La Captura
Brent se había negado a escuchar y a hacer aquello que sus amigos le insistieron en hacer por lo peligroso que podría resultar dar ese paso hacía atrás. Simplemente, él su mente no quería pensar en aquello ni un poco; sin embargo, no tuvo otra opción más que aceptar la petición de sus amigos por más fastidiosa que le resultase la idea.
Sus panas querían volver a El Reino Central, ya que había una gran posibilidad de que ellos pudieran reencontrarse con sus familiares. Bien por ellos, pero se habían olvidado de algo muy importante: Brent ya no tenía a nadie en ese lugar al que tanto resentía por el maltrato que recibió durante años. La casa de sus yayos se había incendiado por completo, y los abuelos de Brent seguramente formaron parte del siniestro. El muchacho podía recordar una bola de fuego yendo en dirección a su antiguo hogar, la casa en la que creció ardiendo en flamas que danzaban y se burlaban de su perdida.
El jovencito tuvo la suerte de seguir con vida, ya que decidió escapar de casa aquella mañana del terrible acto realizado por un grupo de magos caóticos del fuego, empero, se quedó sin una verdadera razón para volver a su viejo hogar. Tampoco se sentía con derecho a la dicha y fortuna que parecía poseer. No era justo perderlo todo y salir ileso. Él no quería terminar en el interior de un orfanato y ser adoptado por algún desconocido; a pesar de sus sentimientos encontrados. Odiaba la soledad, pero tampoco quería dejar a sus amigos si estos regresaban a casa. Se detestaba a sí mismo por todo aquello que estaba experimentado.
«¿Y qué se supone que haga?», meditó.
—Amigo, tus amigos estuvieron a tu lado contigo cuando te vieron llorar —enunció Mike, mientras tomaba a Brent de la oreja izquierda—. Es justo que esta ocasión tú cedas un poquito y descubras que hacer después.
»Estaré allí con ustedes por si los veo causar un desmadre total.
El mago del fuego brindaba un viaje casi seguro en el lomo de su dragón. El mayor decidió acompañar a los panas debido a que él tenía un asunto pendiente por arreglar en El Reino Central. Jenna no se mostró contenta al descubrir que ese «ladronzuelo de quinta» estaría con ellos una vez más. Oswald mantuvo sus reservas respecto al tema; pero, no se atrevió a poner objeción alguna cuando Brent les recordó también que el aludido los había ayudado a ponerse a salvo de los ataques de los enemigos.
—¡Hay que disfrutar de esta aventura juntos, chicos! —anunció Mike, colocándose detrás de Brent, y apoyando su barbilla en el hombro izquierdo del moreno. Este sintió un incómodo hormigueo cálida en sus mejillas—. Ahora, quiero un abrazo grupal y que arreglen sus diferencias.
Los tres se negaron ante la propuesta del más experimentado del grupo, pero este, ni cortó ni perezoso, tenía un plan para obligarlos.
—¿Te apetecen tres sabandijas que no se quieren reconciliar, Dragtor?
El dragón rugió en complicidad con su amo, poniendo nerviosos a los tres. Mike les lanzó una mirada amenazante.
—Quiero ese abrazo grupal como mínimo —advirtió con un tono serio, y manteniendo aquella mirada.
Los muchachos se acercaron al mayor, rodeándolo con los brazos.
—Hay que dejar de discutir por ahora —afirmó Oswald—. Tanto drama no es bueno para nadie.
—Estoy de acuerdo —replicó su pana del alma.
—Al menos por ahora, dejemos de lado nuestras diferencias.
El mayor sonrió triunfante, mientras esos tres susurraban cosas, tocó con suavidad el lomo de su dragón. No estaba acostumbrado a tener compañía, pero las diferentes personalidades de sus acompañantes hacían menos aburrido el viajar a solas. Se quedó viendo, sin prestar atención a lo que ellos decían. No podía dejar de mirar a Brent, y el enorme parecido que esté tenía con alguien especial en su vida.
Los remordimientos llegaron a su mente. Tensó sus manos y en su mente escuchó un gritó.
Dio un pequeño salto que llamó la atención de aquellos jovencitos.
—¿Pasa algo, Mike? —cuestionó el moreno.
—Sentí una picazón en el trasero —mintió—. A veces me pasa cuando pienso en la inmortalidad de los osos negros espirituales.
—¿Inmortalidad? —cuestionó aquel trío al unísono, mirando con atención al más experimentado del grupo. Este arqueó la ceja. No le gustaba ser el centro de atención.
