El Primer Día De Clases De Ifero

Brent tuvo un sueño muy extraño; una voz algo cortante y bastante maléfica lo llamaba por su nombre. Aquella dicción le pedía acercarse, empero, el muchacho sintió desconfianza, y en lugar de obedecer, se alejó, aterrado de encontrar alguna criatura espeluznante.

Sus sueños todavía no habían terminado. Dentro de otro ensueño, el chico pudo ver de vuelta aquellas «espadas danzantes». Las dos armas se le acercaron, y comenzaron a moverse como en una especie de danza circular a su alrededor. El muchacho también sintió un gran impulso de intentar usar magia, aunque fue interrumpido por alguien. Era la voz de su abuelo. Él trataba de despertarlo con desesperación.

—¿Qué sucede, abuelito? —inquirió Brent, todavía sintiéndose cansado, y rascándose un poco los ojos para eliminar cualquier rastro de lagañas.

—Han decidido abrir de vuelta la escuela secundaria —respondió su yayo, tocando la nuca del menor—. Tu abuela está preparando el desayuno con la ayuda de ese muchacho que ayer trajiste a casa. Parece que también se le da bien cocinar.

Brent se alegró un poco por Ifero. El muchacho mostraba buen ánimo, y también parecía estar interesado en la familia del que parecía ser su único amigo en El Reino Central. Jenna también se encontraba en la cocina, ayudando en lo que fuera posible. Ella vestía ropas diferentes que le habían enviado sus padres después de haberse enterado de que el colegio abriría sus puertas tras varios días de lluvias, por lo que estaba prácticamente lista para salir.

Minutos después, Denisse llamó a todos para tomar el desayuno que consistía en huevos, tocino y una ensalada.

—No se te olvide tomar una ducha, jovencito —advirtió el abuelo—. Ya que el transporte escolar está fuera de servicio por fallos debido a las lluvias, tendré que llevarlos en mi viejo pero confiable vehículo.

A Brent le encantaba viajar en dicho vejestorio. Sintiendo que se llenó de energía, corrió a abrazar a su yayo.

—¡Ya me baño, abuelo! —expresó el chavo, acompañado de una mueca alegre y sintiéndose como en las nubes.

—Todavía hay un poco de comida en ese plato, muchacho —Brent volteó a la mesa. En efecto. Tenía que acabar rápido, y eso hizo.

Leonel solamente suspiró y dejó que el chico fuera a tomar una ducha. Aunque era muy enérgico, era impulsivo también.

Jenna llevó su mano a la boca y rió un poco. La personalidad del chiquillo era algo que le encantaba, ya que siempre le sacaba risas. El aludido se dio la ducha más rápida de su vida, se vistió y se sorprendió de ver a sus abuelos hablando con Ifero

—¿Qué te pareció la propuesta? —cuestionó Leonel al muchacho.

—Tal vez encuentre algo curioso si voy con ese par —contestó, volteando en dirección al moreno y dedicándole una mueca alegre.

—Entonces vendrás con nosotros —pronunció Jenna, esperando una respuesta del chamo de ojos verdes.

—¡A mí me parece genial tener un nuevo amigo en el colegio! —exclamó Brent, levantando el brazo derecho y dando un salto cargado de energía—. Te prestaré algo de ropa, pero no vayas transformado en mí, por favor.

—Ok. Lo entiendo.

Y así, ambos subieron a la habitación del menor. Jenna ya estaba lista.

—Ese otro chico no es tan parlanchín, ¿verdad? —cuestionó la chica.

—Yo siento algo extraño en ese de pelo blanco —confesó el hombre, adquiriendo una pose pensativa

—Es una extraña casualidad que hubiera un portal cerca de donde mi nieto lo encontró —comunicó Denisse con los brazos cruzados y el ceño fruncido—. Tal vez sea bueno averiguar más de él

—El problema viene a que no es muy expresivo —dijo Jenna. Ella tampoco confiaba del todo en aquel joven—. Iré a preguntar unas cosas a mi tío antes de que empiece su campaña para convertirse en rey.

Justo cuando iba a pronunciar otra palabra, Brent apareció junto a Ifero. Este iba vestido de manera casual, usando un chaleco de cuero que el moreno jamás usó en la vida.

—¡¿Verdad que Ifero se ve cool?!

—¡Lo está! —respondió Jenna—. Tal vez le pida una cita.

