezaron a deslizarse por su pecho, casi como si buscara anclarse a él, a la realidad de lo que estaban compartiendo. Altair respondió de inmediato: sus dedos recorrieron los brazos de Daisy hasta encontrar su cintura y la envolvieron con una firmeza que transmitía su necesidad de tenerla cerca.
Atrajo su cuerpo contra el suyo, sintiendo cada curva de Daisy alinearse perfectamente con él. El contacto bajo el agua, el frío que contrastaba con el calor de sus pieles, hizo que cada sensación se intensificara. El beso, que había comenzado con brusquedad, se transformó en algo más profundo, más íntimo. Altair aflojó la presión de sus labios, dejando que el beso se volviera más lento, más sensual, mientras exploraba cada rincón de su boca con una delicadeza que hablaba de lo mucho que había anhelado este momento.
Cada caricia, cada movimiento, era una promesa, una confesión silenciosa de todo lo que había estado reprimiendo. Sentía el latido acelerado del corazón de Daisy contra su pecho, sus cuerpos entrelazados en una sincronía perfecta. El aliento de ella se mezclaba con el suyo, y Altair se permitió perderse en el momento, en la sensación de sus labios suaves, en el susurro de su piel contra la suya.
Cuando finalmente se separaron, ambos estaban jadeando, sus frentes apoyadas una contra la otra, los ojos cerrados como si aún no estuvieran listos para enfrentar la realidad de lo que acababa de suceder. Altair se quedó en silencio, sintiendo el calor residual en sus labios, el temblor en sus manos, y supo, en ese instante, que nada volvería a ser igual entre ellos. Ese beso había sido más que una explosión de emociones; había sido una revelación, un punto de no retorno que ambos habían estado esperando sin saberlo.
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