Preciados Sueños, Reencuentros, Y Una Hermana
Brent cerró los ojos, y esperó a quedarse profundamente dormido. Él se sentía cansado, aunque también molesto por lo que le sucedió. Sin duda alguna, él había sentido por primera vez el temor a morir, pero también le había encabritado perder el control de su ser. Fue como si alguien más tuviera el mando de su cuerpo. Esto era algo que no quería volver a experimentar nunca jamás en su vida. Perder toda su esencia era algo muy aterrador, y provocaba que se sintiera dañado y sucio. La sensación de ser envuelto por energía caótica era simplemente una sensación difícil de describir.
Algo en su interior volvía a dormir. Ese deseo de destruir todo y destrozar a cada persona del mundo había desaparecido. Brent también había experimentado un gran anhelo de ver sufrir a sus amigos al estar bajo los efectos de aquel aterrador poder tan tentador que yacía en su interior. Esa era algo que en definitiva le desagradaba al muchacho, aunque esta fue la misma razón por la que pudo regresar a ser el mismo de antes al ser más fuerte que aquello. También el cariño que tenía por sus amigos y familiares fue suficiente para ayudarlo a salir adelante. Brent jamás creyó que volvería a escuchar las voces de sus padres, pero estos lo alentaron a luchar y ser fuerte.
Esto le hizo sentir que ellos estuvieron a su lado todo el tiempo, observándolo crecer, caer h levantarse. Aunque no los tenía se cerca, fue como ser levantado por ellos
Pero volviendo a la dolorosa realidad, estaba solo. No había una sola persona en el mundo que pudiera darle un consejo sobre ser descendiente de dos fuerzas tan distintas, mucho menos había alguien que estuviera en su misma situación. Los magos del orden y los magos del caos eran fáciles de diferenciar. Unos, buscaban la paz; los otros, buscaban la destrucción.
El no conocer a alguien que fuera un descendiente directo de Lefuto y Okuros con vida sería su posible boleto para una persecución eterna de la que no deseaba formar parte. Sus padres tampoco estaban para guiarlo en el camino, y sus abuelos prácticamente no le explicaron mucho lo que era ser diferente a otros. Simplemente, se hallaba abandonado, sin nadie que pudiera entenderlo a la perfección. Incomprendido en su misma y mera existencia. Podía diferenciar entre lo correcto e incorrecto, pero llegaba a él un anhelo de sufrimiento ajeno. Era como pelear consigo mismo constantemente.
Por el momento, su única esperanza era volver a dormir y dejar que su mente se despejara un poco. Él ya había pasado por mucho en tan poco tiempo. Un buen descanso era algo que su cabeza pedía a gritos. Tanto por procesar lo desconcertaba.
Brent comenzó a volver a su mundo de ensueño. El único lugar en el que tenía un descanso de todo y todos. Nuevamente, sintió que alguien lo sostenía. El muchacho se sentía indefenso y un poco asustado, además de sentir que alguien lo cobijaba.
—Tranquilo —dijo una voz femenina que al jovencito le pareció muy familiar—. Nosotros siempre estaremos contigo, mi pequeño Brent.
De pronto, sintió que alguien lo mecía y sintió unos labios sobre su frente en un par de ocasiones. Alguien le susurraba palabras como si se tratase de un bebé.
Fue así que el chico comprendió que aquel sonido femenino, era la voz de su madre. Escucharla una vez más era algo muy gratificante para sus oídos. Seguramente se trataban de sus pocos recuerdos que ella le había dejado antes de morir aquel fatídico día en el que su padre también perdió la vida.
—Es un buen chico —expresó su padre entre risas de felicidad.
Veía con una mueca alegre y hacía gestos graciosos para el menor.
—Estoy seguro que también será idéntico a mí en personalidad —bromeó el hombre, al mismo tiempo que guiñó el ojo, llamando la atención de su hijo—, además de serlo en apariencia.
El chaval escuchó las risas de su progenitora, posiblemente como reacción ante el comentario de su papá. Aunque aquellas palabras abrieron la curiosidad del jovencito, que, en su mente, tuvo el deseo de averiguar más sobre la forma de comportarse de aquel hombre responsable de su existencia.
—Lo que tú digas, cariño —replicó la mujer, sonriendo un poco para su retoño y este parecía distraído en explotar con sus pequeñas manos la de su madre—. Yo creo que nuestro hijo será alguien muy diferente a nosotros dos.
