Capítulo 1
Daisy Everly no necesitaba ver para saber que su cita la había dejado plantada.
Soltó un suspiro mientras se levantaba de su asiento junto a la ventana en la cafetería. Conocía bien el lugar; había sido la cafetería favorita de Vesper, y habían pasado allí innumerables tardes a lo largo de los años.
Quizás por eso, su cita había decidido no venir.
Sacó su celular y le preguntó la hora. Eran ya más de las 2 p.m., y su cita llevaba una hora de retraso. No había ninguna duda: él no iba a aparecer.
Aunque lo había anticipado, una ligera punzada de decepción se instaló en su pecho. Le había enviado un mensaje para que se encontraran allí, pero él ni siquiera se había molestado en responder. Aun así, había acudido con la esperanza de que apareciera. Ahora, sin más opciones, decidió que si él no iba a venir hacia ella, ella iría a buscarlo.
Con cuidado, sacó un bastón blanco de su bolso y lo desplegó. Aunque no le gustaba usarlo, sabía que era necesario, especialmente cuando se dirigía a un lugar que no conocía bien. Se acercó al mostrador para pagar su bebida y se despidió de la dueña, Carissa Fitzroy, una mujer cálida y amable que la había conocido a ella y a Vesper desde que eran niñas.
—Que te vaya bien, Daisy.
Daisy sonrió con calidez.
—Ten un lindo día, Carissa.
Salió de la cafetería y comenzó a caminar despacio, contando los pasos por aquellas calles que conocía de memoria. Lo bueno de los pueblos costeros como St Ives era que todo estaba a un par de calles de distancia y se podía llegar a cualquier lugar a pie. Aunque Daisy nunca había visto esas calles, Vesper le había ayudado a crear un mapa mental a lo largo de los años, guiándola a través de cada rincón. Con ese mapa en mente y unas pocas indicaciones adicionales que un amable señor le había proporcionado, Daisy supo que se estaba acercando a su destino: el hotel St Ives Bay, cerca de la playa Porthminster.
Daisy sabía que su cita estaba hospedada allí porque su madre lo había mencionado distraídamente la noche anterior, durante la misa para conmemorar el aniversario de la muerte de Vesper. Una misa a la que su cita tampoco había asistido, a pesar de estar de vuelta en el pueblo y de que muchas personas lo habían estado esperando.
Se detuvo en una esquina, esperando a que el semáforo cambiara para cruzar. Sin su vista, sus otros sentidos se habían agudizado con los años, y había aprendido varios trucos para moverse con confianza por las calles. Por ejemplo, podía percibir las vibraciones menos intensas cuando los autos se detenían, o escuchar el sonido de los pasos de las personas cuando reanudaban su marcha. Así sabía cuándo podía avanzar también.
Continuó con cuidado y se detuvo cuando su nariz captó un aroma familiar. Era el olor a limón del aromatizante que utilizaban en la recepción del hotel. Estaba muy familiarizada con esa fragancia, ya que había sido un encargo que su madre y ella habían creado especialmente para el hotel el año anterior. Daisy siempre reconocía sus fragancias, sin excepción.
Empujó la puerta y entró.
—¿Daisy? ¿Qué estás haciendo aquí?
Reconoció la voz de su prima, Rachel, quien trabajaba como recepcionista en el hotel. Ella había empezado hacía poco, en una pasantía de la que su tía le había comentado a su madre.
—Hola, Rachel —Daisy sonrió, agitando una mano mientras se acercaba, guiada por la voz familiar de su prima—. Altair Whitmore se está hospedando aquí, ¿verdad?
Hubo una breve pausa, cargada de intriga.
—Sí, ¿por qué?
—Tengo una cita con él —afirmó Daisy, deteniendo su andar cuando sus dedos rozaron el borde del alto escritorio de granito en la recepción.
—¿Tienes una cita con Altair Whitmore? ¿Por qué?
