La Secta Aural: Parte 2

Media hora más tarde tras dejar Ciudad Valentía a toda prisa, Kendall hacía berrinches al propio estilo de un niño pequeño atrapado en el cuerpo de un adulto. Jenna y Matt lo habían atacado para tratar de salvar a Brenton, y ambos habían conseguido destruir su calzado favorito, además de que la chica había arruinado su peinado, cosa que lo había puesto de mal humor. Sauros, por su parte había usado magia protectora que fue de utilidad en contra de los hechizos de los amigos del moreno, lograron hacerse de su sobrino sin mayores problemas tras lograr desviarlos, además de que Okuros se hizo presente en la ciudad.

«¿Y qué importa si sólo estará allí por unos minutos más?», pensó Sauros, pues su hechizo solamente trabajaba temporalmente, además de que solamente se usar cada siete años.

En tanto, el chico estaba siendo transportado en una jaula metálica con sellos anti-mágicos para que no tratase de escapar si se le ocurría usar sus poderes. El chamo todavía seguía inconsciente, pero él mismo vio con sus ojos la manera en la que Brenton perdió el combate al ser atacado vilmente por la retaguardia por las sectas elementales que acompañaban a sus dos oponentes. Su estilo fue demasiado agresivo y traicionero con aquello, algo que Brent no perdonaría jamás.

«Ellos no conocen el honor en combate», pensó Brent en aquel momento en el que fue testigo de la caída de su hermano mayor.

—¡Esos desgraciados hijos de su perra madre me las van a pagar con sus putas vidas cuando los vuelva a ver! —bramó Brett cuál animal rabioso.

«Seguramente se debe a qué Brenton y él han estado juntos desde, bueno, ni siquiera sé todavía cómo llegaron a este lugar y dicen ser mis hermanos», reflexionó al ver el enrojecimiento del rostro de su hermano que fue producido por la furia que estaba descargando mediante insultos y pisotones.

Brett arrancaba pasto una y otra vez. Enseñaba los colmillos, e insultaba cada tanto. Brent sabía que estaba molesto, y que necesitaba dejar ir todo aquello que sentía para poder acercarse a él más tarde.

«Me da pena que no podamos hacer nada, solamente esperar a que Brenton vuelva», caviló cabizbajo.

Dentro de El Todo y La Nada, los padres de ambos chavales llegaron con noticias.

—Su hermano ya está aquí, pero descansando de los efectos de aquello que fue un hechizo muy peligroso —anunció la madre de aquel trío de jóvenes de cabelleras castañas.

—Necesita dormir una vez más —prosiguió el padre—. Mantenerse en calma es agitador para él, pero necesario para mantener sus poderes a raya.

Distraído en sus propios problemas, Brent percibió que Sauros no era nada parecida a los magos caóticos que él había enfrentado antes. Ella parecía ser mucho más disciplinada e indiferente con otros. Pero lo que más le preocupaba era hecho de que ella trabajara con el loco de Kendall. Había escuchado de parte de Umar que había una secta elemental por cada uno de los elementos, lo que añadió desazón a su lista de cosas con las que tenía que tener mucho cuidado.

Y volviendo al punto de esto, verlos trabajando juntos parecía ser una señal de una posible organización entre todos ellos. Cordura, locura, disciplina y quién sabía que otras cosas más; eran una combinación bastante extrema. Si Sauros y Kendall juntos eran un peligro, no quería imaginarse el encontrar más de aquellas sectas unidad. De esto nada bueno podría resultar para todos los magos del orden del mundo.

Brent tenía que volver a su cuerpo. Uno de ellos tendría que tomar el control y dar la cara de mala gana a lo que estaba ocurriendo allá afuera Brett estaba ocupado maldiciendo hasta el viento, mientras Brenton había vuelto a quedarse dormido. Él debía hacer frente. Su horrible destino.

Al dar otro vistazo a aquellos chicos idénticos a él, se dio cuenta de que no los conocía ni un poco, mientras ellos parecían tener cierto lazo. Al menos esa fue su impresión.

«¿Por qué es que estoy separado de ellos, pero me conocen mejor de lo que creo?»

Pero no consiguió volver. Parecía no ser el momento para hacerlo. Lo habían capturado, y él era alejado más y más de sus amigos. Una terrible tristeza se apoderó de él. ¿Qué rayos tenían planeado hacerle? ¿Lo obligarían a tener crías? El muchacho no tenía una respuesta exacta, pero sabía que esos magos caóticos no planeaban hacer nada agradable con él.

