Conflicto Interno
El día en el instituto había sido bastante bueno para Brent y sus amigos, especialmente para nuestro joven e inquieto protagonista. El chico intentaba con mucho entusiasmo descubrir su magia elemental más dominante; empero, no tuvo éxito durante sus intentos de hacerlo.
En cambio, Ifero era algo parecido a un mago aural, aunque para él este término era erróneo, ya que se lució con movimientos nunca antes visto, especialmente con su Aura-Beam, un rayo de energía multicolor que expulsó con ambas manos. Y como los chismes no se hacían esperar, el grupo de Brent quedó sorprendido al escuchar que él poseía dos espíritus elementales en lugar de uno. La historia de vato llegó a la clase de Entrenamiento en Magia con Espíritus Elementales que únicamente cursan los estudiantes del último curso. Era algo bastante peculiar y único. El chaval sentía que por vez primera podía presumir sus cualidades con una pequeña demostración que dejaría asombrados a todos. Triunfante, saltó de alegría, mientras era observado por Ifero y un entusiasta Oswald.
Brent y los panas, a excepción del albino, todavía cursaban las últimas semanas del cuarto curso en el colegio de aprendizajes intermedios. Los estudiantes de primer curso ingresaban a los once años, debido a que había la creencia de que el número diez era un número malvado y caótico. La cifra era una forma de representar una totalidad, y al mismo tiempo, simbolizaba la nada. Por eso, había Caos y Orden en el dígito. Por esta otra parte, siempre se asociaba a los regresos que tuvo Okuros, la propia representación de todo lo caótico.
Una vez finalizado el día en el colegio, los jovencitos se apresuraron para subir al transporte escolar que fue rentado en sustitución al dañado. Oswald se retrasó un poco para ir a hablar con el profesor de Esencias de Plantas Elementales, ya que tenía problemas con algunos de sus apuntes de la clase. Ifero iba al lado derecho de Brent; Jenna, por el lado izquierdo. Entonces, ella tomó por el brazo a Brent, ya que quería pedirle un favor antes de entrar al transporte.
—Brent, sé que esto está mal —dijo ella, con el rostro completamente sonrojado—, pues eres mi amigo, y no quiero problemas contigo. Es que, bueno...
Ella se abalanzó a los labios de Brent, dándole un beso que dejó sin aliento al muchacho y con desazón a los demás presentes. Algunas chicas que pasaban cerca quedaron más sorprendidas que el propio chaval. El moreno estaba paralizado como una piedra, mientras la mina mantenía sus labios pegados a los suyos. No sabía cómo responder ante lo impactante que fue aquello, pero de todas maneras no iba a negar que sintió mariposas en el estómago.
Ifero veía aquello con indiferencia. El momento se prolongó tanto porque la chica no dejaba de aferrarse al rostro ajeno. Ella se detuvo hasta que pasó un joven de aspecto atlético del quinto curso que además jugaba en el equipo de Baloncesto con Espíritus Elementales, un deporte que únicamente podían practicar los magos elementales con talento para dicha actividad.
—Lo lamento —expresó Jenna, viendo con arrepentimiento al castaño de los ojos abiertos de par en par—. Es Raymond. Nunca lo he podido mirar a los ojos sin sonrojarme, o sentir vergüenza.
»Brent, lo siento mucho. No debí usarte como pretexto para evitarlo a él.
La chama salió disparada al interior del transporte escolar. Ifero no hizo ningún comentario al respecto, cosa que alegraba a su compa; pero había un problema más. Oswald estaba parado justo detrás de ambos muchachos. Apretó el rostro y dedicó a los dos una mirada furibunda. Lucía molesto con Brent, y en el momento que este intentó dirigirle una palabra, él se marchó furioso, y sin razón aparente, rumbo al autobús.
Una vez más, el albino se limitó a observar con atención cómo se desarrollaba todo. Tal vez no quería provocar mae problemas de los que su único amigo de este mundo ya tenía.
