Recuerdos De Un Mundo Inexistente
Brent había decidido que no podía dejar a Ifero a su suerte desde el momento que lo encontró, por lo que decidió llevarlo consigo a la casa de sus abuelos prácticamente a la fuerza, sin darle tiempo a protestar ni decir nada al respecto. Estaba convencido de que aquel muchacho se había golpeado muy fuerte en la cabeza, pues no paraba de parlotear sobre un lugar llamado Ciudad Capital. Tigrein, el espíritu elemental del muchacho, parecía constantemente consternado por la mención de dicho sitio, como si supiera algo que no debía revelar.
La lluvia tomó fuerza. Los fuertes vientos le hicieron imposible a Tigrein el mantener la parte de sí mismo que transformó en un paraguas, por lo que tuvo que volver a su forma completa de un tigre blanco de dos metros de altura.
Ifero se sorprendió con la transformación del enorme gato rayado. Y a pesar de tener los ojos bien abiertos, y la boca tan abierta por el asombro, extendió su brazo derecho por detrás del moreno, llamando la atención de este.
—Yo soy un grandioso cambiaformas —susurró al oído de Brent.
El joven, sintiendo el aliento del otro, y también la cercanía de su rostro con sus mejillas, se sonrojó, pero no tardó en sonreír ante un montón de travesuras que tenía planeadas en caso de que aquello resultara en verdad.
Sus ojos brillaron como los de un chiquillo que acababa de cometer alguna fechoría. Abrió la boca, y apresuró al otro, volviendo a tomar su mano. Se sentía en las nubes, tal como ocurrió cuando presenció la actuación de los tigres blancos en su colegio, o como cuando Oswald le presentó al suyo. Deseaba conocer más de ese chico. En verdad era un asunto que anhelaba descubrir.
La lluvia finalmente cesó una vez más en el día. Ya estaban a un par de cuadras para llegar a la casa de los abuelos. Sin embargo, Brent se percató de que las calles ya no estaban del todo vacías, y que el tráfico era enorme. Se podían distinguir muchos viejos automóviles, y también que el aire estaba lleno de aéreo-móviles, lo que hacía muy peligroso para Tigrein el dar saltos para avanzar.
Las cosas no parecían mejorar, hasta que de pronto, una limusina vieja y lujosa se detuvo cerca del chico y compañía. El muchacho reconoció al instante dicho transporte. Era uno de los varios autos lujosos de la familia de su amiga Jenna.
El chófer salió de la limusina, y saludó a Brent, seguido de la muchacha. Ella lucía alegre por ver al chico tras días de angustia que sintió al no verlo. Llevaba un uniforme del colegio de golf al que asistía después del horario de sus clases normales.
La muchacha saludó a Brent y corrió a abrazarlo para después reprenderlo por la preocupación que le hizo vivir al no dar señales de vida, aunque quedó bastante sorprendida al ver que su amigo estaba acompañado por un tigre blanco espiritual y un chico, ambos de dudosa procedencia.
—¡Es un gran honor presentarte a Ifero y a Tigrein, mi compañero espiritual, Jenna! —anunció el joven, inflando el pecho y sonriendo orgulloso al presentar a aquel par ante la chica de sus sueños—. Tigrein me andaba acosando un poquitín, y a Ifero lo encontré por allí tirado en el parque.
Jenna escuchó atenta y divertida, pues el moreno se movió de un lado a otro mientras habló de sus nuevos amigos.
—Es un gusto conocerlos a ambos —replicó.
Ifero parecía preferir la distancia, pero Brent lo animó a saludar a la chica. Tigrein se dejó acicalar la barriga por los tres jóvenes.
—¡Su pelo es tan suavecito! —entonó la chica a todo volumen, extasiada por la suavidad del pelaje del espíritu elemental de Brent.
—¿Verdad que es tan apapachable? —cuestionó Brent. Una leve ventisca levantó un poco los cabellos de la muchacha, descubriendo más sus mejillas.