—Mis pequeños y mensos aprendices —entonó, mientras el trío de amigos lo veía con mala cara—, estos son los únicos espíritus elementales que pasan de generación en generación, generalmente tras la muerte de un antiguo portador, o incluyendo el nacimiento de uno nuevo.
»También puede ser que los hayan heredado en otro momento de sus vidas.
—Me pregunto cuál habrá sido mi caso —pronunció Brent, adquiriendo una pose reflexiva—. De cualquier forma, me da mucho gusto saber que Nerostic sirvió a mi padre.
«Pero no conozco a nadie además de a ti con dos espíritus», meditó el mago del fuego, observando al moreno con atención.
—Puedes preguntarlo a tu amigo la próxima vez que lo veas —sugirió Oswald—. Tal vez te pueda responder la duda.
—Es cierto —agregó Jenna—. Sea cual hasta sido la razón, tienes algo para recordar a tu papá.
El moreno suspiró. Miró al cielo. Tener algo de su padre era muy importante para él, a pesar de todo, le faltaba un recuerdo de alguien más en su vida. Aquel que tenía se quemó en la casa de sus yayos.
—Me gustaría tener uno de mi madre también —confesó, encogiéndose hasta que sus brazos rodearon sus piernas por debajo de las rodillas. Agachó la cabeza, y se sumió en la tristeza de su soledad.
Jenna y Oswald se acercaron a él para brindar su compañía.
—Disminuye la velocidad, Dragtor —ordenó Mike al dragón—. Esos tres necesitan alargar este momento.
[...]
Después de unos minutos, Dragtor, el imponente dragón drosae, comenzó a olisquear el ambiente en búsqueda de algún posible peligro por los alrededores. El lagarto alado no dejaba de poner atención a cualquier aroma que captara con su sentido de olfato. Era importante no añadir peligros que pudieran poner en riesgo a quienes viajaban sobre su lomo para evitar posibles accidentes durante el resto del vuelo.
Afortunadamente, durante el trayecto no logró captar señal de alguna posible amenaza, y comenzó su descenso por el parque más cercano a la casa de los abuelos de Brent, curiosamente, también era el más cercano a la vivienda de la familia del bestie del moreno, así que Oswald estaría de suerte.
Por todo el lugar eran todavía notables muchos rastros de ceniza, impactos de bolas de fuego, y algunos árboles quemados y unos más totalmente calcinados. Los muchachos pudieron observar que una gran cantidad de humo salía de los restos de las casas que se quemaron por completo, algunas otras más, continuaban ardiendo en llamas a causa de algún hechizo utilizado por los viles esbirros del Señor del Caos.
—¿Cuánto más durará en apagarse todo? —cuestionó el menor del grupo. Mike colocó su mano derecha sobre la cabeza de este y miró con desagrado el ambiente devastador.
—Mientras el fuego del orden puede apagarse con mayor facilidad —pronunció en un aire serio—, su contrario desafía a aquellos que tratan de extinguirlo.
»Los cuatro elementos básicos son fáciles de dominar, por lo que adquirieron este título, pero tienen raíces caóticas, siendo el fuego el más inestable.
Brent sintió un escalofrío recorrer su espalda, mirando todavía con tristeza el desastre provocado por los esbirros de Okuros. Dicho sitio no era el primer parque que visitó en su vida, pero sí fue un lugar muy importante para él. Fue el lugar en el que se paseó con su espíritu elemental, y en el que conoció a un amigo al que posiblemente jamás volvería a ver en su vida. El recuerdo de Ifero luchando por él cayó sobre su corazón. Una opresión en el pecho lo mantuvo inmóvil por unos segundos.
Casi rompió en llanto tras pensar en el posible desenlace de aquel chico de otro mundo. No llegó a escuchar las palabras del otro cuando enfrentó a un grupo de magos del caos, por lo que no fue testigo de una eventualidad mucho más diferente a aquello que tenía en mente. En lo más recóndito de su alma, sentía que perdió y falló a tres vidas que eran importantes para él. Era como ser peor que un gusano rastrero.
Su respiración se hizo más difícil. Finalmente, se dio cuenta de que estaba sufriendo un ataque de pánico. Cayó de rodillas al suelo.
Nadie dijo absolutamente nada, pero Jenna lo sostuvo, mientras su pana del alma lo tomaba de la mano, haciendo ruidos de una respiración profunda, invitándolo a hacerlo también.
