Melodías De Primavera

El aire fresco de primavera llenaba el parque de Estocolmo. Las flores recién abiertas adornaban los senderos con sus colores vibrantes, y el sol acariciaba suavemente la piel de los paseantes. Entre los árboles y la multitud, una música delicada y apasionada flotaba como un susurro de vida.

En el centro del parque, sobre una pequeña tarima improvisada, un joven artista urbano de cabello negro desordenado y ojos dorados que brillaban como el sol de mediodía. Sostenía su violín con elegancia improvisaba, y cada movimiento de su arco dibujaba melodías que atrapaban los corazones de quienes pasaban. Su vestimenta era sencilla, pero su presencia tenía un magnetismo que resultaba imposible de ignorar.

Una joven de cabello anaranjado brillante y ojos verdes como los prados más frescos, se detuvo en seco al escuchar la música. Había salido a dar un paseo casual, pero aquellas notas transformaron su tarde en algo especial. Era como si cada sonido estuviera dirigido a ella, resonando con una intensidad que le helaba y a la vez le calentaba el alma.

Sin darse cuenta, sus pasos la llevaron hacia donde estaba él. Se quedó entre la multitud, observando cómo aquel joven tocaba con los ojos cerrados, perdido en su propio mundo musical. Había algo en su expresión, en la forma en que su cuerpo se movía al compás de las notas, que le hablaba de una pasión profunda e inquebrantable.

Cuando terminó la pieza, el parque estalló en aplausos. Abrió los ojos y sonrió brevemente, agradeciendo con una inclinación de cabeza. Fue entonces cuando su mirada se cruzó con la de Mimosa.

Por un instante, todo el ruido del parque desapareció. El bullicio de la gente, el canto de los pájaros, incluso los aplausos se desvanecieron. Sólo estaban ellos dos, conectados por un hilo invisible.

Aquella chica sintió un leve sonrojo en sus mejillas y apartó la mirada, pero el peli negro no pudo evitar seguir observándola. Había algo en ella que lo intrigaba, algo que lo impulsó a dar un paso fuera de su tarima.

—Disculpa, ¿te ha gustado la música? —preguntó, acercándose con una sonrisa ligera pero genuina.

Ella parpadeó sorprendida y asintió.

—Sí... Fue hermosa. Nunca había escuchado algo tan... —hizo una pausa, buscando la palabra correcta— tan lleno de vida.

—Eso es un gran cumplido —inclinó la cabeza con interés—. La música es mi forma de compartir lo que siento. Me alegra que te haya llegado.

—Lo hizo —sonrió, aún algo tímida—. Es como si cada nota contara una historia...

—Quizás tú podrías ser parte de la próxima historia —rió suavemente.

La declaración la tomó por sorpresa, pero antes de que pudiera responder, él señaló una banca cercana.

—¿Te quedarías un rato? Estoy pensando en improvisar algo. Tal vez esta vez toque para alguien en particular.

El corazón de la chica se aceleró, pero asintió, siguiéndolo hasta la banca. Se sentó mientras Yuno volvía a levantar su violín.

Las primeras notas fueron suaves, como un susurro entre los árboles. Lentamente, la melodía se volvió más audaz, más intensa, como si cada nota estuviera impregnada de emociones que no podían expresarse con palabras. Sintió que el mundo entero desaparecía mientras Yuno tocaba, y por primera vez en mucho tiempo, se permitió soñar despierta.

Cuando la pieza terminó, bajó el violín y se giró hacia ella.

—¿Qué te pareció?

Ella tomó aire, sus ojos brillando con lágrimas contenidas.

—Creo que acabo de escuchar el sonido de la primavera —comento, haciendo que el plei negro sonría, pero esta vez más cálido, y se sentó a su lado.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Mimosa. ¿Y tú?

—Yuno.

La conversación continuó mientras el sol seguía brillando, y las flores de primavera se convirtieron en el telón perfecto para el comienzo de algo que ninguno de los dos esperaba.

La tarde se deslizaba lentamente hacia el ocaso, pero para Mimosa y Yuno, el tiempo parecía haberse detenido. Sentados juntos en la banca, conversaban con una fluidez sorprendente, como si se conocieran desde siempre. La timidez inicial de Mimosa fue cediendo poco a poco, reemplazada por una cálida curiosidad hacia aquel músico que parecía hablar no sólo con palabras, sino con el alma.