La ansiedad inundó sus pensamientos con una horda de inquietantes cuestionamientos sobre su futuro. Y entonces, notó algo. No respiraba, o al menos no estando en aquel lugar. Sabía que estaba vivo, ya que Brett había dicho que él también moriría si algo sucedía con su cuerpo en el momento que arribó a El Todo y La Nada.

«Es un alivio al menos saber que estoy vivo, o eso creo», meditó mientras observaba lo que parecía ser un cielo estático.

«No entiendo nada de este lugar y es un tanto aburrido quedarse aquí esperando la eternidad, así que no puedo culpar a Bretley de querer salir al exterior», reflexionó, cada vez más impaciente.

Recordó que madre había entrado en pánico cuando vio como vencían fácilmente a Brenton. Su padre se había puesto furioso, y Brett estuvo aterrado. Fue así que notó que Brett realmente estuvo preocupado por el bienestar del hermano mayor de ambos.

«¿Algún día formaré un lazo especial con mis hermanos?».

El chico observó que los magos caóticos habían realizado varios hechizos y contrahechizos para ocultar su rastro conforme seguían avanzando. Kendall había advertido sobre Dragtor, el dragón de Mike, y el animal que servía como fuente de inspiración para los insultos que Brent lanzaba contra él.

Los magos del caos ignoraban al inconsciente muchacho. Ninguno hacía algún esfuerzo para ver si seguía en la jaula. Ellos confiaban mucho en sus conjuros. El oibe se sentía muy solo, asustado, y bastante triste.

—¿Qué es lo que harán conmigo? —se cuestionó en voz alta el chico, entrando en mayor desesperación—. ¡Tengo mucho miedo!

En efecto, Brent podía observar que todo su cuerpo temblaba por tal sentimiento. Incluso, Brett y Brenton compartían sus temores con él, por lo que al menos los tres se hicieron la compañía que necesitaban. Así, sintió que formaba parte de ellos.

—Lo lamento mucho, chicos —dijo Brent a sus hermanos—. Yo soy el verdadero fracasado entre nosotros tres.

—Fui yo el que perdió —replicó la voz de Brenton.

—Yo fui un inútil en esta ocasión—comentó la voz de Brett.

Los tres compartían algo de culpa por la derrota, pero luego de verla como algo deprimente, los tres hermanos hicieron bromas respecto a ello, y de esta forma, Brent pudo sentirse un poco más tranquilo, aunque una visita inesperada se hizo presente al momento de despertar en su mundo como un relámpago.

—¡Toma tus croquetas y tu agua sucia, maldita mierda de dragón! —gruñó Kendall con la cabeza rapada—. ¡Por culpa de tus estúpidos amigos, me tuvieron que dejar casi calvo permanente!

»¡No olvidaré eso, maldito mocoso estúpido y bastante feo!

En efecto. Tuvieron que rapar la testa de aquel hombre. Su cabello blanquecino era su orgullo. Así que fue un momento duro para él. Haría pagar a quién fuera necesario para sentirse mejor.

—¡Y yo no olvidaré tu asqueroso aliento de mierda de dragón! —contestó Brent en un aire retador—. Además, con la cabeza rapada, tú pareces una mierda de dragón que fue pisada por un oso negro.

«¡Me das asco, idiota más feo que una gran masa de diarrea de dragón!

El mago caótico enfureció, Demás de que comenzó a gritar y patear como todo un demente la jaula en la que se hallaba el jovencito de ojos negros. Mientras tanto, Brent tapó su boca con sus manos en un intento de no entregarse a la risa que le provocaba meterse con aquel tipo. El provocar a Kendall seguía siendo bastante fácil, y entonces, todo cambió cuando Sauros apareció, lanzando dos dardos eléctricos en contra el morro. El muchacho se retorció de dolor, cayendo inconsciente una vez más.

—Recuerdo haberte dicho que no eras apto para alimentarlo —afirmó la maga caótica a Kendall, y luego volteó en dirección a Brent, mirándolo como un animal en cautiverio—. Nuestro padre todavía quiere a ese chico de nuestro lado.

»No entiendo sus razones, pero no me obligues a lastimarlo, pues la próxima vez también te lastimaré a ti, multiplicado por diez. —Sus ojos parecieron penetrar el alma del «cabeza rapada», y este quedó inmóvil—. Espero que hayas entendido, sucio gusano apestoso.