Brent no sabía qué hacer y/o decir a sus amigos. Él no iba a negar que le había gustado recibir un beso de Jenna, cosa que Ifero parecía haber notado. En realidad, el chico siempre había estado enamorado de aquella mina, aunque nunca se había atrevido a decirle algo debido a su inexperiencia en el tema, y porque ella parecía tener sus propios gustos en cuanto a chicos. En parte, entendía el sentimiento de la chama por el otro muchacho, a pesar de que era doloroso para él.
—Ni siquiera entiendo la razón del enojo de Oswald —resopló Ifero a Brent, tratando de animarle un poco—. Jenna fue la que hizo todo.
«Al menos que Oswald sienta algo por Jenna», reflexionó Brent.
Un triángulo amoroso no sería nada bueno para su amistad con ellos. Brent lo sabía bien. Oswald era su amigo de casi toda la vida, y Jenna era la chica por la que él simpeaba desde el momento que la conoció.
—¿Y tú cómo te sentiste al respecto? —cuestionó Ifero, con intención de saber qué pasaba por la mente de su amigo.
Brent trataba de no sonrojarse ante la pregunta. Algo en ese beso le había gustado, pero no quería provocar mayores problemas entre sus amigos.
—Si son tus verdaderos amigos, arreglarán las cosas —prosiguió el albino con una mirada casi hipnotizante—. De lo contrario, yo seguiré a tu lado, mi pana.
Por alguna razón, el estar cerca de Ifero le hacía sentirse en confianza, y podía expresarse mejor de lo que lo hacía en casa. También podía sentir una especie de química de cooperación entre ellos dos.
—Tal vez no sea mi problema —susurró Ifero al oído del otro—. Yo creo que ella te gusta, y es posible que tú a ella. Mira, lo que yo vi...
—¡¿Qué?! —interrogó Brent, esperando que lo mencionado por su nuevo amigo fuese verdad. Una leve luz de esperanza iluminó su corazón de pollo—. ¿De verdad crees que le guste a Jenna?
—No lo sabrás si no lo intentas —replicó el otro con una expresión reflexiva—. Debes de tomar el riesgo.
»Al menos, eso es lo que yo haría en tu lugar.
«Tomar el riesgo». Aquellas palabras resonaban fuertemente en la mente de Brent, al tanto que Ifero parecía observarlo con malicia y deleite, al tanto que él se perdía en sus pensamientos sobre el camino a seguir.
Era una frase que de pequeño sus abuelos le mencionaban de manera constante cuando lo ayudaban a descubrir sus dones naturales para la magia elemental; aunque, sin éxito alguno durante aquellos intentos. Brent pensó que nunca fue capaz de tomar el riesgo, al menos no hasta ahora...
Aquellas palabras también formaban parte del lema del colegio. El muchacho también creía haber escuchado aquella frase en algún otro lugar. ¿Finalmente estaría listo para «tomar el riesgo»? Había una única manera de averiguarlo.
Miró al frente a la chica de la que estaba enamorado. Era el momento de descubrir si ella sentía algo por él más allá de una bonita amistad.
Pero todavía aterrado, decidió esperar un poco más. Los muchachos finalmente tomaron asiento en el transporte escolar, ubicándose en la parte trasera, y esperaron hasta que el vehículo comenzara a avanzar. El moreno sentía que su corazón latía con fuerza y energía. Oswald estaba sentado cerca, pero no le dirigió ni una sola palabra a Brent. De hecho, lo miraba con hastío e indiferencia.
«¿Pero qué hice mal?», se cuestionó nuestro protagonista.
«Tal vez siente celos de que hice un nuevo amigo. O puede ser el enojo de no contestar sus mensajes».
