Un Encuentro XII

El aire estaba cargado de emoción. La pequeña capilla en las afueras de la ciudad estaba decorada con luces cálidas y flores blancas, creando un ambiente mágico. Afuera, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados.

Un mes había pasado desde aquel día en la cafetería, y ahora, aquí estábamos, listos para comenzar oficialmente nuestra vida juntos.

Yo estaba de pie al frente, vistiendo un elegante traje negro, mis manos ligeramente temblorosas mientras esperaba. A mi lado, Adramelech, mi mejor amigo, me dio una palmada en el hombro.

—Tranquilo, hermano. Lo estás haciendo bien —dijo con una leve sonrisa, aunque incluso él parecía emocionado.

La música comenzó a sonar, y todas las cabezas giraron hacia la entrada. Allí estaba Nero.

Vestía un vestido blanco simple pero hermoso, que realzaba su belleza natural. Su cabello azul oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos rojos brillaban con emoción. Caminaba lentamente hacia mí, acompañada por una mujer mayor con una sonrisa orgullosa, su madre.

Cuando nuestras miradas se encontraron, todo lo demás desapareció. No había invitados, ni música, ni decoración, solo ella y yo.

Finalmente, Nero llegó a mi lado, tomando mi mano. Sentí cómo las palabras que había preparado para mis votos desaparecían de mi mente, pero no importaba. Lo único que quería era decir lo que sentía.

El oficiante nos miró y asintió.

—Liebe, puedes decir tus votos.

Respiré profundamente y miré a Nero a los ojos.

—Nero, desde el día que nos conocimos, supe que había algo especial en ti. Me enseñaste a mirar hacia adelante, a dejar de lado las sombras del pasado y a creer en el amor. Hoy, frente a todos los que nos quieren, prometo amarte, respetarte y estar a tu lado en cada paso que demos juntos. Prometo construir contigo un futuro lleno de alegría y de sueños cumplidos.

Los ojos de Nero estaban llenos de lágrimas, pero su sonrisa era la más radiante que había visto.

El oficiante se volvió hacia ella.

—Nero, es tu turno.

Ella tomó aire, su voz temblorosa al principio, pero firme mientras hablaba.

—Liebe, tú eres mi refugio, mi compañero y mi mayor alegría. Desde el momento en que nos conocimos, entendí que nuestras almas estaban destinadas a encontrarse. Prometo amarte cada día, incluso en los momentos difíciles. Prometo ser tu apoyo, tu compañera de aventuras y la razón de tus sonrisas.

La capilla estaba en completo silencio, todos conteniendo la respiración ante la intensidad de sus palabras.

—Liebe y Nero —dijo el oficiante con una sonrisa—, por el poder que se me ha conferido, los declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.

No esperé un segundo más. Me incliné hacia Nero, rodeándola con mis brazos mientras nuestros labios se encontraban. Fue un beso lleno de amor, de promesas cumplidas y de todo lo que habíamos compartido. Los invitados aplaudieron y vitorearon, pero apenas los escuché. Para mí, solo existía Nero.

Cuando salimos de la capilla, tomados de la mano, sentí que todo estaba en su lugar. Subimos al auto que nos llevaría a nuestra luna de miel, dejando atrás las luces y el bullicio para comenzar nuestra nueva aventura juntos.

—¿Estás lista? —le pregunté, mirándola con una sonrisa mientras el auto se ponía en marcha.

Nero asintió, su mano aferrada a la mía.

—Siempre.

Y con eso, nos adentramos en el siguiente capítulo de nuestra historia, juntos, como siempre había estado destinado a ser.

Habían pasado siete años desde aquel día en la capilla, desde que Nero y yo dijimos el "sí" frente a todos los que nos importaban. Ahora, mi vida estaba llena de risas infantiles, noches sin dormir y un amor que solo crecía con cada día que pasaba.

—¡Papá, más rápido! —la voz de mi hija mayor, Lilia, resonó mientras corría delante de nosotros. Su cabello blanco revoloteaba al viento.

—¡No corras tanto o te caerás! —respondió Nero, con una mezcla de diversión y advertencia. Ella caminaba de la mano de nuestra otra hija, Elia, quien llevaba un lazo rojo en el cabello blanco que había heredado de mí.

