El Gran Peligro Se Acerca

Al día siguiente, Brent, con una gran pesadumbre sobre su alma, tomó una decisión que le era difícil. Cansado de escuchar cosas terribles sobre su madre, y de perder a sus dos mejores amigos, se determinó a dejar el único lugar al que llamó su hogar. Muy temprano por la madrugada, el chico alistaba algo de ropa, y entró a hurtadillas a la cocina para llevar algo de comida también. No quiso decir adiós a sus abuelos, ya que eso posiblemente lo iban a persuadir para hacerlo cambiar de opinión; pero, no se percató de que alguien más estaba despierto. Ifero estaba parado justo por delante de la puerta.

-¿Qué crees que haces? -demandó aquel joven, con la mirada clavada sobre la de su único amigo en este mundo tan diferente y con los mismos problemas al suyo-. ¿De verdad crees que es una buena idea dejar a tus abuelos?

Aquello no era problema de Ifero. Brent ya había tomado su decisión. El muchacho tampoco quería discutir con su nuevo, y posiblemente único amigo que aún le quedaba. Sin embargo, algo en la profunda mirada inquisitoria de aquel joven hizo que comenzará a temblar.

-Lo hago por mis propias razones -declaró Brent, todavía sintiendo algo extraño en los ojos ajenos-. Tarde o temprano tendría que buscar mi propio lugar para vivir.

Ifero no iba a intentar interponerse en el camino de su pana, aunque su petición tomó por sorpresa al muchacho. Al parecer, él quería acompañar a Brent en su viaje. Él no tenía nada que perder en un mundo que decía no conocer.

-Parece que no tengo otra opción más que acompañarte -profirió el albino, relajando su rostro-. El mundo es un completo peligro. Incluso para mí, que desconozco lo que hay afuera.

El joven de cabello castaño aceptó el trato, y ambos muchachos salieron por la puerta trasera; no obstante, el jovenzuelo moreno se detuvo un instante para dar un profundo último vistazo a su antiguo hogar. Él sintió un terrible vacío en el estómago; sabía que no había vuelta atrás. La decisión ya estaba tomada.

-¿Qué hacemos ahora? -cuestionó Ifero, esperando alguna indicación que proviniera de la boca de su compañero-. Yo sigo tus instrucciones.

Brent dio un vistazo por la calle. La salida más cercana se encontraba a unos kilómetros a su izquierda, aunque el lugar estaba repleto ya que era uno de los cruces más concurridos dado sus varias atracciones turísticas y cruces a Ciudad Valentía, lugar de nacimiento de la magia aural. Él creía que sería una buena idea pasar desapercibidos de gente que conocía a sus abuelos.

-Creo que debemos girar a la derecha -se animó a decir el muchachito-. Por el otro lado, nos puede ver mucha gente, y estoy seguro de que mis abuelos nos buscarán cuando se despierten.

-De acuerdo -dijo Ifero, con una expresión relajada, y estirando un poco los brazos hacia arriba-. Hay que darnos prisa, antes de que tus abuelos se den cuenta de que nos salimos de la casa.

En ese mismo instante, el menor decidió invocar a Tigrein para pedir su ayuda. Cerró los ojos mientras se concentraba para hacerlo aparecer, tomó una bocanada de aire. Exhaló lentamente. El tigre blanco espiritual aumentó su tamaño, utilizando su cola para subir a los chavales sobre su lomo. La cola del felino se transformó en una especie de sujetador que mantenía a salvo a su joven amo y otro vato en su recorrido por las calles de la ciudad.

Tigrein comenzó a correr a toda velocidad, resultando ser un animalejo muy ágil, lo que era de agrado para Brent. Ellos viajaban muy tranquilamente, llegando al parque en el que se habían conocido. El espíritu no detuvo su andar, a pesar de que el camino lo hizo recordar el momento en el que dio con su joven amo. Ifero se encontraba totalmente relajado, dando un vistazo a las calles de El Reino Central, observando atentamente al moreno sonreír. No estaba acostumbrado a tener compañía, pero aquel otro al frente suyo era una excepción total a la regla. Una breve mueca de alegría se dibujó en su rostro, además de que tocó el hombro del moreno.

-Hace rato pasamos por los lugares en los que los conocí a ustedes -expresó Brent, sintiendo que había pasado bastante tiempo desde aquel entonces, y con la mano de Ifero encima suyo-. Y ahora, le damos un último vistazo a esta ciudad.

