Capítulo 21

—¿Marcharse? ¿Quieres que escapemos como ratas? —inquirió con sorpresa Brinco de Conejo. Había pensado que su pareja estaba bromeando, pero su mirada era seria y decidida.

—¿Qué quieres que hagamos? ¿Quedarnos aquí y esperar que nos mate? Porque eso es lo que va a hacer —sentenció.

—¡Pero este es nuestro hogar! -se opuso Brinco de Conejo. ¡No podía dejar a todos los gatos que había conocido en su vida como si fuese un proscrito!

—Encontraremos un nuevo hogar —maulló la reina, con un tono más dulce—. Lejos de aquí. Una cueva. Cazaremos todos los días, y nuestros cachorros estarán seguros. Todos lo estaremos.

—¿Estás loca? —bufó el guerrero, escuchandose más furioso de lo que pretendía-. ¿Irnos? ¿Volvernos solitarios e ir a un lugar que ni siquiera conocemos?

Resplandor de Niebla no se estremeció. Al contario, entrecerró los ojos para mostrar lo segura que se sentía.

—Mis padres lo hicieron. ¿Los consideras locos?

El gato de ojos anaranjados parpadeó. Lo había olvidado. Los padres de su pareja y Mordisco de Granito habían abandonado el clan formalmente poco después del incendio. Se habían vuelto solitarios, y como ellos mismos habían dicho, se dirigieron de forma directa a las Tierras Sin Gatos.

—No quería...

—No —dijo la reina cuando su pareja quería decirle perdón dándole un lametón en la cabeza—. ¿No ves lo peligroso que es quedarse aquí? Él hará lo que se le plazca para hacernos daño. ¡No podemos dejar que le haga daño a los cachorros!

—¿Y tú no ves lo peligroso que es irse? Está repleto de zorros y tejones allá afuera.

Resplandor de Niebla frunció la nariz.

—Créeme que las fauces de un tejón no son nada comparadas con Paso de Búho —espetó—. Si tú no te quieres ir conmigo, entonces yo me iré.

—¿Y que hay de tu hermano? ¿Tus compañeros de clan? ¿Tan poco vale tu lealtad?

La reina bajó la vista.

—Mordisco de Granito es mi único hermano. Es muy importante para mí. Mis compañeros de clan también. En especial Nube de Cernícalo y Colmillo Férreo —dijo con un suspiro al final—. Pero hay otras cosas aparte de la lealtad. Nuestros hijos. Mi última gota de sangre caerá por la seguridad de nuestros pequeños.

Brinco de Conejo se quedó sin habla. No quería irse, pero admitía que su pareja tenía algo de razón. Ojalá Paso de Búho jamás hubiera vuelto, pensó. Su corazón estaba dividido. ¿Qué hacer?

No podía pensar en abandonar a su hermano, Corazón de Ciprés, a Zarpa Escurridiza, su talentoso aprendiz, sus amigos, Cielo Ardiente, Zorillo y Mordisco de Granito. Aparte, ¿cómo reaccionaría Estrella de Olivo? Pensarían en que algo los había matado. ¿Por qué ocasionar sufrimiento innecesario?

—¿Y si les avisamos? Nos podemos ir en la mañana —balbuceó como última oportunidad para convencer a su pareja.

Para su mala suerte, la gata negó con la cabeza.

—No. Levantarán sospechas. Además, si Estrella de Olivo lo cuenta en una Asamblea, de más que Paso de Búho escucha o le cuentan. Yo me voy.

Su expresión final evitaba que se lanzara cualquier comentario en su contra. Ella ya se había decidido.

—Iré contigo.

Las palabras salieron sin siquiera pensarlas mucho. Pero ya estaban dichas: no había vuelta atrás. Intentó ignorar las "voces" invisibles que le chillaban estridentes en la cabeza todas las posibilidades malas de lo que podía pasar.

Resplandor de Niebla asintió, y empezó a lamer dulcemente a los cachorros, para que despertaran. La primera fue Pequeña Cereza, que liberó un reclamo que seguro se escuchó hasta en la Cima del Cielo.

—¡Oye! ¡Es muy temprano para levantarse! ¡Todo está oscuro! —dijo acercándose a su madre.

La reina plateada la silenció con un leve movimiento de su lustrosa cola.

—Silencio, pequeña. Todos en el clan están durmiendo.

—¿Qué pasa? —dijo en voz baja Vencejillo para luego bostezar. Sus ojos estaban entrecerrados, pero parecían lunas azules en la oscuridad de la maternidad.

