Capítulo 12
—Esto es un desastre —murmuró Altair para sí mismo mientras contemplaba la página en blanco de su libreta.
Esa mañana, al despertar, había decidido probar algo diferente: escribir a mano, como en los viejos tiempos. Cuando estaba en el colegio, solía llenar páginas con cuentos de terror, refugiándose en el ático de su casa o en la playa para estar a solas y dejar volar su imaginación. Pero esa mañana, a pesar de haber pasado horas intentándolo, no había logrado escribir ni una sola frase. ¡Era frustrante!
Siempre había sido fácil para él escribir historias de terror y suspenso, era lo que más le apasionaba. Entonces, ¿por qué ahora no podía escribir nada? Su mente estaba completamente en blanco. La escritura, que siempre había sido su escape, su forma de terapia, ahora parecía haber dejado de funcionar.
Molesto, se levantó de la silla junto al escritorio y echó la cabeza hacia atrás, restregándose el rostro con la mano en un intento de despejarse. Justo en ese momento, su celular comenzó a sonar. Vio el nombre de Mitch en la pantalla y, aunque hizo una mueca, sabía que no podía seguir ignorándolo. Con un suspiro, contestó la llamada y escuchó la voz familiar de su amigo resonar al otro lado de la línea, con un tono cargado de dramatismo fingido.
—¡Al fin respondes mis llamadas! Pensé que me ibas a ignorar para siempre, como haces con mis mensajes motivacionales.
—Tus mensajes motivacionales son un asco —gruñó Altair, poniendo los ojos en blanco, aunque una ligera sonrisa se asomaba en sus labios.
—Sé que en el fondo te sientes agradecido por mi amistad.
Altair resopló, pero no pudo evitar que su sonrisa se ampliara un poco.
—¿Cómo va todo por allá? —preguntó Mitch, un poco más serio—. ¿Y el libro? ¿Algún avance?
Altair se dejó caer en la cama, mirando el techo mientras hablaba.
—El viaje está bien, supongo. Pero el libro... no tanto. Sigo atascado, y me preocupa lo que la editorial va a decir si no logro entregarlo a tiempo.
Mitch dejó escapar un suspiro, pero su voz seguía siendo calmada y reconfortante.
—No te preocupes tanto por la editorial, Altair. Lo más importante ahora es que te tomes el tiempo para sanar. Este viaje podría ser justo lo que necesitas para despejar la mente y recuperar esa chispa creativa. No te presiones.
Giró en la cama, mirando por la ventana sin realmente ver nada.
—Lo intento, pero es difícil cuando siento que todo está en pausa. Como si nada de lo que escriba será suficiente.
—Eres un gran escritor, Altair. Tienes talento. Solo necesitas darte ese espacio. No es solo un bloqueo creativo, es todo lo que has pasado en el último año. Te mereces disfrutar este viaje y tomarte un respiro.
Él dejó escapar un suspiro profundo.
—Ojalá pudiera verlo así. A veces siento que nunca volveré a escribir como antes.
—No digas eso —respondió Mitch, con firmeza—. Tienes mucho más por escribir. Pero, por ahora, concéntrate en estar bien. La escritura vendrá cuando estés listo. Y, por cierto, estaba pensando... ¿Qué te parece hacer una firma de libros cuando regreses? Sin presiones, solo como una posibilidad.
Altair resopló, sintiendo el peso de la idea caer sobre él. La verdad era que no estaba seguro de cómo se sentía respecto a la idea de estar rodeado de tantas personas. Le preocupaba lo que pudieran pensar de él, de su apariencia y de esta nueva persona en la que se había convertido después de todo lo que había vivido.
—Lo pensaré —dijo finalmente, intentando sonar más decidido de lo que en verdad estaba.
Su amigo, captando la vacilación en su voz, suavizó su tono.
—No te preocupes por eso ahora. Lo que importa es cómo te sientes tú. Si en algún momento te sientes preparado, genial, y si no, también está bien. Lo importante es que hagas lo que te haga sentir bien, no lo que otros esperan de ti.
Altair dejó escapar una risa suave.
—Te aprecio, Mitch, pero deja de leer libros de autoayuda. Te están volviendo más patético.
Mitch rio al otro lado de la línea, su risa era cálida y contagiosa.
—Disfruta del viaje, ¿sí? Come buena comida, conoce a alguna linda chica y relájate. El libro y todo lo demás pueden esperar.
—Lo intentaré —respondió Altair, sintiendo parte del peso en su pecho aligerarse. Mitch siempre tenía una manera de hacerlo sentir un poco más en control, incluso cuando todo parecía estar desmoronándose.
