Un Encuentro V
Los días lluviosos siempre tenían algo melancólico, pero esa tarde en el café con Nero, la lluvia parecía más cálida, casi reconfortante. Después de abrirme a ella, sentí un alivio extraño, como si parte del peso que había cargado durante años se hubiera desvanecido.
Nero jugaba con la taza vacía entre sus manos, su mirada fija en el cristal empañado de la ventana. Parecía perdida en sus pensamientos, pero aún conectada conmigo de alguna manera.
—Siempre he pensado que las personas que sobreviven a grandes pérdidas son las más fuertes —dijo de repente, rompiendo el silencio.
—¿Fuerte? —pregunté, con una pequeña risa irónica—. No creo que eso sea lo que soy.
—¿Y qué crees que eres? —preguntó, girando su mirada hacia mí.
La pregunta me tomó por sorpresa. No sabía cómo responder. Había pasado tanto tiempo intentando huir de mi pasado que nunca me había detenido a pensar en quién era ahora.
—Alguien que sigue intentando entender por qué las cosas pasan como pasan —admití, después de un momento de reflexión.
Nero asintió lentamente, como si mis palabras hubieran confirmado algo que ya sabía.
—Creo que eres alguien que busca un propósito. Alguien que, a pesar de todo, sigue adelante.
Su respuesta me dejó sin palabras. Había algo en ella que siempre lograba encontrar las palabras correctas, incluso cuando yo no podía.
—Y tú, Nero —dije, curioso por primera vez sobre ella—, ¿cuál es tu historia?
Ella sonrió, pero esta vez su sonrisa tenía un toque de tristeza.
—Mi historia no es tan diferente de la tuya, Liebe. También he perdido personas importantes. Pero... creo que eso es lo que me ha llevado a encontrar significado en las pequeñas cosas. En los momentos como este.
Me quedé mirándola, tratando de imaginar lo que había vivido. Había una fuerza en Nero que yo apenas empezaba a entender, una luz que brillaba incluso en los momentos más oscuros.
—¿Crees que algún día dejaremos de sentir el vacío? —pregunté en voz baja, como si temiera la respuesta.
Nero apoyó su barbilla en una mano, mirándome con una mezcla de ternura y seriedad.
—No creo que el vacío desaparezca. Pero creo que podemos llenarlo con nuevas experiencias, con nuevas personas, con momentos que nos hagan sentir vivos otra vez.
Sus palabras resonaron en mí de una manera que no esperaba. Tal vez tenía razón. Tal vez el vacío no era algo que podía desaparecer, pero eso no significaba que no pudiera aprender a vivir con él.
La lluvia continuaba cayendo afuera, el sonido suave acompañando nuestra conversación. Pasamos el resto de la tarde hablando de cosas más ligeras, riendo incluso. Era la primera vez en años que me permitía disfrutar de un momento sin preocuparme por el pasado o el futuro.
Cuando finalmente salimos del café, Nero se detuvo bajo el toldo, dejando que algunas gotas de lluvia cayeran sobre su cabello.
—¿Sabes algo, Liebe? —dijo, girándose hacia mí—. Creo que nos encontramos en el momento justo.
—Tal vez tengas razón —no pude evitar sonreír ante sus palabras.
La lluvia continuaba cayendo, pero en ese momento, no parecía importar. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que había esperanza, y que, con Nero a mi lado, tal vez podría encontrar un nuevo camino.
Pasaron algunas semanas desde nuestra conversación bajo la lluvia. Nero y yo comenzamos a vernos con más frecuencia, no solo en el café, sino también en otros lugares. Era extraño cómo alguien que había aparecido tan de repente en mi vida comenzaba a ocupar un espacio tan importante.
Esa tarde, Nero me envió un mensaje. Era inusual porque generalmente éramos más de encontrarnos por casualidad o planear algo en persona. El mensaje decía:
"¿Tienes planes esta noche? Conocí un lugar que creo que te gustará."
No pude evitar sonreír al leerlo.
"No tengo planes. ¿Dónde nos vemos?"
En menos de un minuto, llegó su respuesta:
"Te paso a buscar a las ocho."
No sabía qué estaba planeando, pero con Nero, eso era parte del encanto.
A las ocho en punto, escuché un golpe en la puerta de mi apartamento. Cuando abrí, ahí estaba ella, con una chaqueta negra ajustada y una bufanda gris. Sus ojos rojos brillaban con emoción.
—Espero que estés listo —dijo con una sonrisa juguetona.
—¿Para qué exactamente? —pregunté, cerrando la puerta detrás de mí.
—Es una sorpresa —respondió, comenzando a caminar hacia el ascensor.
El lugar al que me llevó estaba en las afueras de la ciudad, un parque iluminado tenuemente por faroles antiguos. La lluvia había cesado, pero el suelo aún estaba húmedo, reflejando las luces de los faroles como pequeños espejos.
—¿Un parque? —pregunté, arqueando una ceja.
—No cualquier parque —respondió ella, guiándome hacia un camino de piedra.
Después de unos minutos de caminar, llegamos a un área más abierta. Había un pequeño escenario improvisado y varias personas sentadas en bancos de madera, envueltas en mantas. En el centro, un grupo de músicos tocaba instrumentos de cuerda mientras una cantante de voz profunda interpretaba una melodía que parecía salir del alma misma.
—Es un concierto al aire libre —dijo Nero, mirándome de reojo—. No sé por qué, pero pensé que te gustaría.
Nos sentamos en uno de los bancos, y mientras la música llenaba el aire, sentí una calma que no había experimentado en mucho tiempo. Nero me miraba de vez en cuando, y cuando nuestras miradas se cruzaban, ella sonreía, como si supiera que estaba logrando algo importante para mí.
Al final del concierto, cuando la última nota se desvaneció en el aire fresco de la noche, Nero se giró hacia mí.
—¿Te gustó?
—Fue... perfecto —admití, sorprendido por lo mucho que había disfrutado la experiencia.
Ella sonrió, pero esta vez había algo más en su expresión, algo que no podía descifrar del todo.
—Sabía que lo sería.
Mientras caminábamos de regreso, Nero hizo algo que me tomó completamente por sorpresa. Tomó mi mano, entrelazando sus dedos con los míos. Fue un gesto simple, pero lleno de significado.
—Gracias por venir conmigo, Liebe —dijo en voz baja, su mirada fija en el camino frente a nosotros.
—Gracias por traerme aquí —respondí, apretando ligeramente su mano.
En ese momento, me di cuenta de algo importante. Nero no solo estaba ayudándome a sanar; ella se estaba convirtiendo en alguien imprescindible en mi vida.
La noche continuó en silencio, pero no era incómodo. Era un silencio lleno de comprensión, de conexión. Un silencio que decía más de lo que las palabras podían expresar.
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