Un amor entre la vida y la muerte

La fría brisa invernal cortaba el aire mientras las luces de la ciudad brillaban, creando un contraste entre la calma gélida del invierno y la vibrante vida urbana. Asta caminaba por las calles, envuelto en su elegante vestimenta negra, su figura delgada y solemne destacando entre la multitud. Sus ojos rojos, rodeados de sombras, reflejaban el peso de un pasado que nunca dejaba de acecharlo. Su expresión seria apenas se movía, solo acompañada por un leve suspiro de cansancio. Aunque invisible a los ojos de los transeúntes, su presencia emanaba una sensación de melancolía, una quietud que contrastaba con la alegría que lo rodeaba.

A su lado, Noelle, radiante como la vida misma, caminaba con paso ligero. Su vestido blanco resaltaba en la nieve, mientras su cabello plateado danzaba con la brisa. Sus ojos violetas, llenos de una luz cálida, brillaban con alegría. Cada paso que daba parecía llenar el aire de una energía renovadora, un susurro de esperanza en medio del frío.

—Es extraño, ¿no? —comentó Noelle mientras observaba a las personas a su alrededor, completamente ajenas a su presencia—. Ellos no nos ven, pero aun así, estamos aquí, juntos.

Asta asintió lentamente, sin apartar la vista de la multitud que pasaba junto a ellos. Su mirada, aunque fija en el presente, parecía perdida en pensamientos oscuros.

—La muerte... nunca es algo que se pueda ver. Siempre está allí, en silencio, esperando. Como un peso que no se puede quitar. —su voz grave resonó suavemente, casi como un susurro—. Nadie sabe cuándo llegará.

Noelle sonrió levemente, aunque su rostro reflejaba una profunda comprensión. Se detuvo un momento y miró al horizonte.

—Pero la vida tampoco se ve de la misma manera. ¿Sabías que, a veces, somos invisibles para los demás? Pero eso no significa que no existamos. Solo necesitamos encontrar nuestra verdad. —dijo con una calidez que parecía derretir el frío a su alrededor.

Asta la observó con una mezcla de duda y curiosidad, mientras ella caminaba a su lado con una serenidad que parecía contradecir su naturaleza.

—¿Y qué hacemos entonces? ¿Acaso podemos... existir sin más? —preguntó Asta, su tono grave lleno de incertidumbre.

Noelle caminó un poco más rápido, casi saltando, disfrutando del contraste de la vida que sus pasos producían en el aire. Miró a Asta con una sonrisa amplia.

—Lo que hacemos es necesario, Asta. La muerte y la vida... No pueden existir la una sin la otra. Somos parte de un ciclo, siempre entrelazados. Tú representas lo inevitable, lo que viene al final, pero sin ti, no habría un inicio. —su voz era suave, como un canto que aliviaba las heridas de su compañero—. Sin la muerte, ¿qué sentido tendría la vida?

Asta se detuvo por un momento, pensativo. No había considerado su rol de esa manera antes. La idea de ser solo una sombra eterna parecía más pesada cuando la vida, representada en Noelle, le hablaba con tanta claridad.

—Tienes razón... —respondió con voz baja, como si por primera vez algo dentro de él se aclarara—. Sin la muerte, nada tendría fin. Y sin fin, no habría propósito. Tal vez... tal vez todo está conectado de una forma que nunca entendí.

Noelle se detuvo, acercándose un paso a él, y le acarició suavemente el brazo.

—Y yo, sin vida, no sería nada. Pero juntos... juntos somos lo que el mundo necesita. —su mirada se cruzó con la de Asta, una chispa de entendimiento surgiendo entre ellos.

Un silencio cargado de significado los envolvió, pero no fue incómodo. Más bien, fue un momento de paz, de aceptación. Asta dejó caer su guardia, y Noelle, con su energía constante, le ofreció el consuelo que nunca había pedido.

La nieve comenzó a caer suavemente, cubriendo la calle con un manto blanco, y con ella, un cambio en el aire. Los dos se miraron, como si el entorno y el tiempo se detuvieran por un instante. Asta extendió una mano hacia Noelle, invitándola a bailar. Ella sonrió y aceptó, tomando su mano con delicadeza.

—Entonces, ¿bailamos? —preguntó Asta, una ligera sonrisa curvando sus labios por primera vez en mucho tiempo.

—Bailamos —respondió Noelle con una risa suave, mientras ambos comenzaban a moverse con la música silenciosa que solo ellos podían escuchar. La nieve caía a su alrededor, creando un escenario perfecto para su baile.

Asta y Noelle giraron bajo la luz de la ciudad, sus sombras combinándose con la blancura de la nieve. La vida y la muerte se entrelazaban en una danza eterna, una coreografía única que solo ellos podían comprender.

Mientras la ciudad seguía su curso, ajena a la trascendencia de ese momento, ellos dos, invisibles para los demás, se encontraban en el único lugar que realmente importaba: juntos, en el momento exacto en que el amor y el destino se unían.

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