—¡Vamos, Brent! —dijo el pelinegro, viendo de frente al moreno—. No te dejaré así.
Brent comenzó a imitar la respiración de su mejor amigo. Sentía el calor que transmitía el cuerpo de Jenna y la mano del otro sobre la suya. Tenerlos cerca lo relajaba.
—Son una grandiosa compañía a pesar de lo fastidiosos que pueden llegar a ser —pronunció Mike.
Un par de segundos más tarde, logró relajarse.
—Hay que seguir —comentó con el rostro más relajado.
Los otros tres asintieron.
Oswald comenzó a caminar en dirección a su izquierda, ya que ese era el camino a su hogar que se encontraba a tres cuadras del parque. Brent, Jenna y Mike decidieron seguirlo, aunque el menor tenía el extraño presentimiento de que su bestie no encontraría a nadie en casa. Esperaba que al menos los padres del pelinegro estuvieran a salvo.
Mientras el grupo seguía su marcha, más casas y edificios ardiendo eran visibles. El olor a quemado era cada vez más insoportable, al igual que el espeso humo.
—Pirosis Humnoru —enunció el mayor.
Una especie de campo de fuera purificada el aire alrededor del cuarteto de adolescentes, haciendo más fácil ver y respirar.
.Algunas casas estaban hechas cenizas, pero no había señal de vida en las calles aledañas. En la cuadra siguiente, había un agujero enorme en medio de la calle, aunque no parecía representar algún peligro.
En la tercera y última cuadra, antes del hogar del amigo de Brent, se veían marcas de garras de dragón. Oswald se preocupó al instante y trató de apresurarse, hasta que fue llamado por el mayor.
—Si esas cosas siguen aquí, sería una tontería ir desprevenido —advirtió.
El bestie de Brent se detuvo en seco.
Los jóvenes avanzaron juntos con Mike a la cabeza, y se detuvieron inmediatamente al llegar al lugar en el que Oswald habitaba junto a su familia. El sitio seguía en llamas. Se podía ver una gran cantidad de humo saliendo por las puertas, las ventanas, y la chimenea. La temperatura aumentó para los jóvenes citadinos, mientras no representó un gran cambio para el mago del fuego. Al chico de cabello negro le dieron ganas de gritar de rabia, pero, al cabo de medio minuto, se percató de algo en el suelo.
Había una enorme abertura en la tierra que parecía llegar por debajo de la casa del mejor amigo de Brent, misma que representaba un ratito de esperanza para . Existía la posibilidad de que su familia estuviera a salvo, así que Oswald tomó un poco de aire, lleno de una sensación de alivio, exhaló.
—¡Escaparon! —anunció con lágrimas de alegría en los ojos—. ¡Ellos escaparon!
—¿Estás seguro, Oswald? —preguntó el moreno.
—¡Por supuesto que sí! —replicó el de cabello negro, señalando aquella abertura en el suelo—. Eso es parte de un sistema de seguridad que mis padres instalaron en la casa.
»Lo crearon por si se presentaba una gran emergencia como está.
—¿Estás diciendo que tu familia construyó un túnel en el que pudieran escapar si se presentaba una terrible eventualidad? —cuestionó Jenna, sorprendida por el ingenio de la familia del chico, y mirando en dirección a la grieta en el suelo.
—¡Detesto esa forma de hablar tuya! —protestó Oswald, fulminando a la mina con la mirada—. ¡Me da rabia!
—Parece que tienes razón sobre lo que pudo suceder aquí. —Indicó Mike al amigo de Brent, señalando el camino con el índice derecho—. Hay rastros de algún antiguo vehículo que pudo servir de escape para tus padres.
—Así parece —comentó Oswald, feliz por saber que sus padres habían logrado ponerse a salvo—. Mis abuelos encontraron un viejo vehículo de lo que fue la Era de los continentes.
»Extrañamente, esa cosa vieja y fea estaba en muy buen estado. Es raro encontrar artefactos antiguos en buenas condiciones.
—¿Tus abuelos son arqueólogos? —preguntó Mike, con sus ojos apuntando arriba y pensando un poco en el aspecto que podía tener la familia de aquel muchacho.
Los llegó a imaginar con camisas en color beige, extraños sombreros, pantalones cortos, al menos con cierto parecido al muchacho, así que trató de pensar en una versión anciana de Oswald sin lograr conseguirlo.
—En realidad, lo encontraron en sus vacaciones —respondió el pibe—. Ellos fundaron la empresa familiar.