Kendall soltó un rugido de desesperación. Había atendido perfectamente las palabras de Sauros, a pesar de que él deseaba moler a golpes a Brent.

El muchacho sintió que alguien lo sostenía, y al abrir los ojos, se dio cuenta de que se trataba de su padre. Brent se sorprendió de verlo, y luego, echó un vistazo. De nueva cuenta se encontraba en aquel lugar en el que había estado cuando se enteró del lado amable de Brett. El vio que su mamá sentada a unos cuantos metros de distancia, con Brett y Brenton recargados sobre sus hombros.

El jovencito contuvo la risa, pues llegó a la conclusión de que ambos estaban peleando por algo de amor maternal.

—¡Brent está con nosotros! —anunció el papá de los tres muchachos, lo que llamó la atención de la madre de estos.

El chaval vio que su progenitora se levantaba, teniendo que mover a sus hermanos, y entonces, él corrió a abrazarla. Las miradas celosas de Brett y Brenton se hicieron presentes, y el padre de los tres comenzó a reír.

—Ojalá también pelearán por algo de mi atención un día de estos —comentó Brent padre a modo de broma—. Siempre prefieren algo de atención tuya, cariño.

Los dos progenitores del trío de morenos rió en complicidad. Sabían que querían a ambos por igual, pero aquella broma hizo que se sintieran avergonzados.

Sus mejillas estaban ruborizadas. Para ellos, su progenitor tenía razón de querer recibir su atención al igual que lo hacían con su madre. Querían demostrarle que también lo amaban con todo su corazón.

—¡Lo siento mucho, papá! —exclamó Brent, pegando una carrera para abrazar a su progenitor—. Es que, bueno, el amor maternal es algo…

—¡Especial! —completó Brenton-padre con algo de tranquilidad en el rostro, mientras su hijo seguía aferrado a él—. Ellas nos tuvieron dentro de su cuerpo por un buen tiempo antes de que pudiéramos salir a explorar el mundo por nuestra propia cuenta.

»Prácticamente, nuestras mamás fueron las primeras personas con las que tuvimos contacto.

—¡Vaya vergüenza me dan, par de señores obvios! —manifestó Brett—. Es bastante claro que nuestro primer contacto con el mundo fue con ellas.

El menor también se aferró a su papá, recargando su peso sobre el otro costado de él. Cerró los ojos y se dejó llevar por la cálida sensación de estar con su familia.

—¡Calma ya! —clamó el padre de los tres muchachos, siendo abrazado por el frente por el otro hermano—. Es bastante acertado que prefieran a su madre, lo acepto.

Con los tres reunidos a su rededor, aquel hombre que les dio la vida sonrió de alegría al tenerlos por un momento para él. Eran, junto a su madre, lo que más amaba. En cuanto a Brent, él se dio cuenta de que tal vez regresaría a su mundo al siguiente día. Así que aprovecharía el estar cerca de las personas que más amaba en su todavía joven existencia.

Minutos más tarde, Brett y Brenton se recostaron en el suelo. Ambos se quedaron dormidos. Los padres de Brent se acercaron a él. El chico se sintió un poco asustado, pues nunca los había sentido tan cercanos, como si todavía estuvieran vivos.

—El recuerdo de su muerte no me ha dejado vivir tranquilo —declaró el menor—. Tengo pesadillas con ese evento tan horrible.

»Soy débil.

—Eres mucho más fuerte de lo que crees, cariño —expresó su madre—. Muy pocos tienen el valor para enfrentar a los magos caóticos.

»Aunque no obtuviste el resultado deseado, hiciste frente al peligro, lo que es impresionante, hijo mío.

—Tu mamá está en lo cierto —señaló Brent padre—. No muchos se enamoran de una maga caótica tan especial. Brent, tú eres un hijo del caos y del orden.

»Eres único, pero siempre has estado acompañado.

—Siempre puedes encontrarnos en este lugar. —comunicó sus progenitora, acariciando el rostro del joven con sus manos.

Brent cerró los ojos, mismos que comenzaron a trazar un camino recorrido por el llanto. Los amaba tanto, que cualquier tipo de contacto con ellos producía un sentimiento muy especial en su alma, además de que era opacado por la tristeza de no poder estar siempre a su lado.

—Estamos aquí para guiarlos a ustedes tres —prosiguió su madre—. Brent, tú eres una fuerza neutral.

»Eres el equilibrio entre las fuerzas dominantes de tus hermanos. Se requiere una gran fuerza para lograrlo, y tú mismo la posees.