Los padres del chico siguieron su charla en la que ellos imaginaban a su bendición en un futuro en el que, lamentablemente, no llegarían a estar presentes. Brent no prestaba atención a las palabras, sólo a lo feliz que se sentía de tenerlos cerca. Estaba recordando sus pocos y únicos momentos al lado de sus padres. Muy en su interior, tenía ganas de levantarse para poder abrazarlo así como de decirles que buscaran otra forma de viajar y así evitar el accidente en el que murieron; sin embargo, esto le resultaba imposible. Una angustia comenzaba a apoderarse de él, y al parecer, sus padres también notaron sus pucheros de incomodidad.
—Calma, pequeño -comunicó la madre del entonces bebé con un tono tranquilizador en su voz.
La mujer lo llevó al chico a la altura de su pecho, comenzó a arrullarlo, para después, abrazarlo hasta que lo notó relajado.
—Tú serás lo que tú quieras ser, mi amado hijo —dijo la fémina, tocando suavemente las mejillas del bebé que tenía en brazos. Sus ojos brillantes y llenos de amor estaban clavados en su retoño. Este parecía observarla atentamente.
Después, ella decidió cantar para él.
«Tú eres mi vida, mi pequeño sol.
Eres lo mejor que me ocurrió.
Con tu pequeña carita, yo recuerdo la luz que hoy mi amanecer iluminó.
Con mucho amor, te cuidaré yo.
Con cada sonrisa tuya, sentiré felicidad.
Pues eres mi pequeño sol, esa es mi realidad.
Con cada abrazo lleno de amor,
¡Yo sentiré tu cariño!».
El menor ya se había tranquilizado. La canción de su madre fue algo muy hermoso para el sentido del oído del muchacho. Dejó que ella le hiciera mimos y lo llenará de besos.
—Siempre me deja boquiabierto tu voz al cantar, amada mía —profirió el padre—. Hasta nuestro bebé parece sorprendido por tu bella voz.
Brent tenía sus ojos bien abiertos. Con sus pequeñas manitas tomó el índice de su madre. Ella sonrió, permitiendo que si retoño pudiera continuar con su agarre.
—Creo que es hora de comer —anunció su progenitora.
Brent se sintió incómodo, pero al ser solamente un recuerdo, no pudo cambiar nada. De hecho, quedó con los ojos cerrados previo a recibir su alimento para bebés. Su mente divagó en sus memorias más recientes, por lo que no prestó atención a más.
Al poco tiempo, se sintió satisfecho. Su madre ayudó a su pequeña versión a eructar y lo consiguió. El pequeño hizo algunos ruidos. Parecía sentirse tranquilo.
«Al menos pude manipular esto», pensó.
¿Habrá sido parte de una nueva habilidad suya para evitar atender un recuerdo que no deseaba experimentar una vez más?
—Me debes una. —Le pareció escuchar a una voz similar a la suya.
Los papás del pibe continuaron el viaje, cuyo rumbo era desconocido para el chico. Con cada segundo que pasaba, él se preguntaba si de nuevo soñaría con el accidente que le arrebató a sus progenitores.
Haberlo soñado y recordado una vez fue más que suficiente para él, y era obvio que no quería volver a pasar por este acontecimiento que lo dejó sin las personas a las que más necesita a su lado.
En ese mismo instante, Brent comenzó a sentir mucho sueño. Su madre lo acurrucaba y le cantaba una nana, mientras pasaba sus dedos sobre su pequeño rostro. Su padre se encontraba algo feliz de verlos a su lado; empero, el desastre estaba por comenzar. Una enorme serpiente de fuego apareció, seguida de una de agua.
—¡No puede ser! —exclamó el padre de Brent, fijando la reversa de su vehículo—. ¡Al parecer, hay magos caóticos cerca!
—¡No podemos dejar que se acerquen a nuestro bebé! —gritó la madre de Brent, lo que alteró al pequeño quien lloró inmediatamente—. ¡No quiero que ellos conviertan a nuestro hijo en uno de los suyos!
»¡¿Acaso no funcionó nuestro plan para protegerlo?!
La culebra de agua y la de fuego comenzaron a seguir el vehículo en el que viajaban Brent y sus padres. El hombre pisó el acelerador, comenzando una persecución en la que su familia era el principal objetivo.
—¡Amaris Tor Empre! —gritaron sus padres.
En la lengua astral, aquello era el equivalente a la frase: «Te amaremos por siempre».