«Y Jenna es tan linda como siempre», pensó el moreno, encandilado por la belleza de su amiga, mientras intentaba distraerse con cualquier cosa para evitar que lo vieran sonrojado.
—Creo que su barriga se puede usar de almohada —dijo Ifero, quien se sentía incómodo ante la cercanía del par.
Brent y Jenna se miraron a los ojos y comenzaron a reír ante lo expresado por aquel chaval de cabello negro.
—Dime algo, Jenna —comunicó Ifero con un aire serio—. ¿El nombre de Ciudad Capital te suena?
La mina tampoco había escuchado antes sobre un lugar con el nombre de Ciudad Capital, lo que hizo que se preocupara por Ifero.
—Ni poquito —respondió ella—. Tal vez sea algo clasificado para magos elementales más avanzados o qué sé yo.
»¿Por qué la pregunta?
Un aire tenso se puso en medio de los jóvenes y el gato rayado sobredesarrollado. ifero cerró los ojos y exhaló.
—Es mi lugar de origen —confesó a la chica—. Creo que he llegado al mundo paralelo al mío.
—¿Mundo paralelo? —cuestionó ella, sorprendida y a la vez preocupada—. ¿Estás seguro de esto?
—Lo estoy. —Sus ojos buscaron los de Brent—. Y ya dije que estoy bien y no me duele nada, por si estás pensando en buscar a un médico.
—Sólo quiero estar seguro —enunció el castaño moviendo la punta de su dedo índice de arriba a abajo sobre su oreja. Sonreía nerviosamente.
—Ya es tarde, y les quité algo de tiempo —mencionó Jenna—. Los llevaré a ambos a la casa de los abuelos de Brent para asegurarme de que no anden de traviesos.
Brent sabía que la chica no aceptaría un «no» como respuesta, por lo que terminó aceptando la invitación voluntariamente obligatoria de su amiga, conduciendo primero a Ifero al interior de la limusina. Tigrein se encogió al tamaño de un gato doméstico, y el ojinegro aprovechó para tomarlo con su manos y llevarlo en brazos.
—Última oportunidad —anunció la chica, volteando a ver a Ifero—. ¿Estás completamente seguro de que no quieres atención médica?
—La única atención que requiero es la de un poco de comida en mi estómago —respondió con fastidio. Estaba cansado de un tema que no requería nada.
Brent, por su parte, observó el grisáceo interior del vehículo, mismo que acompañaba de buena manera al exterior negro de este. Era bastante fresco por dentro, sin necesidad de ser muy frío o llegar a lo caliente. Los cojines de los asientos eran suaves y firmes, manteniendo su forma a pesar del peso de los pasajeros. Sorpresivo fue para Ifero que los cinturones de seguridad se activaron por sí solos. Saltó un poco con el movimiento de este.
—Parece que nunca has visto algo así —bosticó el moreno, sonriendo para el otro.
—Sólo me tomó por sorpresa —mintió Ifero. En realidad, nunca se había subido a un vehículo con anterioridad. Siempre anduvo a pie.
El camino fue corto, y no tardaron en llegar. Aunque ya era de noche. Brent se puso a pensar en los posibles regaños que se llevaría por parte de sus abuelos por llegar a esa hora. Esta vez, Ifero lo tomó de la mano. La calidez del tacto... En esta ocasión, fue algo único.
—Muchas gracias por el avent...
Jenna bajó también del vehículo, haciendo señas con la mano para que el chófer condujera solo rumbo a su casa.
—¿Qué crees que haces, Jenna? —cuestionó el vato.
—No creas que iré a casa así —expresó Jenna con una mueca alegre y bailando triunfalmente un poco cerca de Brent, cosa que al muchacho le fue de agrado—. Quiero ayudar, así que le pedí al encargado del auto que les diga a mis papás que me quedaré en tu casa el resto del día.
—¡¿Hablas en serio?! —cuestionó Brent, abriendo la boca, y viéndose atónito por el comentario de la muchacha. También se le veía ligeramente sonrojado, ya que estaría un poco más con la chica que le gustaba con locura—. ¿Y qué hay de la escuela?
