Las Montañas Del Viento

El bosque con sus toques de fin de verano y principios de otoño era algo que siempre mantuvo muy asombrado a Brent debido a su contraste de colores, y a la tranquilidad que solía respirarse durante las mañanas. Él adoraba bastante esos momentos, pero su momento favorito era de aquel bello páramo bajo el cobijo de la noche, la luna, y por su puerto, las estrellas; la sensación de admiración poseía el cuerpo del muchacho a través del firmamento nocturno.

Era como si pudiese sentir el llamado de la madre naturaleza en todo su esplendor, invitando a su joven corazón a sentirse bienvenido por esta.

Esto era parte del gran apego que sentía por el anochecer, lo que, tras averiguar más de sus propios poderes, llegó a la conclusión de que estaba enlazado a la parte de su genética de mago oscuro, o tal vez a que la noche, la luna y las estrellas le parecían simplemente algo maravilloso ante su vista. Lo único cierto de todo esto, era el hecho de que las montañas estaban totalmente alumbradas por radiante brillo noctámbulo poco común en El Reino Central, pues las luces artificiales no dejaban apreciar el espectáculo con todo su esplendor.

Aunque también el bosque tenía su encanto a cualquier hora del día, al igual que las casas sobre los árboles, y habría una especial a la que el chico querría llegar.

—Finalmente hemos llegado —enunció Brent con un tono suave.

—Así parece —respondió Ifero, sujetando la mano del moreno—. Y ya te he dicho que tengo un buen presentimiento.

El albino miró atento hacia los árboles y las casas que había en estas. Sonrió y fue acompañado por Brent. Joel avanzaba detrás de ellos, analizando con detalle aquel lugar.

Tocada de vez en cuando los troncos de los árboles. El verdoso o amarillento follaje de los árboles lo tenía cautivado. Las casas en las copas de estos eran una novedad para él.

Sentía que estaba en un nuevo mundo lleno de curiosidades. Sus pasos eran escuchados por Brent.

«¿Cuándo es que mi sentido del oído mejoró bastante?», inquirió, ya que escuchaba también conversaciones ajenas de vez en cuando.

Solamente dejando de prestar atención a estas desaparecían de su sentido de la audición.

Y de pronto, le pareció escuchar que Ifero dijo «tener muchos deseos de medir el avance de Brent en un combate».

Volteó a ver al albino, y este, como si estuviese confundido, habló.

—¿Ocurre algo?

—Me pareció que hablaste —replicó Brent, sintiendo todavía la calidez que transmitía la zurda de Ifero.

—No —contestó, caminando junto al moreno—. Aunque sí estuve pensando en ti.

Ahora sentía una especie de asombro que no parecía pertenecerle a él. Ifero sonrió. Sus ojos denotan un travieso brillo. Soltó la mano de Brent y cayó al suelo.

Brent pudo sentir aquel dolor en las manos. Joel corrió a socorrer al chico, pero este lo detuvo.

—Parece que mis sospechas de ti yendo a Ciudad Valentía eran ciertas -pronunció Ifero, levantándose por su propia cuenta—. Aquella ciudad haría que algo más en ti pudiera despertar poco a poco.

»Tienes otro elemento dominante más en tu interior.

Con un fugaz recuerdo, Brent trajo a sus pensamientos aquella habilidad un tanto intrusiva de Matt, el hijo del presidente de Ciudad Valentía. Suspiró con hastío.

—Ahora soy un «cochino empata» —enunció con desánimo—. Pero también me sirve para andar de chismoso involuntario.

Ifero contuvo la risa, y así, él y los demás pudieron continuar la marcha.

De pronto, a Brent le pareció escuchar una voz conocida que provocó que su corazón se sobresaltara. Buscó el origen con la mirada, pero no dio con aquella persona que buscaba.

«Tal vez esta vez si fue mi hiperactiva imaginación», pensó con desánimo.

Aunque él deseaba que fuera más que esto. Sus pies ya pisaban el área del pueblo. La gent no le prestaba atención ni lo juzgaban. Era lo que más amaba del lugar. Los Poblados del viento era un lugar que brindaba siempre un descanso a su alma.