»Me siento triste de dejar todo atrás, pero ya está decidido. Este será un viaje en el que también pretendo conocer más de mí mismo.

Un par de minutos después, algo particularmente inusual sucedió. En el cielo se escuchó un poderoso estruendo. Una enorme bola de fuego viajaba a gran velocidad sobre ellos, al mismo tiempo que Brent observaba que un dragón trataba de detenerla.

-¡Es un drosae! -exclamó Ifero con una extraña estupefacción que le provocaba un ligero mareo-. ¡No creí ver uno en este lugar!

-¿Un qué? -preguntó Brent con asombro, desconociendo a lo que su amigo se refería.

-Un dragón de la especie drosae, joven amo -comentó Tigrein para calmar las dudas del muchacho-. Son dragones fieles y poderosos.

»Su coloración los hace ver de una forma que parecieran estar hechos de fuego. También hay creencias de que pueden lucir como el magma ardiente.

-¡Eso suena genial! -replicó Brent con entusiasmo, pensando en conocer a la bestia.

El dragón había alcanzado a detener aquella bola de fuego, sin embargo, un par más hicieron su aparición muy cerca del parque. El reptil volador parecía estar preocupado por algo. Rugió y trató de impactar con otras más, mientras que el moreno creyó que en un principio se trataba de algún espectáculo matutino de El Reino Central. Otras cinco bolas de fuego más tarde, comprendió que se trataba de una situación peligrosa, y no una nueva atracción.

Algunas bolas de fuego habían impactado con algunos edificios y casas de los alrededores, provocando incendios en varios lugares. Su coloración rojiza se debía a que eran parte de algún hechizo elemental. El corazón del muchacho palpitaba con intensidad, al mismo tiempo que acrecentó la incertidumbre respecto al bienestar de sus seres queridos. Una llamarada se dirigió rumbo a la casa de sus abuelos, lo que no hizo más que empeorar la zozobra que estrujaba con fuerza el alma del moreno. Segundos más tarde, una explosión se hizo visible en aquella dirección.

-¡No! -Brent soltó un grito desgarrador-. ¡No, por favor!

-¿Qué sucede, amigo? -interrogó Ifero, pero este ignoró su pregunta, y el moreno ordenó a su tigre que volvieran a la casa de sus yayos.

El tigre blanco espiritual aceptó la petición de su joven amo, sin negarse en nada. Este avanzó a toda marcha al momento en el que comenzó a correr de vuelta en dirección a la casa de los abuelos del chavalito.

El muchacho se encontraba muy abrumado, y lleno de desesperación por volver con sus abuelos a salvo. Su decisión de escapar no parecía tener sentido ya. Él no quería verlos muertos. Los quería tanto, que decidió regresar a su lado en caso de encontrarlos sin algún rasguño.

El ignoraba que sus yayos se habían levantado un poco después de que salió de la casa para hablar con él. Su abuela quería disculparse por haber roto la fotografía que recibió de manos de Gustav, el hombre que lo llevó con ellos tras la muerte de sus progenitores.

Ellos no lo encontraron en su habitación, por lo que decidieron ir a buscarlo, cuando escucharon algo. Lo llamaron, y buscaron por toda la casa, y fue el momento en el que vieron una enorme esfera brillante aproximándose a ellos.

Tigrein continuaba corriendo hasta que dio con el lugar indicado. En el cielo, el dragón estaba muy inquieto, intentando detener las bolas de fuego que salían disparadas por todas direcciones. Por su parte, Brent observaba quemarse el lugar que fue su hogar. Una bola de fuego más se impactó contra la casa, y fue el momento en el que el muchacho bajó del lomo de su espíritu elemental de un salto. El chico corrió con desesperación, pero lo detuvo la cola de su camarada felino.

-Lo lamento, joven amo -dijo Tigrein, sintiendo una terrible tristeza por la muerte de las personas que habían cuidado de su amo-. Me temo que ya no le queda nada en este lugar.

Brent vio su mundo derrumbarse y arder ante sus propios ojos. En verdad, ya lo había perdido todo en su vida. Sus dos mejores amigos en el mundo lo odiaban, lo único que le quedaba de familia fue derrumbado y quemado. El jovencito ya se había cansado de llorar constantemente. Algo más sucedió en su interior. No sólo era un ataque de pánico. Era como si algo dentro suyo se rompiera todavía más.

