Eres Suficiente

El jardín estaba iluminado por los cálidos tonos del atardecer, y una suave brisa movía las hojas de los árboles. Mimosa empujaba con cuidado la silla de ruedas de Yuno mientras caminaban por el sendero de piedras que atravesaba las flores. Su cabello rojizo brillaba con el reflejo del sol, y su sonrisa tranquila llenaba de calma el ambiente. Pero Yuno no podía evitar la sensación de inquietud que lo había estado atormentando desde hace semanas.

—¿Estás cómodo? —preguntó Mimosa, deteniéndose junto a un banco bajo un árbol grande.

Yuno asintió, aunque no se veía del todo convencido.

—Sí, todo bien.

—No me engañas, Yuno —Mimosa se inclinó hacia él, colocando una mano suave en su hombro—. Has estado raro estos días. ¿Qué sucede?

Él desvió la mirada, observando el césped perfectamente cuidado y sintiendo el peso de las palabras que no quería decir. Finalmente, dejó escapar un suspiro.

—Solo estoy pensando...

—¿En qué?

—En ti. Y en mí.

Mimosa parpadeó, sorprendida. Se sentó en el banco frente a él, asegurándose de mantener el contacto visual.

—¿Y qué tiene de malo eso?

Yuno apretó las manos sobre sus rodillas, intentando ordenar sus pensamientos.

—Mimosa, eres... increíble. Siempre estás ahí para mí, con esa sonrisa tuya que puede iluminar hasta el día más oscuro. Pero yo... —hizo una pausa, su voz temblando ligeramente—. No puedo evitar pensar que no soy suficiente para ti.

El corazón de Mimosa se encogió al escuchar sus palabras.

—¿Por qué dices eso?

—Solo mírame —respondió él, haciendo un gesto hacia su silla de ruedas—. Estoy aquí, atrapado. No puedo darte la vida que mereces. No puedo correr contigo, bailar contigo, ni siquiera ser independiente. ¿Cómo puedo ser alguien digno de ti así?

Mimosa lo miró en silencio por un momento, procesando sus palabras. Luego se inclinó hacia él, tomando sus manos entre las suyas.

—Yuno... no sabes lo mucho que me duele escucharte decir eso.

Él alzó la vista, encontrándose con sus ojos verdes llenos de ternura.

—No necesitas ser nada más de lo que ya eres para mí. ¿Sabes por qué?

—¿Por qué? —preguntó en un susurro.

—Porque ya eres suficiente —ella sonrió, esa sonrisa cálida que siempre lograba calmarlo—. Porque eres fuerte, incluso cuando dudas de ti mismo. Porque eres amable, incluso cuando estás pasando por tus propios problemas. Porque me haces reír y me haces sentir amada de una manera que nadie más podría.

Yuno bajó la mirada, sintiendo cómo sus palabras perforaban las barreras que había construido en su corazón.

—Pero no quiero ser una carga para ti, Mimosa.

Ella negó con la cabeza, apretando sus manos con más fuerza.

—Eres muchas cosas para mí, Yuno, pero una carga no es una de ellas. Te amo, no por lo que puedas o no puedas hacer, sino por quién eres. ¿No lo entiendes?

Él la miró, y por primera vez en mucho tiempo, permitió que una pequeña sonrisa se dibujara en su rostro.

—¿De verdad piensas eso?

—No solo lo pienso. Lo sé —dijo Mimosa con firmeza, inclinándose para rozar su frente con la de él.

El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos rosados y anaranjados. Yuno cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras de Mimosa calmaran sus miedos. Cuando los abrió, sus ojos ámbar brillaban con una nueva determinación.

—Gracias, Mimosa. Por no rendirte conmigo.

—Nunca lo haría —respondió ella, levantándose para colocarse detrás de él otra vez—. Ahora vamos, quiero que veas el último rincón del jardín antes de que oscurezca.

Mientras caminaban bajo el cielo cambiante, Yuno sintió cómo el peso de sus inseguridades comenzaba a disiparse. Tal vez no podía bailar con Mimosa, pero podía compartir con ella cada atardecer, cada risa, cada momento. Y tal vez, solo tal vez, eso era más que suficiente.

Mimosa lo llevó hasta un rincón del jardín donde las flores parecían más vibrantes, como si quisieran despedir el día con un espectáculo de colores. Había un pequeño estanque que reflejaba los tonos cálidos del atardecer, y el canto de los pájaros llenaba el aire con una melodía tranquila. Mimosa se detuvo junto al estanque y miró a Yuno con una sonrisa.

—¿No es hermoso? —preguntó ella, inclinándose un poco hacia él.

Yuno asintió, pero su mirada no estaba en el paisaje. Estaba en Mimosa.

—Sí, lo es. Pero tú haces que este lugar sea aún más especial.

Mimosa se sonrojó levemente y desvió la mirada, aunque la sonrisa en sus labios no desapareció.

—Eres un encanto cuando te pones romántico, ¿lo sabías?

Él se encogió de hombros, relajándose un poco más.

—Es la verdad. No sé qué haría sin ti, Mimosa.

Ella volvió a mirarlo, su expresión ahora más seria, aunque seguía llena de ternura.

—No tienes que pensar en eso porque no tienes que hacerlo solo. Estoy aquí, Yuno. Siempre estaré aquí.

Hubo un momento de silencio entre ellos, roto solo por el susurro del viento y el sonido del agua en el estanque. Yuno apretó los brazos de su silla, como si intentara aferrarse a algo tangible en medio de sus emociones.

—Es difícil para mí, Mimosa —admitió finalmente—. Todo esto, aceptar mi situación, aceptar que no soy el mismo de antes. Pero... contigo es un poco más fácil.

Ella se inclinó y colocó una mano en su mejilla, obligándolo a mirarla directamente a los ojos.

—Yuno, nunca te he pedido que seas el de antes. Amo al hombre que eres ahora, con tus fuerzas, tus miedos y todo lo que te hace único. Y mientras me dejes estar a tu lado, no necesitas cargar con esto solo.

Yuno sintió que algo en su pecho se liberaba, como si las palabras de Mimosa hubieran roto las cadenas que lo habían mantenido atrapado. Extendió una mano y tomó la de ella, sosteniéndola con firmeza.

—Gracias, Mimosa. No sé si algún día podré demostrarte cuánto significas para mí, pero haré todo lo posible por intentarlo.

Ella se arrodilló frente a él, colocando ambas manos sobre las de él. Su mirada estaba llena de determinación y amor.

—No tienes que demostrar nada, Yuno. Con que sigas siendo tú, es más que suficiente para mí.

Él inclinó la cabeza, sus ojos brillando con una mezcla de gratitud y cariño.

—Entonces te prometo que seguiré siendo yo. Pero también prometo que no dejaré que esta situación me defina. Quiero ser alguien de quien puedas sentirte orgullosa.

—Ya lo eres, Yuno — Mimosa soltó una pequeña risa y acarició su mejilla—. Más de lo que imaginas.

El sol terminó de esconderse detrás del horizonte, pero para ellos, la luz seguía allí, brillando en sus corazones. Juntos, en ese pequeño rincón del jardín, comenzaron a soñar con un futuro donde el amor superaría cualquier obstáculo. Y en ese momento, Yuno supo que, mientras tuviera a Mimosa a su lado, todo estaría bien.

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