—¿Siempre tocas aquí en el parque? —preguntó Mimosa, abrazándose ligeramente mientras una brisa fresca agitaba su cabello.

—Casi siempre —respondió Yuno, apoyando el violín sobre sus piernas con cuidado—. Hay algo especial en este lugar. La gente, las flores, incluso el aire... Todo parece formar parte de la música.

Mimosa sonrió, sus ojos verdes brillando a la luz del atardecer.

—Puedo entenderlo. Es un lugar muy vivo. Pero me pregunto... ¿tocar aquí es sólo un hobby o...?

Yuno soltó una risa suave y desvió la mirada hacia el horizonte.

—Es más que un hobby, pero tampoco puedo llamarlo un trabajo... Al menos no todavía. Mi sueño es tocar en grandes escenarios, pero no quiero perder esta conexión íntima con las personas. Aquí no hay luces ni expectativas, sólo yo y mi música.

Ella lo observó con atención, admirando la pasión en su voz.

—Eso es hermoso. No muchas personas tienen el valor de seguir sus sueños de esa manera.

Yuno se giró hacia ella, levantando una ceja con curiosidad.

—¿Y tú? ¿Tienes algún sueño, Mimosa?

La pregunta la tomó desprevenida. Bajó la mirada, jugueteando con el borde de su vestido mientras pensaba en su respuesta.

—Supongo que sí... Quiero ser paisajista. Diseñar jardines que puedan transmitir paz y alegría. Pero es algo que aún estoy intentando definir.

—Un sueño que crece como las flores —comentó Yuno con una sonrisa, provocando una pequeña risa en Mimosa.

—Supongo que podría decirse así. Aunque a veces pienso que no soy lo suficientemente buena...

—No lo digas. —Yuno la interrumpió con firmeza, pero su tono seguía siendo suave—. Si sientes algo tan profundamente como para soñarlo, entonces ya eres lo suficientemente buena. Lo único que necesitas es tiempo... y tal vez un poco de música para inspirarte.

Mimosa lo miró, sorprendida por su sinceridad.

—Eres un optimista, ¿verdad?

—No siempre. Pero contigo, parece fácil serlo.

Un rubor cálido tiñó las mejillas de Mimosa, y por un momento sólo el susurro de las hojas llenó el silencio entre ellos. Fue Yuno quien rompió la pausa, poniéndose de pie y extendiéndole una mano.

—Ven. Quiero mostrarte algo.

—¿A dónde? —preguntó ella, tomando su mano sin dudar.

—Es una sorpresa.

Lo siguió mientras él la guiaba hacia un rincón más tranquilo del parque, lejos de la multitud. El camino estaba bordeado por árboles en flor, sus pétalos cayendo como una ligera lluvia. Finalmente llegaron a un claro, donde un viejo quiosco se erguía rodeado de flores.

—Este lugar... —Mimosa susurró, admirando la belleza del paisaje—. Es como sacado de un cuento de hadas.

—Es mi lugar favorito —colocando su violín bajo su barbilla una vez más—. Aquí compuse mi primera pieza.

Sin decir más, comenzó a tocar. La melodía que surgió era distinta a las anteriores, más íntima y personal. Cada nota parecía contar una historia de anhelos, de sueños compartidos y de una primavera eterna. Mimosa cerró los ojos, dejándose llevar por la música, y cuando terminó, se encontró con lágrimas corriendo por su rostro.

—Eso... fue hermoso —murmuró, limpiándose las mejillas.

—Eres tú quien lo hace hermoso, Mimosa —respondió Yuno, guardando su violín y mirándola con una intensidad que hizo que su corazón latiera con fuerza.

Ella bajó la mirada, abrumada por la emoción, pero Yuno dio un paso más cerca.

—¿Te volveré a ver aquí?

Mimosa levantó la vista, sus ojos verdes encontrando los dorados de él. Y entonces, con una valentía que no sabía que poseía, sonrió.

—Sí, Yuno. Me encantaría.

Y así, bajo el cielo teñido de colores cálidos, dos almas comenzaron a entrelazarse, guiadas por la música y la promesa de una primavera que nunca terminaría.

