El Viajero
Con el paso de los días, tras enterarse de la verdad sobre sus progenitores, un mundo de emociones se apoderó del corazón de Brent. Él se sentía completamente incomprendido al sentirse completamente solo en una situación que iba más allá de su comprensión. Entendía un poco más el repudio que la gente tenía por su madre, pero era su mayor deseo el de conocer la razón por la que su padre se enamoró de ella. Debió existir una pequeña chispa que se convertiría en algo más grande entre ellos dos. Se aferró a la idea de que sus progenitores se amaron fielmente, pero le dolía en el alma pensar que al ser el fruto de un amor prohibido, todo aquel odio que la gente tenía por su mamá cayera en sus hombros. Era una situación completamente injusta para él.
Sus abuelos decidieron enviarlo una vez más con su vieja terapeuta, pero fue un caso completamente perdido. El muchacho no expresó ni una sola palabra en el par de sesiones. Estuvo renuente a compartir algo con lo que sentía que no encontraría las respuestas en aquellas horas también malgastadas.
En casa no hacía más que llorar y permanecer en su habitación. Comía poco, preocupando más a sus gatos, quienes se acercaron a él de vez en cuando, pero el seguía hundido en su mente.
—Tal vez no debimos decirle la verdad después de todo —profirió su abuelo.
—El pobre sigue decaído —dijo su abuela—. Mientras tanto, afuera no ha parado de llover desde aquella noche.
—Es como si el clima pudiera entender lo que nuestro nieto siente.
Con la tempestad que azotaba las calles de El Reino Central, el colegio tuvo que cerrar por unos días. La lluvia era tan intensa, que aunque no les permitan salir, los amigos del moreno habían intentado comunicarse con él mediante llamadas y mensajes que no respondió.
—Tampoco les dice nada a ellos —expresó Leonel, completamente arrepentido de haber sido el causante del sufrimiento de su descendiente.
Volviendo con el muchacho, él se encontraba en su habitación como lo hacía desde días atrás. No quería salir porque a sus abuelos le hacía recordar con aflicción los hechos que ellos le contaron días atrás. Prefería mirar al techo y lanzar una moneda al aire para distraerse, aunque no resultara todo el tiempo.
Una lluvia tan fuerte como la de aquella mañana ni siquiera lo molestaba. Al contrario, Brent no prestaba atención a lo que sucedía afuera. Ignoró nuevamente los mensajes de sus angustiados amigos, quienes se preguntaban sobre todo aquello que lo aquejaba sin respuesta de su parte.
Él lanzó una vez más aquella moneda al techo, pero ésta se desvió, impactando con su frente, y tomándolo por sorpresa. Gimió en voz baja por el dolor del choque. La lluvia cesó finalmente. Entonces, escuchó el sonido de la cerradura de su pieza. Sus abuelos aparecieron ante él. Trató sin éxito alguno el dar con sus miradas llenas de zozobra.
—¿Qué sucede? —preguntó Brent con pesadumbre a sus abuelos.
Su yayo se sentó cerca de él y con un dedo, frotó gentilmente la nariz del chaval. Sabía que esto lo tranquilizaba un poco. Brent se ruborizó de la pena al darse cuenta de que el truco que el abuelo hacía con él desde pequeño todavía surtía efecto en su ser.
—Sal de aquí, Brent —pidió su abuelo con una voz suave—. Es bastante deprimente ver que sigues de terco en tu habitación.
»Sal a la calle, busca problemas, tu primera novia, un perro, ve a planear tus próximas travesuras con Oswald, o ve a buscar algo nuevo por hacer.
—¡Abuelo, no quiero! —protestó el jovencito, tomando una cobija y echándose a la cama.
—¡Sal a la calle! —ordenó su abuela a todo pulmón—. Tu abuelo tiene toda la razón.
»¡Ve a hacer algo de tu vida! —gritó la mujer—. ¡Pero pobre de ti si regresas a lamentarte!