—La escuela abrirá en dos días —replicó Jenna con una sonrisa traviesa. Ella acomodaba su cabello con delicadeza, algo que encandiló a Brent—. Claro, si las tormentas dejan de caer sobre la ciudad en ese tiempo.
«Ella se acomoda el pelo cuando está feliz», pensó para sus adentros del joven castaño.
«¡Vine a caer con los locos!», pensó Ifero, tratando de mantener la seriedad.
—Por cierto, se ven tan lindos ustedes dos tomados de la mano —comunicó la muchacha, atrayendo la atención del ojinegro—. Se nota que Ifero es muy tímido y necesita tu ayuda, Brent.
El chaval se sonrojó todavía más, pero no soltó al mayor. Cómo su amigo, era su deber acompañarlo, hacerlo sentir cómodo.
Tigrein se agrandó un poco, pero no estaba feliz de volver a pisar suelo húmedo. De pronto, volvió a llover con intensidad, por lo que los cuatro se mojaron hasta que Brent abrió la puerta con su llave.
Una vez dentro, se podía ubicar al abuelo sentado sobre un viejo sofá de color crema en la sala de estar. La calefacción estaba encendida, al igual que una fogata artificial.
Parte de la sala estaba repleta de muebles y cosas viejas, aunque lujosas, que pertenecieron a los bisabuelos y abuelos del chamaco. El olor a madera vieja perduraba por todo el lugar. La casa había sido construida por el bisabuelo paterno, y obviamente, heredada por el yayo de Brent. Esta sería pasada al chico en un futuro.
Brent también sabía que su abuelo le tenía mucho cariño a la vieja casa, debido a que fue el lugar en el que él había crecido, y en el que formó su propia familia.
El muchacho conocía también la historia de los negocios de su familia, al haber sido una de las más importantes en sus mejores tiempos.
Empero, algunos de los negocios del abuelo de Brent dejaron de ser rentables años atrás, por lo que tuvieron muchas pérdidas económicas. El único negocio que mantenían en pie era el de la restauración de viejos y nuevos vehículos y de otro tipo de artefactos. Tuvo que vender parte de su negocio de vehículos voladores, pero mantuvo su puesto en la gerencia. Todo esto permitió que la vieja pareja pudieran tener ingresos económicos que les permitieran seguir en pie, además de proveer de lo necesario a su inquieto nieto.
El chamaco tampoco podía negar que gozaba de visitar el lugar en compañía de su yayo, aunque siendo franco, no le atraía mucho heredar el negocio. Él se sentía más atraído por la cocina, ya que aprendió muchas cosas al lado de su abuela, además de que le gustaba preparar los alimentos.
—Veo que ya estás en casa, Brent —bosticó el abuelo, dirigiendo su mirada en dirección a su descendiente y compañía.
—¡Ya volví abuelo! —expresó el joven con una gran sonrisa en el rostro. Después se quejó de dolor al sentir que alguien tiraba de su oreja izquierda.
—¿Qué horas de llegar son estas? —inquirió su abuela.
—¡Ya les contaré todo, abuela! ¡Es una promesa! ¡Ya suelta mi orejita, por favor!
Después de reprenderlo, la mujer salió de la casa rumbo al supermercado para preparar la cena.
[...]
Leonel saludó a los acompañantes del crío. Le pareció curioso ver que el grupo incluía a un tigre blanco del tamaño de un perro doméstico.
—¿Y ese gato enorme de dónde viene? —preguntó el viejo—. No quiero que ensucie mi casa con el lodo que trae en sus patas.
Brent se quedó sin habla. Él no sabía qué decir a su yayo, sin embargo, fue su amiga la que tomó el honor de la palabra.
—Se llama Tigrein —dijo Jenna, salvando el día para Brent—. Es el espíritu elemental de su nieto, señor.
»Todo indica que Brent finalmente está cumpliendo un sueño suyo.
La joven sonrió de par en par.
—Brent lo encontró mientras caminaba, o algo por el estilo. Tal vez lo estuvo buscando y lo detuvo cuando al fin dio con él.