Esa noche, Mimosa no pudo dejar de pensar en la melodía que Yuno había tocado para ella. Era como si las notas aún resonaran en su corazón, llenando cada rincón con una calidez que no recordaba haber sentido antes. Sentada junto a la ventana de su pequeño departamento, con una taza de té en las manos, miró la luna que brillaba alta sobre la ciudad. Se preguntó si Yuno estaría haciendo lo mismo, si estaría pensando en ella como ella lo hacía con él.

Mientras tanto, en un apartamento modesto a unas calles del parque, Yuno ajustaba las cuerdas de su violín con una expresión pensativa. Su mente no estaba en la música como solía estarlo, sino en los ojos verdes y la sonrisa tímida de Mimosa. Había conocido a muchas personas durante sus días como artista callejero, pero nunca a alguien como ella. Había algo en su voz, en la forma en que miraba las cosas, que lo hacía querer saber más, entender más.

Al día siguiente, Mimosa regresó al parque, como si una fuerza invisible la guiara. No estaba segura de sí lo encontraría allí, pero la idea de verlo de nuevo era suficiente para hacerla caminar con rapidez. Cuando llegó, su corazón dio un salto al verlo en el mismo lugar, tocando para un pequeño grupo de personas. La luz del sol brillaba en su cabello oscuro, y su concentración en la música lo hacía aún más fascinante.

Yuno levantó la vista y, al verla entre la multitud, una sonrisa suave curvó sus labios. Terminó la pieza con un movimiento elegante y luego se dirigió hacia ella, ignorando los murmullos de los demás.

—Viniste —dijo, como si hubiera dudado que lo haría.

—No podía quedarme en casa después de lo que escuché ayer —respondió Mimosa, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas.

—¿Te gustaría caminar? —preguntó él, señalando los senderos bordeados de flores que se extendían por el parque.

Mimosa asintió, y juntos comenzaron a explorar el lugar. Hablaron de cosas sencillas al principio: de las flores, del clima, de los pequeños detalles que los rodeaban. Pero pronto, las conversaciones se hicieron más profundas. Mimosa le habló de su infancia, de cómo siempre había encontrado consuelo entre las plantas, de su amor por la naturaleza. Yuno le contó sobre su infancia en un pequeño pueblo, de cómo había aprendido a tocar el violín con un vecino anciano que había sido su mentor.

—La música siempre fue mi refugio —dijo Yuno mientras se detenían junto a un estanque lleno de patos—. Me ayudó a superar los momentos difíciles. Y ahora... siento que también puede ser mi camino hacia algo más grande.

Mimosa lo miró, admirando no solo su talento, sino también su determinación.

—Creo que ya estás logrando algo grande. No se trata solo de los escenarios, Yuno. Tocar aquí, para la gente, tocar para mí... eso también es especial.

Él sonrió, inclinando la cabeza con modestia.

—Tal vez tengas razón. Pero, ¿sabes? Tocar para ti fue diferente. Como si las notas tuvieran un nuevo propósito.

El comentario la tomó por sorpresa, y el rubor volvió a sus mejillas. Antes de que pudiera responder, Yuno sacó su violín y comenzó a tocar una suave melodía. Esta vez, era aún más personal, más íntima. Mimosa cerró los ojos, dejando que la música la envolviera.

Cuando terminó, abrió los ojos y encontró a Yuno mirándola con intensidad.

—¿Qué opinas? —preguntó él en voz baja.

—Creo... que nunca había escuchado algo tan hermoso.

Yuno se acercó un paso más, y su voz fue apenas un susurro.

—Es porque estaba pensando en ti mientras la componía.

El tiempo pareció detenerse mientras sus palabras colgaban en el aire. Mimosa lo miró, sin saber qué decir, pero sintiendo una calidez que se extendía por todo su cuerpo.

Finalmente, ella encontró el valor para responder.

—Entonces... tal vez deberías tocar para mí más seguido.

—Me encantaría —sonrió Yuno con un destello de emoción brillando en sus ojos dorados.

Y así, bajo la sombra de los árboles en flor, algo nuevo comenzó a florecer entre ellos. Una conexión que ni siquiera las notas más bellas podrían describir del todo, pero que ambos estaban ansiosos por descubrir.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top