—Nos vamos —maulló el guerrero atigrado, tratando de que su voz pareciera tranquila y confiable.

—Iremos a vivir lejos de aquí, en una cueva o madriguera donde hayan muchas presas y juegos —trató de convencerlos Resplandor de Niebla.

—¿Por qué? ¡Yo estoy muy feliz aqui! —exclamó la cachorra de orejas blancas ladeando la cabeza—. ¡No me quiero ir!

—Yo tampoco —coincidió su hermano, ya sentado, y con un brillo de desconcierto en sus pequeños ojos.

—Podríamos regresar algún día —aventuró Brinco de Conejo. Quizás tenía razón. Quizás lograría convencer a Resplandor de Niebla algún día, y regresarían a los clanes. Y quizás también...

—Aparte, podrían conocer a mis padres —maulló la reina plateada, arrancándolo de sus pensamientos mientras levantaba con el hocico a Vencejillo en el lecho.

—¿Tus padres? Osea... ¿Tenemos familia fuera del clan? —chilló la cachorra.

—Sí, aunque antes vivían aquí. Pero se marcharon y se volvieron solitarios —respondió la gata.

—¿Por qué? —inquirió Vencejillo, rascándose la oreja con una pata.

—Hubo un gran incendio. Creo que Helecho Polar y Mirada Quemada les contaron esa historia alguna vez. Decidieron irse; pues tenían miedo de todos los peligros a los que estaban expuestos. Sin embargo, yo y mi hermano, Mordisco de Granito, que en esos tiempos éramos aprendices, preferimos quedarnos.

—¿Entonces estamos escapando porque ustedes tienen miedo?

Las palabras de su hija paralizaron el corazón de Brinco de Conejo, quién intercambió una mirada veloz con su pareja. Antes de que hubieran respondido, el guerrero de pelaje atigrado cambió brusco de tema.

—Será mejor que nos vayamos ya. ¿Hay una salida por aquí, Resplandor de Niebla?

La gata asintió, y lo dirigió a la parte trasera de la meternidad, donde había un espacio entre las ramitas del helecho de la guarida, donde un gato delgado podía deslizarse sin quedarse atrapado rodeado de hojas. Resplandor de Niebla pasó primero, sujetando a Pequeña Cereza del pescuezo. Luego, Brinco de Conejo tomó con cuidado a su hijo. Su pelaje era tan delgado que casi se sentía como un ratón en las mandíbulas de su padre.

De todos modos, al pasar entre las ramas, no puedo evitar que su pelo se quedara enganchado en algunas partes, y tuvo que apartar unas cuantas ramas con la cabeza para tener espacio para pasar. Seguro todos los ratones que he capturado en la última luna han lamentado que un gato tan gordo como yo los cazara.

Cuando por fín los dos se reunieron con el resto de la familia, empezaron a subir por el acantilado haciendo el menor ruido posible en la oscuridad que los tapaba como el ala de un cuervo. Cielo Ardiente hacía vigía del campamento cerca de la entrada, y no alcanzó a verlos antes de que desaparecieran en los árboles.

Una oleada de tristeza le golpeó en el pecho. Su antiguo mentor estaría muy preocupado por él. También Zorillo y Mordisco de Granito. Y Corazón de Ciprés... ¿Por qué abandonaba a su hermano? Al avanzar en la oscuridad del bosque, fue consciente de que un pedazo de su corazón se había quedado en aquella pendiente.

Se detuvieron a una prudente distancia del campamento para restregarse contra la hierba alta, y así poder ocultar su olor.

—¡A este paso nos transformaremos en arbustos! —dijo la gatita de orejas blancas cuando su madre le incitó a revolcarse otra vez.

Pararon cuando Pequeña Cereza empezó a estornudar, y siguieron avanzando con un nuevo aroma sobre el pelaje.

Resplandor de Niebla lo guiaba, un brillo gris, moteado de plateado por la luna que destellaba sobre los árboles. Después de todo, aquel punto blanco seguiría brillando. En las batallas, en los nacimientos, muertes, alegrías y tristezas, siempre estaría ahí. Era extraño y hermoso a la vez.

Vencejillo se mantenía quieto, sin siquiera estremecerse cuando una ligera brisa le hizo cosquillas a su pequeño cuerpo. Brinco de Conejo aceleró el paso.

