Capítulo 12

Todo pasó tan rápido que Brinco de Conejo apenas tuvo tiempo para pensar. Se acercó a su hermano, y, le echó un vistazo rápido al cuerpo sin vida del cachorro negro.

El ojo bueno de Corazón de Ciprés se cerró, a la vez que soltaba un pequeño gruñido de dolor.

—¡Mi ojo! —gritó mientras se derrumbaba.

—¿Qué te paso—

De pronto, detrás de Brinco de Conejo se oyó un siseo extraño, que no parecía provenir de ningún gato. El atigrado marrón se volteó a tiempo para ver una criatura alargada como una rama, de color rojizo con franjas negras y amarillas, y dos pequeños destellos negros que hacían de siniestros ojos que lo miraban con odio.

—¡La serpiente! —chilló con voz ronca Corazón de Ciprés.

Zarpa Escurridiza, que se había mantenido a cierta distancia, soltó un alarido y retrocedió unos pasos, con los ojos amarillos fijos en la serpiente.

—No te muevas más, Zarpa Escurridiza —le dijo Brinco de Conejo—. Quédate ahí.

La mirada del joven aprendiz estaba empapada en miedo, aunque asintió con la cabeza ante las instrucciones de su mentor. La serpiente, mientras tanto, siseó otra vez, abriendo un poco la boca para mostrar dos colmillos pequeños en ella, a la vez que movía un poco la cola, mareándolos. Brinco de Conejo se quedó quieto, con la vista fija en la cabeza negra de la criatura colorida.

En el momento menos esperado, el atigrado marrón se lanzó hacia la serpiente, tomándola de improviso. La criatura intentó girar la cabeza para morderlo, pero era demasiado tarde. Brinco de Conejo había clavado sus colmillos en la piel áspera y escamosa de lo que parecía ser su cuello. El guerrero sentía un asco terrible en su boca, para nada parecido al de una presa normal. Además, tenía un pequeño olor a Dos Patas que lo confundía.

Cuando Brinco de Conejo levantó la cabeza, con la serpiente colgando de sus fauces, recibió la mirada entre orgullosa e impresionada de su aprendiz. Él mismo, apenas podía creer que había cazado una serpiente. Pero eso no importa ahora.

—¡Mordisco de Granito! ¡Relámpaga! —exclamó de pronto Zarpa Escurridiza, cuando de repente aparecieron los dos gatos, con los ojos redondos de sorpresa. Pero Brinco de Conejo no tenía tiempo para ponerles atención. Tenía que ver qué le había pasado a Corazón de Ciprés.

Cuando se dirigió al guerrero marrón, percató en que seguía en la misma posición de antes, (con un ojo cerrado y todo) pero gemía levemente.

El atigrado marrón se puso al lado se su hermano y lo ayudó a levantarse y apoyarse en su omóplato. Rápidamente, llegó Mordisco de Granito, que hizo lo mismo que Brinco de Conejo al otro lado de Corazón de Ciprés.

—¿Qué te pasó? —inquirió el gato de hocico negro.

—La se-serpiente me-me mordió en el ojo —musitó, con su ojo bueno mirando el suelo—. Yo es-estaba tratando de sa-salvar al cachorro...

La vista de los dos guerreros se clavó en la bolita de pelos negro, que en su cuello se veía claramente la profunda mordida de la serpiente. Brinco de Conejo se alejó de su hermano y se agachó al lado del gatito negro. Poniendo una pata sobre su costado, comprobó que ya no seguía con vida. ¿Dónde estaba su madre? Una gran pena lo inundó. Era como perder cualquiera de sus hijos, que aún crecían en el vientre de Resplandor de Niebla. Ningún gato, proscrito, minino casero, solitario o guerrero, merece pasar una pena tan grande como perder un cachorro.

Está muerto, ¿no? —el maullido de Mordisco de Granito lo tomó por sorpresa—. Tú ayuda a Corazón de Ciprés. Yo llevaré al cachorro al campamento.

Brinco de Conejo se levantó, con el corazón y las patas temblorosas, y se acercó a su hermano, dejándo que se apoyara en su flanco y omóplato. Zarpa Escurridiza y Relámpaga se acercaron a ellos, con miradas decididas.

—Queremos ayudar —dijo con firmeza Zarpa Escurridiza.

Si no se hubiese tratado de una situación tan peligrosa, el guerrero atigrado hubiera sonreido.

—Pueden dejar que Corazón de Ciprés se apoye en ustedes del otro lado.  

Los dos hermanos rápidamente siguieron sus indicaciones, poniéndose en una fila para que Corazón de Ciprés pudiera apoyarse bien en ellos dos. Pronto apareció Mordisco de Granito, cargando con el cachorro suavemente del pescuezo, como si aún se encontrara con vida. Y ante una señal inaudible, la patrulla se dirigió al campamento.

—¿Duele mucho? —preguntó de pronto Brinco de Conejo a Corazón de Ciprés acelerando aún más el paso. Sabía perfectamente que le dolía, pero quería saber si su hermano seguía consciente.

—Sí —respondió con un pequeño gemido—. No puedo abrir el ojo. Y la sangre...

—No te preocupes —lo interrumpió su hermano—. Ala de Guijarro sabrá que hacer.