Los dos chicos se sorprendieron ante el comentario de la chica. Brent se esforzó en evitar gritar, y sintió un hormigueo en todo el cuerpo. El otro solamente miraba confundido a la amiga de su amigo.

—¡Era broma, tontos! —anunció ella, y los otros dos exhalaron de alivio.

En ese momento, Brent volvió a escuchar aquella voz que nuevamente lo llamaba. Él sintió nuevamente un terrible escalofrío, y más tarde, apareció Tigrein frente a él, mirando con confusión a su amo. El jovencito se dio cuenta de que él lo había llamado para protegerlo de esa voz extraña que lo llamaba constantemente, aunque su tigre blanco espiritual no escuchaba lo mismo que él.

—¡Brent, no me hagas ir por ti! —se desgañitó aquella dicción que solamente era captada por el oído del moreno.

—¿Lo escuchaste, Tigrein? —preguntó al animal.

—¿Escuchar qué cosa, amo?

La voz dejó de escucharse, pero la de la abuela del muchacho resonó por toda la casa.

—¡Brent, ya es hora de irnos, muchacho! —gritó el yayo desde fuera.

—¡Apresúrate, o habrá chancla! —amenazó Denisse al chaval.

Ella estaba furiosa porque su nieto perdía tiempo para llegar puntualmente al colegio. El muchacho salió a toda prisa. Jenna e Ifero lo estaban esperando en la puerta desde hacía unos minutos. Él se despidió de su yaya con un movimiento de manos, y se aproximó junto a sus amigos al viejo auto-volador de Leonel.

Ifero quedó muy impresionado al ver el vehículo del abuelo de Brent.

—En mi mundo los vehículos parecidos a este se llaman carro-jets —pronunció el albino, tocando el frío exterior metálico de este.

Brent nunca había escuchado de algo de ese nombre. Por un breve instante, aquellas palabras le hicieron pensar en la posibilidad de que su nuevo compa proviniera de otro mundo; pero, a su abuelo y a su amiga no parecían pensar lo mismo.

—Sé que les gustaría conocer el mundo del que vengo —comentó Ifero con un aire de entusiasmo, mientras entraba al coche—. Hay muchas cosas buenas, y también tenemos dragones.

—¿Dragones? —cuestionó Brent con preocupación sobre la salud mental del otro—. Ifero, no quiero desilusionarte, pero los dragones provienen de una ciudad en la que hay magia del elemento fuego.

—¡Imposible! —exclamó Ifero, con una mirada llena de incredulidad—. ¿También tienen un Rey del Fuego o un Dragonagte?

Nadie entendía a lo que Ifero llamaba un «Dragonagte». Por un momento, Brent pensó que aquello se trataba de un dragón con una corona ocupando el puesto del Gran Rey de El Reino Central. La idea le pareció absurda después de unos segundos. Jenna pensó en una persona vestida de dragón con una corona sobre la cabeza, mientras que a Leonel le pareció una idea muy loca e imposible. En el mundo no había otros reyes distintos al que gobernaba en El Reino central.

—¿Y qué otras cosas hay en tu mundo? —curioseó Brent, aunque notó que su abuelo lo miró con reproche.

—Bueno, hay muchos reinos. Existe un espeso bosque cerca de mi ciudad natal, y un rey en cada uno de los Reinos elementales —mencionó Ifero, relajando un poco su rostro, aunque por dentro estaba enojado con los otros dos que no eran Brent. Podía leer sus pensamientos—. En mi opinión, lo más importante son los dos montes.

—¡Claro! —interrumpió el abuelo de Brent—. Son el Monte Xamián y el Monte Xonión.

En el momento que el abuelo de Brent mencionó a Xonión, Ifero arqueó la ceja. Al parecer, ese nombre no le agradaba mucho. Al menos eso fue lo que el menor pensó.

«¿Qué relación tendrá Ifero con el mal encarnado?», meditó el pibe.

—Su nombre no es Xonión —comunicó Ifero con un rostro que expresaba inconformidad severa. Sus manos apretaban con fuerza sus muslos, y parecía tratar de contener su enojo—. Su nombre es Destraik.

»Lo sé, porque él es mi... Es mi peor temor —reveló, tomando un poco de aire para volver a la calma.

El abuelo de Brent comenzó a reír a carcajadas. Ifero comenzó a ponerse rojo de enojo, pero no dijo o hizo algo. Brent intentó tranquilizar a su abuelo, tratando de llamar su atención ya que había notado que sus risas molestaron a su más reciente pana.