Brent tenía la boca entreabierta por las palabras de la joven. Fue una situación similar a lo que realmente había ocurrido en el momento en que conoció a su tigre blanco espiritual.
—¡¿Dices que ese animalejo pertenece a mi nieto?! —preguntó Leonel con la ceja derecha levantada, y volteando su mirada en dirección a Brent quien se rascaba por debajo de la nariz al no poder ignorar más una picazón que sentía—. ¿Por fin encontraste tu magia elemental, muchacho?
—Perdone mi intromisión, noble hombre. —expresó Tigrein con una también notable amabilidad en su lenguaje no verbal, misma que se hizo notoria cuando inclinó un poco la cabeza. Más tarde, se echaría cerca de Ifero—. En realidad, su nieto todavía no encuentra su poder.
»De hecho, todavía le falta conocer a su segundo espíritu elemental. Estoy seguro de que el caso de su nieto le parecerá algo extraño; pero, él posee más de un tipo de espíritus elementales, así como más de dos tipos de magias dominantes en su interior.
Brent se quedó pensando un momento en aquella nada fructífera conversación que tuvo con su compañero tras conocerlo, recordando que no mencionó nada sobre el tema, sino que, en su lugar, Tigrein le había hablado sobre la magia caótica y la magia del orden.
—Es una verdadera lástima —dijo el abuelo de Brent con cierta frialdad, provocando que el muchacho se sintiera miserable—. Creí que mi nieto finalmente había hecho bien las cosas.
Cuando finalmente creyó que llenaría de orgullo a sus abuelos, el chico se llenó de decepción ante las palabras de su yayo. Tanto él, como su abuela, siempre lo comparaban con su progenitor. No paraban de decir lo irresponsable que era en comparación con su papá. Tampoco paraban de decirle que a su edad, su viejo era bueno restaurando aéreo-móviles y edificios. El chico se sentía como un completo inútil cada vez que fallaba en impresionar a sus abuelos.
—¡Su nieto hizo algo muy bueno el día de hoy —comunicó Jenna para intentar mejorar el humor de su amigo—. Él salvó a ese muchacho que está al lado del tigre blanco espiritual —prosiguió, señalando con la mirada a Ifero.
El otro solamente estaba sentado, con Tigrein sobre sus pies. Al ser un invitado, esperaba un poco más de acción por parte de Brent. Aunque algo de lo dicho por el tigre blanco espiritual llamó su atención. No despegaba sus ojos del moreno.
Brent volteó un poco a su izquierda, dando justo con la mirada curiosa del otro. No pudo hacer más que dedicarle una sonrisa ansiosa. Estaba apenado por el hecho de que aquel chico tuviera que escuchar todo el drama familiar.
—¿En serio? —interrogó el abuelo de Brent, abriendo completamente los ojos y llevando la mirada hasta donde se hallaba el chiquillo—. Eso es muy bueno.
»Nunca creí que mi nieto fuese capaz de ayudar a otras personas. Es flojo, terco, se la vive en las nubes o haciendo travesuras junto a Oswald. Estoy sorprendido de que sigas siendo su amiga, jovencita.
«¡Trágame, tierra!», manifestó Brent con vergüenza en su mente, y tratando de ocultar el rostro. En verdad su familia era demasiado exigente con él.
Tigrein movió un poco la cabeza en dirección a su amo. Confiaba que el chico tenía la capacidad de ayudar a otros y hacer grandes cosas si llegaba a proponérselo.
Brent se dio cuenta de que las intenciones de su espíritu elemental iban más allá de solamente observarlo detenidamente. Así que se colocó frente a su abuelo. Incluso hasta Ifero pareció interesado en su relato.
—Lo que ha dicho Jenna ha estado en lo correcto —declaró. Se aclaró un poco la garganta al pasar saliva—. Abuelo, al salir de casa me sentí observado y vigilado. Resultó ser Tigrein mi acosador —rió un poco ante el recuerdo—. Estuve charlando con él para conocerlo mejor, ya que es mi compañero al que tanto he estado esperando por años.