Grupos de personas con raras túnicas rojas se acercaban a él y compañía. Algunos de ellos portaban el símbolo de los magos del fuego. Este se trataba de un dragón drosae muy similar al dragón que intentaba detener las bolas de fuego que azotaban a todo El Reino Central, este animalejo estaba bailando con un fénix. Al menos esta era la representación de la imagen.

-¡Debe ser uno de ellos por lo que puedo sentir! -señaló una voz masculina-. ¡Vamos por ese chico!

Esos grupos de personas extrañas comenzaron a rodear a Brent. Si el muchacho supiera la forma de usar sus poderes, habría podido defenderse, Lamentablemente, eso no era así, por lo que se sentía profundamente indefenso ante los extraños que tenían porte de no ser magos del orden.

-Yo me encargo de esto -comunicó Ifero, con una mirada que mostraba que estaba decidido a ayudar al otro-. Brent, tú debes escapar.

»Tigrein permanecerá contigo en todo momento para protegerte del peligro.

-¡No! -berreó Brent a modo de protesta. No quería perder a alguien más en su vida. No quería estar solo-. ¡Yo también quiero pelear!

Esta no era ninguna opción por el momento. El jovencito no había dominado ningún tipo de magia elemental en toda su vida, y sus poderes parecían resistirse a salir. Estaría cometiendo una locura si se quedaba a luchar contra los desconocidos.

Tigrein volvió a usar su cola para sujetar fuertemente a Brent, y así subirlo una vez más sobre su lomo. El tigre se atrevió a dar un gran salto que lo alejó un par de metros de los sujetos de las túnicas rojas. Al mismo tiempo, Ifero se despedía de ellos, y Brent creyó escuchar que su amigo le prometía volver a verlo.

El albino dirigió su mirada contra aquellos seres que amenazaban al moreno. Su mirada parecía la de un asesino despiadado.

-Es momento de que conozcan el poder que oculto a ese chico. No seré piadoso.

»De hecho, dejaré un desastre con sus cadáveres. No pienso dejar que el tío Okuros se quede con el poder durmiente de Brent.

[...]

Tras alejarse unos metros más de la casa en llamas, el muchacho comenzó a protestar por la acción de su espíritu elemental. Le resultó increíble creer que se atreviera a dejar atrás a un amigo en lugar de hacer algo para ayudarlo. Eso lo llenaba de indignación, porque estaba cansado de perder las vidas de la gente que le importaba.

-Lo hice porque presiento que Ifero se las arreglará solo -mencionó Tigrein, reservándose para él mismo la desconfianza que sentía por el referido-. Además, mi trabajo es mantenerlo a salvo a usted, amo.

El peligroso grupo volteó en dirección al muchacho y su enorme gato rayado que cada vez más escapaban de su vista, por lo que decidieron ir tras ellos: empero, alguien había creado una poderosa barrera que les impidió seguirlos. A pesar de esta acción, el moreno notó que había sido Ifero quien les dio algo de tiempo para poder escapar con tal acción. Fue entonces que Tigrein corrió y saltó a toda marcha. Podía detectar algo terrible en aquel sujeto, pero también, no podía hacer nada imprudente que pusiera en riesgo a su protegido.

Ifero finalmente desataría todo su poder, al mismo tiempo que aquel chico que lo intrigada y parecía admirar quedaba fuera de peligro.

-¿Listos para conocer la fuerza del primogénito de Destraik, aquel que se le conoce como el Señor del Mal? -cuestionó Ifero, no dando tiempo a sus enemigos de reaccionar en el momento en el que el frenesí comenzó.

Una sonrisa monstruosa se dibujó en su cara. Tigrein pudo sentir una terrible fuerza parecida a la energía caótica que desplegaban los magos del caos. Comprendió bien sus sospechas.

«Ese chico es peligroso. No sólo lo es por su poder tan estremecedor, también porque creo que sabe más cosas de las que compartió con mi amo», pensó el felino rayado.

La lluvia de bolas de fuego seguían impactando contra todo lo que tuvieran a su paso, como una tormenta incesante. El dragón ya lucía fatigado, además de que le costaba mantener el ritmo. Tras un par de minutos, el animal hizo un aterrizaje muy cerca del lugar en el que se encontraban Brent y su peludo compañero.