Brent sabía que era mejor no hacer enojar a su yaya. No quería repetir la desagradable experiencia de un par de años atrás en las que un coraje enorme la postró en la cama de un hospital.
[...]
Brent salió de su casa totalmente malhumorado. No tenía rumbo, aunque sabía que sus abuelos estaban en lo correcto. Era bastante patético el tener que quedarse en su habitación para lamentar su vida todo el santo día.
«¡Pichula enojada!», pensó, arrugando el rostro, mientras fruncía el entrecejo.
Sus padres se habían amado bastante, ya que ellos le habían dado la vida, además de que posiblemente lo protegieron para evitar que la perdiera el día que ellos perecieron. Sin duda alguna, no había mejor regalo de parte de ellos que el estar vivo. Algo que hicieron dos veces para él.
El hecho de seguir caminando, representaba, para su espíritu, una forma para despejar un poco su ajetreada mente tras tanto sufrimiento. Por un momento, Brent creyó que alguien le seguía. Miró en todas direcciones, pero no encontró nada raro, o algo sospechoso que indicara que tenía compañía no deseada. Creyó escuchar pasos cerca de él, y volteó por todas direcciones una vez más sin rastro alguno de un posible acosador.
«Cada día... Cada día más esquizofrénico», pensó el jovencito, sintiendo un raro escalofrío recorrer todo su joven cuerpo.
Segundos más tarde, escuchó que algo cruzaba la calle de manera muy rápida. El chico respondió con nerviosismo y caminó más rápido para evitar el peligro. Otros pasos se oyeron muy cerca de él, pero no se veía a alguien más a su alrededor. Algo caminó sobre un charco de agua. Entonces, Brent decidió correr, preocupado de encontrarse con alguien que pudiera hacerle daño a su integridad física y moral.
«¡Todavía estoy chiquito para que me falten el respeto con el "sin respeto"», reflexionó, mientras caminaba a toda prisa, casi trotando.
El jovencito escuchaba que alguien corría detrás suyo, por lo que no quiso mirar en aquella dirección. Lo único que pensaba era en salvar su vida. Él había escuchado sobre magos caóticos que trabajaban para Okuros, el Señor del Caos. La idea de encontrarse con uno de ellos le atemorizaba, y le erizaba la piel. No podría defenderse de ellos. Sólo no tenía alguna posibilidad.
El pibe quería huir y volver a casa, pero dar señales de miedo lo expondría a lo que lo estaba siguiendo. No quería darle una razón para atacar.. Así que, ahora corriendo, estuvo muy cerca de tropezar. Pronto, sintió que algunas gotas de agua cayeron en su rostro. Más sorprendente fue el hecho de que algo impidió que impactara con el concreto. Se trataba de un tigre blanco que estaba muy empapado por la lluvia. Aquello no mejoró la situación. El muchachito sabía que existían los tigres blancos salvajes y los tigres blancos espirituales. Realmente no estaba seguro de la clase de felino que se trataba. Así que palideció ante el temor
El animal ayudó a que Brent se incorporara nuevamente al usar su enorme y... ¿estirada cola?
—Este... ¿Gracias? —replicó el vato ante lo inusual de la situación. Su cuerpo recuperó su coloración habitual.
Después, el gato sobredesarrollado se acurrucó en el suelo, muy cerca de los pies del asustadizo chico. Rugió un poco, además de que lucía somnoliento.
—¡Vaya criatura más extraña! —exclamó Brent, observando al animal que le ayudó a evitar estamparse contra el piso de concreto.
—Es un honor conocer al amo Brent. —comentó una voz que parecía provenir del tigre.
—¿A quién? —cuestionó el muchachito completamente atónito ante lo que había escuchado.
Sin embargo, se llevó una poco «grata sorpresa» en el momento que el tigre se levantó y se sacudió, lo que lo dejó lleno de agua sucia y lodo.
—¡Eso fue asqueroso! —gruñó Brent—. ¿Qué quieres decir con: «amo Brent»?
