Baile Bajo La Luna

La playa estaba tranquila, iluminada únicamente por la luz de una luna llena que parecía colgar del cielo como una joya brillante. Las olas rompían suavemente contra la arena, y una brisa fresca movía los cabellos plateados de Noelle mientras ella caminaba descalza junto a Asta, quien, como siempre, llevaba una sonrisa despreocupada en el rostro.

—¿Por qué insistes en venir aquí a estas horas? —preguntó Noelle, fingiendo fastidio, aunque la sonrisa que luchaba por asomarse la delataba.

Asta giró hacia ella, sus ojos verdes brillando bajo la luz lunar.

—¡Porque es perfecto! Mira el cielo, las estrellas, el sonido del mar... ¡Es como si nos estuvieran animando! —Extendió los brazos, inhalando profundamente el aire salado.

—¿Y qué hay de "animarnos"? ¿A bailar como locos en la arena? —Noelle rodó los ojos.

—¡Exacto! —Asta se inclinó hacia ella con una sonrisa traviesa y extendió su mano—. Señorita Noelle Silva, ¿me concede este baile?

Noelle parpadeó, sorprendida por la repentina propuesta.

—¡¿Qué?! ¡Ni loca! —retrocedió un paso, cruzando los brazos— ¿Qué te hace pensar que quiero bailar contigo?

—Vamos, Noelle. Sé que en el fondo quieres. —Asta le guiñó un ojo, causando que el rostro de ella se tornara rojo como un tomate.

—¡Eres un idiota! —espetó, pero su voz carecía de verdadero enfado.

. —Tú siempre dices que soy un idiota, pero esta vez, deja que este idiota te haga sonreír. ¿Sí? —Asta, sin perder su entusiasmo, tomó su mano con delicadeza

Noelle lo miró fijamente, sintiendo que su corazón latía más rápido de lo normal. Maldita sea, ¿por qué siempre tenía que ser tan sincero y dulce en los momentos más inesperados?

—Está bien —murmuró finalmente, apartando la mirada—, pero si pisas mis pies, te voy a lanzar al agua.

—¡Trato hecho! —Asta rió con fuerza.

Antes de que pudiera retractarse, Asta la atrajo hacia él y comenzó a girar torpemente por la arena. Su falta de ritmo era evidente, pero la forma en que reía, como si estuvieran haciendo algo mágico, hizo que Noelle soltara una pequeña risa.

—¡Estás horrible en esto! —comentó entre risas, mientras trataba de no tropezar.

—¡Oye, no todos somos expertos en danzas reales! —respondió Asta con una sonrisa amplia—. Pero admito que estoy mejorando gracias a mi increíble pareja de baile.

Noelle lo miró con los ojos entrecerrados, pero una sonrisa juguetona se asomaba en sus labios.

—Al menos tienes buen gusto al elegir pareja, Asta.

El comentario hizo que él se detuviera de repente, mirándola con intensidad.

—Siempre he tenido buen gusto cuando se trata de ti, Noelle.

El rubor en sus mejillas se intensificó, pero antes de que pudiera responder, Asta la giró con un movimiento inesperado, haciendo que ella terminara apoyada contra su pecho. Ambos quedaron inmóviles por un momento, escuchando únicamente el sonido de las olas.

—Eres... demasiado tonto para tu propio bien —murmuró Noelle, bajando la mirada.

—¿Tonto? Quizás. —Asta sonrió suavemente, colocando una mano en su cintura. —Pero al menos soy el tonto que te hace reír.

Ella levantó la vista, encontrándose con sus ojos. Y entonces, por primera vez en mucho tiempo, decidió dejar de pensar. Se dejó llevar por el momento, por la luna, por el tonto que la sostenía con más cuidado del que jamás hubiera imaginado.

—Tal vez... —susurró, apoyando la cabeza contra su pecho mientras la música imaginaria seguía guiándolos bajo la luna.

