Un Grado de Diferencia

El sol se despedía en tonos anaranjados sobre el horizonte, y los pasillos del instituto comenzaban a vaciarse. Mimosa, con su característica energía contagiosa, salió apresurada del aula de primer grado. Sus rizos dorados rebotaban con cada paso, y en su rostro brillaba una sonrisa llena de entusiasmo. Llevaba su mochila colgada de un solo hombro, descuidada, como si no le importara el peso de los libros.

Cerca de la salida, bajo la sombra de un árbol, estaba Yuno. Su cabello negro desordenado contrastaba con la pulcritud de su uniforme de último grado. Tenía una postura relajada, con la correa de su mochila sostenida con una sola mano. Sin embargo, su expresión tranquila cambió ligeramente cuando vio a Mimosa acercándose. Algo en su andar desinhibido y su sonrisa radiante siempre lograba descolocarlo.

—¡Yuno! —llamó ella desde lejos, agitando la mano como si él no pudiera verla a simple vista—. ¡Esperaste por mí!

—Te dije que lo haría, ¿no? —Yuno arqueó una ceja y respondió con un tono neutral.

Mimosa se detuvo frente a él, un poco más cerca de lo que Yuno habría anticipado. Su sonrisa se ensanchó mientras lo miraba de arriba abajo.

—Eres tan confiable, como siempre. Aunque, ¿no es un poco sospechoso que un chico de último grado esté esperando a una de primer grado?

—Ya empezamos... —Yuno suspiró, desviando la mirada hacia el camino frente a ellos.

—Es que, vamos, Yuno, ¿qué pensarán los demás? —bromeó ella, llevándose una mano al pecho como si estuviera escandalizada—. Tal vez digan que te gusta salir con chicas menores.

Yuno no pudo evitar que una sonrisa apenas perceptible apareciera en sus labios.

—Tal vez lo piensen porque tú no dejas de decirlo.

—Bueno, alguien tiene que mantener tu imagen interesante —Mimosa soltó una risita melodiosa y comenzó a caminar junto a él—. Si no, serías el típico chico serio y aburrido.

—¿Y desde cuándo te preocupa mi imagen? —Yuno la miró de reojo, con una mezcla de diversión y exasperación.

—Desde que decidiste ser mi amigo. —Mimosa lo miró con fingida seriedad antes de volver a sonreír—. Es mi deber como menor asegurarte de que no te tomes la vida demasiado en serio.

Yuno negó con la cabeza, pero había algo en su mirada que reflejaba una especie de resignación cálida.

Mientras caminaban juntos hacia la salida, el silencio entre ellos era cómodo, interrumpido solo por los comentarios ocasionales de Mimosa sobre cualquier cosa que llamara su atención: las flores al borde del camino, el color del cielo, incluso un gato que cruzó frente a ellos.

De repente, Mimosa se detuvo y lo miró con curiosidad.

—Yuno, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Adelante.

—¿Por qué siempre esperas por mí? —preguntó, esta vez con un tono más suave, sin rastro de sus bromas habituales.

Yuno se detuvo también, girándose ligeramente para enfrentarla. Por un momento, pareció dudar, pero luego respondió con honestidad.

—Porque... me gusta tu compañía.

Mimosa lo miró fijamente, y una sonrisa suave se formó en sus labios.

—¿Eso fue una confesión?

—No empieces —Yuno frunció el ceño, pero su leve rubor lo delató.

—No te preocupes, Yuno —Ella rió, retomando el camino a su lado—. Si alguien pregunta, solo diré que eres un chico amable que disfruta de la compañía de las menores.

Él suspiró profundamente, aunque no pudo evitar sonreír.

—Un día, Mimosa, tus comentarios van a meternos en problemas.

—Pero hoy no es ese día —respondió ella con una risa ligera, mientras el sol poniente bañaba sus figuras en una cálida luz dorada.