La voz de Rachel reflejaba tanto sorpresa como un toque de reproche y preocupación. A Daisy no le sorprendía su reacción.
—Asuntos privados —respondió.
No es que no confiara en su prima, pero no quería que Rachel se preocupara innecesariamente. Y mucho menos que le contara al resto de la familia, lo que solo aumentaría la preocupación. Su propia familia ya estaba al tanto de sus asuntos, y eso era más que suficiente.
—Mira, Dai-dai, no quiero entrometerme, pero realmente no entiendo qué tendrías que hacer con el problemático de Altair. Lleva dos días aquí desde su regreso, y lo único que lo he visto hacer es beber, fumar, maldecir y buscar pleitos en el puerto. No quisiera que tú...
—Es sobre Vesper.
Su declaración cortó el aire, llenando el espacio de una tensión palpable.
—Mierda —murmuró Rachel, de repente incómoda.
Daisy lo entendía. Hablar de los muertos siempre era incómodo, especialmente cuando se trataba de alguien tan cercano, alguien cuya pérdida seguía sintiéndose tan reciente, a pesar de que ya había pasado un año.
—Sí, lo sé. No es que me entusiasme la idea, pero debo hablar con él. Ayer le envié un mensaje para encontrarnos en Olas de Azúcar, pero me dejó plantada.
—Qué imbécil. Antes era un problema, pero ahora es una catástrofe.
«Una catástrofe».
A Daisy tampoco le sorprendía aquella descripción de Altair. En los últimos meses, había escuchado a muchos murmurar esas mismas palabras al referirse al hermano mayor de Vesper.
—Todos cambiamos, Rach.
La pausa que siguió estuvo cargada de una tensión y preocupación que se sentían casi tangibles.
—¿Estás segura de que quieres verlo? —preguntó Rachel, acariciando con cuidado la mano de Daisy—. Me parece que ayer tuvo su propia fiesta personal con todo el alcohol que trajo consigo.
Daisy apretó suavemente la mano de Rachel.
—Estaré bien. ¿Puedes decirme cómo llegar?
Rachel todavía parecía indecisa, pero finalmente le dio las instrucciones detalladas. Era parte de su familia, así que estaba acostumbrada a tratar con Daisy. La joven le agradeció y siguió las indicaciones. Se subió al ascensor y sus dedos recorrieron los botones, identificando el texto en braille grabado en cada uno. Presionó el correcto y esperó hasta que las puertas se abrieron en su piso. Avanzó despacio, usando su bastón para explorar el entorno. Contó sus pasos y las puertas, tal como Rachel le había indicado, hasta que se detuvo frente a una.
Sí, sus dedos le confirmaron que estaba frente a una puerta y... que no tenía el cerrojo puesto.
Daisy la empujó con cautela y entró en la habitación. El lugar era desconocido para ella; no conocía la distribución ni sabía qué podría estar tirado en el suelo. Al adentrarse en la estancia, percibió varias cosas, pero lo que más llamó su atención fue el suave sonido de una respiración profunda. No se escuchaba ningún otro ruido.
Con cuidado, se acercó a la cama, manteniéndose a una distancia prudente. Luego levantó su bastón y buscó el cuerpo dormido. Cuando la punta hizo contacto con algo sólido, empujó con fuerza, esperando que fuera una de sus extremidades. De inmediato, supo que había acertado al escuchar un gruñido acompañado por el sonido de las sábanas agitándose sobre la cama.
—¡Qué demonios! ¿Quién carajos eres?
La exclamación la detuvo por un segundo, y el corazón de Daisy se aceleró. Se preguntó si se había equivocado de habitación y si ese no era el hombre que estaba buscando. Pero cuando él se quejó entre dientes y repitió la pregunta, Daisy reconoció la voz de Altair. Su tono era enojado, pero sin duda era él. Con insultos y todo, era él.
—Buenas tardes, Altair —saludó con calma.
—¿Everly? —espetó, sonando confundido y fastidiado. Definitivamente la reconocía—. ¿Estás loca? ¿Por qué carajos estás aquí?
