Capítulo 13
—¿Entonces vamos a hacerlo?
Daisy levantó la mirada hacia él, sus ojos llenos de emoción contenida.
—Vamos a hacerlo —respondió ella con una sonrisa que reflejaba su entusiasmo.
Aquel día, se había despertado llena de expectación; apenas había podido dormir por la emoción. Decidieron quedarse un día más en Derbyshire, y Altair la había llevado desde el hotel hasta la localidad de Bakewell para cumplir uno de sus sueños: vivir la experiencia de volar en un globo aerostático. ¡Era algo que nunca habría imaginado hacer!
En la agencia de tours, Daisy esperaba pacientemente mientras Altair se encargaba de hablar con la encargada. Escuchó la conversación con atención, tratando de captar cada detalle.
—Tienen suerte. Aún tenemos espacio en el tour que va a salir en media hora —dijo la mujer—. Su guía los llevará desde aquí hasta el sitio de despegue en auto, les dará las instrucciones necesarias, y luego del vuelo, los traerán de vuelta.
Altair asintió y, tras completar la compra de los pasajes, guio a Daisy fuera de la agencia. Al salir, ella percibió lo que parecía ser un pequeño grupo de personas, sus voces se mezclaban en un murmullo de conversaciones.
—Hay más personas con nosotros, ¿verdad? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza hacia Altair.
—Sí, somos parte de un grupo —respondió él—. Pero no te preocupes, te guiaré.
El guía los llamó, y Altair ayudó a Daisy a seguirlo. Subieron a un auto que los llevaría al sitio de despegue. Durante el trayecto, Daisy sintió la vibración del motor bajo sus pies y el aire fresco entrando por las ventanas, aumentando la anticipación que ya sentía.
Finalmente, el vehículo se detuvo, y Daisy sintió a Altair moverse a su lado. Él le ofreció la mano para ayudarla a bajar del auto.
—Estamos aquí —dijo con suavidad, guiándola hacia el lugar de despegue.
—¿Cómo es el globo? —preguntó Daisy, su voz llena de curiosidad mientras se detenían.
Altair observó el enorme globo que se elevaba sobre ellos, inflado y anclado al suelo. Sus colores vivos destacaban contra el cielo matutino.
—Es impresionante —dijo, pintando una imagen con sus palabras—. Ya está inflado. Es grande, con rayas rojas y amarillas que forman un patrón vibrante, casi como un arcoíris. La canasta es de mimbre, robusta pero acogedora.
Daisy sonrió, dejando que la descripción de Altair llenara su mente de imágenes. Sentía una mezcla de nerviosismo y emoción burbujeando en su interior. Ellos se reunieron con el resto del grupo y Daisy escuchó con atención mientras el guía comenzaba a dar las instrucciones; su voz clara y firme resonaba en el aire fresco de la mañana.
—Bienvenidos, todos. Vamos a hacer esto sencillo. Cuando les indique, subirán uno a uno a la canasta, siempre manteniendo el equilibrio. Una vez dentro, mantengan los pies firmes en el suelo de la canasta y agárrense de los bordes. Durante el despegue, el globo ascenderá lentamente, así que no se preocupen, es un proceso suave. Durante el vuelo, disfruten de las vistas, pero recuerden no sacar las manos o cámaras fuera de la canasta.
Hizo una pausa, asegurándose de que todos estuvieran prestando atención.
—Para el aterrizaje, agáchense ligeramente y manténganse firmes. Puede ser un poco más brusco que el despegue, pero es completamente seguro. Siguiendo estas instrucciones, todo irá bien. ¿Alguna pregunta?
Daisy negó con la cabeza, sintiendo un nerviosismo mezclado con emoción en su pecho. Altair, a su lado, le dio un leve apretón en la mano y ella sonrió, lista para lo que vendría.
—Entonces, estamos listos —concluyó el guía—. Vamos a hacer de esto una experiencia inolvidable.
Altair tomó la mano de Daisy, guiándola con cuidado hacia el globo, donde el guía ya los esperaba para ayudarlos a subir a la canasta.