El moreno ya había escuchado que Brett lo consideraba un hermano, pero la referencia por parte de su madre lo llenó de curiosidad.

—¿Puedo preguntar algo? —cuestionó Brent, irónicamente.

—Adelante —replicó su viejo—. Te responderemos cómo se debe, mi pequeño Brent.

—¿Por qué Brett y Brenton me llaman hermano?

—Porque lo son —contestó su mamá, dando un abrazo al chico.

Una cálida sensación inundó su cuerpo. Esta vez, su progenitora le dio un beso en la frente. Todavía había cosas por decirle. Sonrió un poco antes de continuar.

—Mi embarazo fue algo único y extraño. —Miró en dirección a su esposo—. Tu padre y yo acudimos con varios especialistas para encontrar una explicación a lo que había sucedido, pues todo comenzó de una forma diferente.

»Nos habían dicho que tendríamos trillizos, y aquello nos llenó de emoción. Yo tenía tres meses de embarazo cuando supimos esa gran noticia, pero un mes después, todo cambió.

»Dos de los bebés habían desaparecido de forma misteriosa, y nadie nos podía explicar lo que había sucedido. Yo seguí sintiendo a los otros dos dentro de mí, pero nunca aparecieron. Incluso no lo hicieron tras tu nacimiento.

—Tras nuestra muerte, todo comenzó a cobrar sentido —prosiguió su padre, retomando lo dicho por su bella mujer—. Tu madre y yo arribamos a este lugar, y encontramos a dos pequeños bebés.

»Lefuto apareció ante nosotros, y nos mencionó que tuviste que absorber la forma física de tus hermanos para mantener a tu mamita con vida, pues su embarazo era algo muy peligroso.

Suspiró y estiró los músculos para disminuir la tensión en su cuerpo, a pesar de estar muerto. Aquello fue irónico para el menor, pues no estaba seguro de si sus padres podían sentir como si estuvieran con vida.

—Él nos explicó que Brenton es un mago del orden; y Brett, el caso opuesto. —Dio unas suaves palmadas al chico, y este respondió con una mueca de alegría—. Cuando los absorbiste, les donaste algo de fuerza extra para mantener un balance, y Lefuto hizo el resto para mantener sus almas aquí, conectando tu apariencia con ellos, y prácticamente unirlos a ti físicamente. Sus cuerpos físicos desaparecieron, pero no su existencia en este plano.

»Crecen a tu ritmo, pero aquí el tiempo y espacio tienen un sentido distinto, pues es algo más que uno construye mentalmente.

Brent se sintió terrible por sus hermanos. Él fue el responsable de que ellos dos se sintieran encerrados, con muy pocas o hasta nulas posibilidades de ver el mundo con un par de ojos que les pertenecieran a ambos y no a él. Aquello era totalmente irreversible.

Ahora que conocía la verdad sobre sus dos tatos, sentía que había creado un vínculo mayor con ellos, pero quería hacer algo para compensar a lo que los condenó.

«¿Y si les prestó mi cuerpo a ratos», pensó mientras era abrazado por su mamá.

Tras un par de segundos, el muchacho fue jalado al mundo físico. Kendall lo llevaba a rastras a una tienda de campaña enorme.

—¡Ya llegamos, pequeño pedazo de mierda de dragón! —afirmó Kendall—. ¡Pronto tu voluntad será aplastada con una nueva creación que aprovechará las propiedades de la energía caótica!

El mago del caos soltó una enorme carcajada, y después lanzó al chico contra el suelo. El muchacho se dio cuenta de que estaba atado de pies y manos, además de que se sentía extremadamente cansado.

El lugar contaba con algunos barriles y cajas de madera. Eran visibles también unas cuantas tétricas siluetas de animales disecados. Olía a un incienso muy amargo para el olfato del moreno

Alguien más estaba dentro de aquella tienda. Se trataba de Sauros, la extraña mujer-ninja. Ella lanzó un extraño hechizo que mandó a volar a Kendall unos cuantos metros sobre el aire.

—Le advertí que lo lastimaría si se atrevía a lastimarte a ti —comentó Sauros en un tono que heló la sangre de Brent—. Mi padre te quiere de nuestro lado, quieras o no pequeña sabandija escuálida.

Ella sacó una extraña inyección, ignorando que el chico le tenía un pánico terrible a las agujas

—Este artefacto contiene una limitada cantidad de energía caótica modificada por mí, con la que experimenté con otros seres a los que llamé «sujetos experimentales».