El tigre blanco espiritual rugió un poco en señal de agotamiento. Cerró los ojos para prepararse para dormir. Brent decidió omitir aquello de la elección que tendría que tomar.
—Después de un rato, decidimos irnos, pero... —Se llevó la mano al pecho tras traer de vuelta a la memoria aquel raro acontecimiento antes de dar con Ifero—. Los dos caminamos en círculos. Abuelo, ví una especie de portal abierto sobre este chico.
»Ifero yacía sobre el pasto y estaba inconsciente. Así que decidí ayudarlo. No podía dejarlo solo.
—¡¿Un portal, dices?! —inquirió Leonel. Cerró los ojos y respiró profundo. Recordó haber sentido un escalofrío en cierto momento del día.
«Fue como si una distorsión espaciotemporal tuviera lugar», reflexionó.
«La fue, viejo estúpido», le pareció escuchar decir a la voz de su esposa. Ella era una maga neutral con afinidad al elemento psíquico, por lo que las posibilidades de heredar su magia elemental eran casi nulas.
«De ser así, no pinta nada bien este mundo», se dijo así mismo el hombre dentro de su mente. No quería ser escuchado por los jóvenes.
«Esto puede ser peligroso, ya que podría liberar a esas criaturas», respondió la yaya con un tono de voz en la que reflejaba su inquietud.
Finalmente, el hombre abrió los ojos, y estos estaban clavados en el joven de cabello negro.
—¿Así que este extraño muchacho dice provenir de un lugar llamado Ciudad Capital? —preguntó el abuelo, sintiendo una cierta desconfianza en Ifero tras lo dicho por su nieto—. Nunca he escuchado de un lugar con ese nombre.
—Es un lugar algo enorme y urbanizado. —contestó el chico, con aparente tranquilidad—. Es mucho más grande, y algo similar a este sitio.
»También hay algunas industrias que funcionan gracias a la energía de usuarios elementales.
Cuando Ifero mencionó aquellas palabras, Tigrein se mostró incómodo, expresando su sentir con un rugido. Había escuchado dichas palabras a pesar de estar dormido. Parecía que sabía a lo que aquel chaval se refería, sin embargo, no hizo ningún comentario al respecto, ya que prefería descansar.
—¿Y qué son los usuarios elementales? —demandó Leonel—. Nunca escuché de tal cosa.
—Son personas con la capacidad de controlar alguna fuerza que proviene de la propia naturaleza —replicó el joven, mostrando seriedad en su rostro—. Estas fuerzas provienen de los dieciséis elementos naturales.
—Estoy completamente seguro de que te golpeaste muy duro en la cabeza —expresó el abuelo al muchacho—. No existen los usuarios elementales, pero sí existen los magos elementales.
«¡Cállese viejo estúpido e ignorante!», dijo Ifero en su mente, mientras aparentaba calma en el exterior.
«Usted no duraría nada en mi mundo, especialmente en mi ciudad».
Brent se desilusionó un poco. Le pareció lógico pensar que Ifero se había dado un buen golpe como para que pensara en ciudades que no existían, o en fuerzas similares a la magia elemental. Entonces, él recordó haber escuchado el momento en que Ifero mencionó tener una grandiosa habilidad.
—Abuelo, hay algo más —enunció Brent, con una última gota de fe y entusiasmo en la historia del chico al que ayudó—. Ifero es un cambiaformas.
»Sería genial ver si lo que nos dice es cierto. ¿No crees, abuelito?
Una sonrisa de complicidad se dibujó en el rostro del chico. Al fin podría callar la boca de ese vejestorio.
Leonel todavía seguía incrédulo ante el hecho de que en su casa pudiera haber un «cambiaformas», ya que dicha habilidad era muy rara de poseer. Aunque se interesó en observar si el muchacho realmente decía la verdad.
—¿Podrías usar ese poder tuyo, Ifero? —cuestionó, inclinando un poco su cabeza y juntando sus manos a la altura de esta—. ¿Por favorcito?