Se levantó de la cama y se acercó a una de las ventanas de la habitación. Desde allí podía ver el jardín del hotel y, en medio de las flores, distinguió a Daisy sentada en una banca junto al sendero. Ella se había levantado esa mañana y había decidido salir a dar un paseo mientras él se quedaba escribiendo, de modo que ambos tendrían un tiempo a solas. Sin embargo, Daisy parecía mucho más contenta que él. Sonreía a las flores e incluso... ¿les hablaba?
Él esbozó una ligera sonrisa y, sin pensarlo demasiado, decidió unirse a ella. Salió al jardín del hotel en busca de aire fresco después de haber estado atrapado frente a su libreta sin lograr escribir nada.
Al llegar, vio a Daisy sentada en un banco, rodeada de flores. Su cabello rubio caía en suaves rizos alrededor de su rostro mientras se inclinaba hacia una de las flores, inhalando su fragancia con una expresión serena. El jardín estaba en calma, iluminado por la suave luz del mediodía que bañaba todo en tonos dorados.
Altair se acercó a ella con pasos silenciosos, sin querer romper el encanto del momento. Daisy alzó la cabeza al escuchar sus pasos y, al reconocerlo, le dedicó una sonrisa leve que iluminó su rostro, como si lo hubiera estado esperando todo el tiempo.
—¿Pudiste escribir algo? —preguntó ella, con una suavidad que le hizo sentir menos frustrado de lo que estaba.
Altair se dejó caer en el banco a su lado, soltando un suspiro pesado mientras se pasaba una mano por el cabello.
—No tuve suerte —admitió, mirando las flores a su alrededor—. El bloqueo sigue ahí.
Daisy asintió con comprensión, girando ligeramente la cabeza hacia él, pero no lo presionó a explayarse en el tema. Luego volvió su atención a las flores, su expresión serena pero con un toque de nostalgia.
—Aquí hay varias flores hermosas —comentó, señalando algunas a su alrededor—. Reconozco las fragancias de la lavanda, las rosas y el jazmín. También hay un toque de gardenia en el aire.
Altair la miró con curiosidad.
—¿Cómo las reconoces tan fácilmente?
Daisy sonrió, sus ojos brillaban con una chispa de orgullo mientras inclinaba la cabeza hacia una rosa cercana.
—Las fragancias me ayudan. Desde pequeña, aprendí a distinguir cada flor por su aroma. Mi trabajo como perfumista también ha afinado mucho mis sentidos. Cada fragancia tiene su propio carácter, su propio «sabor» en el aire.
Altair la observó, admirando la forma en que hablaba con tanta pasión. Se dio cuenta de que, aunque Daisy no podía ver, su percepción del mundo era rica y detallada de una manera que él apenas empezaba a entender.
—Debe ser increíble poder hacer eso —dijo, su voz teñida de asombro—. ¿Cómo va el negocio de la perfumería?
Daisy se animó aún más ante la pregunta.
—Está creciendo bastante bien; mi familia me ha apoyado mucho. —Su tono de voz reflejaba la emoción que sentía al hablar de su trabajo—. He estado experimentando con nuevas combinaciones, y parece que a la gente le gustan. Algunas tiendas quieren venderlas, y cada día recibo más pedidos de fragancias personalizadas o de empresas que buscan aromas únicos. Es emocionante ver cómo algo que comenzó como una pasión se convierte en un negocio real.
Altair sonrió, sintiendo una calidez genuina por ella. Había algo profundamente admirable en la forma en que Daisy hablaba de su trabajo. A pesar de todo lo que había enfrentado, seguía adelante, creando algo hermoso.
—Eso es increíble, Day. Deberías estar muy orgullosa.
Ella sintió cómo un calor agradable se extendía por su pecho.
—Lo estoy, pero también es difícil no dudar a veces. Supongo que a todos nos pasa —admitió, bajando ligeramente la cabeza mientras reflexionaba sobre sus propias inseguridades.
—Vesper estaría orgullosa de ti —dijo Altair, su voz baja pero llena de sinceridad. Hablar de su hermana siempre era complicado, pero en este caso, sabía que era necesario.
Daisy se quedó en silencio por un momento, permitiendo que aquellas palabras se asentaran en su corazón. Luego, sonrió con ternura.
—Gracias... Eso significa mucho para mí.
Altair asintió, sin decir más palabras.
El jardín se llenó de un silencio cómodo entre ellos, mientras ambos se dejaban llevar por el suave aroma de las flores y la paz del momento compartido. Las flores a su alrededor parecían vibrar con vida; un recordatorio silencioso de que, incluso en medio del dolor y la incertidumbre, siempre hay belleza por encontrar.