»Se puede decir que normalmente pasan mucho tiempo fuera, ya que están jubilados y tienen demasiado tiempo libre.
—Empresa que se fusionará con la empresa de mi familia —comunicó Jenna con un aire presumido—. De hecho, fue un acuerdo para…
—¡Ya lo sé, Jenna! —reclamó Oswald, señalando a la morra con el dedo—. ¡No tienes que recordarlo cada día!
El joven, con total indignación, dió la espalda a la chica.
«Se siguen llevando como siempre», pensó Brent.
Al menos las cosas parecían normales entre los panas del menor. Seguían llevándose tan mal como siempre, pero eran las personas más cercanas que tenía ahora tras perder a sus abuelos. Sonrió al ver a Jenna zarandeado a Oswald.
Ahora era el momento de dirigirse a la casa de Jenna. Una vez más, los amigos de Brent parecían haberse olvidado de la existencia del más joven, aunque él no sé quejó. De hecho, a Brent parecía alegrarle que la familia de Oswald pudiera haber escapado. Su amigo siempre fue su compañero y amigo. Los dos se metieron en problemas en muchas ocasiones, y siempre se apoyaron el uno al otro, a excepción del día del beso del moreno con Jenna.
«De verdad me da mucho gusto que mis padrinos puedan estar a salvo», reflexionó el pibe.
Los chicos caminaron tres cuadras más hasta encontrar la casa de Jenna. Aunque en realidad, era una enorme mansión de un tono verde oscuro, de cuatro pisos más alta que la de los padres de Oswald, y con un amplio jardín frontal repleto de daños en sus árboles frutales y plantas florales. El humo no eran tan intenso en esta ubicación.
Había una estatua rota en el centro del jardín. Antes de los daños, era la silueta de un águila enorme. La familia de la morra tenía pactos con estos animales espirituales desde hacia varias generaciones atrás, así que era parte importante de sus vidas.
—Algún día tienes que mostrarle ese pajarraco tuyo a Brent —sugirió Oswald a la muchacha, y está no tardó en aplicarle una llave hasta que lo escuchó pedir disculpas.
—¡¿A esto llamas casa?! —cuestionó Mike, sorprendido del tamaño de la construcción—. ¡Es más una enorme mansión!
—¡Ni te lo imaginas! —exclamaron los amigos de la mina a modo de protesta—. La casa cuenta con dos pisos subterráneos.
—Al menos no tienen tantos escalones como mi casa —mencionó Oswald, recordando la tortura física que era subirlos diariamente.
—De acuerdo, no diré nada más —declaró el mago del fuego, atónito por lo peculiares que eran los amigos del moreno—. Me habían dicho lo exagerada que es la vida en este lugar, pero esto ya va más allá de mi compresión.
—Voy a entrar —dijo Jenna, pero en ese momento, Brent la sujetó del brazo. Ella se quedó boquiabierta.
No estaba molesta De hecho, notaba preocupación en la mirada del muchacho, una, que le parecía muy sincera.
—No debes ir sola —comunicó el pibe a la chica—. Puede ser peligroso que vayas sin compañía.
»No quiero que nada malo te pase a ti o a los demás.
El corazón del muchacho latía con una intensidad desconocida por él hasta el momento. La seguía amando, eso era seguro, pero más que nada, era su deseo de protegerla. Uno que sobrepasaba todo aquello que sentía.
Ella agradeció a su amigo, aunque estaba preparada para hacerlo por su propia cuenta. Mike y Oswald también se opusieron. A nadie le agradaba la idea de que fuera en solitario, ya que ninguno sabía si los magos caóticos seguían rondando por los alrededores. Estos podrían contar con hechizos para camuflar su presencia.
—De acuerdo. —Se rindió la joven—. Aceptaré que uno de ustedes me acompañe.
Brent quería ofrecerse para hacerle compañía, pero llegó a pensar que su amiga seguía molesta con él. Mike se ofreció; Jenna, se negó a aceptar su petición, así que la última opción disponible fue Oswald. Por un momento, el Heredero Del Caos Y El Orden sintió celos, aunque prefirió guardárselos para sí mismo. Ya no quería causar más conflictos.
Además, era un alivio que la chica no recorrería el lugar sin alguien que la pudiera ayudar.
—¿Y qué hay de ti? —interrogó Mike al menor—. ¿También vives en una lujosa mansión?