—Fue muy grosero de mi parte —replicó el tigre, disculpándose también ante el chamo—. Me presento. Soy Tigrein, su primer espíritu elemental.
»He trabajado con su segundo espíritu para intentar encontrarlo. Debo confesar que este lugar es enorme, y su olor era muy difícil de seguir, amo. Algo parece intervenir, y después de tantos años, lo he encontrado.
—¿Mi olor? —preguntó Brent, preocupado por su aroma corporal y no por el resto de lo comentado por Tigrein. Incluso llegó a olerse la axila derecha—. ¿Acaso huelo mal?
—No —contestó el tigre, ronroneando mientras paseaba su cabeza en las piernas del joven—. Pero he intentado reconocerle durante mucho tiempo. Le perdí la pista el día que sus padres murieron, joven maestro.
Brent volvió a sentirse triste por aquello que escuchó, mientras que el tigre blanco espiritual comenzó a perseguir una mosca con sus garras y hocico. No pasó mucho tiempo para que el muchacho mirase muy atento al que era su nuevo compañero. Le parecía muy divertido que un enorme tigre persiguiera a un pequeño insecto, como un niño que trataba de perseguir alguna paloma y fracasando en el intento.
—¡Eres muy gracioso! —comunicó el jovencito al tigre, mientras sus labios dibujaban una sonrisa de alegría en su rostro y acicalaba un poco al animal—. ¡Un momento! Si tengo dos espíritus elementales... ¡¿Eso quiere decir que soy un mago elemental?!
Una extraña energía lo invadió al recordar parte del relato de su enorme gato albino. Esperó con entusiasmo la afirmación de su nuevo amigo.
—Eso es lo que no sabría explicar a detalle —expresó el tigre blanco con preocupación—. Ni mi camarada ni yo sabemos qué clase de mago es usted. Sus padres eran los únicos que lo sabían; no obstante, nosotros pensamos que usted es un mago elemental muy especial. Nadie en el mundo ha podido controlar más de uno en su vida. Usted tiene...
—Es parecido a lo que mis abuelos me contaron hace unos días —recordó Brent al escuchar las palabras de su amigo espiritual. Nuevamente abrumado, miró al cielo, como esperando una respuesta divina. Tal vez el tigre estaba allí como parte de una señal cósmica—. Es posible que yo sea un mago astral por tenerte a mi lado, pero, también hay la mayor posibilidad de ser un mago oscuro. Mi abuelo lo es. Aunque jamás he preguntado sobre mi padre por alguna razón. De él, sólo quiero pensar que amó mucho a mamá, y que estaba dispuesto a dar su vida para protegerla.
—Su caso es muy diferente a lo que cree, amo —mencionó el tigre, mirando en dirección al moreno—. Usted puede ser un mago del orden o un mago del caos. Incluso es posible que sea una fuerza neutral.
»No llegaremos a saberlo hasta que usted tome una decisión sobre su futuro.
Evadió lo otro comentado por el muchacho. Su principal deber era ayudarlo a conectar con su poder todavía durmiente.
—¿Pero qué debo de decidir? —preguntó el chamaco meco a la curiosa criatura que tenía a su lado.
—Eso lo sabrá en su momento —contestó el tigre, mientras su amo le acicalaba por detrás de las orejas, y él respondía con una especie de ronroneo—. Sin importar lo que usted decida, yo permaneceré a su lado. Aunque debemos encontrar a su segundo espíritu elemental lo más pronto posible. Tal vez ayude a esclarecer un poco más el panorama para usted.
—¿Por qué tengo dos espíritus? —cuestionó el jovencito, ya que nadie más de las personas que el muchacho conocía contaba con más de uno, tal cual parecía ser el caso de su poder escondido.
El animal estaba muy cansado para responder, ya que tuvo que recorrer grandes distancias para dar con el chico. Brent sugirió que lo acompañase al parque para que ambos pudieran tomar un breve descanso y charlar más para conocerse mejor. Estaba emocionado por el descubrimiento, que no tenía espacio para nada más en su mente. El tigre aceptó y acompañó al muchacho, cosa que al enorme gato blanco parecía ponerlo de buen humor. Brent le dedicó una sonrisa a su peludo amigo.