Daisy sintió cómo la canasta bajo sus pies crujía levemente mientras se acomodaba junto a Altair. El quemador rugía sobre sus cabezas, llenando el globo de aire caliente, y el sonido del fuego la envolvía con una calidez inesperada.
A medida que el globo comenzaba a elevarse, Daisy sintió un ligero cosquilleo en su estómago, una mezcla de anticipación y emoción que la hizo sonreír de manera involuntaria. Desde niña, había soñado con la sensación de volar; siempre se preguntaba cómo sería estar tan alto, sintiendo el viento en su rostro y la libertad de estar suspendida en el aire, lejos de todo.
—Estamos subiendo —dijo Altair, sin separarse de su lado—. Ahora ya podemos ver todo el valle extendiéndose bajo nosotros. Es como si el mundo entero se estuviera desplegando lentamente, como un mapa que se abre.
Daisy imaginó el vasto paisaje debajo de ellos, los campos verdes y dorados extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista, y los pequeños pueblos que parecían miniaturas desde esa altura. Una parte de ella, aquella niña curiosa que siempre soñó con volar, se llenó de una felicidad pura e infantil, como si al fin estuviera cumpliendo un deseo que había mantenido en su corazón durante años.
El viento fresco acariciaba su rostro, y Daisy cerró los ojos por un momento, dejando que la sensación la invadiera por completo. Se sentía ligera, como si todo el peso de la tierra hubiera desaparecido. Era una experiencia completamente nueva, y cada segundo la hacía sentirse más viva, más conectada con el mundo de una manera que nunca antes había experimentado.
—Puedo ver la línea del horizonte —continuó Altair—. Es un día despejado; el cielo es de un azul profundo, y el sol está empezando a ascender, bañando todo en una luz dorada. Hay pequeñas nubes dispersas, como si alguien las hubiera pintado en el cielo.
Daisy respiró hondo, dejando que la brisa fresca acariciara su rostro. Imaginó cómo sería ver esa escena: el cielo abierto ante ella, el sol ascendiendo despacio, y todo el mundo pintado por la luz del amanecer. Era como si estuviera viendo a través de los ojos de Altair, y esa conexión la hizo sentirse más cerca de él, más en sintonía con el mundo.
Mientras seguían ascendiendo, Daisy escuchó a un grupo de mujeres cerca de ellos. Al principio, sus voces eran solo un murmullo en el fondo, pero pronto captó uno de sus comentarios.
—¿Cómo puede estar aquí si es ciega? —susurró una de ellas, claramente desconcertada.
El comentario atravesó la burbuja de felicidad que Daisy había sentido hasta ese momento, haciendo que su corazón diera un vuelco. La inseguridad y la incomodidad comenzaron a abrirse paso, ensombreciendo la experiencia que hasta entonces había sido perfecta. ¿Qué sabía esa mujer de sus sueños, de la emoción que sentía al estar allí, cumpliendo uno de los deseos más profundos de su infancia? Pero aun así el comentario la hirió, como si hubiera puesto en duda su derecho a estar allí.
Sin embargo, antes de que pudiera sumergirse en esos pensamientos, sintió los brazos de Altair rodearla con suavidad por la espalda. Con un gesto firme pero reconfortante, la giró hacia el horizonte, alejándola del grupo y llevándola a una esquina de la canasta, donde el paisaje era todo lo que podían ver.
—Ignóralas —le susurró al oído, con voz baja y protectora—. No importa lo que piensen. Lo que importa es lo que estás viviendo ahora. El sol está tocando las colinas en la distancia, y todo está bañado en esa luz dorada que lo hace parecer irreal. Es hermoso, Day. Absolutamente hermoso.
Ella dejó escapar el aliento que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo. La cercanía de Altair y la calidez de su abrazo la reconfortaron más de lo que esperaba. Lentamente, una sonrisa volvió a sus labios, y se relajó contra su pecho, permitiendo que el peso de sus inseguridades se desvaneciera. Sabía que nunca podría ver el mundo como lo hacía Altair, pero en ese momento, con él a su lado, casi podía sentirlo, casi podía volar.
—Gracias —murmuró ella, sintiendo cómo la tensión abandonaba su cuerpo.