—Yo ya no tengo a dónde ir —replicó Brent con cierta amargura—. La casa de mis abuelos fue destruida, y ellos murieron...
—¿Y tus padres? —preguntó el mago del fuego, aunque notó que sus palabras habían sido una especie de golpe directo en el corazón del muchacho cuando lo vio hacer un movimiento con los hombros.
—Ellos murieron cuando era un bebé —contestó el morro con un aire cortante.
Brent le dio la espalda a Mike. No por enojo, más bien, aquello era muy duro para él, pues los había recordado recientemente en uno de sus anteriores sueños. El muchacho podía recordar el aspecto de su madre, una mujer muy hermosa y diferente a lo que la gente decía de ella. También pudo volver a ver a su padre, un hombre muy parecido a él, este era definitivamente más apuesto de lo que era él. La sensación de no poder estar con ellos era una que constantemente destruía la tranquilidad del jovencito. En su infancia era una situación que le quitaba el sueño y el sosiego durante los días en los que veía a otros chicos rodeados de sus progenitores. Su alma tenía tenía se hizo de un hueco que nada podría llenar.
Sus abuelos se ofrecían a acompañarlo durante los festivales en los que se requería la presencia de los padres, y aunque estaban, no era igual. La ausencia de sus padres era algo que nada cambiaría, nunca en el resto de su miserable existencia.
—Lo siento mucho, amigo —se disculpó Mike—. No fue mi intención hacerte sentir mal.
—¡No me siento mal! —bramó Brent, dándose cuenta de que fue un poco rudo de su parte—. Es… Bueno, recordarlos en ese sueño fue genial, pero a la vez, fue triste.
»Me frustra bastante el hecho hablar del tema, porque no es algo que pueda revertir, ¿sabes?
—Yo sé lo que tú sientes —mencionó el mayor, evitando la mirada del moreno—. No exactamente todo.
»Sé lo difícil que es recordar a alguien que ya no está contigo, al igual que lo doloroso que puede ser la vida al perder a una persona importante…
—¿Tú perdiste a alguien importante para ti? —cuestionó Brent con asombro.
—Exactamente —contestó Mike con la mirada en el suelo—. Yo… Por mi culpa perdí a…
En ese momento, Jenna y Oswald volvían de la casa de la chica, interrumpiendo la conversación entre los dos pibes. Los dos lucían algo tranquilos. Brent tuvo la sensación de que la familia de su amiga también había corrido con una grandiosa suerte.
—Lograron escapar —anunció la morra con una mueca alegre en su rostro—. Ya me he comunicado con ellos.
»Se encuentran a las afueras de El Reino Central.
—Eso suena muy bien —expresó Brent a su «no waifu», estrechando las manos con esta.
«El amor nos hace olvidar conversaciones interrumpidas, ¿eh?», juzgó el mayor con una sonrisa apretada y la ceja derecha levantada.
—Mis padres están con los de Jenna. —declaró Oswald, estirando los brazos y mirando al cielo—. ¡Eso me hace sentir bastante aliviado!
De pronto, el chico de cabello negro notó que su amigo no lucía muy alegre.
—¿Qué sucede, Brent?
El moreno comenzó a llorar. En parte, se hallaba muy feliz de que las familias de sus dos mejores amigos lograran escapa, así como que pudieran sobrevivir a un terrible ataque provocado por magos caóticos; empero, también se sintió un poco decepcionado al recordar la casa de sus abuelos cubierta en llamas.
El muchacho recordó una vez más la buena acción, y posible sacrificio de Ifero, algo con lo que se encontraba agradecido, y a la vez, le hacía sentirse completamente inútil por no haber hecho más por ayudarlo.
—Quiero ir a la casa de mis abuelitos —anunció Brent, secándose las lágrimas con la palma de su mano derecha—. Yo sé que no encontraré nada importante, pero, sé que debo hacerlo.
Oswald y Jenna intercambiaron miradas. Al fin se dieron cuenta de que habían olvidado a su amigo, así que ambos decidieron seguir acompañándolo al lugar que alguna vez fue su hogar. Mike también decidió seguirlos. Había algo en ese chico que le recordaba a esa persona que perdió en el pasado.
«Es una tortura verlo, pero también es como si él estuviera con vida», meditó este.
[...]