A medida que el transporte escolar avanzaba, el cielo comenzaba a nublarse con velocidad. Brent sintió que se le revolvía el estómago. Él sabía lo que necesitaba hacer para despejar una duda. Esperaba el momento más adecuado, con aquella sensación todavía en el cuerpo. La lluvia no se hizo esperar. Así que, cuando el transporte se detuvo justo frente a la casa de Jenna, el muchacho salió disparado en búsqueda de su respuesta. Jenna estaba a unos pasos por salir, y Brent la tomó del brazo, para después, darle un beso que la tomó desprevenida por parte de su enamoradizo amigo.
La multitud estaba sorprendida, mientras que Oswald fruncía el ceño. Algunos estaban disgustados. Brent con gran júbilo, sentía que alcanzaba las estrellas; empero, Jenna se alejó. Ella, con la boca entreabierta, y con un leve enrojecimiento en las mejillas, únicamente se limitó a llamar al chico por su nombre, para después, salir corriendo rumbo a su hogar.
Brent se desilusionó un poco, pero sintiéndose bien de al menos hacerle saber a Jenna que sentía algo por ella más allá de querer ser solamente su amigo, y también de que parecía que su amiga no lo odiaba tras no recriminarle nada. El muchacho retomó su asiento, tomó una bocanada de aire para relajarse, además de que estiró los brazos. Ifero se mostraba algo alegre, mientras que la rabia de Oswald parecía haber aumentado. El chico se limitó a pensar que él había tenido el valor de expresarle a Jenna sus sentimientos, algo que su amigo no había hecho.
Un nuevo aire engreído y triunfal era el que el moreno poseía, sin importarles nada los sentimientos de su mejor amigo. Ifero lo observaba con interés. Parecía haber logrado algo que deseaba.
[...]
Minutos más tarde, el transporte escolar se detuvo frente a la casa de los abuelos de Brent. El chaval y su nuevo compañero se levantaron de sus asientos, caminando juntos hasta llegar a la salida. Ambos se estiraron un poco al salir. Brent echó un vistazo, y vio que Oswald evitaba su mirada. El muchacho se sintió un poco mal por su pana, pero no quiso regresar para decirle algo, y una vez fuera, pidió a su nuevo compa que lo ayudara a buscar las llaves de la casa que estaban dentro de su mochila.
Ellos no tardaron en encontrar dicho objeto, por lo que pidieron entrar sin problemas al hogar del más joven. Dentro, se encontraban los abuelos del muchacho. Había un olor a té, por lo que el ojinegro supuso que estarían allí tomando un poco. La yaya estaba cocinando, mientras que el abuelo miraba el Fútbol-soccer de espíritus elementales, evento que llamó la atención del albino.
Los dos muchachos tomaron asiento cerca de Leonel. Ambos sentían curiosidad por el partido que miraba el hombre. Los tigres blancos espirituales les ganaban a los osos polares de la luz. Aunque el equipo favorito de Brent eran «los oscuros osos negros de la oscuridad», por lo gracioso del nombre. El más fascinado era Ifero. Parecía que él nunca había visto algo similar en su vida.
—Abuelo, quiero preguntarte algo —dijo Brent a su yayo, con la ceja derecha levantada en un gesto de incomodidad—. ¿Por qué las chicas siempre son tan problemáticas?
Aquello llamó la atención del hombre que cuidó desde pequeño al muchacho. Era la primera vez que Brent le preguntaba algo a su abuelo sobre lo duro que a veces era sentir algo por una chica. El jovencito sentía que su abuelo era la persona indicada para responder sus dudas.
—¿Qué quieres decir, Brent? —demandó Leonel, haciendo una seña a su nieto para que se acercará todavía más.
—Bueno, es que hoy una chica me besó —replicó el chico, mientras su abuelo lo observaba con atención—. Luego, la besé a ella, y todo se volvió muy complejo hasta con Oswald.
—¿Te refieres a esa amiga tuya? —le preguntó su abuelo.
Brent trataba de no perder los estribos ante la pregunta de su yayo. ¿Tan obvio era lo que él sentía por Jenna?
—Eh...