El animal gruñó fatigado. Se movió un poco para relajar sus cansados músculos y rugió una vez más.

-Hiciste lo mejor que pudiste, amigo -aludió la voz de un muchacho-. Nada de esto es tu culpa.

Brent y Tigrein avanzaban con cautela al lugar en el que se hallaban esos dos. Ellos pudieron notar que un muchacho bajaba del lomo del enorme dragón drosae.

Al instante, algo los dejó atónitos y con la boca abierta. El dragón estaba siendo absorbido por algo que colgaba del cuello de aquel joven mozo.

«¡Esto fue increíble», meditó el atolondrado chico ante lo que acababan de ver sus oscuros ojos.

Brent observó con calma, apretando los puños por si tendría que pelear. Era lo único que podía hacer si aquel sujeto era un peligro para él. Su espíritu elemental se encontraba a la espera de alguna posible indicación por parte de su amo.

En tanto, aquel chamo también castaño examinó con la mirada a nuestro joven protagonista. Su aspecto le resultaba bastante familiar, aunque no lo conocía del todo. Sintió una ligera opresión al darse cuenta de que aquel flacuchento tenía parecido a él. Ya que no estaba allí para revivir viejas memorias, sacudió la cabeza.

-¿Les sorprendió ver a mi compañero? -cuestionó el joven que había bajado del lomo del dragón-. Dragtor me dijo que estuvieron observando lo que sucedía.

»Debo advertirles que deben buscar un lugar seguro. Todo el lugar está siendo atacado por magos caóticos del fuego.

-¡No me digas! -gruñó Brent con sarcasmo y cruzándose de brazos-. ¿Se puede saber quién diablos eres?

«Esta vez no voy a correr. Tengo que aprender de una u otra forma. Y si tengo que luchar, estoy listo», meditó para sus adentros nuestro castaño ojinegro.

El otro no podía negar que la situación también lo hacía ver sospechoso. Viendo que una bola de fuego se aproximaba a ellos, levantó su mano. Esta llamarada fue absorbida al contacto.

-Puedo hacer esto con una o dos de estas cosas -declaró el mayor. Brent mantenía todavía cierto escepticismo ante lo que acababa de presenciar.

Tigrein mantenía una postura defensiva, pero no podía detectar energía caótica en el otro. Se limitó a estar preparada para cualquier eventualidad.

Su amo también estaba listo para cualquier movimiento del otro. Apretó con más fuerza los puños.

-Exijo que te identifiques -protestó el más joven de aquellos muchachos cercanos a Tigrein.

El otro se estiró un poco, para después bostezar, aunque mantuvo un ojo abierto mientras echó un nuevo vistazo a Brent. Se veía un poco intimidante con la lluvia de bolas de fuego.

Varios gritos de batalla comenzaron a escucharse.

«Esto de atacar cuando muchos todavía dormían es una atrocidad que obviamente debe ser trabajo de los esbirros de Okuros», meditó el desconocido.

«Yo no creo que este muchacho este involucrado con ellos. Al menos no del todo».

-Me puedes llamar Mike -anunció aquel joven-. Tengo dieciséis años y provengo de «¡qué te importa».

»Soy un mago del orden con afinidad al fuego, por si se te ocurre preguntar.

«Y para colmo mandaron al mago del fuego cuando los magos caóticos del "fuego" andan sueltos y causando destrozos a su alrededor», meditó un poco, sintiendo lo tenso que resultaba el asunto para él.

Brent y Tigrein notaron que el aspecto de aquel chico correspondía a la perfección con lo que acababa de compartir con ellos.. Mike era de tez morena clara; el cabello corto, además en un tono castaño oscuro; y sus ojos, de un intenso anaranjados. Él llevaba puesta una chaqueta rojiza sobre una playera blanca, unos jeans, y unos zapatos rojos.

-¡¿Trabajas para los que atacan El Reino Central?! -demandó Brent con una mirada desafiante, optando por una pose fuera.

-¡No, imbécil! -protestó Mike, volviendo a bostezar-. Esos idiotas buscan algo o alguien en este lugar. Ellos trabajan para Okuros, «cerebruto».

