Capítulo 18

Brinco de Conejo abrió la boca en un bostezo, reconfortado al sentir el pelaje de Resplandor de Niebla contra el suyo y escuchar un cachorro pidiendo leche. Ayer había sido un día agitado, pero ahora todo estaba en total calma, y el guerrero atigrado sentía una nueva alegría galopando en sus venas. ¡Ahora era padre!

Estiró las patas delanteras, y extralado, se dio cuenta de todas las plumas que estaban en el lecho al abrir los ojos, que casi escondían por completo el musgo en el que estab.

Plumas grises y grandes, de un pájaro adulto, que no podía identificar. Quizás no las vi al acostarme. Aunque son cómodas...

Pero toda la relajación que sentía se desvaneció en el aire al ver el resto de la maternidad. No había más lechos, pero la tierra del suelo estaba cubierta casi de forma completa por las plumas grises. Como si hubiesen matado por lo menos tres aves ahí. De repente, el ambiente se volvió extraño y malévolo. Brinco de Conejo sintió miedo. Algo malo había pasado.

—Resplandor de Niebla... —chilló, tocando la espalda de su pareja con una zarpa—. Despierta. Debemos irnos de aquí.

La reina gris parpadeó, movió un poco los músculos y le dedicó una mirada verde preocupada.

—¿Qué sucede?

Pero el guerrero atigrado no respondió. Tenía la mirada anaranjada fija en el vientre de Resplandor de Niebla. Vencejillo estaba pidiendo leche, desesperado. Y Pequeña Cereza no estaba. Había desaparecido de la nada. Pero la reina gris no pareció darse cuenta, y se quedó mirándolo.

—¡Pequeña Cereza! —exclamó el guerrero, mirando a todos lados en busca de su hija. ¿Se habría escapado de la maternidad? Imposible, era muy pequeña para eso. Alguien se la había llevado.

Entonces, las plumas empezaron a moverse, formando un aterrorizante torbellino en torno a Brinco de Conejo, que lo único que pudo hacer fue quedarse quieto y con los ojos cerrados.

—¡Ayuda...!

* * *

Cuando el guerrero abrió los ojos de golpe, y con el corazón acelerado, barrió la maternidad con la mirada. No había nada. Ni un rastro de aquellas raras plumas grisáceas.

El sol se filtraba entre las aulagas de la entrada, pues el arbusto en el que se encontraba la guarida de las reinas era grande y espeso, y apenas se podía ver el destello proveniente de arriba. Sin embargo, el calor se sentía irremediablemente en todo el lugar.

Brinco de Conejo se alejó un poco de su pareja y revisó a sus cachorros con la mirada. El atigrado sintió una oleada de tranquilidad al ver el pelaje marrón de Pequeña Cereza, que le recordaba mucho al que Corazón de Ciprés había tenido de pequeño. Los dos estaban enrollados junto a su madre, ambos dormidos.

Resplandor de Niebla bostezó, y Brinco de Conejo la saludó con un lametón cariñoso en una oreja.

—Lamento despertarte.

La reina sacudió su cabeza.

—No fuiste tú. Nosotros debemos de ser los únicos que siguen en el lecho.

—Pero tienes el derecho de despertarte tarde. Ahora eres madre —añadió en un ronroneo.

—Y tu padre. Pero eso no te libera de tus deberes como guerrero. Deberías escribirte en una patrulla.

—Le preguntaré a Rosa Escarchada si puedo participar en una de la tarde —maulló, para luego levantarse y estirar los tiesos músculos.

—Oye... en la noche te moviste un poco y gritaste algo como "¡Pequeña Cereza!". Fue una pesadilla, ¿no?

Brinco de Conejo tragó saliva.

—Sí, sólo un mal sueño. Preocupaciones de padre nuevo, supongo —bromeó, mirando con afecto a sus cachorros y acariciándolos con la cola muy despacio.

Resplandor de Niebla entornó los ojos, claranente no muy convencida, pero no dijo nada al respecto.

—¿Podrías traerme una presa, por favor? Algo me dice que pronto estos pequeños empezarán a pedir comida.

—¿Alguna en especial? —dijo el guerrero mientras un ronroneo le subía desde la garganta.

—Si hay un conejo... —dijo en una sonrisa Resplandor de Niebla—. Por favor.