—Así es —declaró Ifero con una sonrisa en el rostro, mientras Brent le lanzaba una mirada fulminante—. Su nieto siente algo por esa chica.
Brent trataba de no lanzarse en contra de aquel chico. Se sintió traicionado por el muchacho que comenzó a ver como un amigo; pero, tampoco podía negar nada respecto a estar enamorado de su amiga. Era una derrota que debía de admitir como hombre.
—Si abuelo, es ella —admitió el muchachito, cerrando sus ojos en señal de admitirse vencido y dejar en evidencia un asunto que jamás pensó que fuera tan obvio para los demás.
Se sentía exhausto porque, durante el segundo beso, fue más que evidente que Jenna no compartía los mismos sentimientos. Aunque omitió ese dato por el momento.
—¡Ya me lo esperaba! —exclamó el mayor—. A veces se notaba que ustedes dos tramaban algo.
»¿Cuánto tiempo llevan juntos?
—¡¿Eh?! ¡No es lo que tú crees, abuelo! —expresó Brent exaltado. Aunque estaba rojo como tomate ante la vergüenza, también estaba triste en el interior. Hubiera preferido que las cosas terminaran en una nueva pareja—. Es que ella me gusta, empero, no es algo correspondido.
»Para colmo, Oswald se enojó. Ahora creó que los dos me odian y me desprecian con toda su alma y ser.
—¿Tu amigo también está enamorado de ella? —interrogó Leonel, muy sorprendido ante la historia entre su nieto, la chica, el otro chico, algo que en realidad parecía ser problemático—. Bueno, a veces esos dos se llevan bien, a pesar de pelear como perros y gatos la mayor parte del tiempo.
»Y como sabes, dicen que los opuestos se atraen. Es posible que por eso ese mequetrefe amigo tuyo sienta algo por la muchacha.
Ifero seguía atento al partido, mientras abuelo y nieto seguían la conversación.
—Sí, eso creo también —profirió Brent con la mirada fija en el suelo. Exhaló un poco, pensando en sus amigos—. Es que Jenna y Oswald son las mejores personas que he conocido desde hace muchísimo tiempo.
»No quiero que todo salga mal sólo por ese beso. Así que me siento un poco mal por el asunto.
—¡Pobre de ti, Brent! —expresó su yaya al mismo tiempo que seguía preparando la cena—. Las cosas ya están muy mal.
»¡A tu amigo y a ti les gusta la misma chica.
Brent no podía estar más de acuerdo, aunque admitirlo era también una vergonzosa derrota más. Estaba atónito al saber que su abuela había escuchado toda la conversación. El muchacho quería meterse debajo de la tierra.
—Tu abuela tiene razón, Brent —indicó Leonel al retoño de su bendición—. Si ella te gusta, creo que todavía puedes, al menos comunicarlo a Jenna.
»Ella no dijo nada más, y puede ayudar a solucionar el asunto. Ya llevas un paso adelante, mientras que tu amigo no hizo nada para demostrar que él es mejor opción que tú.
Brent miró con asombro y admiración al papá de su progenitor.
—¡¿Estás loco, viejo tonto y pendejo?! —cuestionó Denisse a modo de protesta—. ¡Los dos se tendrán que enfrentar muy pronto por esa chica!
»¡No hay nada más romántico y salvaje que ver cómo dos hombres pelean por una mujer!
—Yo digo que su amigo cederá, y dejará tranquilo a nuestro nieto —aseguró el mayor, molesto por el comentario de su abuela.
—¡No seas ridículo, viejo estúpido! —bramó la yaya.
Los abuelos de Brent discutían por lo que sucedería. Aquello hizo que el muchachito se sintiera todavía más inconforme, ocultando parte de su rostro debajo de su camisa en señal de arrepentimiento por hablar del tema con sus yayos. Entonces, alguien llamó por la puerta. El jovencito se levantó para abrir la entrada, quedando sorprendido y un poco confundido de ver al viejo Gustav del GITARC, mejor conocido como El Grupo de Investigación de Terribles Accidentes de El Reino Central. El chaval conocía al hombre por las noticias que se transmitían en el proyector digital, aunque no en persona. Tampoco sabía que él lo entregó cuando fue encontrado en el vehículo de sus padres.