—No me lo agradezcas —respondió él, manteniendo su abrazo firme—. Ahora, solo disfruta de esto. Es tu momento.
Y mientras el globo flotaba suavemente en el aire, Daisy dejó que su mente se llenara de las descripciones de Altair, sus palabras pintaban el paisaje a su alrededor mientras se perdía en la serenidad del momento. Sentía el latido constante del corazón de Altair contra su espalda, el calor de su cuerpo protegiéndola del viento; y, por primera vez en mucho tiempo, se permitió simplemente estar. El sueño de volar, que había guardado en su corazón, se hacía realidad en formas que nunca imaginó. Y, en ese instante, todo lo demás desapareció, dejando solo el presente, lleno de belleza y posibilidades, mientras el mundo se desplegaba a sus pies.
—¡Mamá, fue increíble! —exclamó Daisy con entusiasmo, mientras sostenía el teléfono cerca de su oído. Pudo sentir la sonrisa de su madre al otro lado de la línea.
—Cuéntamelo todo, cariño. ¿Cómo fue?
—Estar allí arriba, flotando sobre todo... Fue como si pudiera volar de verdad. Altair me describió todo lo que veía: los campos verdes, los pequeños pueblos, y cómo el sol comenzaba a salir sobre el horizonte. Mamá, era como si estuviera viendo todo a través de sus palabras. ¡Era tan hermoso!
—Me alegra tanto que hayas podido vivir esa experiencia, Dai-dai —respondió su madre, con un tono cálido.
Daisy sonrió, su corazón aún latiendo rápido por la emoción del día.
—Nunca pensé que sería tan... liberador.
Realmente había sido una experiencia fascinante y que hubiera sucedido en el viaje, lo hacía aún más especial de alguna forma. Como si Vesper hubiera conseguido que se arriesgara.
—¿Cómo estás, cariño? ¿Cómo va todo con Altair?
Daisy se acomodó un poco en la cama, la emoción del vuelo en globo dejó espacio a una sensación más tranquila.
—El viaje está siendo... diferente a lo que imaginé. Altair y yo estamos... llevándonos bien. Es extraño e inesperado, pero nos entendemos de una manera que nunca antes habíamos hecho. A veces es difícil, claro, pero seguimos aquí.
Era extraño ya no ver a Altair como su archienemigo. De hecho, si alguien los viera ahora, nunca imaginaría que alguna vez se habían llevado mal. Daisy aún se estaba acostumbrando a esta nueva etapa de su... ¿amistad? Sí, una amistad inesperada pero real. Aunque lo que realmente la descolocaba eran esos momentos de tensión entre ellos, cuando el contacto inesperado de las manos de Altair hacía que su corazón latiera con fuerza.
Quizás debería hacerle caso a Gwennie, que llevaba un año diciéndole que empezara a salir a citas de nuevo.
—Eso suena bien, Daisy —dijo su madre, sacándola de sus pensamientos—. Me alegra que estés encontrando apoyo en Altair y se lleven mejor. Nunca pensé que lo conseguirían, pero es un alivio. ¿Y cómo está él? ¿Cómo se siente con todo esto?
Daisy dejó escapar un pequeño suspiro, recordando los momentos más tensos y vulnerables que habían compartido.
—Está pasando por mucho. Creo que este viaje es tan necesario para él como lo es para mí, pero de una manera diferente. A veces lo noto distante; otras veces parece que quiere acercarse más, pero está tratando de encontrar su propio camino. Espero que al final del viaje lo consiga.
Su madre permaneció en silencio un momento, como si estuviera procesando lo que Daisy le decía.
—Eres una chica fuerte. Y me alegra que estés encontrando tu camino en medio de todo esto. Recuerda que estoy aquí para lo que necesites, ¿de acuerdo?
—Lo sé, mamá.
Este viaje estaba cambiando muchas cosas en ella: la forma en que veía el mundo, e incluso, cómo veía a Altair. Aunque todavía no sabía cómo iba a terminar, sentía que ambos estaban en un buen camino, avanzando juntos hacia algo desconocido pero prometedor.