Llegaron a Peak District al anochecer.
Altair condujo durante poco más de dos horas hasta llegar al hotel Barrel Inn, en Derbyshire. Una vez allí, se registraron, dejaron el equipaje en su habitación y pidieron indicaciones para llegar al Parque Nacional de Peak District. El hotel estaba algo lejos del parque como para ir caminando, así que Altair decidió conducir unos quince minutos adicionales hasta llegar. Ya había anochecido cuando finalmente aparcaron en una de las zonas designadas.
—Hace frío esta noche —dijo Daisy mientras Altair la ayudaba a bajar del auto.
—Al parecer, hay una tienda de café cerca. Podríamos detenernos allí antes de seguir —propuso él, notando el aire helado que les rodeaba.
Ella sonrió y acomodó su bolso sobre su hombro.
—Suena bien. Un poco de calor no vendría mal antes de salir al frío de nuevo.
Altair cerró las puertas del auto y se acercó a Daisy, ofreciéndole su brazo para guiarla. Aunque ya era de noche, la pequeña localidad de Castleton, conocida por su encanto pintoresco, aún tenía algunas luces encendidas. Las farolas iluminaban las calles adoquinadas y las ventanas de las tiendas desprendían un cálido resplandor.
Caminaron por la acera en silencio, el sonido de sus pasos resonaba en la quietud de la noche. Altair observó los alrededores, notando la atmósfera tranquila y acogedora del pueblo. Finalmente, llegaron a una pequeña cafetería, The Night Owl Café, cuyas luces amarillas brillaban con suavidad en la oscuridad.
—Aquí estamos —anunció Altair, apenas empujando la puerta para abrirla. Un suave tintineo de campanas acompañó su entrada.
El interior del café era acogedor, con mesas de madera oscura, sillas tapizadas en tonos cálidos y un mostrador lleno de pasteles y galletas. El aroma a café recién hecho y a pan horneado llenaba el aire, envolviéndolos en una cálida bienvenida. Altair guio a Daisy hacia una de las mesas junto a la ventana, desde donde podían ver las luces parpadeantes del pueblo.
—Parece un lugar encantador —comentó Daisy mientras tomaba asiento, complacida.
Altair observó a su alrededor y luego se inclinó un poco hacia ella.
—Tiene un aire hogareño. Creo que será perfecto para entrar en calor.
Un camarero se acercó y tomó sus pedidos. Altair pidió un café fuerte, mientras que Daisy optó por una taza de té de hierbas.
—¿Sabes? —dijo Daisy, después de que el camarero se marchara—. Me gusta hacer estas pequeñas paradas. Es como una forma de apreciar más el viaje.
Altair contempló a Daisy en silencio, reflexionando sobre la manera en que ella encontraba significado en las cosas más simples. Observó cómo su rostro se relajaba mientras disfrutaba del ambiente acogedor del café, y se preguntó cuándo había sido la última vez que él había logrado disfrutar de algo así, sin la presión constante de las expectativas o la oscuridad de sus pensamientos. Había olvidado lo reconfortante que podía ser simplemente estar presente en un momento, sin preocuparse por lo que vendría después.
—Tienes razón —respondió—. A veces es fácil olvidar lo importante que son estos pequeños momentos en medio de todo lo demás.
Daisy asintió, y juntos disfrutaron de la tranquilidad del lugar.
Después de terminar sus bebidas, Altair y Daisy salieron del café y fueron recibidos por el aire fresco de la noche. Altair ajustó su abrigo mientras miraba a su alrededor, las luces de las farolas iluminaban de manera tenue las calles adoquinadas. Tomó el brazo de Daisy con suavidad, guiándola por el pueblo. Observó las pequeñas tiendas con vitrinas iluminadas y las casas de piedra que parecían sacadas de otro tiempo. Mientras caminaban, sentía un leve dolor en su pierna y el brazo, una molestia familiar que el frío de la noche intensificaba. Intentó ignorarlo, centrándose en el sonido de los pasos de Daisy a su lado y en la tranquilidad del pueblo.
Decidieron caminar desde el pueblo hasta un claro en el parque, un lugar apartado donde las luces del pueblo no interferían con la oscuridad del cielo. La caminata no era demasiado larga, pero el frío se hacía más intenso con cada paso, haciendo que Altair sintiera aún más el dolor en sus extremidades. Aun así, no mencionó nada, se centró en guiar a Daisy.
Cuando llegaron al claro, Altair la ayudó a encontrar un lugar cómodo para sentarse y prepararse para su ritual. Él se quedó a una distancia prudente: lo suficientemente cerca como para estar presente, pero manteniéndose apartado. Aún no se sentía listo para participar plenamente, pero tampoco quería dejar a Daisy sola en ese momento tan importante. Permaneció allí y buscó un cigarrillo en su bolsillo, lo encendió y empezó a fumar despacio.