—¡Qué sorpresa, muchacho! —exclamó Gustav con alegría al ver al chico que fue ese bebé que llevó en brazos. Además, era el vivo recuerdo de su ahijado, aunque más delgado—. ¿Se encuentran tus abuelos en casa?
Brent asintió con la cabeza, y entró rápidamente para llamar a sus cuidadores. Ambos también estaban inquietos al recibir la visita de Gustav. No lo habían visto desde el día que dejó a Brent con ellos, siendo este último tan sólo un pequeño bebé que había perdido a sus padres.
—Leonel, Denisse, ha pasado mucho tiempo desde que llegué aquí con su nieto en mis brazos —recordó Gustav a la felíz pareja de ancianos—. Veo que se parece mucho a su padre.
»¿Qué fue lo que le ocurrió en la nariz?
Un golpe de estupor tomó por sorpresa al muchacho. ¿Acaso ese hombre lo había traído con sus abuelos tras la muerte de sus padres? En lo que él chico seguía preguntándose aquello y más, sus yayos le explicaron al hombre lo que le había ocurrido a la napia del muchacho. El chico hizo caso omiso al comentario, pues seguía debatiéndose sobre lo que pudo suceder el día que sus padres murieron.
—¿Y a qué debemos tu visita, viejo amigo? —preguntó Leonel.
—Bueno, estaba revisando viejos casos —mencionó Gustav—. Creo que ha llegado el momento de retirarme amigo mío, y encontré algo que me gustaría darle a su nieto.
El trabajador del GITARC sacó una fotografía de su bolso derecho del pantalón. Era una imagen de los padres de Brent. El muchacho se llenó de una gran y poderosa alegría al ver a sus papás. Su padre tenía un gran parecido a él; su madre, sonreía. Ella tenía una hermosa cabellera negra y ondulada, llegando a caer a la altura de sus hombros. Era delgada y muy hermosa. Era de ojos en color esmeralda, y una bella y blanca sonrisa. Brent comprendió la razón por la que su progenitor se había enamorado de aquella mujer. La fémina irradiaba una bondadosa belleza y alegría incomparable.
Brent se dejó llevar por una profunda alegría al ver la silueta de la mujer que le dio la vida. Era la primera vez que veía aquella figura que tanto le hacía falta a su lado. Quería abrazarla y decirle lo mucho que la amaba, a pesar de no conocerla.
La alegría duró poco, debido a que la yaya del muchacho retiró aquella fotografía de sus manos, dejando al chico sin palabras por un leve momento.
—Abuela, por favor devuélveme la foto, por favor —clamó el chico con los ojos clavados en aquella imágen.
—¡Claro que no! —bramó ella, poseída por una rabia incomprensible para el chamo.
Gustav quedó sorprendido ante tal reacción. El abuelo de Brent se levantó del asiento.
—Sé que tenías buenas intenciones, pero te sugiero irte, viejo amigo —comunicó Leonel al hombre del GITARC—. Odio tener que pedirte que te marches. Esto ha traído problemas, y sé que tampoco era tu intención crearlos.
»Gracias de todos modos.
—De acuerdo, amigo —respondió Gustav, un poco triste de ver al muchacho actuando con desesperación para recuperar una imágen de sus progenitores. Denisse no había cambiado respecto al odio que tenía contra la madre de su nieto. Era triste, ya que el jovencito también era sangre de la esposa de su ahijado.
Ifero decidió alejarse rumbo a la habitación para huéspedes, ya que aquello era su problema. Entonces, la abuela triunfó, rompiendo la fotografía en varios pedazos, para después retirarse muy molesta a la cocina, y Leonel la escuchó gritando todo tipo de maldiciones sobre la madre de su nieto a la que odiaba por «engatusar a su hijo».