—Pareces muy contento de estar aquí —dijo Ifero para su chico, y este asintió con una mueca alegre—. Tú qué opinas de este lugar, Joel? —. Su mirada se desvió al tercer muchacho del grupo.

—Creo que nunca antes vi un lugar parecido a este, así que estoy asombrado —contestó.

—Es un pueblo amplio, aunque pacífico —pronunció Brent—. Solía venir de vacaciones con mis abuelos en las vacaciones de verano o algunos días feriados que se cruzaban con los fines de semana, aunque visitaba otros lugares también.

»Me ayudaba bastante con mis problemas de ansiedad y enojo.

—Y puedo entender la razón —comentó Ifero, rodeando con el brazo izquierdo a Brent, y este último recargó su cabeza en el hombro del albino.

«Estos dos ya parecen chicles», juzgó Joel con aires de desagrado.

—Lo lamento —vociferó Brent con la mirada baja.

—Olvidé que eres chismoso de profesión ahora y pensé sin cuidado —replicó el amigo de Ifero—. No tendrás esa misma suerte de leer lo que pienso después, per...

—Ni se te ocurra terminar aquella frase, Joel —intervino Ifero—. No quiero pelear sin sentido en este momento.

»Estamos en un lugar tranquilo ahora, y necesitamos también construir nuestros planes futuros.

—Aunque debo aprender a controlar está habilidad —dijo Brent, a quien el cuerpo le temblaba y parecía no poder caminar—. De pronto me llegan muchos pensamientos.

»Desde los más puros hasta los más lascivos danzan ahora sin cesar en mi mente.

»Creo que puedo sentir la creación de algunos futuros bebés ahora.

—¡Asco! -protestó Joel.

Ifero se quedó en silencio.

—También puedo sentir los problemas estomacales de...

—No es necesaria esa información —interrumpió el albino.

—Lo lamento, de nuevo -replicó Brent cabizbajo

Normalmente la habilidad para sentir las emociones y sensaciones de otros requería un «hechizo de magia aural para un mayor control de este», recordó decir a Matt cuando le enseñó a bailar.

—Habría sido buena idea preguntarle a Matt el hechizo que me podría dar control de esta intrusiva habilidad —manifestó Brent en voz alta—. Espero encontrar un mago aural en esta vida, porque ni de coña vuelvo a Ciudad Valentía.

Esta habilidad era en verdad una gran carga. Brent no se sentía preparado para poder soportar las emociones y sensaciones de otros, pero un dato de su alrededor se le hizo curioso.

«¡Ya no puedo sentir a Ifero o a Joel!», reflexionó, mirando en dirección a estos dos.

El Heredero Del Caos Y El Orden se dio cuenta de que aquel par que lo acompañaba ya no era detectado por su poder de empata. Así que no podía leer lo que sentían o hurgar de manera espontánea en los pensamientos de estos.

—¿Sucede algo? —cuestionó Joel a Brent de una manera bastante inquisitiva.

El morro no dijo nada, aunque la.manera en la que era visto por Joel le hizo retroceder.

—¿Piensas encontrar algo en especial en este pueblo?  —demandó Ifero.

—Bueno, conozco personas que viven aquí —replicó Brent con la mirada en alto y el pecho levantado—. Tal vez aquí podamos encontrar una manera de comunicarnos con mis amigos, o mejor no.

De pronto, volvió a sentir a esa persona de momentos atrás. Pudo sentir su tristeza y sensación de soledad.

Volteó en todas direcciones, llamando la atención de Ifero y Joel.

—Juraría que sentí a Oswald por aquí cerca -declaró Brent para su grupo-. Se siente solito y triste.

»Al menos eso es lo que pienso.

Su corazón se agitó todavía más. Estuvo por gritar su nombre, cuando de pronto, Ifero colocó la zurda sobre su hombro.