El muchacho escuchó el chirrido que aquel vehículo soltó a ir a una gran velocidad y sintió que algo cálido y suave lo envolvía. Loa gritos de sus padres comenzaron de nuevo, aunque eran menos entendibles para el chico confirme el tiempo avanzaba, por lo que intuyó que habían realizado una especie de hechizo en él mediante las palabras que bramaron momentos atrás. Justo en ese momento, se despertó de golpe, notando que una chica lo sostenía. Aquella jovencita no se trataba de Jenna.
La chica era de tez morena clara y de ojos anaranjados, muy parecidos a los de Mike. Además, su cabello era de un color rosado atado en un par de coletas, algo que le pareció extraño al muchacho.
Vestía una blusa rosa debajo un chaleco beige hecho de escamas de dragón. Llevaba pantalones cortos que llegaban por encima de sus rodillas, y usaba unas botas de cuero en color negro. Olía a fresas silvestres. Sonrió cuando notó que el chaval había despertado.
—¿Quién eres? —cuestionó Brent a la joven.
—Me llamo Susanne -respondió la extraña con una mueca alegre dirigida al vato, y acariciando el rostro de este, provocando un extraño calor en sus mejillas—, pero puedes llamarme Susan o Sue, me da igual. Por cierto, yo soy la hermana de Mike.
La chica seguía rodeando con sus brazos a Brent. Jenna, Oswald y Mike entraban justo en aquel momento, pero al ver que sus amigos estaban viéndolo siendo acurrucado por una extraña, el muchacho se llenó de vergüenza. La primera en reaccionar había sido Jenna.
—¡No puedo creer que nos hemos preocupado tanto por ti, y tú estás pero si bien pegadito con una desconocida! —gruñó la amiga del jovencito—. ¡Eres un tonto, Brent!
El referido sintió que su cara se ponía roja de vergüenza. Prácticamente, él se había despertado y esa chica ya lo estaba sosteniendo en sus brazos sin previo aviso o explicación previa.
«Mi hermana no tiene remedio», juzgó Mike al ver a aquella chica al lado de Brent.
—¡Él no estaba acurrucado con ninguna desconocida! —protestó la hermana del mago del fuego a todo pulmón—. Simplemente se levantó de golpe, y lo sostuve porque creí que se iba a caer.
La mina sacó la lengua para los amigos del menor. Este último estaba tan apenado que se soltó del agarre de la chica lo más pronto que le fue posible.
—¡Ni qué hacer contigo, querida hermana! —gruñó Mike, dándose una palmada en la frente—. Si tan sólo dejaras tranquilo a cada chico que encuentras en tu vida.
Movió los ojos de un lado a otro, como si estuviera viviendo un evento muy típico de su hermana que además, le provocara incomodidad.
—¿Esa es tu hermana? —interrogó Jenna a Mike.
Tras asentir con un movimiento de cabeza, confirmó que Susanne era parte de su familia.
«Esa chica es bastante ruidosa, pero bien hermosa», pensó Oswald, tratando de sonreír, pero era difícil debido al nerviosismo que le provocaba estar cerca de una chica que recién conoció y que le parecía muy atractiva.
—¡¿Me estás diciendo que soy una cualquiera?! —preguntó la hermana de Mike con mucha fuerza, y después se lanzó a golpes contra su consanguíneo, dejando boquiabiertos a los demás presentes.
Brent y sus amigos se quedaron observando aquella escena, hasta que el padre de ambos jóvenes hizo su aparición con una bastante grande en sus brazos. Mike jalaba de una oreja a su hermana, mientras ella le jalaba del cabello y estaba apretándole la nariz también. Los demás no dijeron nada en aquel momento.
—¿Qué sucede con ustedes dos? —demandó el padre de los dos enfadados magos del orden—. ¿Es qué no puede haber un día sin que estén peleando?
Ambos se disculparon de inmediato, haciendo su salida de la tienda de campaña. Un minuto más tarde, el padre de Mike y Susan se acercó al menos de los tres panas que seguían dentro.
—Tengo un regalo para ti, jovencito —expresó el hombre.
El mayor entregó algo de ropa nueva, y una poción curativa a Brent. El muchacho notó que tenía vendajes por todo el torso.
—La poción funcionará para deshacer todo rastro de las quemaduras que el fuego venenoso dejó en tu espalda -
—afirmó el mago del fuego—. Arderá un poco.
»Bueno, mucho, así que aplícala de forma gentil si no deseas causarte mucho sufrimiento, muchacho.