Brent se sentía afligido al ver los pedazos de uno de sus más preciados bienes en el suelo. Habían destruido la gran prueba de la enorme equivocación que el mundo cometía al hablar mal de su progenitora. Se sentó en el suelo, mientras sentía el frío y humedad de sus lágrimas recorriendo lentamente sus mejillas y recogió los pedazos de la fotografía con la voluntad de unirlos nuevamente. No podía, ni tampoco quería odiar a su abuela por haberla roto. No le importaba si ella sentía odio por su madre; más, sí era muy doloroso que no lo dejara ser feliz con un recuerdo de las personas que le habían dado la vida.
El chaval se dirigía a su habitación, cuando de pronto, escuchó que alguien más llamaba por la puerta, así que decidió abrir tras enjugar su rostro. Se trataba de Jenna. El jovencito se sintió un poco alegre, aunque ella parecía estar molesta.
—¡¿Qué diablos sucede contigo?! —gritó ella, dándole una bofetada que rompió todavía más el corazón de Brent tras lo que sucedió con el recuerdo de sus padres—. Eres un... ¡Te dije que el beso entre nosotros fue para no mirar a Raymond!
—Jenna, yo creí...
—¡Nada de «creí», señor! —gruñó la chica—. ¡Eres un pobre diablo!
El chavo intentó explicar sin éxito lo que ocurrio a Jenna, pero ella no se lo permitía.
—¡No me importan tus excusas! —dijo ella.
Parecía que el mundo conspiraba en contra del moreno. Lo que inició como un buen día había terminado muy mal para él. Sentía que las personas más importantes en su vida también le daban la espalda.
«¿Por qué?», se cuestionó.
«¿Por qué no puedo ser feliz?»
«¿Por qué me siento tan solo otra vez?»
—¡No pienso terminar al igual que tu andrajosa madre!
Aquello fue lo peor que Brent escuchó de Jenna. Ella nunca se había expresado así sobre su progenitora y aquello fue como recibir un golpe en el abdomen. La tristeza y decepción se convirtieron en furia en su interior. Así que apretó los puños para no cometer un error del que se arrepentiría. Ya había tenido suficiente.
—¡Lárgate! —ordenó Brent—. ¡Lárgate, y no vuelvas a hablarme en tu maldita vida!
—¡Lo mismo digo de ti! —Ella estaba por abofetear una vez más a Brent, pero él la detuvo. Clavó sus ojos, que parecían los de un animal salvaje dispuesto a proteger su territorio con su propia vida.
El chico la soltó y sin dejar observarla. Jenna aprovechó el momento para salir disparada a la calle, aunque cayó al suelo tras tropezar con una roca. Brent quedó sorprendido, pero decidió no ayudarle. En cambio, cerró la puerta, escuchando una nueva horda de insultos que fueron cortados al momento de cerrar la puerta. Abatido, subió a toda prisa las escaleras y entró a su habitación.
Ifero estaba pegado a la puerta, completamente en silencio, aunque sonriendo.
—Y yo que creí que tendría que intervenir —dijo a la nada—. De todas maneras esto tendría que pasar tarde o temprano. Esos dos no lo valoran lo suficiente.
Se dejó caer, recargando la espalda en la puerta.
—Tampoco sus abuelos —dijo para sus adentros—. Tal vez este lugar no es tan distinto a Ciudad Capital.
»Aquí también hay odio. —Una sonrisa malvada se dibujó en su rostro, pero pronto, adquirió un gesto todavía más aterrador.
»Esto me está gustando.
[...]
El muchacho yacía bocabajo sobre su cama, y comenzó a llorar en silencio. No quería que nadie lo escuchara; sin embargo, él escuchó que alguien entraba a su habitación. Era su abuelo.
