Un Encuentro III

Los días se convirtieron en semanas, y sin darme cuenta, el café se volvió una constante en mi vida. Cada tarde que podía, volvía a ese rincón apartado, esperando verla. Siempre llegaba con su libro, con ese aire que la hacía parecer parte de otra época, y cada vez nuestras conversaciones se extendían más.

Nero tenía una forma peculiar de hablar, directa pero tranquila, como si cada palabra tuviera un propósito. Siempre lograba que dijera más de lo que planeaba. Y aunque me costaba admitirlo, me gustaba. Me gustaba cómo lograba romper mis barreras con una simple mirada o un comentario casual.

Una tarde, cuando el sol se filtraba suavemente por la ventana empañada, me atreví a preguntar algo que había estado rondando mi mente desde el día en que la conocí.

—Nero, ¿por qué siempre llevas ese libro contigo? —dije, señalando el tomo que nunca parecía soltar.

Ella lo miró por un momento, como si estuviera evaluando si debía responder. Finalmente, sonrió.

—Porque aquí están las historias que me recuerdan quién soy y de dónde vengo —respondió, pasando los dedos por la tapa desgastada—. Este libro era de mi madre.

Su tono cambió ligeramente, y aunque no lo dijo directamente, supe que había más detrás de esas palabras.

—¿Qué tipo de historias contiene? —pregunté, intentando mantener mi voz neutral.

—Cuentos sobre sombras y destinos, sobre personas que luchan contra lo que el mundo espera de ellas —explicó, sus ojos rojos brillando con una intensidad que me atrapó—. Supongo que me gusta pensar que, de alguna forma, esas historias también me pertenecen.

Hubo un silencio entre nosotros, uno que no necesitaba ser llenado. Ella había compartido algo personal, y aunque no lo dijera en voz alta, aprecié la confianza que me estaba dando.

—Creo que esas historias también me pertenecen —dije finalmente, sin apartar la mirada de la suya.

Ella arqueó una ceja, sorprendida, pero no dijo nada. En cambio, una pequeña sonrisa se formó en sus labios, como si acabara de descubrir algo que solo ella entendía.

Y así, mientras el sol se ponía y el café comenzaba a vaciarse, supe que Nero no era solo una persona más en mi vida. Ella era alguien que, sin saber cómo ni por qué, estaba empezando a formar parte de mi historia.

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