»Con esto, tu voluntad será aplastada. —Brent intentó retroceder sin éxito alguno, pues parte del grupo de la fémina se lo impidió—. Crearé un nuevo ser del caos en tu cuerpo, y esas otras dos identidades tuyas también serán destruidas de manera que tendremos a un único y verdadero Heredero Del Caos.

Brent fue preso del pánico. No quería perder todo, incluyendo su identidad y tampoco hermanos.

—Tu abuelo me autorizó para hacer esto contigo —advirtió la mujer—, con el objetivo de erradicar toda la energía del orden en tu interior.

Escuchando con suma atención las palabras de aquella fémina, una joven voz masculina dió instrucciones a otra para comenzar con un plan para salvar al moreno. Una silueta al frente de este joven se encogió al tamaño de un pequeño insecto.

Un albino de ojos rojos clavó un cuchillo en la yugular de un hombre. Sacó aquel objeto con rapidez, y saboreó la sangre.

—Nada mejor que el sabor de una mortal sorpresa.

Otros dos más observaron la presencia de un intruso. Ifero extendió su mano derecha, mientras una sádica sonrisa se dibujaba en su rostro.

—Los seres inferiores como ustedes no tienen posibilidad ante un ente mucho más perfecto como yo —amenazó, mientras que ver estallar a aquellos tipos le producía un gran éxtasis a su alma llena de maldad—. Se los dije, imbéciles.

»Si me provocan y no me entregan rápido a Brent, creo que tendré que deshacerme de todos ustedes

»Será aburrido, ya que no siento que alguien aquí esté a mi nivel, salvo por una excepción.

«Tampoco están esos otros dos que percibí en Ciudad Valentía», pensó con una sonrisa en el rostro.

El ruido llamó la atención de la mujer, pero no la de Brent, quien temblaba ante la idea de ser usado como un arma por parte del Señor del Caos. No quería servirle a él ni tampoco a Lefuto. Quería tener una vida tranquila y estudiar para ser un cocinero.

«Tal vez los abuelos habrían preferido que me hiciera cargo de la empresa de la familia, pero mi pasión es cocinar», meditó con tristeza, ya que el fin de sus sueños y metas parecía estar cerca.

El chico gritó con todas sus fuerzas, pidiendo por alguien que pudiera liberarlo de algo de lo que no quería ser parte. Sus súplicas fueron escuchadas por Ifero, pero este tenía que ocuparse de otro grupo de «feas sabandijas» que tenía al frente, impidiendo su avance en dirección a Brent.

—Veo que no les ha quedado clara la diferencia que hay entre nosotros, bichos babosos —manifestó, despidiendo odio desde los ojos—. No tengo de otra más que hacer este trabajo rápido.

Bostezó y miró de malagana a sus oponentes. Eran un montón de patéticos insectos que creían que podrían vencerlo si trabajaban en conjunto, pero ignoraban el verdadero peligro.

—Recuerdo que a otro montón de imbéciles les dije que soy el primogénito del Señor del mal —presumió—. Se los digo también a ustedes a causa de que será lo último que van a escuchar en sus miserables vidas.

El chico tomó el cuchillo con la zurda, y volvió a sonreír de la misma forma en la que lo hizo cuando eliminó a un trío de magos caóticos. Su arma comenzó a iluminarse con un brillo multicolor.

Corte infinito —musitó, al mismo tiempo que pasaba su mano diestra sobre su cabello.

Arrojó su cuchillo. Este, como si tuviera vida propia, desgarraba los cuellos de los presentes para el deleite de aquel despiadado joven de ojos rojizos.

Ifero juntó un poco sus manos. Mantenían una distancia de tres centímetros, misma que fue expandiéndose poco a poco. Al centro, un pequeño cúmulo de energía de varios colores aumentaba su densidad.

—No quería usar esto, pero parece que no tengo más opción que hacerlo. —Escupió al suelo—. Van a probar mi verdadero poder.

»¡Devil Aurabeam! —proclamó.

Un poderoso estruendo tuvo lugar en el que Brent se encontraba. Sauros optó por una pose defensiva, pero recordó que tenía el tiempo encima para entregar al chico a la base.

Ella se aproximó hacia un tembloroso Brent. El muchacho suplicó para que lo dejara tranquilo. Se cubrió con las manos. No podía sentir la conexión con sus poderes, y por ende, tampoco podía escapar por su cuenta.