Al llegar a lo que fue la casa de sus abuelos, el pibe pudo observar la terrible destrucción de su antiguo hogar. Una gran porción de esta quedó reducida a cenizas, dándole un aspecto irreconocible. El muchacho decidió acercarse al lugar que sirvió de entrada, para dar un mejor vistazo al sitio. Hubo algo bajó sus ojos que lo asqueó y aterrorizó al mismo tiempo. Pudo ver dos cuerpos calcinados. Su razonamiento le decía que estos pertenecían a sus seres queridos.
Con una opresión en el pecho, y con el cuerpo temblando ante la aberrante escena, el jovencito volteó la mirada, ya que no quiso volver a ver más aquello. Se acercó un poco a sus amigos, y se echó de rodillas al suelo, llorando y berreando de dolor. Nunca fue su intención que sus abuelos tuvieran un horrible destino final.
Quería regresar en el tiempo y llevarlos con él, o al menos advertirles de lo que estaba por pasar cuando decidió marcharse. Pero incluso, aún contando con la ayuda de un mago del tiempo, las repercusiones de sus acciones podrían desencadenar un evento que se los volviera a quitar.
«Todo pasa por una razón, muchacho. Toma esto en cuenta», vino la voz de su abuelo a su cabeza.
Jenna, Oswald y Mike lo observaban detenidamente. La amiga del muchacho también comenzó a llorar. Ella sabía que Brent siempre les tuvo cariño a sus abuelos, sin importarle las diferencias que solían tener respecto a la madre del chico.
Oswald también sentía mucha pena por su compañero; los yayos de su amigo siempre fueron muy buenos y agradables con él a pesar de que fue el responsable de muchas travesuras que aprendió el moreno. Además, tampoco podía negar que les tenía algo de afecto. Por su parte, Mike se limitó a observar. Él recordaba mediante el menor a aquella persona que le fue muy importante, aunque intentaba no mostrar signo de debilidad alguna.
—¡Lo he perdido todo! —chilló Brent, acompañado de una indignante mezcla de frustración y melancolía—. Yo no tengo un lugar al que llamar hogar.
»Mis padres, mis abuelos, e incluso Ifero… Ellos… ¡Ellos me dejaron solo!
—¡Brent!—gritó Jenna con tristeza en su tono de voz, y corriendo a abrazarlo.
La situación era demasiado abrumadora para los presentes. Para el moreno lo era más. No había palabras suficientes para que pudieran apoyar a un amigo que lo había perdido todo.
—¡Ya no importa! —protestó el muchacho, lleno de rabia y desesperación—. Tus padres están a salvo. Lo mismo sucede con los padres de Oswald.
»Ustedes deben regresar con ellos —agregó con terquedad—. No sé en qué pensé cuando creí que ustedes estarían conmigo en todo momento.
La tristeza de Brent comenzaba a transformarse en una muy amarga furia. Él no estaba enojado con sus amigos, pero sí estaba enojado con la vida misma que siempre lo despojada de lo que más amaba.
Su existencia siempre fue injusta, incluso desde antes de nacer. Nadie aprobó el matrimonio de sus padres, sus propios padres murieron, y lo dejaron a su suerte; sus abuelos también murieron, dejándolo completamente solitario y sin familia; sus amigos pronto lo abandonarían. Además, el pobre y desgraciado muchacho, casi insecto rastrero, sabía que su vida había sido la causante del ataque en el que murieron sus abuelos.
Los magos caóticos llegaron en su búsqueda, posiblemente para usarlo para sus malignos propósitos. ¿Qué podía ser peor?
Entonces, el muchacho sintió una terrible punzada en el cuello, y vio que sus amigos caían al suelo. Segundos más tarde, él también lo hizo.
—Ha sido más fácil de lo qué pensé. —comentó una voz masculina.
Unos zapatos de piel de dragón se posaron frente a Brent. El muchacho alzó la vista, observando a un hombre en un uniforme rojo con la imagen de un dragón drosae estampada a la altura del pecho.
—¿Tú eres mi sobrino? —preguntó un sujeto de tez blanca como la nieve, cabello castaño claro, y grandes ojos anaranjados—. ¡A tu tía le va a encantar conocerte, Brent!
Por un momento, el chaval sintió un terrible escalofrío.
«¿Cómo era posible que este extraño conociera su nombre? ¿En realidad él es mi tío?», pensó.
El muchacho tenía la sensación de que alguien lo levantaba y lo cargaba con facilidad. De esta manera, el supuesto tío de Brent le dio la orden a otros magos caóticos de que se llevaran a los amigos del chico con ellos. Sin duda alguna, la maldad del caos no daba tregua al pibe.
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