El jovencito se secó las lágrimas rápidamente, y el hombre se sentó a su lado. El menor abrazó con fuerza a su yayo
—¡Ya estoy cansado de todo lo malo que dice de mi mamita! —gritó el chico al mismo tiempo que lloraba de rabia. Su orgullo estaba herido, y parecía que nadie lo entendía.
Leonel apoyó el rostro del chico en su brazo, y le permitió desahogarse.
—¡Abuelo! ¿Por qué no me dejan ser feliz con lo único que tenía de mis papás? —cuestionó el chico, llorando con una intensidad desbordante—. ¡Yo sólo quería tener un recuerdo de mi mamita
»¡No es justo! ¡No es para nada justo!
—Lo lamento mucho, Brent. Hablaré con tu abuela después de que te note más calmado.
Leonel abrazó fuertemente al chico, ya que no lo dejaría sufrir en solitario. No se esperó que su esposa hiciera aquello, y aunque la amaba, no fue justo romper algo que le pertenecía a su nieto.
Mientras que Brent se desahogaba, una fuerte tormenta comenzó, aunque aquella era peor que la del día en que conoció a Ifero. Leonel dio un beso en la nuca de su nieto. Entendía bien su dolor. No estar con tus seres amados era algo que dió un sabor a su vida durante tantos años.
A las afueras de El Reino Central, algo estaba por suceder. Una fuerza muy poderosa sentía la existencia de una joven presencia del caos en la ciudad. Los verdaderos problemas estaban por iniciar
Okuros mandaba al lugar a sus subordinados más cercanos. Rugidos bestiales de enormes lagartos se hicieron presentes. La secta del fuego se preparaba para atacar.
[...]
Un poco más adelante, Leonel había logrado calmar a su nieto, y lo dejó descansar en su habitación. También logró hacerlo con su esposa, logrando convencer a esta de que pidiera disculpas a Brent. Incluso llegaron a la conclusión de pedir una disculpa a alguien que tal vez el jovencito estaría encantado de conocer.
—Ya puedo imaginar la cara del muchacho cuando lo conozca —afirmó Leonel.
—Eso espero —enunció Denisse. Estaba fatigada y arrepentida por el daño ocasionado.
«Espero poder hablar con Brent para evitar que la historia se repita», meditó.
Había cosas que debían de dejar en el pasado. Sanar viejas heridas, por el bien de ellos, su matrimonio, y porque su nieto no merecía que se le negara algo que días antes acordaron hablar con él. Brent no tenía la culpa de la ascendencia de su madre, pero ellos mismos fueron los responsables de alejar a su padre y a otros más que también les dieron la espalda en el pasado.
—Debimos ser menos tercos en el asunto, Denisse.
La mujer abrió con cautela la puerta de la habitación del jovencito que allí se encontraba. El muchacho estaba dormido, por lo que hablarían con él temprano por la mañana. Incluso se despertarían antes para conversar con él.
—Duerme, Brent —susurró Denisse—. Tú abuelo tiene razón. Rompí los propios límites de mi cordura y te lastimé.
»Espero puedas perdonarme, pequeño.
Mientras se retiraban, Leonel sintió un terrible escalofrío similar a uno que no había sentido tantos años atrás, cuando era joven.
Esperaba que solamente se tratara de eso, y no algo peor.
Denisse lo tomó del brazo. Ella seguís consternada por su propia imprudencia, misma con la que hirió de forma tajante a su joven nieto.
—Tenemos que trabajar en nosotros también, amor —pronunció la fémina, mientras su marido la llenaba de besos en el rostro, el cabello y las orejas.
—Me alegra pensar lo mismo —manifestó el hombre, sonriendo y actuando como en sus años mozos—. Creo que debemos hablar con esa mujer que nos ayudó con Brent en el pasado.
»El muchacho merece que también pongamos nuestro granito de arena
—Tienes razón, cariño —replicó Denisse, recargando el rostro sobre el brazo de su compañero de vida.
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