»Lucen bastante dispuestos a destruir todo a su paso con tal de encontrar lo que buscan. Así que aproveché que son imbéciles para infiltrarme en sus filas en compañía de Dragtor, mi dragón.

Brent sintió un terrible escalofrío al escuchar las palabras que salieron de la boca de Mike. ¿Sería a él a quién buscaban? ¿Por qué lo harían? Brent sentía la terrible sensación de que se relacionaba con aquella voz que había escuchado en sus sueños. Una voz que lo llamaba, y que lo quería de su lado de una u otra forma.

«¿Será por qué mi mamá, ella...?», un profundo escalofrío se apoderó de su mente. Sabía bien que gran parte de los magos del caos eran los hijos de aquel temible ser.

-¿Dices que ellos trabajan para Okuros? -interpeló Tigrein, preocupado por el bienestar de su amo-. ¿Sabes lo que ellos quieren?

-Respecto a la primera pregunta, eso fue lo que había dicho -dijo Mike, cruzándose de brazos mientras veía a más gente correr para luchar-. Y veamos... Creo que les escuché decir que se trataba de alguien muy poderoso.

»Están interesados por alguien con las fuerzas del Caos y el Orden en su interior, o algo así escuché decir a varios de esos tontos.

¿Caos y Orden? Brent sabía que él era descendiente de ambas fuerzas. Al parecer, sus sospechas comenzaban a volverse una tormentosa realidad. El muchacho sintió la necesidad de comentar lo que sabía a Mike; empero, Tigrein le miró de forma reprobatoria.

-Tengo que hacerlo -decidió Brent-. Puede que tengamos un aliado que nos ayude en esta situación.

Mike solamente se dedicó a observar con inquietud al otro chico. Había algo tan terriblemente familiar en su rostro.

«No me lo puedo quitar de la cabeza», pensó alterado.

El felino pensaba que aquello de revelar la identidad de su amo era una mala idea, pero no podía hacer nada más. Se limitó a sentarse, esperando una nueva orden del jovencito. Fue así que el chico se aproximó al mago de fuego.

-Mi nombre es Brent -declaró el pibe-. Mi padre era un mago del orden; mi madre, una maga caótica. Ellos perecieron cuando era un bebé, así que mis abuelos... Ellos me criaron, pero ahora... Ellos están muertos.

El mejor bajó la mirada. Era doloroso aceptar la terrible verdad, pero algo en su interior lo invitaba a confiar en el otro joven.

-¡No puedo creerlo! -exclamó Mike, sorprendido de encontrar a la persona que estaba siendo buscada por los magos caóticos-. ¡Tú eres el objetivo de esos sinvergüenzas!

Con aquellas palabras, Brent recibió un duro golpe de la realidad. Él era el objetivo. Sólo le faltaba conocer la razón por la que estaban interesados por él.

Desconocía pues, que su abuelo del lado materno había mandado a una de sus sectas elementales a localizarlo con vida. Había dado con su paradero tras años de haber creído perder su rastro.

-Puedo ver en que lugar estás, pequeña escoria humana -enunció una distante desde un lugar poblado de nada y tinieblas a la vez.

-Veré qué puedo hacer para ayudar -mencionó aquel muchacho, apoyando sus manos en los hombros de Brent-. Yo soy descendiente de Lefuto. Él me advirtió que algo sucedería, y me pidió ayuda cuando supo que estaba cerca de la localización de estos tipos. Cómo dije antes, me fue fácil colarme.

»Brent, es la primera vez que escucho que hay un descendiente de las fuerzas del Caos que también desciende de las del Orden.

Tigrein olfateó el aire con algo de nerviosismo. El tigre blanco espiritual sabía bien que los atacantes de El Reino Central todavía estaban acechando a su amo, por lo que no podía dejar de estar en modo alerta.

-Se acercan -advirtió el enorme tigre-. Puedo sentir el olor de los magos caóticos.

Una vez más, el espíritu elemental usó su cola como sujetadora, subiendo a Brent y a Mike sobre su lomo, dejando atónito y sin aliento al segundo. Luego, volvió a olfatear el aire, yendo a una dirección en la que no se había percatado de algún aroma sospechoso; sin embargo, había algo más que preocupó a Tigrein. Se trataba de un olor a dragones. Estaban por llegar a la ciudad en un cuantioso grupo.