Caminábamos por el parque, un lugar que se había convertido en un punto importante para nuestra familia. Las niñas recogían hojas secas y jugaban a adivinar las formas de las nubes. Nero, como siempre, estaba radiante, su risa llenando el aire mientras corría tras las pequeñas.

Yo me detuve por un momento, observándolas desde la distancia. No podía evitar sentir una profunda gratitud por todo lo que tenía. Las sombras de mi pasado parecían un recuerdo lejano, borradas por la luz que Nero y nuestras hijas trajeron a mi vida.

—¿Liebe? —la voz de Nero me sacó de mis pensamientos. Me giré para encontrarme con su sonrisa, esa que siempre me hacía sentir en casa—. Vamos a la cafetería. Las niñas quieren un chocolate caliente.

Asentí, tomándola de la mano mientras caminábamos hacia el lugar que marcó el inicio de todo.

La campanilla sobre la puerta sonó, y un deja vu me golpeó. Era como si el tiempo no hubiera pasado, como si todo estuviera destinado a cerrar un círculo perfecto.

—Papá, mamá, ¿podemos sentarnos en la mesa junto a la ventana? —preguntó Lilia con entusiasmo, tirando de la mano de Nero.

—Claro, cariño —respondió ella mientras las guiaba hacia la mesa.

—Yo voy a pedir —dije, dirigiéndome al mostrador.

El barista me sonrió mientras tomaba mi orden, pero mis ojos estaban en mi familia. Desde mi lugar, podía ver a Nero acomodando los rizos de Elia mientras Lilia señalaba algo fuera de la ventana. Ambas niñas reían, y mi esposa las miraba con esa calidez que siempre me derretía.

Con la bandeja en mano, regresé a la mesa. Al sentarme, sentí una mezcla de nostalgia y felicidad. Todo había comenzado aquí, en este mismo lugar, con una mirada y una conversación inesperada.

Nero me miró y me sonrió, como si pudiera leer mis pensamientos.

—Saben, mis amores —dijo de repente, mirando a nuestras hijas—. En esta cafetería conocí a su padre.

Lilia y Elia la miraron con curiosidad.

—¿De verdad, mamá? ¿Cómo fue eso? —preguntó Elia, inclinándose hacia ella con ojos brillantes.

Nero soltó una suave risa y miró hacia mí.

—Fue tan solo un encuentro. Tu papá era un hombre reservado, pero con una historia que merecía ser escuchada. Y yo... bueno, no podía evitar querer saber más sobre él.

Las niñas se giraron hacia mí, esperando que agregara algo.

—Y lo que comenzó como una charla terminó siendo la mejor decisión de mi vida —dije, tomando la mano de Nero sobre la mesa.

Las niñas soltaron risitas, mientras Nero me miraba con una mezcla de amor y gratitud.

En ese momento, no pude evitar reflexionar. Había sido un camino largo y difícil, lleno de pérdidas, pero también de encuentros que cambiaron todo. Había perdido a mi familia, pero el destino, o quizá simplemente la vida, me había dado una nueva.

Mientras la tarde avanzaba, me di cuenta de que no podía pedir más. Estaba donde siempre quise estar: rodeado de amor, risas y un futuro que aún seguía construyéndose.

—Gracias, Nero —le susurré cuando las niñas se distrajeron con el dibujo de un corazón en la ventana empañada.

Ella me miró, su sonrisa suave.

—Gracias a ti, Liebe.

Y así, con nuestras manos entrelazadas y nuestras hijas felices a nuestro alrededor, cerramos el capítulo de una historia que, aunque había comenzado con sombras, terminó llena de luz.


FIN


Hola a todos. Muchas gracias por leer esta seccion, les quiero dar aviso que "La Dimensiones Del Trébol" estara en una pausa temporal. Debo de ver que otras historias puedo realizar.  Sin embargo, quisiera saber de todas las historias que están, ¿Cual les encantaria que tuviera una continuacion/segunda parte en si?

Digan y con gusto la hare. Sin más que decir, me despido. Nos vemos. Bye Bye

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