El Rey, La Reina Y El Corazón De La Familia

La suave luz del amanecer bañaba la habitación real de tonos cálidos. Las cortinas ondeaban lentamente con el aire fresco que entraba por la ventana abierta. Asta, el Rey Mago, estaba sentado en una silla junto a la cama, con una sonrisa que no podía contener mientras miraba a su esposa, Noelle, y al pequeño bebé entre sus brazos.

Era un momento de tranquilidad en su vida, un contraste perfecto con las batallas y desafíos que enfrentaban como protectores del reino. Asta, con su energía habitual, parecía inmensamente sereno al sostener al pequeño en sus brazos. Su mirada, normalmente encendida de determinación, ahora estaba llena de ternura.

—¿Sabes algo, Noelle? —dijo Asta con una voz suave mientras besaba la frente de su hijo—. Nunca imaginé que algo pudiera sentirse tan perfecto.

Noelle, con su cabello plateado cayendo en cascada sobre sus hombros, lo miró con los ojos llenos de lágrimas de felicidad. A pesar de su fortaleza y orgullo, este nuevo capítulo en sus vidas la había vuelto más emotiva, más consciente del amor que compartían.

—Es un milagro, Asta —respondió ella, con una leve risa entrecortada mientras acariciaba las mejillas del bebé—. Aunque tengo que admitir que me preocupa... ¿Crees que seremos buenos padres?

Asta se inclinó hacia ella, sosteniendo una mano de Noelle mientras la miraba a los ojos con seriedad, pero con esa chispa juguetona que siempre lo caracterizaba.

—Noelle Silva, tú eres la mujer más increíble que conozco. Si tú pudiste soportarme todos estos años —rió—, criar a este pequeño será pan comido. Además, ya lo estamos haciendo bien. Míralo, es tan feliz.

El bebé balbuceó, como si estuviera confirmando las palabras de su padre, y ambos rieron con ternura. Asta acarició la pequeña cabeza del niño, sintiendo la suavidad de su cabello cenizo.

—¿Ya pensaste en un nombre? —preguntó Noelle, inclinando la cabeza mientras lo observaba.

—He estado pensando en eso —admitió Asta, frunciendo ligeramente el ceño—. Pero quiero que sea algo que represente todo lo que significa para nosotros, nuestra lucha, nuestro amor... nuestra familia.

—¿Qué tal Asriel? — Noelle sonrió con dulzura—. Significa "la fuerza de Dios". Y creo que describe perfectamente cómo me siento al tenerlos a ti y a él en mi vida.

Es perfecto —Asta dejó escapar un suspiro de admiración—. Asriel... nuestro pequeño guerrero.

El bebé, como si entendiera que hablaban de él, agitó sus pequeños brazos, y Asta no pudo evitar reír de nuevo. Se inclinó para besar la frente de Noelle y luego la de su hijo, sintiendo una profunda gratitud por la vida que tenían juntos.

—Prometo protegerlos siempre, pase lo que pase. Tú y Asriel son mi mundo ahora.

Noelle asintió, con una lágrima rodando por su mejilla. Se inclinó hacia él y lo besó con delicadeza, un gesto lleno de amor y compromiso.

La familia real estaba lista para enfrentar cualquier desafío que viniera, pero en ese momento, solo existían ellos tres, unidos por un lazo inquebrantable.

El día avanzaba lentamente en el castillo, mientras los rayos del sol acariciaban las paredes de piedra con una calidez especial. Asta y Noelle habían decidido pasar la mañana juntos, lejos de sus deberes como Rey Mago y capitana de los Caballeros Mágicos. Hoy, solo querían ser una familia.

Asta caminaba por el salón principal, llevando a Asriel en brazos. El bebé, tranquilo, observaba con sus pequeños ojos curiosos los detalles de la sala: los candelabros brillantes, los tapices decorativos, y la luz que se filtraba por las ventanas. Asta sonrió al ver cómo su hijo parecía maravillarse con todo a su alrededor.

—¿Sabes, Asriel? —le susurró con tono juguetón—. Este castillo es grande, pero no tanto como los sueños que tengo para ti. Serás alguien increíble, pero no tienes que preocuparte, porque mamá y papá estarán aquí para apoyarte siempre.

Desde el otro extremo de la sala, Noelle los observaba en silencio. Una cálida sensación llenaba su pecho al ver a Asta, quien siempre había sido tan energético y, a veces, un poco torpe, comportándose con tanto cuidado y amor con su hijo. Se acercó a ellos, con una sonrisa tímida pero sincera.

—Asta, ¿te das cuenta de lo surrealista que es esto? —preguntó mientras se inclinaba ligeramente para acariciar la cabecita de Asriel—. Hace algunos años estábamos luchando contra amenazas imposibles, y ahora estamos aquí, con nuestro hijo. Es como un sueño.

Asta levantó la mirada hacia ella, su sonrisa brillante como siempre.

—Lo sé, Noelle. Es un sueño... pero esta vez no quiero despertar.

—Siempre tienes que decir cosas tan cursis, ¿verdad? —Noelle rodó los ojos, aunque sus mejillas se tiñeron de un leve rubor.

—No es cursi si es verdad —respondió Asta, inclinándose hacia ella para darle un rápido beso en los labios.

Ambos rieron suavemente, disfrutando de la calidez de ese momento. Se sentaron juntos en uno de los grandes sofás del salón, y Noelle tomó a Asriel en sus brazos. El pequeño emitió un suave balbuceo y estiró sus manos hacia el rostro de su madre, provocando que ella soltara una risita.

—Es tan pequeño, pero siento que ya nos ha cambiado tanto —dijo Noelle en voz baja, mirando a Asta con una expresión reflexiva—. Quiero ser alguien que él pueda admirar, Asta. No solo como su madre, sino como alguien fuerte y digna de ser un ejemplo.

Asta tomó la mano de Noelle con suavidad, entrelazando sus dedos. —Tú ya eres todo eso, Noelle. Siempre has sido fuerte, incluso cuando pensabas que no lo eras. Y ahora, siendo madre, solo has añadido otra razón más para ser increíble.

—Y tú, Asta, nunca dejarás de sorprenderme —Noelle lo miró con ojos brillantes, su corazón llenándose de amor por el hombre que tenía a su lado—. Vas a ser el mejor padre, lo sé.

En ese instante, Asriel emitió un pequeño bostezo y cerró sus ojos, quedándose dormido en los brazos de su madre. Ambos lo miraron, compartiendo una sonrisa llena de ternura.

—Creo que está diciendo que somos un buen equipo —susurró Asta, abrazando a Noelle por los hombros mientras apoyaba su cabeza en la de ella.

—Si — Noelle asintió, apoyándose en él—. Somos un buen equipo.

Y así, en la tranquilidad de su hogar, el Rey Mago y su familia disfrutaron de un momento perfecto, sabiendo que su mayor batalla no sería en un campo de batalla, sino en ser los mejores padres para su pequeño hijo.

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