A pesar de disfrutar de su cercanía del otro y de su suave pelaje, al chamo no le gustaba la idea de que el tigre aceptara las palabras como órdenes de la misma manera a un esclavo o algo parecido; empero, le agradó el hecho de comenzar a encontrar su fuerza interna que esperó con ansia durante casi quince años.
«¿Por qué de repente pareciera que soy un mago elemental?», meditó.
«¿Acaso algún ente sobrenatural escuchó mis súplicas y peticiones finalmente?».
«¿Funcionó el ritual que hice con mis viejos juguetes?». Eran tantos los pensamientos que vinieron a su cabeza ante el evento del que además de ser testigo, vivía en carne propia.
Justo cuando iba a comenzar a caminar nuevamente, el tigre usó su cola y subió al chico sobre su lomo. El joven quedó maravillado ante la extraña habilidad de su espíritu elemental. Lo que sucedió después le dejaría sin habla.
El felino corría a gran velocidad, y también daba enormes y largos saltos. El muchachito no lograba asimilar la razón por la que no se había caído de su tan raro transporte espiritual, aunque Tigrein confiaba mucho en sus propias habilidades. Además de prometerle que no lo dejaría caer. Los ojos de Brent se abrieron a más no poder, centelleando como estrellas. Estaba feliz con lo prometedor que parecía su nuevo amigo.
El tigre siguió su camino, hasta que ambos dieron con el parque. El lugar estaba vacío, pues seguía muy mojado tras la lluvia que tenía poco de haber cesado. Los árboles y plantas estaban llenos de vida por el agua recibida en estos días. Brent bajó del lomo de Tigrein, y este dio un enorme rugido que sacudió el pasto que tenían enfrente, sacándolo de inmediato, sin maltratarlo ni un poco. Y así fue que ambos se echaron para contemplar el cielo en un aire de complicidad.
El enorme gato rayado se encontraba muy cómodo. No obstante, el moreno tenía la mente hecha un alboroto con los acontecimientos más recientes en su vida y los cambios que hubo en esta. Recientemente, él había recibido más información sobre sus padres y también del motivo por el cual sus abuelos evitaban hablar sobre su madre. Se había enterado de que era un mago elemental con más de un espíritu elemental. Todo lo que había sucedido lo desconcertaba en cierta manera, y también le daba mejor entendimiento de su propia historia de vida.
Tomando un poco de aire, preparó en su mente algunas dudas que esperaba que su gato enorme pudiera responder para él.
—Tigrein, me gustaría hacerte algunas preguntas —comentó el muchacho al animal espiritual.
—Adelante, amo —respondió el gatuno, echado bocabajo en el pasto.
—¿Tú conociste a mis padres? —preguntó Brent, con esperanzas de saber algo información sobre las personas a las que más extrañaba en el mundo, y llegando a poner cara de perrito triste—. Es que me gustaría saber más sobre ellos.
—No los recuerdo muy bien —contestó el tigre con gran honestidad ante el cuestionamiento de su joven amo y protegido—. Aunque confirmo haberles conocido desde antes de su nacimiento.
»Su padre era un hombre muy trabajador y alegre; su madre, bueno, ella trataba de ser una buena esposa. Ya que vivió mucho tiempo en la calle. Desconocía mucho de la vida en un hogar, al haber crecido en un ambiente hostil y lleno de discriminación por ser una maga caótica que además fue hija del mismo Señor del Caos.
»Sus progenitores eran tan diferentes, pero tan unidos.
—¿Mi madre era la mujer de la que todos hablan mal, entonces? —interrogó Brent a su espíritu elemental, esperando una posible respuesta desagradable.
—Amo, nunca deje que lo que la gente diga le afecte —replicó el tigre—. Su madre se esforzaba mucho para ser aceptada. Fue cierto que en un principio no fue una buena persona, pero aquello no la hacía diferente a todos los demás.
