Un café En El Parque
El otoño londinense envolvía el parque con su manto de hojas ocres y un aire fresco que invitaba a buscar refugio en una bebida caliente. Asta ajustó su chaleco de rombos mientras llevaba dos vasos humeantes a un banco cercano. Allí lo esperaba Noelle, envuelta en un abrigo marrón que hacía juego con su cabello plateado. El sol, aunque débil, hacía brillar su sonrisa tímida mientras jugueteaba con las hojas caídas.
—Aquí tienes, princesa del otoño —dijo Asta, extendiéndole un vaso con chocolate caliente y una gran sonrisa.
Noelle alzó la mirada, observándolo con sus ojos llenos de calidez. Su mano se encontró con la de él al recibir el vaso, y por un segundo, el tiempo pareció detenerse.
—Gracias, caballero del chaleco más peculiar de Londres —respondió, soltando una pequeña risa.
Asta se sentó junto a ella, tomando un sorbo de su café y dejando escapar un suspiro exagerado de satisfacción.
—¿Peculiar? Esto es estilo puro, Noelle. Deberías agradecer que no me puse la corbata con patitos que me regalaste en mi cumpleaños.
Noelle cubrió su boca con una mano, riendo con más fuerza de lo que pretendía.
—¿Esa que tienes escondida en tu armario porque no sabes combinarla?
—¡Calumnia! —Asta fingió indignación—. Claro que sé combinarla... solo que el mundo aún no está listo para tanta elegancia.
Ambos rieron, sus voces entrelazándose con el crujir de las hojas bajo el viento. Después de un momento, Noelle desvió la mirada hacia las ramas desnudas de los árboles. Sus dedos jugaban con el borde del vaso, como si dudara en decir algo.
—Este parque siempre me ha parecido un lugar mágico —dijo finalmente, su voz más suave.
—¿Por? —preguntó Asta, inclinándose ligeramente hacia ella.
—Es como si aquí el tiempo se detuviera. No importa lo ocupada que esté la ciudad, aquí siempre hay calma. Es... un buen lugar para pensar.
Asta la miró con atención, notando cómo el viento acariciaba suavemente su cabello.
—¿Y en qué estás pensando ahora?
Noelle giró su rostro hacia él, sus mejillas enrojecidas, ya fuera por el frío o por la pregunta.
—En.... lo afortunada que soy de tener momentos como este contigo.
La sonrisa de Asta se suavizó.
—Eres una romántica en secreto, ¿eh? —bromeó, pero su tono era cálido.
—No lo digas tan fuerte —Noelle rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír—, podría arruinar mi reputación.
—¿Reputación? ¿De qué? ¿De ser la chica que tropezó tres veces con las mismas escaleras el otro día?
—¡Eso fue culpa tuya! —exclamó ella, golpeándolo suavemente en el brazo.
—¿Cómo iba a ser mi culpa? —dijo Asta entre risas.
—Porque me estabas haciendo reír, idiota.
El silencio los envolvió por un instante, interrumpido solo por el susurro de las hojas cayendo. Asta observó a Noelle con una mezcla de ternura y admiración, preguntándose cómo era posible que alguien pudiera ser tan fuerte y, a la vez, tan adorablemente torpe.
—¿Sabes? —dijo Asta de repente, rompiendo el silencio—. Este parque es mágico, pero no por las hojas o el aire.
—¿No? Entonces, ¿por qué? —Noelle lo miró, arqueando una ceja.
—Porque siempre que estoy aquí contigo, todo lo demás desaparece —con una voz baja responde Asta.
El rubor en las mejillas de Noelle se intensificó, pero no apartó la mirada. En cambio, dejó escapar una risa suave, llena de una felicidad sincera.
—Eres un idiota... pero uno encantador.
El viento volvió a soplar, llevándose consigo las palabras no dichas, pero dejando algo más: una conexión que, como las hojas en el suelo, había encontrado su lugar en ese momento perfecto de otoño.
Noelle tomó un sorbo de su chocolate caliente, intentando calmar el torbellino de emociones que Asta había provocado con su comentario. Su mirada volvió al parque, pero no podía ignorar el hecho de que él seguía observándola con esa intensidad que tanto la desconcertaba.