Mientras caminaban hacia el parque cercano al instituto, Mimosa, como siempre, no dejaba de hablar. Era algo que Yuno encontraba tanto irritante como encantador. Su energía parecía inagotable, y él, a pesar de su habitual seriedad, había aprendido a apreciarla.

—Entonces, estaba pensando —dijo Mimosa, haciendo un gesto amplio con las manos—, ¿qué tal si hacemos un trato?

—¿Un trato? —repitió Yuno, mirándola de reojo con curiosidad.

—Sí, algo sencillo. —Ella giró sobre sus talones, caminando hacia atrás para poder mirarlo directamente—. Yo prometo dejar de decirle a todos que te gustan las chicas menores...

—Por fin algo razonable.

—... si tú sonríes más seguido.

Yuno se detuvo en seco, cruzando los brazos mientras la miraba con incredulidad.

—¿Eso qué tiene que ver?

—Tiene todo que ver —respondió ella, acercándose con una sonrisa radiante—. Eres como un robot, Yuno. Siempre serio, siempre callado. A veces me pregunto si realmente tienes emociones o si eres un androide infiltrado en el instituto.

—¿De verdad tienes tanto tiempo libre para pensar esas cosas? —replicó él, medio en serio, medio divertido.

Mimosa se encogió de hombros, girando de nuevo para caminar a su lado.

—Solo digo que sería lindo verte sonreír más. Tienes una sonrisa bonita, ¿sabes?

Yuno se quedó en silencio, ligeramente incómodo por el cumplido inesperado. No estaba acostumbrado a recibir ese tipo de comentarios, y mucho menos de alguien como Mimosa, cuya honestidad podía ser tan desarmante como su entusiasmo.

—No necesito sonreír todo el tiempo —murmuró finalmente—. No es mi estilo.

—Claro, claro. Porque ser misterioso y distante es mucho mejor, ¿verdad? —bromeó ella, dándole un pequeño empujón en el brazo.

Él negó con la cabeza, pero antes de que pudiera responder, Mimosa se detuvo frente a un puesto de helados en el parque.

—¡Helado! —exclamó, con los ojos brillando de emoción.

—¿Eso es en serio? —preguntó Yuno, arqueando una ceja.

—¡Por supuesto que sí! —respondió ella, ya sacando unas monedas de su bolsillo—. Vamos, Yuno, no puedes decir que no a un helado después de un largo día.

A regañadientes, Yuno la siguió hasta el puesto. Mimosa pidió un cono doble de vainilla y chocolate, mientras que él, tras un poco de insistencia, se conformó con uno sencillo de vainilla.

Se sentaron en un banco bajo un árbol, disfrutando del helado en silencio. Bueno, más o menos.

—¿Sabes? —dijo Mimosa de repente, mirando su helado pensativamente—. Me alegra que estemos haciendo esto.

—¿Comer helado?

—No, pasar tiempo juntos. —Lo miró con una sonrisa cálida—. Aunque siempre parezcas distante, me haces sentir cómoda. Es como si... no sé, como si pudiera ser completamente yo misma contigo.

Yuno se detuvo un momento, su mirada fija en el horizonte. Luego, sin mirarla, habló con suavidad.

—Eso es porque... también me siento cómodo contigo.

Mimosa parpadeó, sorprendida por la sinceridad de sus palabras. Pero antes de que pudiera responder, Yuno agregó con un ligero tono burlón:

—Aunque a veces eres un poco ruidosa.

—¡Oye! —protestó ella, dándole un suave golpe en el brazo. Ambos rieron, y por un momento, el mundo pareció detenerse a su alrededor.

Mientras el sol se ocultaba por completo y el cielo adoptaba tonos azulados, Mimosa se inclinó hacia él con una sonrisa juguetona.

—¿Sabes qué, Yuno? Estoy empezando a pensar que te gusta pasar tiempo conmigo.

—Tal vez... solo un poco —admitió él, mirándola de reojo con una pequeña sonrisa que hizo que el corazón de Mimosa diera un vuelco.

Y, por primera vez, ella no supo qué decir.