»Existen personas que buscan cambiar los rumbos de sus vidas, para bien, o para mal. Ella tuvo la fortuna de enamorarse del hombre que le ayudó a obtener esos cambios que quería hacer en su vida
—Mi mamita no le agradaba a casi todo El Reino Central —comentó Brent con pesadez, incluso llegando a pensar en que ella le desagradaba a sus abuelos—. Hay algo más que quiero preguntar: ¿Por qué debo decidir entre ser un mago caótico o un mago del orden?
—Esa respuesta no está autorizada para que yo la responda —comunicó el tigre espiritual, rascándose la oreja derecha con la pata trasera—. Sin embargo, yo estaré con usted sea lo que usted decida. Es mi deber como su espíritu elemental, joven amo.
—¿Por qué no? —cuestionó Brent con la curiosidad de un niño pequeño, y haciendo varias muecas mientras volvió a acicalar a Tigrein con la intención de chantajearlo con aquellos gestos—. ¿Por qué no me lo puedes decir?
»Se supone que eres mi guía o algo así.
—Usted mismo lo dijo —respondió Tigrein mientras rasgaba el pasto con sus garras—. Soy su guía, no una enciclopedia.
—¿Por qué debo decidir? —insistió el chaval. El felino ni siquiera se inmutó un poco—. ¿No es posible decidir usar ambas cosas a mi favor?
—Le diré algo, amo —respondió el animal, mientras se rascaba su otra oreja—. Ser un mago caótico implica ser malvado, cruel, despiadado, posiblemente tenga que asesinar a...
—Esa opción no me agrada —interrumpió el muchacho a modo de protesta. No quería ser alguien así.
—El ser un mago del orden implica arriesgar su vida todos los días —prosiguió Tigrein, sin darle importancia a la interrupción del muchacho—. Es posible que sus contrarios lo asesinen mientras duerme.
—¡Eso tampoco me gusta! —chilló Brent, pensando en la idea de dormir como un paranoico—. ¿Cómo se supone qué eso me va a ayudar a tomar una decisión?
—Lo único que hice fue mi trabajo de guía —contestó el animal. El trabajo y la vida de la descendencia de ambas fuerzas era dura—. Usted tendrá que tomar la decisión.
—¿Y si no quiero ser parte del Caos o del Orden? —demandó Brent, observando como su tigre blanco espiritual daba giros en el pasto—. ¿Y qué sucedería si decido ser yo?
«No sé si me está tomando el pelo, ya que se mueve mucho», pensó Brent con una leve indignación en su interior.
«A lo mejor ya hasta le caí mal».
—Esa es una opción posible —respondió Tigrein, dando otras vueltas más sobre la hierba—. Sin embargo, no sé si funcionará del todo.
»Me gustaría observar qué hace para ser usted mismo sin tomar uno de los dos caminos que le mencioné con anterioridad. Lo protegeré en caso de ser necesario, joven amo. Es posible que su abuelo del lado materno no se lo tome muy bien.
El muchacho no se sentía bastante animado por las palabras de su compañero. Él mismo llegó a la conclusión de que no conseguiría nada si seguía intentando obtener información de su tigre blanco. Además, comenzaba a hacerse tarde, y el cielo se había llenado de nubes de tormenta una vez más. Todo indicaba que un aguacero se acercaba con el movimiento de las nubes que se ennegrecían más cada segundo; ambos decidieron marcharse y volver a la casa de los abuelos del jóven.
A pesar de los esfuerzos por evitarla, la tormenta se les adelantó por mucho.
El tigre quería cuidar al muchacho, así que se transformó en un abrigo, en unas botas para lluvia, y en un paraguas. Brent quedó horrorizado. Nunca llegó a pensar en que los espíritus elementales pudieran hacer ese tipo de cosas. De todas formas, tomó a su... ¿mutilado amigo? y se abrigó con él. La calidez que le transmitía era única. Era como...
«¿Así se sentirían los abrazos de mamá?»