—Abuelo, no seas así con Ifero —suplicó el vato—. Es importante que recuerde cosas, o nos diga más de lo que es su mundo.

—En mi mundo los montes del suyo no existen —dijo Ifero, todavía molesto por la risa del abuelo de Brent. Apretaba los dientes mientras hablaba—. En mi lugar de orígen, se encuentran el Monte Lefuto y el Monte Okuros, también conocidos como La Montaña del Orden y La Montaña del Caos, respectivamente.

Nadie hizo un comentario sobre lo último relatado por el joven que alegaba ser procedente de otro mundo. A Brent no le gustaba mucho hablar de aquellas dos fuerzas desde el momento que su espíritu elemental le había mencionado que tendría que escoger entre uno de aquellos dos bandos, aunque tampoco dijo nada al respecto, pues prefirió escuchar el resto de la conversación.

—Esos montes no existen —contestó el abuelo de Brent—. Pero bueno, si mi nieto te trajo con nosotros para ayudarte, estoy seguro de que unas horas de clases también pueden ser algo positivas para ti, jovencito.

»Es posible que recuerdes las cosas como son.

—Si usted lo dice —respondió el albino, incrementando la tensión que había en el ambiente.

Entonces, Brent sintió una combinación de escalofríos y calambres. De pronto, volteó a ver a su amigo. Sus rojizos ojos llamaron su atención. Parecían dos joyas tan rojas como la sangre, y el otro también clavó su mirada en la de Brent.

«Tal vez valga la pena llevar a Brent como ha sido mi plan desde el inicio», reflexionó el joven. Tenía que idear una idea para convencerlo; no obstante, se mantuvo quieto por alguna extraña razón. El único interesado en conocer sus historias era aquel joven, y él se sentía muy cómodo a su lado.

—Brent, me gustaría que tú conozcas mi sitio de origen —comentó Ifero, tocando el hombro izquierdo de su amigo tras un corto silencio, provocando que el moreno se sonrojara un poco al ver los ahora ojos negros y profundos de su nuevo amigo—. No es muy distinto al de ustedes. Eso me lleva a una pregunta: ¿En este mundo hay descendientes de Lefuto y de Okuros?

Brent no supo qué contestar. Él era un descendiente de ambos seres que su amigo mencionó.

—Estás con algunos de estos, jovencitos —replicó el hombre—. Algunos de mis ancestros fueron descendientes del Señor del Orden, por lo que Brent también lo es.

»También los hay de su contrario. —Su mirada se volvió sería. Seguía atento al volante, aunque atento a la conversación—. Algunos de mis ancestros vencieron a los descendientes de Okuros y los exiliaron también fuera de las Ciudades elementales.

»También hubo un gran porcentaje de descendientes de Okuros que fueron eliminados durante la última guerra que tuvo lugar en El Reino Central, pero había el rumor de que existían varias sectas en las que se reagruparon.

El viejo no quiso mencionar nada sobre la madre de su nieto, lo que fue un alivio para el chico. Él ya se había cansado de que el mundo insultara a su progenitora. No le importaba si ella fue una maga caótica en el pasado, ya que estaba muy convencido de que había una buena razón por la que sus padres tuvieran a él. Aquel pensamiento era preferible a cualquier otra cosa en un momento así. Sentía que sus progenitores realmente se habían amado con toda el alma.

—¿En tu mundo hay descendientes de Xamián y Xonión? —preguntó el muchacho Ifero.

—Sí, los hay —replicó el chico, cuyo cabello volvió a un blanco platinado, tal como él lo vio cuando lo encontró inconsciente en el parque—; sin embargo, no hay muchos descendientes del terrible Destraik.

En ese momento, Brent recordó lo molesto que Ifero se había mostrado cuando les dijo que Xonión no era el nombre correcto para referirse al Señor del Mal.

—¿Y por qué ahora lo llaman Destraik? —interrogó Brent.

—Pueden dejar el asunto para otro día —profirió Leonel. Encontró un buen lugar para aparcar—. Ya estamos en el colegio, chicos.

Los tres jóvenes bajaron de inmediato.

—¡Gracias, señor! —manifestó Jenna, elevando el brazo y moviendo la mano a modo de despedida.

—¡Hasta pronto, abuelo! —bramó Brent. Había quedado encantado con el viaje en auto al lado de su yayo.

—Adiós... —enunció Ifero, no muy contento con el mayor.