La conversación con su madre continuó por un rato más y, después de despedirse, Daisy prometió que llamaría pronto. Se levantó de la cama y se acercó a la mesa cerca de la ventana, donde habían cenado tras pedir servicio a la habitación. Con los dedos, tanteó los platos hasta encontrar las donas cubiertas de azúcar impalpable que había guardado. Le dio un mordisco a una y el sabor dulce explotó en su boca, provocándole un suspiro de satisfacción.
Unos segundos después, escuchó la puerta del baño abrirse y los pasos de Altair acercándose. Daisy dejó la dona a medio terminar y, con una sonrisa, caminó hacia él, queriendo compartir su conversación con su madre.
—Estaba hablando con mi madre sobre el paseo y...
Sus palabras se interrumpieron de repente cuando, sin darse cuenta, tropezó con algo en el suelo y perdió el equilibrio. Cayó hacia adelante y quedó tendida sobre la alfombra. Altair maldijo en voz baja al verla caer y se apresuró a acercarse, extendiendo una mano para ayudarla. Daisy, aún sorprendida, intentó incorporarse, soltando una pequeña queja mientras entrelazaba sus dedos con los de Altair para apoyarse.
—¿Estás bien? —preguntó Altair, su voz llena de preocupación.
—Sí, estoy bien —respondió Daisy, aunque no pudo evitar sentir una oleada de vergüenza por su falta de coordinación.
—Vamos, arriba —dijo Altair, sujetando sus brazos con firmeza mientras la ayudaba a levantarse.
—¿Con qué me tropecé? —preguntó Daisy, frunciendo el ceño.
—La esquina de la alfombra. Está doblada —explicó él, mirando hacia el suelo con una sonrisa divertida.
Daisy hizo una mueca, recordando lo torpe que se había sentido.
—No me había caído en algún tiempo. Supongo que ya estaba tentando al destino —murmuró con una mezcla de humor y resignación.
Altair soltó una risa, un sonido bajo y cálido que Daisy pudo sentir vibrar contra su cuerpo. Se percató de que había quedado de pie muy cerca de él, sus cuerpos prácticamente pegados. Altair sostenía su cintura con firmeza, mientras las manos de Daisy descansaban contra su pecho desnudo, todavía húmedo por la reciente ducha. Podía sentir el latido constante de su corazón bajo sus dedos, y la respiración acompasada que subía y bajaba con suavidad.
Daisy levantó el rostro despacio, como si pudiera mirarlo, y en ese momento sintió que no quería apartarse. La cercanía entre ambos la envolvía, creando un ambiente cargado de una intimidad inesperada.
—Tienes azúcar en las mejillas —dijo Altair con una sonrisa en la voz.
Daisy sintió cómo él acercaba una mano a su rostro, limpiando con delicadeza sus mejillas. Sin embargo, cuando su pulgar rozó suavemente las comisuras de sus labios, el contacto se volvió más íntimo. Su corazón comenzó a latir con fuerza, acelerado por la proximidad de Altair y el suave roce de su piel contra la suya. Él terminó de limpiar su rostro, pero dejó que su mano se demorara en una última caricia sobre su mejilla antes de apartarla. Sin embargo, no retrocedió; permaneció cerca, tan cerca que Daisy podía sentir el calor de su cuerpo, la firmeza de sus músculos bajo sus dedos, y el aroma embriagador de su colonia, que llenaba el aire entre ambos.
—Decías que estabas hablando con tu madre —continuó Altair, rompiendo el silencio que se había formado entre ellos.
Daisy asintió, su mente aún dando vueltas por lo que acababa de suceder.
—Le conté del viaje en globo —respondió, y notó que su voz sonaba un poco temblorosa, como si le faltara aliento. Se preguntó si Altair también lo habría notado.
Con las manos todavía apoyadas en su pecho, Daisy dejó que una de ellas se deslizara lentamente hacia su hombro izquierdo, trazando el contorno de las cicatrices con los dedos. Se decía a sí misma que lo hacía porque estaba preocupada por él, no porque quisiera sentir el calor de su piel bajo sus manos o memorizar la textura de su cuerpo.