«¿Serían tan suaves y calientitos como lo es este abrigo de Tigrein?»
Una alegría se hizo presente en su pecho. Brent llevó su mano a la altura de su corazoncito de pollo, mientras una nueva alegre se posaba en su cara.
—Muchas gracias, Tigrein. Eres el mejor amigo y abrigo también.
Era la hora de volver a casa.
El muchacho corrió a toda prisa; la lluvia no cesaba. También había mucho viento, pero pronto, notó que caminaba en círculos. No lograba salir del parque, algo que le ponía de nervios. Algo andaba muy mal. El jovencito conocía bien el camino de vuelta a la casa de sus abuelos. Posiblemente algún mago elemental le impedía salir del parque. No le parecía algo lógico caminar sin salida. Se sintió mareado tras otras dos vueltas. Confundido, su cuerpo tiritaba. El aire se sentía tan pesado, que no pudo aplicar las técnicas de respiración sugeridas por su terapeuta.
Brent y su abrigo de tigre blanco espiritual continuaron su camino. Los dos llegaron al lugar en el que se habían quedado a descansar; sin embargo, había algo más en el lugar. El joven visualizó que un chico, quizá un poco mayor que él, se encontraba bocabajo, lo que llenó de preocupación al muchacho. Una especie de portal sobre este se cerraba.
—¡Tenemos que ayudarle! —señaló Brent—. Se puede ahogar si traga mucha agua. Al menos he visto que eso pasa en las series policiacas que le gustan a la abuela.
Así que el pibe fue en su ayuda, volteando a este bocarriba. Tigrein parecía haber escaneado a este chico albino con el ojo.
—Me parece que no le sucedió nada malo este chico —aseguró el gatuno—. Tal vez no necesite de mucha ayuda.
El animal espiritual volvió a transformarse, tomando la forma de un cachorro de su especie.
—Para completar mi forma adulta, debo estar completo —confesó el tigre—. Todavía quiero que conserve esa parte mía transformada en una sombrilla.
»Esta forma también me permite ahorrar energía.
El felino movió un par de veces al chaval que su amo había encontrado, y la punta de su cola se iluminó al estilo de una linterna. El chico despertó, alegrando a los presentes.
—¿Dónde estoy? —interrogó el muchacho que había estado inconsciente sobre el suelo lleno de pasto.
De manera sorpresiva, y ante los ojos incrédulos de Brent, el cabello blanco-platinado del joven se había tornado negro; sus ojos, anteriormente rojos como un par de rubíes, se hicieron negros. Era alto y delgado. Llevaba una sudadera de rayas negras y rojas, además de unos pantalones de mezclilla y unas deportivas blancas. Aunque, ciertamente su ropa también cambió de aspecto, adquiriendo tonos más oscuros.
—Estás en uno de los parques de esta ciudad llamada El Reino Central —respondió Brent con una mueca alegre, y una mirada que dejó perplejo al otro—. Me llamó Brent, y este es Tigrein, mi espíritu elemental.
Los profundos ojos negros, bien fijos sobre los propios, aquella mueca alegre, y la mano extendida, sobresalían sobre la silueta de aquel joven que olía gato mojado.
—¿El Reino Central, dices? —cuestionó el muchacho con extrañeza, sacudiendo un poco su cabeza y flexionando sus extremidades—. ¿Cómo es eso posible?
»En fin, es un gusto conocerte, Brent. yo me llamo Ifero.
—¿Recuerdas algo de lo que sucedió, Ifero? —preguntó Brent al sujeto al que recién había salvado con la ayuda de su camarada.
No era normal ver a alguien cruzar un portal dimensional. Mucho menos a un adolescente. Así que Brent haría su buena acción del día ayudando al desconocido a encontrar respuestas a su situación.
—No recuerdo mucho —replicó Ifero con seriedad—, pero, si rememoro que en donde vivo, no hay ningún lugar con el nombre El Reino Central.
»¿Pueden llevarme de vuelta a Ciudad Capital?