Cuando el gato de ojos anaranjados dilató las fosas nasales para oler mejor, sintió el dulce aroma de las flores cercanas al Pozo de las Mariposas. De hecho, pudo ver el agua calmada que reflejaba las estrellas entre el pasto sombrío.

Estamos cerca del borde, el olor que diferenciaba a los gatos del Clan de la Ribera se hizo presente a gran escala.

Unos cuantos pasos más y estarían en un territorio sin clanes. La idea lo atemorizaba. Se sentía muy seguro en su clan; sabía dónde estaban los mejores lugares para cazar y los más propensos a llenarse de guaridas de zorros en la estación de la caída de la hoja. Podía hasta afirmar que conocía cada árbol y zarza del bosque. Ahora se adentraría en un lugar que no conocía para nada, en el cual el peligro sería posible en cada arbusto que lo rodeara.

Aunque al mirar los ojos determinados de su pareja, se sintió un poco mejor. No estaba solo. Nunca lo estaría.

—Resplan... -dijo antes de que un repiqueteo de hojas le cerraran la boca. Los ojos de la reina plateada se abrieron como platos. Rauda, dejó a Pequeña Cereza en el suelo. Brinco de Conejo también puso a Vencejillo en la tierra. ¿Los habían descubierto?

La gata de una oreja blanca paseó su mirada por todos lados hasta que dio con un árbol cuyas raíces sobresalían de la tierra.

—Pequeños, vayan a esconderse en ese árbol. ¿Ven que bajo él hay un hueco? Bien, quiero que vayan y no salgan hasta que les diga, ¿está claro? —maulló con cariño, aunque su figura irradiaba nerviosismo.

Los dos gatitos intercambiaron una mirada y salieron disparados al árbol. Vencejillo tenía el pelaje erizado de miedo.

Otro sonido de hojas tomó a Brinco de Conejo por sorpresa. Definitivamente había un gato tras ellos. Pero el aire no revelaba nada. ¿Quizá aquél gato había ocultado su olor en caso de que fueran proscritos...? Con suerte sólo sería Cielo Ardiente. Seguro que él les dejaba seguir adelante.

Pero el gato que salió de los helechos no era el amable y divertido Cielo Ardiente, si no un felino grande y gris, sus ojos dos lunas de un verde ardiente. Su pelaje estaba moteado en barro, y sus garras desenvainadas.

Era un sueño. ¿No? Si, todo era un sueño. Estaban pasando cosas demasiado absurdas para que pudiera ser real. Eso es obvio. Pero... ¿por qué no abría los ojos para despertar en la maternidad? ¿Por qué estaba temblando? ¿Por qué su cuello estaba erizado? ¿Qué era real?

—Una linda noche para pasear, ¿no es así? —dijo Paso de Búho, alzando la mirada—. Me encanta cómo se ve la luna. Y las estrellas, como no. Es divertido pensar que nuestros antepasados guerreros residen en brillos blancos sin mayor importancia; o partes de otro brillo anaranjado del día.

—Fuera, desgraciado corazón de tejón —bufó Resplandor de Niebla, avanzando un poco—. Cagarruta de ratón, vete de aquí.

El atigrado gris ronroneó, como si estuviera hablando con una cachorra desobediente.

—Por los Solares y Lunares, qué miedo. Estoy tan ofendido que moriré sin más —y se recostó, mostrando su vientre por un latido de corazón—. Ah, hola, Brinco de Conejo. ¿Cómo has estado? Debe ser difícil tener de pareja a una gatita gruñona y brava como esta.

El guerrero atigrado marrón se iba a lanzar, sin embargo Resplandor de Niebla se adelantó a su acción y saltó hacia el guerrero del clan vecino, con las patas estiradas y las fauces abiertas. Se revolvieron entre sí muy rápido hasta que la gata de pelaje gris salió disparada por donde vino, aunque logró caer de pie. Sus costados caían y bajaban a gran velocidad.

No puede luchar, razonó Brinco de Conejo, quieto de terror. Hace como tres lunas que no es guerrera.

—Sé que me reemplazaste, querida, pero de todas las posibilidades que tenías... ¿Elegiste a una pareja que no sabe pelear? —maulló el gato del Clan del Pétalo con un tono que no reflejaba nada.

Eso encendió una llama en Brinco de Conejo, quién enfurecido desenvainó las garras y se acercó más de lo debido a Paso de Búho, para escupirle en la cara:

—¿Tanto te cuesta admitir que ella ya no te ama? —dijo, sorprendido por el tono salvaje con el que hablaba—. Aléjate de mi familia. Vete con la tuya, si es que tienes.