Los tres se dirigieron a la entrada de la escuela secundaria. Jenna sonrió un poco de malicia en su cara.

—Oswald va a estar celoso de perderse tanto como lo es conocer a un chico que dice venir de un mundo diferente a este —expresó la chica con una mirada traviesa. Brent se unió a ella en complicidad—. ¿Ahora imagina lo que pensará cuando vea a tu espíritu elemental?

—Creo que ya entendí el plan, Jenna —respondió el moreno, sonriendo de par en par. Le gustaba la idea hacerle una maldad a su bestie en compañía de su amiga.

Ella y Oswald peleaban constantemente, lo que en muchas ocasiones irritaba a Brent; sin embargo, dio el crédito a la chica por idear un buen plan para molestar al amigo de ambos. Los dos sonrieron al mismo tiempo, mientras Ifero los veía con indiferencia. Él estaba más entretenido viendo a algunos adolescentes bailando al ritmo de brillantes ventiscas, o creando figuras de hielo que emergían cuando conjuraban con palabras de la lengua del hielo. También observó una maravillosa danza de pétalos de varias flores, y esferas de energía de variados colores.

«Parece que los encantamientos requieren del uso de las lenguas maternas de cada uno de los elementos, muy al contrario de la fuerza elemental que puede ser usada en la lengua común», manifestó el vato del cabello platinado.

Brent y compañía entraron al colegio, llegando a ser sorprendidos por Oswald. El plan de Jenna dió inicio en el momento que el muchacho de acercó a los panas.

—¿Y tú dónde es que has estado estos días? —cuestionó el pelinegro con ojos vidriosos. Abrazó fuertemente a Brent y comenzó a sollozar—. ¡Estúpido, me tenías preocupado, idiota, baboso, y mi menso pana de toda la vida!

—Lo siento mucho, de verdad —contestó el moreno—. La pasé mal por varias razones. Lo que importa es que estamos juntos los tres una vez más. Y también quiero presentar a Ifero, mi nuevo amigo.

En aquel instante, el joven de cabello negro abrió los ojos. Se topó con un «güero desabrido» al que le haría daño si se metía con su mejor amigo.

—Un gusto conocerte, Oswald. Soy Ifero el amigo de Brent que no proviene de este mundo.

Oswald quedó sin palabras. ¿Cómo que no era de este mundo? Necesitaba respuestas y Brent también tenía que darle explicaciones.

—Dice que su lugar de origen es uno llamado Ciudad Capital y nos habló de un Dragonagte o qué sé yo —comentó Brent, dando unas palmadas en el hombro derecho de su mejor amigo.

«¿Tendrá que ver con lo que sentí ayer?», pensó aterrado.

«Momento... El nombre de esa ciudad... Creo que es el de uno de los nombres de los lugares desaparecidos mucho tiempo atrás... ¡Ay, no! ¿Y ahora en qué se metió mi amigo?». Se preocupó mucho ante la situación.

—Verás —pronunció Jenna, acomodándose un poco el cabello, mientras Brent, hipnotizado, la veía hacerlo—. Nuestro amigo encontró ayer a Ifero en uno de los parques que solemos visitar con él. Estaba inconsciente, y parece que había un portal encima de...

«¡Ay, no! ¿Un portal?», meditó Oswald, ignorando el resto de lo narrado por la chica.

—¡Oye, Oswald! —Lo llamó Brent, devolviendo al otro a la realidad—. También tengo ya un espíritu elemental.

—¡¿Y por fin tienes un compañero espiritual?! —inquirió Oswald, incrédulo hasta en la mirada, pero contento por su mejor amigo—. ¡Me sorprende, pero te felicito de todos modos, mi panita!

Los dos sonrieron al mismo tiempo. Eran en verdad un par de grandes amigos, casi hermanos.

«¿Por qué no me lo habrá dicho antes», reflexionó Oswald, sintiéndose desplazado.

Los cuatro se dirigían a la puerta en la que se impartía la clase de Lengua Común, sin embargo, Brent detuvo a Ifero en seco.

—Tú me acompañas con la directora para que nos ayude con tu registro para inscribirte aquí.

—¿Así son más? —cuestionó el albino con inquietud—. ¿No hay necesidad de papeleos?

—¿Papequé? La educación aquí es universal para todos. No importa si eres un mago elemental o no.