—¿A ciudad qué? —interrogó Brent, preocupado de que Ifero se hubiese dado un golpe muy fuerte en la cabeza.
—Ciudad Capital, amo —expresó Tigrein, sintiendo un aire de nerviosismo ante el lugar mencionado por Ifero—. Pero eso no es... ¿Usted confía en este muchacho, amo?
—¡Por supuesto! — exclamó Brent con entusiasmo. Deseaba ayudar al prójimo—. Parece confundido y asustado. Quiero llevarlo a la casa de mis abuelos.
»Tal vez diga cosas extrañas por el frío, o por el golpe que se dio al caer.
»Ayudaremos a que recuerde lo que le sucedió, y también a que regrese a su hogar.
«Puedo escuchar todo lo que dicen si hablan fuerte», juzgó el antes albino.
—De acuerdo —comentó Tigrein, todavía pensativo por las palabras del joven de cabello antes blanquecino. El nombre de su supuesto lugar de procedencia era algo inquietante para él.
—Por cierto, Ifero, ¿te duele algo, o necesitas algo en lo que te pueda ayudar?
—No me duele nada —respondió, llevando su mirada a la mueca de preocupación de Brent. Aquellos ojos negros como el carbón le llamaban la atención. No era un color habitual en su lugar de origen.
Había también algo extraño en ese chico. Ifero sintió que podía confiar en aquel castaño.
—Me quiero asegurar de que no te duela nada antes de hacer nada —afirmó Brent, todavía angustiado por la salud ajena.
Ifero se vio obligado a tocar y mover distintas partes de su cuerpo ante la insistencia del otro para detectar algún posible dolor o fractura. Sabía que no lograría nada si se negaban. De todas formas lo encontró divertido.
Se oscurecía. Brent ofreció asilo a Ifero, y caminaron juntos. El menor tomó de la mano a su nuevo amigo humano, acto que este último le produjo un extraño cosquilleo en todo el cuerpo.
—De verdad deseo que encuentres aquellas respuestas que necesitas sobre lo ocurrido —manifestó Brent. La nariz de Ifero se enrojeció un poco al igual que sus mejillas.
«¿Qué es esta sensación extraña?», se cuestionó. El otro volvió a sonreír.
—También quiero escuchar todas esas historias bien locochonas y tal vez llenas de aventuras tuyas en ese lugar al que llamas Ciudad Capital.
«No sé si este chico sea muy bondadoso, tonto, o empalagoso. De todos modos me agrada». declaró para sus adentros.
Ifero dio un vistazo a su alrededor. El Reino Central y Ciudad Capital parecían tener algo en común. Los dos tenían construcciones lujosas y enormes rascacielos que trataba de competir con el propio cielo. También había tranquilos páramos como aquel parque en el que fue encontrado. Se respiraba un aire más puro. Además, si la gente era como Brent, había una enorme diferencia. En su lugar de origen reinaba la indiferencia y los conflictos sociales contra aquellos que eran diferentes.
—¡Vamos! ¡Sígueme, Ifero!
—Tampoco es que tenga más opción —replicó. Sonriendo al otro.
Momento... ¿sonriendo?
Ifero se detuvo un poco, llamando la atención del moreno.
—¿Sucede algo? —inquirió Brent un un aire de zozobra—. ¿Dije o hice algo que te incomodó?
En ese instante, notó que su mano prensaba la de aquel chico, así que lo soltó. Su rostro enrojeció de vergüenza.
—Creo que me pase, ¿verdad?
—Para nada —admitió el de cabello oscuro, volviendo a sonreír—. Creo que me sorprendió hacer un nuevo y primer amigo en este mundo.
Esta vez, Ifero tomó de la mano a Brent. Está era tan firme y cálida. El corazón del chico comenzó a latir con fuerza, contento de ser ese nuevo amigo que aquel chico desconocido necesitaba.
—Tú me guías, Brent —enunció el exalbino.
El moreno asintió, y compartió el bateaguas con aquel chico.
—Me alegra mucho serte útil.
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