—Muchas gracias por todos estos obsequios, señor —bosticó el moreno, mientras el mayor le revolvía el cabello—. Me siento en deuda con su familia por haberme salvado la vida, empezando por su hijo Mike.
—Te traje también un filete bien asado, un vaso jugo de naranja, y un poco de ensalada.
Los padres del joven amo de un dragón drosae habían sido muy amables con él, e incluso lograron salvarle la vida al darle algo de comer, pues su estómago rugía con ganas. Después, el padre de los magos del fuego abandonó el lugar, dejando al muchacho a solas con sus amigos, y ellos tenían algo importante que compartir con él.
—Brent, tenemos algo importante que queremos decirte —dijo Oswald al muchacho, colocando la derecha en el hombro de aquel chaval—. ¡Hemos encontrado a nuestros padres!
—¡Así es! —confirmó Jenna con una sonrisa en el rostro—. Al parecer, mucha gente proveniente de El Reino Central llegó a este lugar, buscando refugio temporal.
»Muchos magos del orden también ofrecieron su ayuda para combatir a los invasores de nuestro lugar natal, Brent.
Aquello alegró un poco al chaval. Todo indicaba que sus amigos se reunirían con sus familiares, pero, por el otro lado, él ya no tenía a ningún familiar con vida, así que no podía disfrutar de aquel sentimiento de armonía que sus amigos sí lo hacían.
—Es una buena noticia, amigos —expresó el chico a sus amigos con una sonrisa falsa—. De verdad, me alegro mucho por ustedes.
—¡E-escucha, Brent! —comentó Oswald, buscando una forma de no hacer sentir mal a su pana—. Tratamos de localizar a tus abuelos, pero...
—Ellos están muertos —interrumpió Brent, comenzando a sentirse enfadado por no sentirse cómodo por la conversación que tenía con sus amigos—; a pesar de todo, agradezco que lo hayan intentado.
»Yo estoy seguro de que vi sus cuerpos calcinados cuando regresamos a El Reino Central.
—De verdad, lamento todo eso —comunicó Jenna, abrazando a Brent y llorando sobre su hombro—. Me habría gustado que ellos siguieran vivos.
»Sé lo mucho que ellos significaban para ti.
—Y a mí también —dijo el muchacho con la mirada puesta en el suelo—. A pesar de todo, no regresaría a casa.
»Simplemente, yo represento un riesgo para todos ustedes.
»Fue por mí que los magos caóticos atacaron El Reino Central.
»Ellos me quieren llevar ante Okuros con quién sabe qué propósito. Además, me enteré de que el propio caos encarnado es mi otro abuelo. Así que soy un peligro andante para las personas que me rodean.
Jenna y Oswald quedaron perplejos ante las palabras de su amigo. Posiblemente Okuros no se rendiría hasta hacerse con el pibe. ¿Cómo podrían ayudarlo a escapar de tal destino?
Fue así que Oswald pensó en entrenar duro para encontrar un contrahechizo de rastreo para ayudar a su amigo a partir de lo que aprendió el otro día. Tenía que hacerlo. Pero también quería mantener en secreto sus sospechas de algo más que lo preocupaba.
De vuelta con nuestro protagonista, Brent pensaba que los magos caóticos del fuego todavía le seguían el rastro de una u otra forma. Además, si él recordaba bien su último sueño, sus padres murieron intentándolo protegerle de un grupo de esos sujetos a partir del hechizo que escuchó de ellos momentos antes de despertar en los brazos de la hermana de Mike. Además, sus abuelos murieron por su culpa en el momento atacaron sin piedad a todo El Reino Central, posiblemente, causando muchas muertes más. El joven no quería volver a exponer a más peligros a sus seres queridos, por lo que tenía que dejarlos para siempre.
—Ustedes dos deben regresar con sus padres —declaró Brent—. Es lo mejor para ustedes.
—¿Y qué será de ti, camarada? -preguntó Oswald—. Si quieres, puedo pedirles a mis padres que te quedes a vivir con nosotros.
»No creo que se opongan. Después de todo, somos amigos, y tú me salvaste cuando esos magos locos atacaban nuestro hogar.
»También ellos son tus padrinos de nombramiento, amigo.
Brent se negó a esa idea. Él no podía arriesgar a nadie más. A pesar de los conflictos que tuvieron recientemente, Jenna y Oswald podían tener una mejor vida al lado de sus familiares, una lejos de él.
—¿Por qué eres tan terco? —demandó Jenna—. ¿Acaso no quieres volver a casa?