—Te dije que tenía un buen presentimiento, ¿no? —pronunció Ifero, cuyos ojos y sonrisa eran hermosos para Brent.

—Caminemos juntos —declaró el moreno—. Tal vez demos con Oswald en las calles, o podamos preguntar a la gente si lo ha visto.

Ifero asintió, y ambos caminaron lado a lado. Joel volvió a avanzar por detrás.

Por abajo, aunque las casas estaban en las copas de los árboles, se ubicaba una plaza y diversos comercios que formaban parte de un mercado local.

También se ubicaba una amplia plaza en la que la gente caminaba con despreocupación, degustaban un helado, comían algo, o veían jugar a los niños que correteaban de un lado a otro. Había también un jardín en el que encontraban árboles pequeños , algunas bancas alrededor en las que las personas podían sentarse a descansar.

«Oswald, dame una señal de tu presencia, por favorcito, amigo mío», pensó Brent, pero mantener la calma era difícil.

De inmediato, dos brisas de un aire veloz y fresco sorprendieron a los chicos. A su derecha aparecieron dos jóvenes quienes parecían ser magos del viento, dado que estos parecían controlar las corrientes de aire.

Brent recordó de inmediato a dicho par, ya que eran dos primos exageradamente similares, a tal grado de considerarse hermanos gemelos, pues además de su parecido, ambos nacieron el mismo día.

Además, aquellos jóvenes magos elementales también eran conocidos por jugar bromas a todos en Los Poblados del Viento, ya que el moreno los había instruido muy bien en el arte de las travesuras, y a su vez, él tuvo a Oswald como su mentor.

«Nada como los viejos tiempos», reflexionó con aires de nostalgia.

Los dos chavales eran de tez clara, cabello verde, y de ojos verdosos, y ambos vestían idéntico. Debían de tener una edad cercana a la de Brent, quien además recordó que eran los sobrinos de una mujer que también habitaba en Los Poblados del Viento, y que además, era la directora de su colegio.

—¡Oigan, ustedes dos! —gruñó Joel—. ¡Son un par de idiotas!

Una brisa mucho más potente mandó a volar por los aires al amigo de Ifero, estrellándolo con suma fuerza contra un enorme árbol que se encontraba frente a él, aunque esa ráfaga no fue provocada por los dos jóvenes.

—¡Ningún par de idiotas! —protestó una voz femenina que de inmediato fue reconocida al instante por Brent, y también por Ifero.

—¡Maldición! —gritaron ambos muchachos con cierto temor que Ifero no comprendió—. ¡Llegó la tía Donna!

—¡Y ustedes dos, regresen a casa para terminar sus deberes escolares! —manifestó la voz de aquella mujer.

De pronto, una ventisca dirigió una chancla en dirección al par de peliverdes, quienes, presos del pánico, corrieron en direcciones distintas.

El calzado asestó y derribo primero tras un golpe en el trasero al que corrió a la izquierda. Como si tuviese vida propia, fue directo al que fue en dirección opuesta, impactando en los glúteos de aquel chico. Cayó bocabajo sobre el suelo cubierto de pasto.

«Seguro se volvieron a meter en problemas», meditó Brent.

Se quedó petrificado, pues sabía que Donna no tendría piedad con ellos.

Ifero quedó sorprendido al ver lo que parecían ser dedos y una mano ensangrentados.

Al poco tiempo, la silueta de una mujer robusta, cercana a la mediana edad y con atuendo de piloto aviador, se colocó detrás del moreno y su pareja.

—Aunque no puedo negar que Ulises y Nico son unos jovencitos bastante complicados —expresó la directora del colegio de Brent con desánimo—. ¡Ya basta de meterse con nuestros turistas!

Aquella mujer reconoció al moreno, pues el muchacho había visitado varias veces Los Poblados del Viento en compañía de sus abuelos, y Donna siempre apareció para sacarle una sonrisa al chico cada vez que le veía triste.

También por ser la directora del colegio al que Brent asistió.

La fémina, a pesar de ser la mandamás de aquella institución educativa a la que asistió el Heredero Del Caos Y El Orden, realmente lo hacía mediante hologramas que permitían su presencia a larga distancia.