El moreno tomó una vez de la mano al mayor. Sin darle tiempo de protestar o decir algo, lo llevó a toda prisa por lo que para este último parecía un laberinto de pasillos muy similares a dónde se había instalado en su lugar de origen. La diferencia es que estos eran de concreto, mientras que los que recordaba eran metálicos.

—¡Espera! —Brent detuvo el andar de ambos. De su bolsillo emergió un dispositivo parecido a un teléfono inteligente, pero totalmente transparente—. Le enviaré un mensaje a Oswald para que explique el motivo de mi ausencia al profesor.

»Tengo que aprovechar que es de las pocas clases en las que seguimos juntos.

Ifero notó la mirada gacha del moreno. El otro solo podía pensar que el siguiente año escolar estaría separado por completo de su amigo, de no ser porque había encontrado parte de sus dotes como un mago elemental en potencia. Solamente le faltaba descubrir su verdadero poder. El invocar a Tigrein era una cosa distinta.

Después de enviar el recado a su mejor amigo, hizo de nueva cuenta aquel gesto con Ifero. Este no estaba acostumbrado al contacto físico, pero de todas formas cedía ante los agarrones de amabilidad del menor.

Y completamente perdido en sus pensamientos, el moreno quería hablar con la máxima autoridad del lugar para pedir cambios en sus asignaturas, ya que ahora contaba con un espíritu elemental que intentaba convencerle a gritos que él era un mago astral. Así que esa era su oportunidad para realizar esos cambios que tanto había anhelado. Finalmente podría demostrar al mundo que también podía usar magia.

«Me preguntó que tipo de poder tendrá Brent», inquirió el albino tras hurgar un poco en pensamientos ajenos.

Tras seguir a toda marcha, sin importarles poco las restricciones sobre el asunto, el par llegó a la entrada. Había un anuncio pequeño en una pantalla verde en la que se dejaba en claro que la máxima autoridad educativa no tenía asuntos pendientes por el momento.

Cuando abrieron la puerta, los ojos del morro brillaron como unas obscuras estrellas ante la idea de entrenar sus habilidades recién... ¿descubiertas? Lo único que sabía era que tenía un compañero del tipo que los magos astrales solían poseer. Todavía no podía hacer algo más. Con firmeza, estaba seguro de que no tardaría en descubrirlo.

Brent también ayudaría a que ella colocara a su nuevo amigo en asignaturas importantes para magos elementales, pues él presentía que Ifero tenía un gran poder al demostrar una habilidad muy inusual en los magos aurales cuando se transformó en él. Los dos muchachos entraron a la oficina de la directora. Este sitio contaba con una buena iluminación natural. Al fondo se encontraban tres estantes repletos de libros, mismos que tenían un contenido variado. También sé hallaban un par de macetas de buen tamaño, siendo ocupadas por algunas plantas. Y por supuesto, la persona en cuestión.

La aludida era una mujer de nombre Donna. Era alta, cuyo cabello era largo, liso y de un color similar al líquido de una buena taza de café, era robusta, de tez morena aperlada, y parecía usar un uniforme de piloto aviador que le quedaba un poco ajustado ya que era una maga del viento. A pesar de que a veces tenía un aspecto intimidante, en realidad ella era una mujer amable y algo sonriente, en especial con Brent, ya que lo conocía desde que era pequeño. La fémina en cuestión se mostró sorprendida ante tal visita en su oficina; empero, se trataba de una proyección holográfica de ella.

—¿Y a qué se debe esta visita, Brent? —demandó la directora—. ¿Están bien tus abuelos, muchacho? ¿Será que de nuevo te metiste problemas?

El pibe afirmó y negó también con la cabeza.

—No hubo problema esta vez, se lo prometo —respondió, sonriendo nerviosamente—. También agradezco su preocupación por mis abuelos.

El joven recordó que ella le hacía algunos mimos cuando era pequeño, ya que cuando se metía en problemas, ya que la conocía por sus visitas junto a sus abuelos a un lugar llamado Los Poblados del Viento. Allá ellos tenían un lugar para quedarse a dormir. Y la mujer tenía una buena relación con los yayos del muchacho. Y como ella vivía allá, podía dedicarse a su profesión desde una larga distancia con una tecnología que le permitía proyectarse.

—Verá, directora —comenzó a hablar Brent, tratando de disimular que no conocía a la directora para sorprender a Ifero—, tenemos un caso especial, y bueno, requiero de su ayuda para que pueda, tal vez, recordar un poco más de la forma en la que llegó aquí.