—¡Yo ya no tengo casa! —chilló Brent, sintiéndose incómodo ante la pregunta de la muchacha—. La perdí el día que murieron mis padres, y la volví a perder el día que murieron mis abuelos.
«Yo quiero que ustedes sean felices al lado de sus padres. Me buscaré un nuevo camino.
»Posiblemente, necesite ayuda para controlar esa fuerza que casi me consume por completo. No creo conseguir eso si regreso con ustedes.
—¿Significa el adiós? —preguntó Oswald con el rostro empapado en lágrimas, dado que no quería perder a su mejor amigo—. ¿Se acabó, mi pana?
—Eso creo —respondió Brent, intentando mantener la calma, pero sus brazos temblaban y su voz se escuchaba entrecortada—. De verdad, tampoco quisiera estar lejos de ninguno, pero es lo mejor para cuidar de lo único que tengo ahora.
Los tres amigos compartieron un abrazo. Para ellos era muy difícil tener que separarse. Aunque era muy posible que Jenna y Oswald siguieran viéndose después de regresar con sus respectivas familias, pero le moreno tendría que ir por su cuenta.
En ese momento, el moreno abrió los ojos, y llegó a observar una mesa redonda al frente suyo. La mesa contenía un cuadro con una fotografía en su interior. Él recordó haber visto antes la imágen, así que llamó la atención de sus amigos
—¿Qué sucede, Brent? —preguntó Jenna tras notar un cambio en la respiración de su amigo.
—No lo sé —replicó el muchacho, soltándose de sus amigos para caminar hasta aquel retrato familiar—. Algo me perturba en esta imágen.
Brent tomó dicho objeto. En realidad, era un retrato familiar. El chico pudo ver a la sonriente familia de Mike. Los padres del joven mago del fuego estaban detrás de sus hijos. Susanne se encontraba a la izquierda, y Mike a la derecha. Aunque en esta había un chico de unos doce años, casi totalmente idéntico al Heredero Del Caos Y El Orden, salvo por dos detalles importantes.
El chico era de tez morena clara, ojos anaranjados en lugar de oscuros y cabello del mismo color y forma similar al de Brent. Su complexión era delgada, y su rostro era muy parecido al del muchacho a esa edad. Su naso estaba en buen estado. ¿Acaso tendría alguna relación con él?
—El otro mocoso de la fotografía era mi hermano menor, y también el gemelo de Sue —comentó Mike, mientras entraba nuevamente a la tienda de campaña—. Si estuviera vivo, estaría a unas semanas de cumplir quince años.
Mike arrebató la fotografía de las manos del menor, y su mirada se sostuvo en su carnalito. Sonrió, pero sus ojos eran el reflejo de lo triste que era recordarlo.
—Tendríamos la misma edad —mencionó un pensativo Brent, recordando que le faltaba poco más de un mes para su cumpleaños—. ¿Qué fue lo que sucedió?
—Venemus Fogo, o Venemus Fego —reolicó Mike tras devolver el objeto a su lugar—. Da igual, ya que es el mismo hechizo.
»Eso fue lo que sucedió con él. A diferencia tuya, él no corrió con la misma suerte.
A la mente del mayor de los jóvenes magos del fuego vino la imagen de aquella mujer fatal atacando a ambos. Recordó el estruendo de sus carcajadas cargadas de locura tras usar aquel hechizo que tanto me aterraba.
Su hermano no podía sostenerse para cuando Mike pudo llamar a Dragtor. Memorizó que dio las indicaciones para buscar a su familia, pero no había imágenes de él llegando con sus padres.
Para cuando despertó, sus padres le habían dado la noticia del fallecimiento de su hermano.
—¡No pude salvar a Ethan de aquel horrible destino! —afirmó entre lágrimas—. Él siempre quería pegarse a mí. Dijo que me admiraba.
»¡Le fallé a mi hermanito!
—Lo siento —mencionó Brent con la cabeza gacha—. No debí husmear en lo que no es mi asunto.
»No fue mi intención que hacerte recordar a tu hermano.
—No tienes una razón para disculparte —contestó Mike, tras escuchar al pibe de ojos negros y enjugar su llanto—. Lo que en realidad me importa es que ayudé a que una víctima del Venemus Fego sobreviviera, y también prometí hablar sobre lo que pasó a tus amigos. Eso me hace sentir mejor.
Mike sonrió para Brent, y este último se sintió un poco halagado. Después de todo, fue a él esa persona que ayudó. Para su amiga, el joven mago del fuego era muy amable, aunque tenía un pasado no muy agradable.