—¡Momento! ¡Parece que el aire trajo algo bueno! —afirmó Donna con una mueca de felicidad en el rostro—. ¡Mucho gusto en volverte a ver, Brent!

—¿Y que hay de los dedos y la mano amputados? —inquirió Ifero para la mujer.

—Son falsos —replicó ella.

Donna se acercó a Brent para obsequiarle unas palmadas suaves en la nuca, y este, como acto reflejo, no pudo evitar ruborizarse.

Los dos jóvenes se levantaron, se sacudieron el polvo, y corrieron en dirección a Brent en cuanto sus ojos se pasaron en él.

—¡Estamos por usar los dedos y manos falsas que nos recomendaste para los festivales del terror! -manifestó uno de ellos, sosteniendo las manos del moreno.

—¡A la gente le gusta llevarse un susto de vez en cuando! —exclamó el otro con una sonrisa en el rostro.

—¡Brent! —Los dos magos del viento corrieron a dar un abrazo al moreno—. ¡Hemos aprendido a hacer tantas cosas gracias a ti, amigo!

»¡Logramos crear ráfagas molestas, ventiscas que asustan a la gente en la oscuridad cuando se vuelven fantasmas que los persiguen, vientos hediondos, y muchas cosas más!

»¡Hemos realizado todo lo que nos sugeriste!

El muchacho se sintió halagado por aquellos chicos, y a la vez, apenado con la tía de estos porque prácticamente revelaron su secreto. Nico y Ulises parecían admirarlo bastante, debido a que Brent en algún momento fue como el rey de las bromas clásicas que iban desde vómito falso, hasta creación de animales realistas para asustar a la gente, aunque parecía ser que todo su pasado había quedado atrás desde que la secta del fuego atacó su hogar.

—Lamento la intervención —dijo Ifero—, pero estamos buscando un lugar en el que podamos quedarnos, aunque en realidad...

—¡Bah, no importa! —enunció Donna—. Los abuelos de Brent tienen una cabaña cerca. Por cierto, pequeño, ¿en dónde se encuentran tus abuelos?

»Oswald no ha querido decirme nada desde que llegó aquí.

Aquello dejó boquiabierto al chico. La respuesta que quería encontrar llegó a él así de la nada, peri también se sentía aturdido. Tenía que hablar respecto a sus abuelos una vez más, y no era de su agrado.

—Ellos murieron calcinados en casa cuando El Reino Central fue atacado por magos del caos —replicó con un nudo en la garganta—. Después, escapé junto a Jenna, Oswald, y un nuevo amigo que hice en el camino.

»En fin, es una historia tan larga que no tengo deseos de recordar por ahora.

Donna, abrumada por tal información que salió de los labios del muchacho, y al observar que este comenzó a llorar, se le acercó para brindarle un abrazo, ofreciendo una calidez casi maternal.

Sus sobrinos también parecían estar algo conmocionados con lo revelado por aquel que admiraban bastante. No veían más en él aquel aire alegre y travieso con el que solía invitarlos a crear artefactos para realizar sus travesuras.

Una vez que el moreno dejó de sollozar, el jóvenes de nombre Nico se acercó a este y a su albino acompañante.

—¿Quieres que te lleve al lugar que pertenecía a tu familia? —cuestionó el ojiverde.

—¡Yo los llevaré, Nico! —manifestó su tía—. Aunque agradezco el gesto. La última vez que tuvimos visitas, usaste una ráfaga colorida en toda su ropa interior. No imaginas los gritos que tuve que soportar por tu culpa.

»Brent, vamos querido. Estoy segura de que ha sido un viaje muy largo y triste hasta aquí.

»Quisiera preguntar sobre la chica que tanto te gustaba y por demás que ha pasado contigo, pues estaba muy preocupada por la ausencia de ustedes tres. Ahora sé que necesitas tiempo.

»¿Qué es eso? —cuestionó al notar una silueta.