Inmediatamente supo que tocó un tema delicado para el gato atigrado gris, que frunció la nariz y bufó en su cara. Pero un momento después, una diabólica sonrisa apareció.

—Se me había olvidado. ¿Cómo están sus hijos? Deben ser bien estúpidos, una mezcla de sus padres. ¿Creen que les gustaría jugar conmigo?

Un impulso de furia forzó a Brinco de Conejo a arañar el hocico de su adversario. Pero Paso de Búho retrocedió con facilidad, como si ya se lo esperase.

—Qué lento. ¿Quieres pelear, minino? Te encantará sentir la sangre bajando como una corriente de tu boca, tus ojos desesperados, sin poder aceptar aún que no sobrevivirás. Y tus heridas, pulsantes, en el pelaje sólo serán un recordatorio de mis garras. Eso hasta que mueras, ahogado en líquido rojo.

El guerrero del Clan del Pétalo se estremeció. Parecía ser que el gato que tenía en frente había pasado por la muerte un montón de veces. O la hubiese provocado.

—¡Desgraciado! —aulló Resplandor de Niebla, pasando al lado de Paso de Búho y arañándole el costado, al que el gato replicó con un grito de dolor. Se turnó furioso a la gata gris, y saltó hacia ella.

—¿Quieres morir, pequeñita? Está bien —maulló antes de botarla a la tierra.

La sangre latía furiosa en las orejas de Brinco de Conejo al lanzarse encima de Paso de Búho. Sus fauces se abrieron, vigorosas, y se cerraron sobre sus omóplatos grandes aunque delgados. El olor metálico de la sangre le inundó la boca, incitándole a morder con más fuerza. A la vez que realizaba el movimiento, rasguñaba con sus patas traseras la espalda.

El gato del Clan del Pétalo giró en su dirección, los colmillos brillantes en una mezcla de saliva y sangre oscura. Antes de que hiciera algo al respecto, el guerrero sintió un dolor punzante en una pata, miles de espinas penetrando en su pelaje.

Retrocedió cojeando y gritando, observando a medias su ensangrentada pata delantera antes de regresar a la pelea, olvidando recuperar el aliento antes de moverse otra vez. Debido a este error, tuvo que jadear mientras atacaba con zarpazos la cara de su adversario, que se había alejado de Resplandor de Niebla.

La reina tenía una gran herida en un flanco, y quieta intentaba recuperar fuerzas para seguir combatiendo. Eso sólo le dio más a Brinco de Conejo.

Paso de Búho era demasiado veloz: casi la mitad de los arañazos por parte del atigrado marrón fallaron. Tenía claras intenciones de botarlo al suelo, cosa que Brinco de Conejo no permitiría.

Necesito cambiar de estrategia. De manera arriesgada, se levantó en dos patas, para poder saltar sobre él y tirarlo de la cola. Pero el gato de ojos verde oscuro pareció leer su pensamiento, pues arañó parte de su vientre, terminando en un fuerte dolor y salpicaduras rojas en el suelo.

Mareado, el felino atigrado marrón trató de bajar, pero al hacerlo Paso de Búho lo golpeó con una zarpa en la cabeza, confundiéndolo aún más. 

Brinco de Conejo cayó. Todo a su alrededor daba vueltas. Lo único que logró ver bien fue a Paso de Búho atacando a Resplandor de Niebla. Quería mover sus patas, levantarse y luchar, pero ellas no respondían. Pensó que producto de su confusión sangre le nublaba la vista en un ojo, hasta que recordó el ataque del gato gris y tosió sangre. No me puedo ir ahora.

Cerró los ojos e intentó calmarse. Si quería ganar, debía estar tranquilo. El dolor de las mordeduras lo acosaba, aunque de poco a poco se hizo menor... y el atigrado marrón se levantó, con un siseo y las patas temblorosas.

No sería un inútil esta vez.

El atigrado gris volteó la cabeza hacia él. Su hocico estaba tapizado en sangre. La sangre de Resplandor de Niebla. Su pareja estaba en el suelo. El espeso líquido rojo le cubría una parte muy grande de su cuerpo. Pero eso no era lo más inquietante. Sus ojos estaban blancos. Completamente blancos y abiertos. Sin vida.

—¡No...! —aulló, inundado en agonía. Ella se había ido. Estaba muerta. El amor por el que tanto había luchado en su vida había finalizado con aquel cuerpo ensangrentado.