Él se dedicaba a asaltar a gente corrupta por encargo, y de ayudar a los más necesitados con lo que conseguía mediante su labor.
—Te agradezco tanto por salvar a mi mejor amigo en todo el mundo mundial —comentó Oswald al de ojos anaranjados—. Está medio menso, pero tiene buen corazón.
—Yo también te agradezco —dijo la chica—. Él pasó por tanto estos días, que sería injusto que se fuera de este mundo de esa forma.
»Merece que lo dejen tranquilo esos horribles sujetos.
—Al menos las cosas entre ustedes parecen estar más tranquilas por ahora —respondió el dueño del drosae—. Aunque tengo la certeza de que tienen que hablar más cosas, así que...
—¡Oigan ustedes dos, los llaman sus padres para que los acompañen a la comida! —gritó Sue tras entrar al lugar—. ¡Yo me voy a quedar a cuidar de mi Brent!
—¡El es tuyo en tus sueños, loca! —bramó Jenna, mientras Oswald la tomaba del brazo para llevársela.
«¡Qué injusto que las chicas solamente se fijen en Brent, especialmente esa llamada Sue», pensó Oswald, mientras se retiraba junto a Jenna.
«Es demasiado linda para mi panita», juzgó. Se mordió el labio inferior y se quejó de dolor.
Después, Brent pudo comer con más calma. Mike lo veía atentamente. Sus gestos y movimientos, no solamente el físico, eran tan idénticos a los de su pequeño hermano.
«Pequeños detalles de compartir lazos sanguíneos con el Señor del Orden, supongo», meditó el mayor de los dos jóvenes que yacía dentro de la tienda de campaña.
Una vez satisfecho, Brent se echó sobre la cama en la que se le pidió descansar todo lo que necesitara su cuerpo. Estaba contento, pero todavía tenía muchas dudas sobre su propio destino, pero también respecto al muchacho de los ojos anaranjados.
—Oye, Mike... —Se rascó por debajo de la oreja con... El pie. Algo que se le hizo extraño al otro—. ¿Por qué Jenna dice que eres un ladrón?
»Yo hasta ahora no he visto nada malo en ti. Eres un chico muy amable.
—La propia escoria de la sociedad me ha dado el apodo, y este se esparció con el tiempo —respondió el mayor, revolviendo una vez más el cabello del menor, y dedicando para él, una mueca alegre. Este sintió un cálido hormigueo cálido recorrer sus mejillas. Era como si el otro fuera su hermano mayor—. Hay gente que se enriquece de la miseria de otros.
»Hay personas que roban todo lo posible a los demás para llenarse sus bolsillos hasta reventar, sin importar el daño que provocan al mundo y a sus habitantes.
»Mi trabajo, sea que lo cuestiones o no, es darles una cucharada de su propia medicina. A cambio, pido una remuneración no sólo para mí, sino para organizaciones benéficas en todo el globo, pues hay gente que necesita mucho más esa ayuda.
—No te voy a juzgar por eso —aseguró el menor—. La verdad es que hay gente que nunca se preocupó por mí en El Reino Central.
»Tal vez no deseo que nada les ocurra, pero siento que la gente haya se preocupa mucho por tonterías, como quedar bien con otros en lugar de ellos mismos.
Mike lo observó con atención. Eso era justo lo que le desagradaba de aquella ciudad.
—Sé bien que mis abuelos, e incluso mis amigos también tienen mucho de eso —profirió Brent, mientras se perdía en sus recuerdos—. Pero son las personas con las que mejor la pasé antes del ataque.
—De tus yayos no puedo decir mucho, ya que no los conocí ni poquito —dijo Mike para los oídos del moreno de ojos negros—. Lo de tus amigos es cosa tuya, pero creo que deberías hablar con ellos y ser honesto con la forma en la que sientes que te tratan.
—No hay razón para ello —declaró el menor—. De todos modos, tengo que separarme de ellos para que estén a salvo en caso de de los magos del caos me vuelvan a buscar.
—¿Qué harás tú para sobrevivir así? —demandó el mayor con intranquilidad. Apretó los puños. No quería que aquel chaval se quedara solo y bajo la lupa de gente cruel y despiadada.
—No lo sé —respondió Brent con desgana—. No quiero pensar en ello ahora.
»Me voy a mimir.
Mike emprendió la retirada. Quería pedir un favor a su familia para no dejar desamparado al chico.
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