Brinco de Conejo inclinó la cabeza y salió de maternidad, parpadeando ante la luz del campamento. Cuando ya pudi ver como siempre otra vez, se encaminó a la guarida de la líder. Mientras trotaba, lo sorprendió ver a Nube de Cernícalo en el centro del claro, bufándole algo a Cielo Ardiente para luego irse a la guarida de guerreros con la cola crema erizada y azotando el aire en todas direcciones. Su antiguo mentor se quedó quieto, con la mirada indescifrable. ¿Tan poco habían durado? 

Como si pudiera leer sus pensamientos, el guerrero rojizo asintió, como queriendo decir que ya no eran pareja. En respuesta, Brinco de Conejo se encogió de hombros. ¡Ni siquiera habían logrado durar una luna juntos! Como un romance de aprendices, pensó.

Justo entonces, Rosa Escarchada salió de la guarida de Estrella de Olivo con la mirada rosa brillante y una sonrisa en la cara.

—Hola, Rosa Escarchada... ¿Habrá un espacio para la patrulla de la tarde? —preguntó, sacando a la lugarteniente de sus pripios pensamientos.

—Sí, claro. Colmillo Férreo estará liderándola. No falta mucho para que salga.

Brinco de Conejo se tragó las ganas de preguntarle la razón de su gran alegría, pero luego recordo la presa que le había prometido a su pareja, y corrió a la pila, donde encontro un conejo gris de tamaño mediano que agarró firmemente con las fauces y arrastró a la maternidad.

Al entrar, lo recibieron los agudos maullidos de sus hijos, que pedían leche. El guerrero atigrado sintió una oleada de afecto y depositó el conejo ante su pareja.

—Aquí tienes tu presa, mariposa.

Resplandor de Niebla frunció el ceño.

—¿Mariposa? ¿Quién te está enseñando cumplidos?

El gato de ojos anaranjados ronroneó.

—Nadie. Pero tu sabes que te queda bien.

El estridente reclamo de Pequeña Cereza los interrumpió. La cachorra estaba moviéndose como podía, chillando de hambre. En cambio, Vencejillo se mantenía más callado, aunque de todos modos maullaba un poco.

—Creo que ya tenemos definidas las personalidades de estos pequeños —bromeó el guerrero.

—¿De dónde vendrá el comportamiento de esta loca? —ronroneó la reina gris—.  Definitivamente no de su padre. Vencejillo se parece más a ti —indicó, mirando con amor a su pareja.

Brinco de Conejo ronroneó. El cachorro atigrado gris parecía más cauto que su hermana, pero aún era temprano para definir su personalidad.

Justo en ese momento, se oyó un reclamo proveniente de la barriga del atigrado, y recién el guerrero se dio cuenta de lo hambriento que se sentía. No había comido desde la tarde del día anterior.

—No sabía que los estómagos sabían aullar —dijo aguantando las ganas de reir Resplandor de Niebla, empujando el conejo en su dirección con una pata.

Brinco de Conejo sintió el pelaje caliente de verguenza, pero de todos modos se inclinó y comió un poco. El conejo tenía un apetitoso sabor, y con cada mordisco sentía más fuerza retornando a sus patas.

Relamiéndose los bigotes con satisfacción, el joven mentor se despidió de sus cachorros con una lamida dulce sobre sus suaves pero delgados pelajes y de Resplandor de Niebla juntando las narices.

Al salir nuevamente de la guarida, se topó con Colmillo Férreo, quién inclinó la cabeza avergonzada.

—Lo lamento. Quería visitar a Resplandor de Niebla antes de que saliéramos de patrulla. ¿Cómo están los pequeños? ¡Son muy lindos!

Con solo ver la forma en la que los ojos de pecho blanco se iluminaban, o lo feliz que se oía hablando de cachorros, quedaba claro que ella también quería unos propios. Sintió compasión por la guerrera. Mordisco de Granito había confirmado las ganas de los dos de ser padres, pero la poca suerte que habían tenido.

—Oh, muy bien. Pequeña Cereza es mucho más chillona que su hermano, como si ya estuviera mostrando su personalidad —dijo con un ronroneo divertido—. Aunque apenas tienen un día de vida. Ya quiero que abran los ojos.

—Estoy segura que no demorarán mucho más. Es increíble lo rápido que crecen los cachorritos.

El guerrero hizo espacio para que la atigrada gris pasara, y luego fue hacia el claro, buscando por todos lados un rastro del pelaje blanco de su aprendiz. ¿Dónde estará...?

Zarpa Escurridiza apareció de pronto por detrás de la guarida de aprendices, donde los gatos solían hacer sus necesidades, y en cuanto localizó a su mentor corrió hacia él.