Joel todavía pendía del árbol en el que se había impactado, así que fue bajado suavemente con un hechizo de magia del viento que había sido conjurado en voz baja por Donna. Ifero parecía estar algo entusiasmado con tal demostración, y suspiró aliviado de ver que su amigo se encontraba a salvo.

Después de esto, la fémina usó otro hechizo más para transportar a Brent y compañía sobre una ráfaga de viento que primero los llevó arriba, y luego al frente. Giraron a la derecha, y al cabo de cinco minutos, Brent pudo visualizar la vieja cabaña de sus abuelos, un lugar bastante tranquilo y acogedor, pero muy espacioso, ya que contaba con cuatro pisos de alto, siendo una de las construcciones más grandes del lugar.

—Les aseguro que este será un buen lugar para descansar —afirmó Brent a sus dos acompañantes—. Por la mañana podremos planear nuestros siguientes movimientos.

»Y la verdad es que quiero saber de Oswald también.

—Tu amigo se encuentra dentro, Brent —comentó la mujer—. No dijo mucho, pero pidió quedarse allí hace unos días.

»Tuve que avisar a sus padres, quienes llegaron por él, pero se negó y se quedó aquí.

»Yo no supe más acerca de su tuvieron un problema, pero supongo que él tal vez tenía esperanzas de verte aquí.

Brent sintió una opresión en el pecho debido al nerviosismo. Estaba por reencontrarse con su pana del alma. Sintió que Ifero tomó su mano, y sintió la otra mano descender con delicadeza sobre sus mejillas.

Con su mano libre, Brent tomó la extremidad del albino para depositar un beso en esta.

—¡Vaya, ahora veo que sales con ese chico que me presentaste la última vez que te vi en el colegio! —expresó la mujer.

El moreno asintió sin decir una sola palabra. Se encontraba tan contento de haber conocido a Ifero y sentirse querido por él. Había algo que le provocaba querer estar a su lado.

Y así, caminando lado al lado, con su corazón latiendo con la cálida sensación de ser correspondido, Brent pudo ver aquel lugar que perteneció a sus abuelos.

—Ya llegamos a la que ahora es tu casa, Brent —vociferó Donna, dando unas palmadas suaves en la cabeza del aludido—. Ya que tienes un amigo esperando por ti, me retiro para que puedas solucionar lo que sea que haya pasado con él.

»Te veo preocupado, y sé que tienes tantos deseos de hablar con Oswald.

—Así es —replicó el joven Heredero del Caos y el Orden.

La mujer dio vuelta hacia atrás, confiando que Brent tomase la delantera. Sabía que Oswald era alguien muy querido para él, y viceversa. Aquel reencuentro sería lo que ambos necesitaban para encontrar parte de la alegría perdida.

Para llegar a la cima había una escalera de noventa grados hecha de madera de roble que llegaba hasta la entrada. Brent avanzó al frente con pasos firmes y decididos.

Ifero y Joel iban detrás de él. El albino sonreía mientras observó a Brent tomando la delantera, adquiriendo el aura de un líder.

Y al cabo de unos segundos, el moreno giró el picaporte. Vio una silueta que parecía contemplar la nada desde la ventana contraria a su ubicación. sintió que era difícil respirar, pero el valor de volver a ver a su mejor amigo tras ser grosero con él fue mucho mayor que su ansiedad.

—¿Oswald, eres tú? —pronunció Brent.

El aludido volteó, quedándose boquiabierto. Brent ya no pudo contenerse. Corrió hacia él y se aferró a este con fuerza.

—¡Perdonarme por haber sido tan malo contigo y decirte que ya no te quería a mi lado! —chilló el Heredero del Caos y el Orden entre lágrimas—. ¡He sido el peor de los amigos!

Oswald no dijo nada, pero Ifero pudo ver qué su rostro se suavizó y que las manos de este fueron a la espalda del moreno.

—Nunca perdí la fe en que nos volveríamos a ver, Brent —declaró Oswald al borde del llanto—. De hecho, se puede decir que sabía que vendrías aquí.