Mimosa miró fijamente a Yuno por un momento, todavía asimilando el hecho de que él había sonreído, y no solo eso, sino que lo había hecho por ella. Sintió una calidez agradable en el pecho, como si algo en su día a día siempre hubiera estado incompleto y, de repente, estuviera en su lugar.

—¿Qué pasa? —preguntó Yuno, notando que ella no decía nada.

—Nada —respondió ella rápidamente, pero su sonrisa era más amplia de lo habitual—. Solo... me gusta esa pequeña sonrisa. Deberías usarla más seguido.

Yuno bufó, volviendo la mirada al cielo que empezaba a oscurecerse.

—Ya empezaste otra vez.

—Es mi deber como tu amiga menor asegurarme de que no te conviertas en una estatua seria para siempre —replicó Mimosa con picardía, tomando un poco más de su helado.

Yuno la miró de reojo, su expresión volviendo a su típica seriedad, pero había un atisbo de diversión en sus ojos.

—No eres mi amiga menor. Solo estás en un grado más bajo.

—¡Ah, pero lo soy! —exclamó ella con entusiasmo, apuntándolo con el dedo—. ¿Sabes lo que la gente dice de eso? Que los de último grado que pasan tanto tiempo con los de primer grado... tienen intereses cuestionables.

—¿Intereses cuestionables? —Yuno levantó una ceja, claramente confundido.

Mimosa soltó una carcajada, disfrutando de su expresión desconcertada.

—¡Ya sabes! Como si estuvieras interesado en salir con chicas más jóvenes.

—De verdad tienes una imaginación muy activa —él la miró fijamente, dejando escapar un suspiro cansado.

—No es imaginación, Yuno. Son hechos. Además, sería adorable, ¿no crees? Tú, el chico misterioso de último grado, cuidando a la chica torpe y brillante del primer grado. Es como algo sacado de un manga romántico.

—Esto no es un manga, Mimosa.

—Bueno, no, pero... —Ella se inclinó hacia él, sus ojos brillando con esa energía inagotable que parecía definirla—. ¿No crees que sería lindo?

Por un momento, Yuno no dijo nada. Su mirada se suavizó mientras la observaba, su energía, su alegría, incluso su habilidad para sacar comentarios absurdos de la nada. Y aunque no lo diría en voz alta, sí pensó que, tal vez, sí sería lindo.

—Creo que —empezó a decir, pero se detuvo al notar la sonrisa traviesa en el rostro de Mimosa.

—¿Qué? ¿Qué ibas a decir? ¡Dilo, dilo! —insistió ella, inclinándose aún más cerca.

Yuno suspiró, mirando hacia otro lado.

—Olvídalo.

—¡Ah, no puedes hacer eso! —protestó ella, cruzando los brazos—. ¿Sabes lo injusto que es dejarme con la curiosidad?

—Muy injusto, lo sé.

Mimosa hizo un puchero, mirando su helado como si hubiera perdido una pequeña batalla. Pero luego, con una chispa de determinación, se giró hacia él de nuevo.

—Está bien, si no quieres decirlo, lo aceptaré. Pero quiero que sepas algo, Yuno.

Él la miró, esperando sus próximas palabras.

—Me alegra que seas tú quien siempre está aquí conmigo.

Yuno la observó en silencio, sus palabras resonando en él de una manera que no había anticipado. Y aunque no era el tipo de persona que expresara sus emociones fácilmente, inclinó la cabeza en un gesto de agradecimiento, dejando que una pequeña sonrisa volviera a aparecer.

Mimosa, por su parte, se sintió victoriosa.

—¡Ahí está otra vez! —dijo alegremente—. Dos sonrisas en un solo día. Estoy en racha.

Yuno negó con la cabeza, pero esta vez, no pudo evitar reír un poco.

—De verdad no tienes remedio.

Ambos se quedaron ahí un rato más, compartiendo helados, bromas y pequeños momentos que, aunque simples, se sentían especiales. Porque, sin que ninguno lo dijera en voz alta, sabían que estaban construyendo algo único entre ellos.

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