—¿Te duele el hombro? —preguntó en voz baja, su preocupación genuina, aunque también sentía una extraña mezcla de emociones al estar tan cerca de él.
Hubo una breve pausa, y Daisy percibió la intensidad de la mirada de Altair sobre ella.
—No, hoy no —respondió, pero en su voz había algo más, una tensión subyacente, como si él también estuviera conteniendo el aliento.
El silencio se extendió entre ellos, lleno de una tensión palpable. Daisy sabía que debía apartarse, pero no podía, y se preguntaba por qué Altair tampoco lo hacía. Había algo en ese momento que los mantenía anclados, como si ambos estuvieran esperando a ver qué pasaría después.
Entonces, Altair atrapó un mechón de cabello que se había escapado de su moño. Mientras enrollaba el rizo entre sus dedos, sus nudillos rozaron suavemente el cuello de ella, enviando una corriente eléctrica a través de su piel. Daisy sintió cómo sus pezones se endurecían bajo el bralette, y un rubor intenso cubrió sus mejillas. Apretó su labio inferior entre los dientes.
—¿Por qué siempre te muerdes los labios? —preguntó Altair de repente, su voz era un susurro mientras seguía jugando con su rizo.
Daisy tragó saliva, tratando de encontrar su voz.
—No lo sé. Lo hago cuando estoy nerviosa —admitió, apenas en un murmullo.
—¿Te sientes nerviosa ahora? ¿Por mí? —Altair se inclinó un poco más hacia ella, su aliento cálido rozando su piel.
—Tal vez —confesó Daisy, sabiendo que con esa respuesta se exponía más de lo que había planeado.
Aquella confesión pareció romper algo en Altair, quien respondió con una sinceridad que la sorprendió.
—Tú también me pones nervioso. —Su voz sonó baja y llena de una emoción que Daisy no había esperado.
El corazón de Daisy latía con fuerza, resonando en sus oídos.
—¿Lo hago? —susurró ella, sin poder creer lo que estaba escuchando.
—Sí, y entonces me distraigo y pienso en cosas que... tal vez... no debería —murmuró Altair, con una mezcla de deseo y duda.
—¿Qué es lo que no deberías pensar? —preguntó Daisy y sus dedos presionaron con más fuerza contra el pecho de Altair. Su respiración se entrecortó mientras esperaba su respuesta, sintiendo cómo la expectativa y el nerviosismo hervían en su interior. Sabía que lo que él estaba a punto de decir podría cambiarlo todo entre ellos, arriesgando su frágil amistad.
—Day... —susurró Altair, su voz apenas audible.
El estómago de Daisy dio un vuelco, y el tiempo pareció detenerse mientras esperaba lo que él diría a continuación.
—¿Sí? —respondió ella, con voz temblorosa y el cuerpo tenso de anticipación.
Sintió que Altair se acercaba aún más y sus brazos la rodeaban con más firmeza. Podía sentir su aliento cálido rozando sus labios. Aunque no podía verlo, sentía cada movimiento, cada latido; y, en su mente, solo una pregunta resonaba: ¿iba a besarla? La posibilidad, lejos de asustarla, la emocionaba, despertando en ella una necesidad inesperada e impulsiva de sentir sus labios sobre los suyos.
Era la primera vez que se encontraba en una situación así y no sabía muy bien qué hacer, pero cerró los ojos, levantó el rostro y esperó... hasta que...
Hasta que un golpe en la puerta los sobresaltó a ambos.
Altair maldijo en voz baja y se apartó cuando los golpes continuaron, creando una distancia incómoda entre ellos.
—Deben ser las toallas extras que ordenamos —dijo con voz tensa, como si el momento hubiera sido arrancado de sus manos.
Daisy no respondió.
El ambiente en la habitación se sintió súbitamente más frío. De repente, se sentía mareada y temblorosa, una mezcla de emociones inundaba su mente. Dio un par de pasos hacia atrás, tratando de encontrar estabilidad en el suelo bajo sus pies, pero la confusión y la frustración eran abrumadoras. Finalmente, se dejó caer en la cama. El suave colchón amortiguó el impacto, pero no el nudo de decepción que se formaba en su pecho.
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