—¿Ah, sí? —inquirió Brent.

Se separó unos cuantos centímetros de su amigo para enjugar su rostro.

—Tuve ayuda —afirmó el pelinegro—. Esa misma ayuda te acompaña ahora mismo.

De pronto, Brent volteó a ver a Ifero y Joel. El primero de ellos asintió con la cabeza.

—Te daré todos los detalles —musitó el albino—. Antes que nada, no te dije porque queríamos sorprenderte.

De pronto, una araña corrió en dirección a Joel, y se... ¿combinó con él?

El muchacho también aumentó un par de centímetros en su estatura.

—Al fin vuelvo a estar completo —pronunció el amigo de Ifero—. Usábamos una parte mía para mantener al corriente al «corriente» de tu amigo.

Oswald lanzó una mirada asesina contra Joel.

—Ifero me interceptó cuando estaba por irme —declaró Oswald—. Y la verdad es que estuve cooperando con él para lograr un grandioso hechizo de rastreo para saber de ti, amigo.

»Creemos que los magos caóticos podrían estar usando algo similar para dar contigo.

—El asunto es que te perdimos el rastro por un momento cuando seguías en Ciudad Sombría —prosiguió Joel—. Así que nos preparamos para lo peor.

—Y es allí donde entra la confesión que tal vez haga que pierdas la confianza en mí, y estoy listo —aseguró Ifero—. Pero antes que nada, quiero que sepas que en verdad, nunca antes he sentido algo por nadie, y el primero en tener este honor, eres tú, Brent.

—¡Momento! ¿Qué? —demandó el amigo de este.

Ifero llevó su mano al pecho. Cerró los ojos y sus mejillas adquirieron un tono rojizo.

—Te amo, Brent —pronunció, y luego, su mirada se tornó sombría—, pero mentí sobre mi origen.

»En verdad señor hijo de Destraik, el Señor del mal.

Aquello dejó perplejo a Brent, y su pana del alma, cerca a este, retrocedió al escuchar aquello.

—Vine aquí ya que mi misión era encontrar algún heredero de ambos tíos míos en este mundo —confesó Ifero mientras se acercaba a los otros dos chicos—. Terminé por encontrarte a ti, descendiente de ambos.

»Hubo algo en ti que me hizo sentir que no quería involucrarte en los planes de mi padre.

»De hecho, se supondría que tendría que llevarte conmigo, y ese era mi plan cuando te encontré y salvé está última vez, pero no pude.

Ifero tragó saliva. Todavía no terminaba con todo aquello que quería advertir a Brent.

—No puedo dejar que mi tío se haga contigo —aseguro con una mirada quieta—. A pesar de que llegues a odiarme, no voy a dejarte, al menos no hasta que vea que puedas valerte por ti mismo.

»Si Okuros llegase a hacerse contigo, tanto tu mundo como el mío estarán en peligro.

»Lo mismo pasaría si papá se hace con la sangre de personas como Joel.

De pronto, Brent dirigió su mirada al otro.

—Lord Ifero pudo sacrificarme y usar mi sangre para traer de vuelta a su padre, pero no lo hizo —mencionó Joel—. En cambio, quiere usarme como un «cebo».

»Perdí la memoria, sí, pero quiero serle fiel a la persona que me salvo.

—¿Y por qué cebo? —demandó Brent con una expresión sombría y una mirada vacía.

—Quiero saber si mi hermano puede ser el sucesor de papá —contestó el albino—. La vida de George pende de un hilo que él mismo se niega a aceptar.

»Tanta energía maligna podría matarlo al ser un simple humano.

»Yo en cambio, nací de un artefacto llamado semilla de la vida.

El cuerpo de Oswald comenzó a temblar como si estuviese viendo al terror encarnado.

—Brent, papá y mamá solían contarme una historia sobre Okuros y Lefuto —comunicó el amigo del moreno—. Se supone que ellos usaron un objeto así para el esparcimiento de la vida en el universo.