La noche continuó, llena de risas, pasos torpes y una conexión que, aunque ninguno de los dos lo admitiera en voz alta, era tan brillante como la luna que los iluminaba.

El tiempo parecía haberse detenido para ellos. El sonido de las olas marcaba un ritmo suave, mientras Noelle, con su corazón latiendo desbocado, se preguntaba cómo había terminado así: bailando con Asta bajo una luna que parecía estar conspirando para que algo especial sucediera.

Asta, como siempre, no dejaba de sonreír. Pero detrás de esa sonrisa despreocupada, había algo más. Sus movimientos, aunque torpes, se volvieron más pausados, más intencionados. Sostuvo la mano de Noelle con firmeza, pero con una delicadeza que hizo que ella se sintiera protegida, algo que no solía permitirse.

—¿Sabes? —dijo Asta, rompiendo el silencio que solo estaba lleno de la melodía del mar—. Siempre he pensado que eres la persona más increíble que he conocido.

—¿Qué tonterías estás diciendo ahora? —Noelle lo miró, desconcertada por su sinceridad. Trató de desviar el tema, pero su voz tembló un poco.

—No son tonterías. —Él se detuvo y la miró fijamente, sus ojos verdes reflejando la luz de la luna. —Eres fuerte, decidida y... aunque no lo creas, haces que todo a tu alrededor brille. Incluso cuando estás gritando o lanzándome agua en la cara.

Noelle abrió la boca para replicar, pero las palabras murieron en su garganta. Algo en la forma en que él la miraba hacía que todo lo demás desapareciera. Era como si, por primera vez, alguien estuviera viendo no solo a la princesa orgullosa que intentaba ser, sino a la verdadera Noelle.

—Tú... —comenzó a decir, pero su voz se quebró. Bajó la mirada, avergonzada de la intensidad del momento. —Tú siempre hablas sin pensar, ¿verdad? Siempre dices cosas que... que...

—Que son verdad. —Asta completó la frase por ella, con una sonrisa suave. —Y no me importa si te enojas o si intentas negarlo. Solo quiero que lo sepas.

Noelle sintió que algo dentro de ella se derrumbaba, una barrera que había construido para protegerse. Pero con Asta, esa barrera siempre parecía inútil.

—Eres un idiota —murmuró, pero esta vez había una suavidad en su voz, una ternura que lo hizo sonreír aún más.

—Sí, lo soy —admitió él, riendo suavemente—. Pero soy un idiota que está completamente feliz de estar aquí contigo, bajo esta luna, bailando como un tonto.

Ella levantó la mirada, sus ojos brillando con una mezcla de emociones que no podía descifrar del todo. Y, antes de que pudiera detenerse, se acercó un poco más a él, descansando su frente contra su pecho.

—Gracias... por ser tú —susurró, su voz casi inaudible.

Asta la abrazó con más fuerza, sin necesidad de decir nada más. El momento era perfecto tal como era, lleno de silencios que decían más que cualquier palabra.

Cuando finalmente se separaron, ambos tenían sonrisas en sus rostros, aunque las mejillas de Noelle seguían ardiendo.

—Bueno, si esto no cuenta como la mejor noche de nuestras vidas, entonces no sé qué lo hará. —Asta hizo una reverencia exagerada, causando que Noelle rodara los ojos, aunque esta vez con una risa auténtica.

—Eres imposible —respondió, empujándolo suavemente mientras caminaba hacia la orilla.

—Y tú eres increíble —Asta la siguió, todavía riendo—. Así que creo que hacemos un buen equipo.

La luna los observaba desde arriba, testigo de una noche que, aunque ellos no lo supieran, sería el comienzo de algo mucho más grande.

Noelle caminó hacia la orilla, dejando que la espuma de las olas acariciara sus pies descalzos. El agua estaba fría, pero no le importaba. En su interior, una calidez que no podía explicar la mantenía anclada en ese instante, en esa noche que no quería que terminara.