—¡Buenos días, Brinco de Conejo! — maulló el aprendiz blanco—. Salí en la patrulla del alba con Rosa Escarchada y otros, y luego cambié los lechos de los veteranos, también... —el joven dudó—. No te molesta que haya hecho las tareas sin tu permiso, ¿verdad? No quería despertarte...

Brinco de Conejo acarició su espalda de modo tranquilizador.

—Por supuesto que no. No puedo hacerme cargo completamente de tu entrenamiento. También debes entrenar con otros guerreros más experimentados, como Rosa Escarchada. ¿Me acompañarías en una patrulla de la tarde? Y tendrás el resto del día libre para hacer lo que quieras.

Los ojos del más pequeño centellaron.

—¡Me encantaría! ¡Hoy tengo tanta energía como para correr por todo el bosque!... y... ¿Qué tal con los cachorros?

—Muy bien. En menos de una luna ya estarán lo suficientemente mayores para jugar un poco. Hasta podrías enseñarles unos cuantos movimientos de pelea algunos días...

—¿¡De verdad!? ¡Lo haría con gusto! Así podrían ser guerreros de pequeños. A menos que alguno de ellos quiera ser curandero; pero aún es temprano para saber.

—¿Vienen con nosotros? —los llamó de pronto Colmillo Férreo en la entrada del campamento, acompañada por Malveada y Zorillo.

Mentor y aprendiz fueron tras ellos, y una vez hubieron trepado por la pendiente, aspiraron el aire fresco del bosque. El sol era fuerte, pero las ramas más altas de los árboles los lograban proteger del sofocante calor. El pasto crecía alto y verde, suave bajo sus almohadillas. Además, un llamativo olor a presas parecía envonverlo todo.

—Vayamos por la frontera del Clan del Pétalo hasta el Pozo de las Mariposas —indicó Colmillo Férreo, moviendo la punta de la cola—. Deberíamos volver con por lo menos una presa cada uno.

La patrulla se dirigió hacia el río, y Brinco de Conejo abrió la boca para sentir mejor los olores. Una vez estuvo seguro de lo que olió, preguntó:

—¿Qué hueles, Zarpa Escurridiza?

El aprendiz blanco abrió la boca y cerró los ojos, mientras caminaba. Un rato después lo miró con seguridad.

—Hay un ratón no muy lejos de aquí. Y también un petirrojo, diría yo, que comió algo. No siento ningún tejón o zorro reciente; pero sí un gato. No parece haber marcado territorio, debe ser un minino doméstico que se paseó hace unos días por aquí.

Brinco de Conejo asintió con aprobación.

—Muy bien. Sólo te equivocaste en una cosa: el ratón es una musaraña. ¿Sientes la diferencia? El olor de la musaraña es más fuerte.

Zarpa Escurridiza asintió, probando otra bocanada de aire.

—Tienes razón. El del ratón es más suave.

En ese instante, una musaraña se mostró bajo un árbol, olfateando con su extraño hocico algún insecto. La patrulla se detuvo por completo. Todos la habían visto. Aquella sería la oportunidad de Zarpa Escurridiza de mostrar sus habilidades. Moviendo la punta de la cola, Brinco de Conejo le pidió a su aprendiz que la cazara.

El gato de ojos amarillos se puso en posición de caza; tocaba el suelo con tal suavidad que era casi como si flotara sobre él. El guerrero atigrado hinchó el pecho de orgullo al ver lo concentrado que estaba. Apenas fue el momento justo, el aprendiz no dudó y se lanzó hacia la presa, desapareciendo cerca de un verde arbusto. Un chillido entrecortado demostró la muerte del animalillo.

Sin embargo, Zarpa Escurridiza al levantar la cabeza, no se le veía feliz, sino nervioso. La presa no la sujetaba en su boca.

—¿Pasó algo, querido? —preguntó Malveada preocupada.

—Será mejor que vengan a ver esto —respondió el joven, bajando la cabeza.

Con pasos cautelosos, Brinco de Conejo se acercó a su aprendiz pasando junto al arbusto. La musaraña estaba muerta en el suelo, pero eso no era lo que le preocupaba a Zarpa Escurridiza. El aprendiz indicó con el hocico que mirara detrás del árbol.

Mudo de impresión, el atigrado marrón quedó boquiabierto al ver que detrás del tronco estaban los restos de un ratón muerto cubierto en musgo. Y estaba rodeado de plumas. Plumas grandes y grises. Las plumas de su sueño.  

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El capítulo más largo que he hecho con 2049 palabras owo

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