O eso espero. Nuevamente, las supuestas "voces" conenzaron a aullar que algo malo pasaría. Sentía como si se hubiese tragado un montón de piedras afiladas que rasgaban su pecho y vientre por dentro. Suspiró lo suficientemente despacio para que el resto de los gatos no lo escucharan. Tenía que cambiar de perspectiva. Ala de Guijarro había tratado gatos durante toda su vida, y era muy experimentado. Por favor, Solares y Lunares, protéjanlo de su heridas, y permitan que esté con nosotras muchas lunas más, que son las que se merece, oró mentalmente. No podría soportar perderlo.

Después de lo que parecieron lunas, la pendiente se hizo visible entre los árboles, como una flor viva entre marchitas. Casi corriendo, los gatos bajaron. Brinco de Conejo miró en todos lados buscando al curandero, y dio un pequeño suspiro de alivio cuando vio al gato negro de pelaje corto. Apenas Ala de Guijarro percató en lo que sucedía, se dirigió donde la patrulla, seguido de un grupo de gatos curiosos.

—¿Qué le paso a su ojo? —preguntó rápidamente Ala de Guijarro, acercándose a examinar a Corazón de Ciprés, que apenas parecía escuchar algo.

—Una serpiente lo mordió —soltó entre jadeos Brinco de Conejo.

—Déjalo un poco en el suelo para que pueda verlo mejor —indicó con autoridad pero sin inquietud el curandero. Una vez pudo observar mejor la infección, frunció el entrecejo—. No creo que sea venenosa. De todos modos, clavó muy bien sus colmillos. Necesito atenderlo ahora si quiero salvar su ojo. Ayudenme a trasladarlo a mi guarida. 

¿Salvar su ojo? ¿Tan grave era la mordida que podía quedar ciego de un ojo? Brinco de Conejo sacudió su cabeza, y junto a Zorillo y Nube de Cernícalo, comenzó a mover a Corazón de Ciprés a la guarida de Ala de Guijarro. El guerrero lastimado no dejaba de soltar pequeños gruñidos de dolor, y tenía ambos ojos cerrados.

Una vez dentro de la guarida, el olor fresco de las hierbas llegó a sus fosas nasales, que apenas lo ayudaron a tranquilizarse. Los gatos lo dejaron en un lecho, a la vez que el curandero negro buscaba alguna medicina en sus reservas.

—Necesito que salgan, por favor —dijo Ala de Guijarro, con unas flores doradas ahogando su maullido—. Necesita más espacio para respirar.

Los demás se retiraron obedientemente, pero Brinco de Conejo se quedó quieto.

—Pero... —Pero soy su hermano, debo quedarme con él, quería decir, pero las palabras se estancaron en su garganta.

La gran mirada azul grisácea del curandero era comprensiva.

—Te haré entrar apenas pueda, te lo prometo.

Con una leve inclinación de cabeza, Brinco de Conejo salió de la guarida, sintiendo como su corazón le decía que se quedara ahí. Pero no podía. Estaba dividido.

Tras sacudirse los retazos de aulaga en su pelaje, se encontró con una preocupada Resplandor de Niebla mirándolo.

—Corazón de—

—Sé todo lo que paso —lo silenció su pareja, acercándose con los ojos rebosantes de pena—. Me contaron todo. No sabes como lo lamento.

A modo de respuesta, Brinco de Conejo apoyó su cabeza en el omóplato de la gata gris, aspirando su tranquilizador aroma. Por un momento, olvidó la pelea que habían tenido, y se centró en su amor, cerrando los ojos. El accidente con la serpiente jamás debió haber pasado.

—Mordisco de Granito, ¿de dónde viene ese cachorro?

La voz de Estrella de Olivo llamó la atención de Brinco de Conejo, que abrió los ojos y se separó un poco de Resplandor de Niebla para ver mejor.

—Fue la primera víctima de la serpiente —respondió el guerrero, echándole un vistazo triste al gatito en sus patas—. Está muerto. Probablemente es hijo de mininos domésticos, por su olor.

Estrella de Olivo se quedó callada un largo rato, con la mirada impenetrable.

—No importa de dónde provenga, un cachorro es siempre un cachorro. Cuando nos vayamos de este mundo, nuestros hijos ocuparán nuestros lugares, y le enseñarán todo lo que nosotros les enseñamos a sus propios hijos. Ellos son el futuro. Este cachorro se merece un entierro digno.  Sus antepasados lo buscarán en el lugar que se merece, donde quizás, ellos caminaron alguna vez. Helecho Polar, Mirada Quemada. Si no es molestia, me gustaría que enterraran a este pequeño, como si fuera de nuestro propio clan.

Los eludidos asintieron, con un toque de sorpresa en los ojos.

—No es ninguna molestia —aseguró Mirada Quemada.

—Partiremos ahora —dijo Helecho Polar, levantándose junto a su pareja y encaminándose donde el pequeño.

Un cachorro es siempre un cachorro.

—Brinco de Conejo —maulló de pronto Ala de Guijarro, asomando la cabeza entre las aulagas de su guarida—. Entra, por favor.

Con el corazón galopando, el atigrado marrón se adentró nerviosamente en la madriguera, sintiéndose nervioso al ver a su hermano pequeño en el lecho en que lo habían dejado, pero con unas hierbas verdosas sobre su ojo herido.

—¿Y bien? —maulló, cuando se sentó frente a Ala de Guijarro.

El curandero suspiró.

—Usé telarañas, celidonia, y todo lo que tenía pero...

—¿¡Murió!? —inquirió con un bufido alarmado el guerrero.

Ala de Guijarro negó con la csbeza, para tranquilidad de Brinco de Conejo.

—Sobrevivirá. Pero no creo que su ojo tenga la misma suerte.

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