—¡Claro que sí, picarón! —respondió Ifero sin pelos en la lengua.
Él cerró sus ojos, y en un par de segundos, se transformó en una copia casi idéntica del menor, aunque había un detalle, la nariz del falso Brent era una nariz normal, no un naso «ganchuda» como la del verdadero, forma que adoptó tras una travesura.
—¡Esto me agrada! —expresó el abuelo con una mueca alegre en el rostro—. Brent, tu tonto amigo Oswald y tú no hicieran estupideces casi todo el tiempo, tu naso se vería tan bien como la de la forma que adoptó Ifero.
El muchacho se sonrojó ante las palabras de su yayo. Para él, era vergonzoso que el viejo se pusiera a hablar de la razón por la que su nariz tenía esa forma. Aunque Ifero tomó el hecho de muy buena fe, e incluso comenzó a reír.
—Mi nieto es algo torpe —aludió Leonel—. Parece que se esfuerza por ser un buen chico, y eso se lo reconozco muy bien.
—No creo que sea más torpe que mi hermano —dijo Ifero con una sonrisa y una mirada atenta. El otro no supo si lo quiso defender y ofender—. George siempre arruina las cosas.
»Es bastante torpe y estúpido.
—No creo que sea su intención —alegó Jenna—. Estoy segura de que tu hermano también se esfuerza para dar lo mejor de sí mismo al igual que Brent lo hace.
Ifero negó con la cabeza, y volvió a tener la apariencia con la que fue encontrado por Brent. Era un albino de ojos rojos.
—Créeme, George parece tener la intención de ser un imbécil —prosiguió—. Muchas veces papá se molesta con su torpeza.
—¿Él también es un cambiaformas? —cuestionó Brent al chamo que decía provenir de otro mundo. Quería saber más de la familia de su nuevo amigo.
—Eso parece —replicó Ifero, algo pensativo, y dirigiendo nuevamente su mirada al moreno—. No es muy bueno para cambiar su apariencia. Le daba algunas lecciones, pero me cansé al no ver buenos resultados de su parte.
En ese momento, la puerta de la casa se abrió, se trataba de la abuela de Brent. Ella se había mojado algo por las intensas lluvias de afuera. Pero se mantuvo atenta a la conversación por medio de Leonel. Jenna e Ifero se ofrecieron para ayudarla con algunas bolsas de plástico fortificado con magia de la luz que ella llevaba cargando consigo.
—¡Muchas gracias, jovencitos! —expresó Denisse, tiritando de frío. Además de que Brent la ayudó a quitarse el húmedo abrigo.
—¿Pero qué hacen ustedes aquí? —inquirió la mujer al toparse con aquellos amigos de su descendiente—. Ya es muy tarde.
—Pues yo no tengo a dónde ir —respondió el albino.
—Yo ya pedí permiso para quedarme aquí —contestó Jenna, mientras acomodaba las bolas de la mujer.
—Hubieras estado aquí para presenciar como ese joven tomó la apariencia de nuestro nieto.
—¿Este muchacho se transformó en el retoño de mi bendición? —cuestionó Denisse, con una mirada en la que se podía notar con claridad su incredulidad al tener los ojos bien abiertos y su mano sobre la boca.
—¡Así es! —contestó Ifero con tranquilidad—. De hecho, si usted gusta, puedo volver a intentarlo.
—Pues ver para contar, dicen los jóvenes —enunció la fémina.
El joven desconocido volvió a concentrarse para volver a transformarse nuevamente en el otro chico, aunque, nuevamente, con la nariz en un mejor estado. Al verdadero Brent le pareció incómodo que su abuela también hiciera comentarios sobre su naso. Después, Ifero retomó su forma normal, hablando una vez más sobre la torpeza de su hermano. Él se tapó un poco los oídos con un par de cojines para evitar escuchar las quejas y comentarios que de todas maneras eran desagradables para él.
—¿Qué más puedes decirnos sobre tu procedencia? —interrogó Leonel.
—¿Qué hay de tu madre, muchacho? —preguntó Denisse.