Daisy se sentó en el suelo, sacando la grabadora de su bolso con cuidado. Altair la observó desde la distancia mientras ella encendía el dispositivo. El suave clic de la grabadora resonó en la quietud de la noche, seguido de la voz de Vesper, tan familiar y llena de vida, que llenó el aire. Altair sintió un nudo en el estómago al escucharla. No podía distinguir todas las palabras desde donde estaba, pero el sonido de la voz de su hermana era suficiente para revivir una oleada de recuerdos dolorosos.
—... es uno de los parques nacionales más antiguos de Inglaterra, lleno de historia y paisajes impresionantes.
»¿Sabes, Day? He estado pensando mucho en este viaje, y en lo que significa para nosotras. ¿Qué tal si piensas en una lista de cosas que nunca has hecho y que te gustaría intentar antes de que terminemos nuestro recorrido? Este viaje es nuestro, y quiero que hagamos de él algo inolvidable.
Altair esbozó una leve sonrisa amarga. Incluso ahora, Vesper encontraba la forma de desafiar a Daisy, empujándola fuera de su zona de confort. No le sorprendía; su hermana siempre había sido así, nunca se había sentido satisfecha con nada, siempre estaba buscando algo más, algo que las hiciera crecer y salir de lo ordinario.
Daisy escuchó el mensaje con atención, con una pequeña sonrisa nostálgica en sus labios. Cuando el mensaje terminó, ella guardó la grabadora y sacó la urna de Vesper de su bolso. Con cuidado, abrió la tapa y esparció una pequeña cantidad de cenizas, permitiendo que el viento las llevara hacia el cielo estrellado.
Altair observó la escena, sintiendo el peso de la culpa y el dolor aplastarlo una vez más. Quería acercarse, quería ser parte de ese momento, pero algo dentro de él seguía resistiéndose. Sabía que tenía que enfrentarse a lo que había sucedido, a la realidad de la pérdida, pero aún no encontraba la fuerza para hacerlo por completo.
Mientras Daisy completaba el ritual, Altair permaneció a cierta distancia, fumando despacio y luchando con sus propios sentimientos. Sabía que ese viaje no solo era para honrar la memoria de Vesper, sino también para encontrar una manera de sanar. Pero esa noche, mientras el frío mordía su piel y el eco de la voz de su hermana resonaba en su mente, se dio cuenta de lo difícil que sería enfrentar todo lo que había estado evitando. Sin embargo, también sabía que, de alguna manera, tendría que encontrar la fuerza para hacerlo, no solo por Vesper, sino también por Daisy y por sí mismo.
Cuando Daisy terminó, se quedó un momento mirando hacia el cielo, como si buscara un último rastro de su amiga en las estrellas. Altair, aún desde su distancia, sintió una profunda conexión con ella: compartieron el mismo dolor, la misma necesidad de encontrar paz. Pero esa noche, decidió que se acercaría un poco más. Un paso más cerca de enfrentar lo que lo había mantenido prisionero durante tanto tiempo.
—Vesper quiere que haga una lista de cosas que nunca antes he hecho —dijo Daisy cuando Altair se agachó a su lado.
—¿Y has pensado en lo que quieres hacer? —preguntó él, observando su expresión con curiosidad.
Daisy sonrió ligeramente, ladeando la cabeza hacia él.
—¿Por qué? ¿Me ayudarás a cumplirlas?
Altair se encogió de hombros, llevando el cigarrillo a sus labios para darle una última calada antes de apagarlo en el suelo con la punta de su bota.
—No me parece una mala idea —respondió, dejando escapar con lentitud el humo—. Podrías sacar lo mejor de este viaje. ¿Qué se te ocurre?
Daisy se mordió los labios, un gesto que Altair no pudo evitar notar. Sus ojos se centraron en el movimiento, esperando su respuesta.
—Hay... algunas cosas que se me ocurren..., pero... no sé —titubeó Daisy
Altair la miró con intensidad, captó la duda en sus ojos brillando bajo las estrellas. Decidió ser un poco más directo, con la esperanza de darle el empujón que necesitaba.
—Te dije que la vida es frágil, Daisy. ¿Por qué esperar para hacer algo que realmente quieres?
Ella lo miró de nuevo, sus ojos reflejaban una mezcla de nerviosismo y determinación. Entonces, con más firmeza que antes, y como si finalmente estuviera convencida de lo que quería, dijo:
—Quiero volar.
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