«Creo que este es el final de todo. Brett, Brenton, les pido perdón por el eterno encierro al que los sometí, así que por mi culpa ustedes dos tengan que desaparecer por siempre», pensó al borde del llanto.

La maga caótica salió de la tienda para inspeccionar lo que sucedía, siendo derribada por alguien, y cayendo totalmente inconsciente.

—¡No me gusta tener que volver a salvarte cada que nos encontremos! —se quejó Ifero—. ¡Debes de comenzar a volverte más fuerte, Brent!

Extendió su brazo, y un poder extraño rompió las ataduras del moreno. Brent estaba finalmente a salvo. Con los ojos empapados en lágrimas, corrió a abrazar a Ifero. Chilló de alivio al saberse a salvo y se aferró con fuerza al pecho del albino. El rostro de este se suavizó. No sabía qué hacer para responder a aquel gesto. Un leve, y casi borroso recuerdo, vino a su mente.

Poco a poco fue subiendo los brazos, rodeando con estos el cuerpo del otro.

—¡Muchas gracias, Ifero! —Brent gritó entre sollozos y una sensación de alivio al tener una cara conocida a su lado

—N-no fue nada, Brent. —El muchacho podía sentir algo extraño en su interior.

Su corazón palpitaba con fuerza ante aquel contacto. Sentía que respiraba con mayor intensidad, y una sensación cálida recorrió sus mejillas como una especie de hormigueo que subía en intensidad.

Estar pegado al otro brindaba un calor único. Quería que aquello durase más tiempo, pero no era algo normal. ¿Por qué le estaba pasando esto?

Entonces, soltó al chico. Notó que sus manos temblaban, pero era algo más poderoso que él. Había leído sobre aquello, y lo raro que le pareció «sentir mariposas en el estómago» durante su lectura que fue un fiasco. Pero ahora era mucho más fuerte. Más implacable. Era como un imán de sensaciones buscando la cercanía de alguien más.

Sus manos se posaron en las mejillas del moreno, tomando a este por sorpresa, mientras su rostro se ponía al rojo vivo.

Sus miradas se conectaron. El albino se acercó más y los labios de ambos estuvieron a nada de chocar los unos con los otros. Ifero no le dió más oportunidad, pegando su boca a la Brent.

Aunque aquello lo tomó desprevenido, se dejó llevar por el momento, respondiendo a los movimientos de Ifero,, y entregándose al calor del momento con aquel ritmo palpitante de sus bocas. Se tomaron de las manos mientras continuaban en compañía y complicidad de los que sentían el uno por el otro.

«No puedo creer que esto este sucediendo, pero estoy más que feliz de que sea con alguien tan especial como lo es Ifero», meditó el moreno.

El tiempo parecía ralentizarse para ambos. El cabello de Ifero volvió a tornarse oscuro, mientras se abrazaban. Los dos jóvenes seguían disfrutando de aquel encuentro inesperado, y gozado por ellos.

Brent sintió las manos de Ifero rodear su rostro, y la suavidad e estás deslizarse poco a poco por sus cachetes.

Estaba feliz por vez primera en mucho tiempo. La esperanza volvía finalmente a su vida.

Ifero se separó letamente. Estaba sin aliento, pero ahora, más que nunca, tenía un nuevo propósito para poner a aquel chico a salvo.

Con una mirada suave y sonriendo de alegría, dio un poquito a su amado.

—Gracias por venir a mí, Ifero —dijo Brent con un aire de alegría y esperanza que se posaba en su pecho—. Creo que nuestro destino desde el momento que nos encontramos por vez primera era el estar juntos.

»Te amo.

—Y yo a ti, pequeño mequetrefe al que encuentran seguido —bromeó el albino.

—Hablando de eso —interrumpió el moreno—, ¿cómo es que diste conmigo?

—Eso es un asunto que sé bien que te gustará saber —declaró Ifero, mientras su mano recorría lentamente la mejilla derecha de Brent—. Será cuando nos movamos de este lugar, y encuentres una grata sorpresa.

—De acuerdo, amor —pronunció el chico, viendo sonreír como nunca antes a aquel otro chico con el que su corazón pedía estar.

—Hay que irnos de aquí, querido Brent —enunció Ifero, extendiendo su mano para que Brent pudiera tomarla con la suya.

El moreno asintió. Tomó la mano ajena, y más relajado, se dispuso a seguir la guía del otro.

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