Daisy escuchó sonidos que indicaban que él se estaba levantando de la cama. Ella retrocedió y buscó un lugar seguro donde sentarse. Finalmente encontró una silla y se acomodó con cuidado. Mientras tanto, hubo una larga pausa, durante la cual escuchó un grifo abrirse en una habitación contigua, seguido de sus pasos acercándose de nuevo. Luego, Altair encendió un cigarrillo. Daisy lo supo porque el olor del tabaco la alcanzó. Aunque no era lo único que olía.
—Este lugar apesta a alcohol y tú también, hueles a cigarro y sudor.
Altair no respondió de inmediato, pero de repente Daisy lo sintió muy cerca, invadiendo su espacio personal con una intensidad que la hizo retroceder por instinto, presionando su espalda contra el respaldo de la silla. Altair se inclinó sobre ella, colocando sus manos con firmeza en los reposabrazos, atrapándola en su lugar. Daisy podía percibir el fuerte olor a cigarrillo mezclado con su aliento, tan cerca de su rostro que casi la obligaba a contener la respiración.
—Lamento que mi presencia perturbe tu delicada nariz —dijo él, con un tono irónico que a ella no le pasó desapercibido—. Me hubiera bañado para ti si hubiera sabido que vendrías. Pero ¿sabes qué? Yo no te invité.
Altair soltó una calada del cigarrillo, exhalando el humo directamente hacia ella, lo que la hizo toser. Él retrocedió, aparentemente satisfecho con su pequeña provocación.
—Eres un idiota —se quejó Daisy, frunciendo el ceño.
—No voy a disculparme. Tú invadiste mi habitación de hotel y me despertaste.
Daisy cruzó los brazos sobre su pecho, adoptando una postura obstinada.
—Tampoco voy a disculparme por despertarte. Me dejaste plantada.
—¿De qué estás hablando?
—Te envié un mensaje ayer para que nos encontráramos en Olas de Azúcar.
—Ah, eso —respondió él con un desinterés evidente, soltando otra lenta bocanada de humo—. Bueno, nunca dije que iría.
—Claro, por supuesto. Fue mi culpa por creer que aún quedaba algo de decencia en ti —replicó ella con sarcasmo.
—Oh, lo siento, Day, pero perdí toda mi decencia anoche con el último trago de Macallan Double Cask.
Daisy se mordió los labios, sintiendo un conflicto interno. Que él la llamara «Day», un diminutivo que solo él y Vesper solían usar, le provocó un estremecimiento y la hizo pensar en el pasado. Vesper siempre la había llamado así de cariño, con ese tono cálido y afectuoso que solo su mejor amiga sabía darle. Altair, en cambio, siempre lo había hecho por molestarla, como una ligera burla hacia la estrecha relación entre ella y Vesper, una relación que él nunca había llegado a entender del todo.
Vesper solía bromear diciendo que Altair estaba celoso porque él no tenía mejores amigos como ellas dos. Daisy nunca le había dado mucha importancia a esas palabras, pero no podía evitar notar la tensión que siempre había existido entre ella y Altair. Desde que tenía memoria, su relación nunca había sido buena. Más bien, había sido indiferente, marcada por un sutil antagonismo que ni los años ni los intentos de Vesper por reconciliarlos habían logrado suavizar.
Conocía a Altair desde que era pequeña porque eran vecinos, y para él, Daisy y Vesper siempre habían sido una molestia constante, especialmente porque él era mayor por seis años y veía sus juegos y confidencias como algo trivial y molesto. Desde niños, ella y Altair habían sostenido conversaciones que siempre derivaban en discusiones o insultos velados. Daisy había sentido desde entonces que, en el fondo, Altair simplemente no la soportaba. Tal vez porque, sin darse cuenta, se había interpuesto en el lazo fraternal que él y Vesper compartían.