—Es suficiente, por favor —interrumpió el moreno—. Te agradezco tus palabras, pero no puedo ser el novio de alguien que me mintió de esta forma.

»Oswald, gracias por no rendirte conmigo, amigo.

El chico cruzó su mirada con la del albino. Una vez más, todo se vino abajo. «¿Qué sentido tiene mi vida?», pensó con pena.

Sintió que un gran peso se colocó en su espalda y hombros. Todo a su alrededor se movía por sí solo. Le faltaba aire, y de pronto, sintió una mano sobre la suya.

Oswald comenzó a hacer ejercicios de respiración, mismos que fueron explicados por su panita.

—Necesito un momento a solas, por favor —respondió el chico una vez que sintió que podía hablar de nuevo.

»No quiero que nadie se vaya, al menos no por ahora, pero estoy es mucho para procesar.

Los otros tres asintieron.

—Oswald, tú ya conoces está casa, por favor, da una habitación a Ifero y Joel.

Con una mirada cargada de nerviosismo tras lo revelado por aquel par, Oswald no podía creer que tuviera que pasar más tiempo con aquellos que también mintieron a su mejor amigo, pero respetó su decisión.

«Al menos no compartiré habitación con estos dos», pensó, y de inmediato, Ifero lo miró con la ceja arqueada.

—¿Acaso dije algo? —demandó el amigo de Brent.

—Puedo leer tu mente cuando manifiestas alguna emoción como la preocupación de hace segundos —pronunció Ifero—. No quieres compartir habitación conmigo ni con Joel, y es entendible.

—Bueno, pudiste decirlo antes —protestó Oswald, apretando el rostro—. Aunque de mi parte, te agradezco mucho por ayudarme a mejorar con mis hechizos de rastreo.

»Todavía debo de practicar con el contrarrastreo, pero por ahora, creo que Brent estará a salvo por unos días, y eso es lo que deseo, aunque desconozco el alcance del efecto de mi conjuro por el momento.

—Es un placer colaborar —replicó Ifero—. Supongo que ahora Brent ya no me querrá como su novio, y es algo que debo aceptar.

—Lo lamento, Lord Ifero —parló Joel—. En verdad lo amaba, pero siempre le dije que ese enclenque no era alguien para usted.

—Cállate si no quieres terminar muerto ahora mismo —respondió Ifero, clavando una mirada tan penetrante y profunda, que hasta Oswald se petrificó.

En el segundo piso estarían las habitaciones de aquel par. Oswald quería estar en la tercera planta, donde estaría la de Brent. Quería pedir disculpas, ya que su amigo podría sentirse traicionado por todo mundo, pero bajó para encontrase con él en la sala de estar. Por un momento temió por su vida al verlo echado sobre el sofá, pero cuando esté se levantó, se alivió por completo.

Tiempo atrás, luego de un desmayo y de una hospitalización de su abuela, Brent había atentado con su vida al ingerir pastillas. No quería que aquello volviera a suceder.

—¿Cómo estás, amigo? —demandó.

—¿Podría estar peor? —inquirió el muchacho—. La verdad es que Ifero tenía sus planes, y estoy en calma con saberlos, por más que me haya mentido.

»Me dolió, sí. Pero me duele más que haya tenido que romper con él, porque creí que todo lo que conocía de él era verdad. No puedo ser novios de alguien que jugó conmigo, pero puedo entender que mi presencia tuvo efecto en él, y no sé que más suceda en el futuro, pero Ifero también me ha ayudado bastante, así que creo que puedo llegar a perdonarlo, aunque él se lo tenga que ganar desde este momento.

—Y tú hace rato me pediste perdón, y te perdono —manifestó el pelinegro—. No seas muy duro con él.

»En verdad lo vi esforzarse para lograr este hechizo, y uno más en el que quiero seguir trabajando para darte tranquilidad.

—¿Y que clase de hechizo es? —preguntó el moreno.

—Uno con el que espero que no te encuentren con facilidad —declaró Oswald—. Quiero que puedas vivir tranquilo. Ese es mi máximo deseo.

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