Los rugidos de aquellos feroces animales no se hicieron esperar. Una decena de estos lagartos alados comenzó su ataque, mismos que eran repelidos por sus contrapartes espirituales que eran invocados por los pobladores de la ciudad.

«Esto es horrible y es mi culpa por existir», pensó el moreno.

Mike observó el rostro de aquel otro muchacho, colocó su mano el hombro de aquel chico, y dijo:

-No se te ocurra pensar que esto es culpa tuya. -Exhaló por la nariz y trató de esbozar una sonrisa, aunque la situación se lo prohibía, ya que estaban huyendo a toda velocidad sobre el lomo del tigre blanco espiritual.

»Debes de confiar en que todo estará mejor, Et... Quiero decir... Brent.

-¿Cómo es que ibas a llamarme? -inquirió el menor con un poco de curiosidad.

-No importa -respondió el chico de ojos anaranjados-. Fue un error mío. Ya te estaba cambiando el nombre.

»¡Qué torpe soy!

El amo de un dragón se rió un poco de la situación, y el moreno dejó de prestarle importancia a lo ocurrido un poco antes.

[...]

Cerca de la casa de los abuelos, el último de los magos caóticos caía sin vida. Había un agujero en el lugar en el que alguna vez hubo un corazón latiente. Una garra monstruosa se veía cerca. Esta tomó una forma humana a los pocos segundos. Su poseedor era el amigo de Brent.

Extendió su mano frente a los desmembrados cadáveres de aquellos enemigos con los que acabó recientemente. Si bien los aplastó sin problemas, no quería dejar rastro alguno por si el moreno decidía regresar.

«¿Desde cuándo me importa limpiar mis desastres?», se cuestionó. Algo de aquel chico lo hacía sentirse diferente a como se comportaba normalmente.

No solamente se debía a que debía actuar para ganar su confianza. No. Él... Tal vez debía repensar un poco antes de actuar. Brent seguramente estaba en gran peligro, pero confiaba en que se encontraría a salvo. Una extraña combinación de pensamientos y raras sensaciones no lo dejaban pensar con claridad. Era como si el estómago y su garganta se revolvieran ante la incertidumbre se no saber qué ocurrió con su amigo.

«¿Amigo? ¿Desde cuándo los tengo?», preguntó a sí mismo desde sus adentros.

Comenzó a rememorar desde el momento que lo conoció hasta el momento en el que se separó de él. Bajó un poco la mirada. Aquello parecía haberse vuelto una obsesión suya.

-Ahora lo entiendo -comunicó al aire-. Es una cosa de afinidades, o eso quiero pensar.

»De todos modos, estoy aquí para salvarle el pellejo a él.

Ifero no se refería a Brent, sino a un chico delgado y de cabello negro y desordenado con ojos negros. Este era su hermano pequeño.

-Él es más como ellos que yo. Son frágiles, pero ese es su encanto.

«¿Encanto?», se cuestionó ahora, pensando en que estaba admitiendo que había algo más que le pasaba con Brent. Era el segundo ser por el que sentía deseos de conocerlo mejor.

Y entonces, decidió marcharse. Escuchó un gran estruendo y varios gritos de personas pidiendo ayuda, o que simplemente aullaban en voz alta ante el temor de un ataque que los golpeó a traición. También podía escuchar gritos de guerra, rugidos de animales espirituales que luchaban ferozmente en una batalla iniciada por la cobardía de un grupo de magos caóticos del fuego.

Aquello era como música para sus oídos. El odio que se tenían los unos a los otros era algo exquisito para aquel muchacho, pero no estaba allí para divertirse de esa forma.

No. Debía buscar una forma de informar sus hallazgos antes de hacer algo más. Fue así que algo extraño en el pecho.

-Creo que debo irme de todos modos, pero volveré para buscar a Brent en los confines de este mundo.

»Me será más fácil buscarlo si es que sigue vivo. Un agujero dimensional se abrió frente a él. Este emitía una serie de luces como si de mini relámpagos en color azul se tratasen.

Él volteó para dar un vistazo más a la ciudad que seguía siendo azotada por el enemigo. Suspiró y se adentro a aquel agujero luminoso.

Y cuando ya no había rastro alguno del albino, el resto de lo que quedaba en pie del techo de la casa de los yayos de Brent se vino abajo.

Sin él, nadie podría darles una digna sepultura.

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