El jovenzuelo se mostró incómodo ante los cuestionamientos.
—Bueno, no sé gran cosa sobre mi madre —confesó, tomando un poco de aire—. Pero, debo decirles que parece que papá a veces prefiere a George, sin importar lo torpe que realmente llega a ser.
—¡Pero dijiste que lo hace enojar! —comentaron Jenna y Brent al unísono, llegando a verse mutuamente y sonrojarse un poco.
—Debo suponer que este George es el hijo menor de tus padres —señaló la abuela de Brent—. ¿O me equivoco?
—Así es, yo soy el mayor de los dos —reveló Ifero, tratando de evitar las miradas de los adultos.
—Ya lo creo —comentó Leonel—. También soy hijo mayor, y debo decir que a veces mis hermanos me parecían una molestia. Creo que es algo natural, muchacho.
»No creo que tu padre tenga favoritismos, pues ambos son sus hijos.
Ifero se ruborizó un poco.
—Bueno, ha anochecido y se me pasó preparar la cena —anunció Denisse. Se veía agotada—. Lo lamento. Tendrán que irse sin cenar.
—Brent, tu ocuparás el viejo sofá de la sala de estar —informó Leonel a su nieto—. El invitado tuyo dormirá en tu habitación, y la chica en el cuarto de invitados.
—Justamente iba a pedir eso, abuelo —confesó el muchacho. En realidad, no quería que la chica tuviera la curiosidad de revisar sus cosas y diera con varios poemas que escribió inspirados en ella—. Voy a acompañar a Ifero a la habitación y tomaré una muda de ropa para dormir, y compartir algo con mi nuevo pana.
Afortunadamente, las ropas le quedaron bien al chico. Ifero se había transformado una vez más en el otro. El verdadero Brent bajó a la sala de estar, se cambió la ropa, y se dio cuenta de que su espíritu elemental estaba echado al lado de un simulador de chimenea que había en la vieja sala. Un par de minutos después, él se echó sobre el sofá, cerró sus ojos, y comenzó a dormir.
Jenna saldría un poco de la habitación para preguntarle algo a su amigo, pero notó que el moreno yacía dormido.
—Dulces sueños, Brent —dijo ella, observando dormir plácidamente al muchacho—. No sabes lo mucho que me alegra verte después de días sin saber de ti.
«Ya veremos cuánto dura esto», pensó el albino, sonriendo de forma maliciosa.
Aquel joven sabía que no había tiempo que perder. Necesitaba poner en marcha el plan con el que había llegado al mundo. Entonces, sintió algo extraño en el pecho. Era parecido a los latidos de su corazón, pero con mayor frecuencia. Se vio al espejo. El rostro no era el suyo. Se trataba del de Brent, ya que para que la ropa le quedará bien, seguía con su apariencia.
Lo recordó sonriendo varias veces en el día, interesado en ayudarlo y también estaba el calor que su mano le transmitió.
—¿Qué es esta sensación? —se cuestionó el joven.
En la sala de estar, Brent seguía durmiendo. Estaba cobijado a medias, así que su tigre blanco espiritual usó su cola para tomar aquellos mantos y cubrir el cuerpo del muchacho.
«¿En verdad ese otro joven viene del mundo paralelo?», reflexionó el animal.
—Lo más importante es que si alguien de este mundo, o ese otro mundo han aprendido a usar portales dimensionales para ir de un mundo al otro, las consecuencias pueden ser terribles a mediano plazo.
El gatuno sintió algo más. Una energía rara. Tenía un motivo más para desconfiar del albino.
No había más por hacer. Su misión era la de velar por el chico, sin forzarlo a tomar decisiones. Alguien tan especial como Brent tenía mayor peso con el que debían de cargar, por lo que este tendría que dejarlo decidir.
Intrigado por ese futuro todavía no muy claro, se echó una vez más por los pies de aquel joven.
—Ya sabe que estaría a su lado, sin importar más —declaró el tigre, mirando al chico que estaba perdido en el mundo de los sueños.
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