¿Ahora qué motivo tenía para seguir con vida? Jamás volvería a compartir lenguas con ella. Ni una presa. Tampoco dormirían juntos. Ni volverían a alegrarse por la familia que habían formado. Al menos no en esa vida.

Quería hacerse un ovillo y gemir como cachorro abandonado. Era como una zarza en el corazón. ¿Y ahora qué?

Mis hijos.

Por ellos debía luchar. Eran lo único que le quedaba de su amada y preciosa Resplandor de Niebla.

—No te preocupes por ella —ronroneó Paso de Búho, relamiendo sus asquerosos bigotes—. Está con sus ancestros. Me imagino lo triste que debe ser alejarte de tus hijos cuando tienen una luna para unirte a las "estrellas" o el "sol" —dijo sarcástico.

—Repugnante bola de pelos —gruñó Brinco de Conejo cojeando en su dirección—. ¿Por qué quieres matar a todos? ¿No puedes ponerte en el lugar de ellos? ¿Sus amigos y su familia? ¿Lo que planeaban hacer en sus vidas?

El gato de ojos anaranjados volvió a recordar a Resplandor de Niebla. Su hermosa sonrisa... Ni siquiera tenía tiempo para llorar su muerte. Ni procesarlo por completo.

Paso de Búho se tomó su tiempo para responder.

—No sé por qué los gatos están tan aferrados a seguir con vida. Es solo un estúpido círculo. Nacer, crecer, morir. Después no pasa nada. Si te mato ahora, da lo mismo. Ibas a morir tarde o temprano. Como lo deseé tu estimado destino —dijo, antes de volver a la pelea con su adversario.

Brinco de Conejo bufó, en una mezcla de dolor y furia. Logró llegar a su pecho, y lo mordió con toda la fuerza que le restaba en el cuerpo. Justo cuando empezaba a sentir el calor de la sangre, Paso de Búho lo apartó con una sola zarpa. Pero el guerrero del Clan de la Ribera estaba demasiado cansado, y cayó como peso muerto.

No. Los cachorros...

Se trató de levantar una vez más. Pero cuando iba a medio camino, un rasguño le azotó el cuello. Chilló de dolor, mientras observaba con pánico la sangre saltando por debajo de su cabeza.

Sintió el espeso líquido rojizo en la garganta. Apenas podía respirar, caído en el suelo. Entró en el completo horror mientras intentaba ganar algo de aliento. En una vista nublada, logró observar un gris con manchas rojas en algunas partes del cuerpo. Y unas lunas verdes intimidantes en la cara.

—Lamento dejarte morir sólo. De todos modos, es probable que te vea de nuevo esta noche —ronroneó.

Brinco de Conejo no entendió muy bien a qué se refería, pero eso no importaba. Sentía agonía en todas partes, y sabía que su sangre se derramaba a borbotones en la tierra. Su corazón empezó a calmarse. Y empezaba a tener sueño. Mucho sueño. No debo cerrar los ojos, no debo cerrar los ojos...

Abrió la boca para escupir sangre. Tenía que luchar por mantener una respiración estable. Si gritaba, quizás podrían escucharlo desde el campamento, y... no. Tenía que admitirlo. Se estaba muriendo.

De una manera muy dolorosa.

Voy contigo, Resplandor de Niebla, pensó, casi visualizando la cara de su pareja. Pero nuestros cachorros quedarán solos. Por favor, Solares y Lunares, protéganlos. Siempre he creído en ustedes, y ellos también. Serán buenos gatos.

Su corazón se empezó a agotar. Respirar cada vez era más difícil. Su pelaje ardía como si estuviese hecho de fuego. Agotado, observó a la distancia una luz blanca y otra anaranjada acercándose a él. Los colores simbólicos de sus ancestros. ¿Sería que...?

Gracias por todo lo que me dieron. Recordó gran parte de su vida en sus últimos latidos de corazón. Había tenido una buena, rodeado de gatos que lo amaban, y que también él amaba. Se sentía misteriosamente tranquilo, a pesar del horror de los momentos anteriores.

Miró por última vez el cielo, y cerró los ojos. El dolor de sus heridas había desaparecido, y no sentía frío ni calor. Una voz dulce le susurró a la oreja:

—Mi valiente guerrero...

*********
Publiqué esto ayer, estoy segura, pero wattlag no me quiere ;-;
Nos vemos en la nota final :3
*corre pa q no le pegen*

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