—Deja de mirarme así —dijo al fin, con un tono entre nervioso y divertido.
—¿Así cómo? —preguntó Asta, inclinando la cabeza con fingida inocencia.
—Así, como si estuvieras intentando leer mi mente o algo por el estilo.
—No necesito leer tu mente, Noelle —Asta rió, relajándose contra el respaldo del banco—. Tus expresiones lo dicen todo.
—¿Ah, sí? Entonces dime, ¿qué estoy pensando ahora? —ella lo miró, arqueando una ceja.
Asta fingió concentración, cerrando los ojos y llevándose una mano a la barbilla. Después de unos segundos, los abrió con una sonrisa triunfante.
—Estás pensando que soy increíblemente guapo y que deberíamos hacer esto más seguido.
Noelle dejó escapar una carcajada, negando con la cabeza.
—Estás tan lejos de la realidad que casi me das lástima.
—¿Lástima? —exclamó Asta, llevándose una mano al pecho como si hubiera recibido un golpe—. Eso duele, Noelle. Aquí estoy, dándote el mejor chocolate caliente de Londres y mi compañía impecable, y lo único que recibo es lástima.
—Bueno, nadie te obligó a venir —dijo ella con una sonrisa juguetona.
Asta se inclinó hacia ella, apoyando un brazo en el respaldo del banco y acercándose apenas lo suficiente para que Noelle sintiera el calor de su presencia.
—Tienes razón, pero si pudiera elegir, siempre elegiría estar aquí contigo.
Noelle lo miró fijamente, sintiendo cómo su corazón se aceleraba. Intentó mantener la compostura, pero las palabras de Asta habían llegado demasiado cerca. Para disimular, tomó otro sorbo de su chocolate.
—Eres insoportable, ¿lo sabías? —murmuro Noelle.
—Y, aun así, sigues aquí conmigo — Asta sonrió, triunfante.
Ella rodó los ojos, aunque su sonrisa delataba lo que realmente sentía. El viento volvió a soplar, levantando una hoja que aterrizó suavemente sobre el cabello de Noelle. Antes de que pudiera reaccionar, Asta alargó la mano y la quitó con cuidado, sus dedos rozando levemente su cabello.
—Listo. Ahora estás perfecta otra vez —dijo, dejando la hoja a un lado.
Noelle sintió un calor en sus mejillas que no tenía nada que ver con el chocolate caliente. Desvió la mirada, fingiendo observar a un grupo de niños que jugaban cerca.
—Deberíamos caminar un poco, antes de que el frío se vuelva insoportable —dijo rápidamente, levantándose.
Asta la siguió, llevándose su café.
—¿Caminar? ¿Es tu forma de decir que no puedes estar sentada tanto tiempo cerca de alguien tan atractivo como yo?
Ella le lanzó una mirada fulminante, aunque no pudo evitar reír.
—No, es mi forma de decir que tus chistes malos necesitan espacio para dispersarse en el aire.
Asta rió mientras comenzaban a caminar por el sendero cubierto de hojas. Cada paso crujía bajo sus pies, y aunque el parque estaba lleno de gente, para ellos solo existía ese momento.
—Sabes, Noelle —dijo Asta mientras se metía las manos en los bolsillos—. Nunca pensé que terminaría disfrutando tanto de un día tranquilo en un parque.
—¿Y qué pensabas que estarías haciendo? —preguntó ella, curiosa.
—No lo sé... algo más emocionante, tal vez. Pero creo que no hay nada más emocionante que hacerte sonreír.
Noelle se detuvo en seco, girándose hacia él. Por un instante, lo miró con una mezcla de sorpresa y algo que no podía definir del todo. Finalmente, dejó escapar una risa suave.
—De verdad eres un caso perdido, Asta.
—Tal vez, pero soy tu caso perdido —él sonrió, satisfecho.
Ambos continuaron caminando, sus risas y bromas llenando el aire otoñal. Entre hojas que caían y el calor de un chocolate compartido, el otoño londinense se convirtió en el escenario perfecto para un romance que apenas comenzaba.
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