La directora del colegio se mostró inquieta ante lo dicho por el jovencito, pero se dispuso a escucharlo con una irradiante calma. Tenía la mirada puesta en el albino.

—Este chico se llama Ifero y lo conocí hace poquito, y bueno, dice que viene de otro mundo —prosiguió el moreno, cerrando los ojos y cruzándose de brazos para intentar mostrar interés. En realidad, parecía que quería lucirse—. Yo no le puedo decir que tan cierto es o no, pero he sido testigo de que también es también un hábil cambiaformas.

La fémina se mostró tranquila, aunque por dentro estaba sorprendida. Ella sabía que tal cualidad pertenecía a un mago aural que debía tener una edad mayor a la del joven albino.

—También ahora tengo un espíritu elemental a mi lado —declaró el joven bribón.

Donna cerró los ojos y en su rostro se dibujó lentamente una sonrisa. Sentía una gran alegría de escuchar que Brent había encontrado a su espíritu elemental después de tantos años de fracasar en el intento. Pero, entonces, se preguntó:

«¿Habrá sido eso lo que hicieron sus padres?»

Aquello tenía más sentido. Tal vez querían protegerlo de aquellos familiares suyos del lado madre.

—Bueno, entonces me van a tener que demostrar que lo que dice es cierto, Brent —pidió la mujer, sentándose en una silla, también holográfica, frente a su escritorio—. Ifero tendrá que cambiar su aspecto, y tú tendrás que enseñar a tu compañero espiritual.

El albino no tuvo problemas en cambiar su apariencia; en cuanto a Brent, fue un caso distinto. Él no pudo invocar a Tigrein, pero sí comenzó a escuchar nuevamente aquella voz que cada vez se hacía más amenazadora.

—¿Acaso me piensas ignorar, mocoso? —cuestionó aquella dicción profunda—. Te prometo que el caos que podemos causar juntos es mucho mejor al orden.

»No me hagas usar la fuerza, jovencito. No te gustará cuando lo haga.

Aquello le heló la sangre de una forma inimaginable.

—¡Voy a gozar de torturar lentamente a tus seres queridos, gusano! —La voz se carcajeó—. Beberé tus lágrimas cuando mi furia caiga con fuerza.

El jovencito sintió mucho miedo, y no notó que la directora lo llamaba, hasta que Ifero lo mencionó por su nombre en un par de ocasiones. Se notaba preocupado, y señaló al lado del moreno.

Pronto, Brent descubriría la razón de la sorpresa de su nuevo pana, ya que en el lugar su tigre blanco espiritual se encontraba un oso negro a su derecha.

El oso se presentó como Nerostic, el segundo espíritu elemental de Brent. Aunque él no entendía la razón por la que su tigre blanco no se presentó cuando lo llamó. Él presintió que algo lo había forzado a invocar a un espíritu al que no había conocido antes.

La directora Donna se mostró impresionada y contenta al enterarse de que el chico comenzaba a mostrar las bases para la magia elemental, por lo que se decidió por acomodar un nuevo horario para él, así como crear uno para su amigo.

—Por ahora, continúen con la clase de Lengua Común, muchachos —sugirió la mujer— tecleando su computadora que también era holográfica, ya que en realidad, ella hacía su trabajo de oficina desde casa—. Pasen aquí en una hora.

Ella los despidió con una cálida sonrisa. Brent cogió del brazo a su amigo, y este se sonrojó de nueva cuenta.

—¡Tú sí que eres tímido! —expresó el moreno, sonriendo como de costumbre—. ¡Vamos! ¡Tenemos que ir a clases!

»¡Tu primer día de clases aquí!

—Estoy curioso de lo que encontré en este día —replicó el albino, siguiendo el ritmo del otro. No tenía más opción, y realmente se estaba divirtiendo.

Por otro lado, Brent estaba preocupado. Tenía una conexión con algo o alguien que no dejaba de intimidarlo. Tal vez era algo maligno relacionado con su caótica ascendencia.

—Entonces, creo que tendré que hacerlo por las malas, muchachito estúpido —advirtió aquella voz.

Está vez fue ignorado, ya que llegaron Jenna y Oswald para hacerle compañía al chaval de tez morena clara. Tenían unos minutos de descanso antes de otra hora de la misma clase.

«Siento una energía más aterradora que la del Señor del Mal en mi mundo», reflexionó el albino.

«Tal vez la diversión no tardará en presentarse».

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