Vesper, con su espíritu conciliador, siempre había intentado que se llevaran bien, pero nunca lo había conseguido. Y por eso, ahora que se encontraban en esta situación, Daisy no podía entender por qué estaba allí realmente. No sabía por qué se esforzaba tanto en salvar a Altair, cuando estaba claro que él no quería ser salvado. Al menos, no por ella.
—Vine hasta aquí porque tengo algo importante que decirte —dijo, decidiendo no postergar más la conversación que la había llevado hasta allí.
Altair no respondió de inmediato, pero Daisy pudo sentir su mirada fija en ella, tan penetrante que casi podía percibir su peso en el aire. Había algo distinto en la forma en que él la observaba, algo que siempre la había inquietado, como si sus ojos pudieran ver más allá de lo que ella mostraba.
Daisy tenía la costumbre de asociar las miradas con las personalidades de las personas: la de su madre era cálida, como una manta que la envolvía en seguridad; la de su padre, siempre protectora, como si quisiera escudarla del mundo; la de su hermana menor era simpática y alegre, irradiando una luz que contrastaba con su propia oscuridad. La mirada de Vesper había sido divertida y llena de vida, con un toque de cariño y aventura que siempre había hecho sentir a Daisy que el mundo era un lugar lleno de posibilidades.
Pero la mirada de Altair siempre había sido diferente. Incluso cuando eran niños, había algo en sus ojos que la hacía sentir vulnerable, como si él pudiera ver cosas en ella que nadie más podía. Era una mirada intensa y profunda, capaz de atravesar cualquier fachada que intentara poner. Y ahora, en este Altair que había regresado, esa intensidad se había transformado en algo más oscuro, algo inquietante y peligroso.
—Espero que no hayas venido a confesarme que, después de todos estos años, te has dado cuenta de que estás enamorada de mí. No podría lidiar con eso ahora, Everly. Me duele mucho la cabeza y tengo hambre.
—¡No es eso! —exclamó Daisy, indignada.
Él se rio, un sonido cargado de sarcasmo. Idiota. Sin embargo, a Daisy le reconfortó que, a pesar de todo, su risa sonara como la recordaba. Con todos los cambios que Altair había sufrido, no estaba segura de cuánto quedaba del hombre que había conocido.
—Entonces te escucho —dijo él, finalmente.
Daisy respiró hondo, preparándose para lo que venía.
—Un mes atrás, un par de días antes de mi cumpleaños veinticuatro, tu madre fue a visitarme y me llevó una caja. Era un regalo sorpresa que Vesper había preparado para mí, y tu madre lo encontró mientras limpiaba el cuarto de tu hermana.
Altair guardó silencio, pero Daisy pudo sentir cómo la tensión se acumulaba en el espacio entre ellos.
—En la caja, encontré varios objetos: un mapa, folletos de lugares, entradas a atracciones y su grabadora. En ella, Vesper me dejó un mensaje. Había estado planeando un viaje sorpresa para nosotras, para ver las estrellas en los lugares más oscuros de Reino Unido. Era un viaje que siempre quisimos hacer juntas desde el colegio.
—Qué romántico —repuso Altair con ironía—. ¿Y qué tiene que ver todo eso conmigo?
—Voy a hacer ese viaje —afirmó Daisy con firmeza—. Y... voy a llevar a Vesper conmigo.
Hubo una larga pausa, tan prolongada que Daisy se preguntó si Altair seguía allí, aunque aún podía escuchar su respiración a lo lejos.
—¿De qué carajos estás hablando? —dijo él finalmente, incrédulo. Daisy se lamió con inquietud los labios resecos, sabiendo que lo que iba a decir no sería fácil de aceptar.
—He estado pensando mucho durante el último mes, y hablé con tus padres. Ellos están de acuerdo.
—¿En qué? —soltó Altair, su tono ahora más peligroso.
—Voy a hacer el viaje que Vesper planeó y dispersaré sus cenizas en cada lugar que visite, para que ella sea parte de ellos y las estrellas guíen su espíritu hacia la paz.
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