Bajo Los Cerezos
El aire estaba impregnado de un suave aroma a flores de cerezo. Los pétalos caían lentamente como si fueran copos de nieve, pintando el suelo de un delicado rosa pálido. Asta estaba de pie bajo uno de los árboles, su respiración agitada después de correr para alcanzarla. Había algo en su pecho que no podía controlar, algo más que el cansancio. Era ella.
Noelle estaba ahí, un poco más adelante, bajo la sombra de las ramas. Su cabello plateado brillaba bajo la luz del sol, moviéndose suavemente con el viento. Sus ojos rosas estaban fijos en los pétalos que flotaban a su alrededor, y una ligera sonrisa curvaba sus labios. Era como si ella misma fuera parte del paisaje, etérea y fuera de su alcance.
Asta tragó saliva y sintió cómo el calor subía a su rostro. Se llevó una mano a la frente, intentando calmar el enrojecimiento que sabía que estaba ahí.
—¿Por qué siempre se ve así? —murmuró para sí mismo.
Sus palabras fueron más un pensamiento en voz alta que una pregunta. Porque, en realidad, Asta ya sabía la respuesta. Noelle no era como las demás personas. Había algo en ella, algo que lo desarmaba cada vez que la veía.
—¿Qué haces ahí parado? —La voz de Noelle rompió el silencio, clara y serena, aunque había un leve toque de curiosidad.
—Eh... Nada, solo... admirando el paisaje —Asta dio un paso adelante, nervioso.
Ella arqueó una ceja y lo miró de reojo, con esa expresión que siempre usaba cuando no le creía.
—¿El paisaje? ¿O me estabas mirando a mí?
El corazón de Asta dio un vuelco, y su mente se quedó en blanco.
—¡Yo...! ¡No! Bueno, sí, pero no de esa manera... —Se interrumpió, consciente de que sus palabras estaban empeorando la situación.
Noelle soltó una pequeña risa, suave como el sonido de los pétalos cayendo.
—Eres un desastre, Asta.
—¡Oye! Eso no es justo. —Intentó defenderse, aunque su tono era más de nerviosismo que de indignación real.
Ella volvió a mirar hacia las flores, su sonrisa convirtiéndose en una expresión más reflexiva.
—Pero... gracias.
—¿Gracias? ¿Por qué? —Asta parpadeó, sorprendido.
Noelle no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en los cerezos, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. Finalmente, habló, su voz más suave que antes.
—Por siempre estar ahí. Por hacerme sentir que... no estoy sola, incluso cuando trato de alejar a todos.
Asta sintió un nudo en la garganta. Había tantas cosas que quería decir, pero las palabras no parecían suficientes para expresar lo que sentía. Miró a Noelle, grabando cada detalle en su memoria: el brillo de sus ojos, la forma en que los pétalos se enredaban en su cabello, la vulnerabilidad que rara vez dejaba ver.
—Noelle... —comenzó, su voz cargada de emoción—. Tú tampoco estás sola. Nunca lo estarás mientras yo esté aquí.
Ella lo miró entonces, directamente a los ojos. Y en ese momento, Asta sintió que todo el mundo se detenía. Había algo en su mirada, algo que lo hacía sentir expuesto, pero al mismo tiempo, comprendido.
—Eres un idiota... pero un idiota con un gran corazón. —Su sonrisa se amplió, y Asta sintió que su propio corazón latía más rápido.
El silencio que siguió no fue incómodo. Era un silencio lleno de promesas, de sentimientos que no necesitaban ser pronunciados. Bajo los cerezos en flor, Asta supo que su mundo había cambiado, y todo giraba alrededor de ella.
Mientras el viento seguía llevando los pétalos por el aire, Asta pensó que, tal vez, el amor no era tan complicado como parecía. Tal vez solo era cuestión de estar ahí, de ser sincero, y de nunca, jamás, dejar de intentar alcanzar las estrellas. O en este caso, alcanzar a Noelle.
Asta respiró profundamente, el aire impregnado del aroma dulce de los cerezos parecía darle el valor que necesitaba. Dio un paso más hacia Noelle, sintiendo cómo el corazón latía con fuerza en su pecho.
—Noelle, hay algo que quiero decirte... —comenzó, tratando de mantener su voz firme, aunque su nerviosismo era evidente.
Ella giró completamente hacia él, sus ojos rosas clavándose en los suyos.
—¿Qué es? —preguntó suavemente, aunque la ligera inclinación de su cabeza y la curiosidad en su mirada mostraban que estaba interesada.
Asta tragó saliva. No podía retroceder ahora. Había guardado esto dentro por tanto tiempo, y sabía que tenía que decirlo, incluso si sus palabras salían torpes o incompletas.
—Tú... eres increíble, Noelle —dijo finalmente, su voz cargada de honestidad—. Y no solo por cómo te ves, aunque... bueno, ya sabes que eres hermosa.
Noelle abrió los ojos sorprendida y su rostro se tiñó de un leve rubor, pero no lo interrumpió.
—Es por cómo eres —continuó Asta, su tono más decidido ahora—. Por cómo enfrentas todo con tanta fuerza, aunque no siempre lo parezca. Por cómo te preocupas por los demás, incluso si tratas de ocultarlo detrás de esa actitud que a veces parece fría.
Hizo una pausa, respirando profundamente antes de dar el paso final.
—Y porque... me haces querer ser mejor. Siempre lo has hecho. Desde el primer momento en que te conocí.
Noelle bajó la mirada por un instante, su expresión imposible de descifrar. Asta sintió que el tiempo se detenía, cada segundo estirándose como una eternidad.
—Asta... —dijo finalmente, su voz apenas un susurro. Levantó la vista hacia él, y sus ojos brillaban con algo que no podía ser solo sorpresa—. No sabes lo que significan tus palabras para mí.
—Lo digo en serio, Noelle. No tienes idea de cuánto... —se interrumpió, incapaz de encontrar las palabras correctas—. Lo que trato de decir es que... te amo.
El silencio cayó entre ellos, pero esta vez, no era incómodo. Era un silencio lleno de significado, de emociones que flotaban en el aire como los pétalos de cerezo a su alrededor.
Finalmente, Noelle dio un paso hacia él, acortando la distancia entre ambos. Su expresión era suave, vulnerable, pero también llena de determinación.
—Eres un tonto por tardarte tanto en decirlo —dijo, aunque su tono era más cariñoso que crítico.
—¿Eso significa que...? —Asta la miró, sorprendido, antes de que una sonrisa amplia se dibujara en su rostro.
—Eso significa que también te amo, Bakasta.
La risa de ambos llenó el aire, ligera y llena de alegría, como si todo el peso que habían estado cargando hubiera desaparecido de repente. Asta extendió una mano hacia ella, y Noelle la tomó, sus dedos entrelazándose con los suyos.
Bajo los cerezos, en ese momento perfecto, ambos supieron que, sin importar lo que el futuro les deparara, tenían algo hermoso y verdadero. Un amor que había nacido de la amistad, el respeto y la admiración, y que ahora florecía como las flores de los árboles a su alrededor.
Y mientras los pétalos seguían cayendo, como una bendición del cielo, Asta no pudo evitar pensar que no había nada más que desear. Estaba con Noelle, y eso era todo lo que necesitaba.
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