Asta se detuvo unos pasos detrás de ella, observándola. Había algo diferente en la forma en que ella miraba al horizonte, como si hubiera dejado de cargar con un peso invisible. Su cabello plateado ondeaba con la brisa, y la luz de la luna hacía que su silueta pareciera sacada de un sueño.

—Noelle. —Su voz la llamó, firme pero suave.

Ella giró lentamente, encontrándose con su mirada. Había algo en esos ojos verdes que hacía que su corazón se detuviera por un momento. Era como si, con una sola mirada, él pudiera ver todo lo que ella sentía, incluso lo que no se atrevía a admitir.

Asta dio un paso adelante, luego otro, hasta que estuvo frente a ella. Extendió una mano, y Noelle, sin pensarlo, la tomó. Sus dedos se entrelazaron con una facilidad que la hizo sonrojar, pero esta vez no apartó la mirada.

—Quiero decirte algo —dijo Asta, su voz más seria de lo habitual.

Noelle alzó una ceja, intentando aparentar calma, aunque su corazón latía como si fuera a salir de su pecho.

—Si vas a decir otra de tus tonterías, mejor no pierdas el tiempo.

Asta sonrió, esa sonrisa que siempre desarmaba sus defensas. Pero esta vez, había algo más en ella, algo que hizo que Noelle se quedara quieta, esperando.

—No son tonterías —respondió. Su otra mano subió hasta su mejilla, acariciándola con una suavidad que la hizo cerrar los ojos por un instante—. Eres la persona más importante para mí, Noelle. Siempre lo has sido.

Ella abrió los ojos, y en su mirada había una mezcla de sorpresa y emoción que no podía ocultar.

—Asta... —comenzó, pero él la interrumpió.

—No, déjame terminar. —Su voz tembló ligeramente, pero continuó—. Eres fuerte, valiente, hermosa... y, aunque te enojes conmigo mil veces, aunque intentes alejarme, no cambiará lo que siento. Te amo, Noelle.

El mundo pareció detenerse. Las olas, el viento, la luna... todo desapareció, dejando solo a ellos dos. Noelle sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, pero no era tristeza. Era una felicidad tan abrumadora que no sabía cómo manejarla.

—¿Eres idiota o qué? —murmuró, su voz quebrándose, pero con una sonrisa que iluminaba su rostro—. Me haces esperar todo este tiempo para decir algo que ya sabía.

—¿Entonces...? —Asta la miró, confundido.

Noelle negó con la cabeza, dando un paso hacia él. Sus manos subieron hasta su rostro, sosteniéndolo mientras lo miraba con una ternura que nunca antes había mostrado.

—Te amo, Asta —dijo, con una claridad y una firmeza que lo dejó sin palabras—. Te he amado desde hace mucho, pero nunca tuve el valor de admitirlo. Gracias... por decirlo primero.

Asta, sorprendido y emocionado, no pudo contener más lo que sentía. Se inclinó hacia ella, cerrando la distancia entre los dos. Sus labios se encontraron en un beso que fue suave al principio, lleno de emoción contenida, pero que pronto se volvió más profundo, más sincero. Era como si todo lo que no habían dicho hasta ahora se transmitiera en ese momento.

Cuando finalmente se separaron, ambos estaban sonrojados, pero sus sonrisas lo decían todo.

—¿Sabes? Creo que este será mi mejor recuerdo de todos los tiempos —dijo Asta, aun sosteniéndola.

Noelle rió suavemente, apoyando su frente contra la de él.

—Solo si prometes no arruinarlo con alguna tontería mañana.

—No prometo nada. —él rió, y ella lo golpeó suavemente en el hombro, aunque no podía ocultar la felicidad en su rostro.

Bajo la luz de la luna, con el sonido de las olas como telón de fondo, se quedaron allí, disfrutando del inicio de algo que sabían que nunca terminaría.

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