Capítulo 9

Octava semana

—Puedo ir yo, si quieres —se ofreció Vero a sacar a pasear a Chocolate.

Con ambas trabajando con un horario fijo era más difícil cuidar a la perrita; por fortuna Chocolate era muy lista y ya había aprendido que sus necesidades debían hacerse en la mañana antes de que Montse se fuera y en la noche, luego de que llegara. Además, la mitad de los días Vero la llevaba con ella a la florería así que no permanecía sola ni encerrada mucho tiempo.

Esa tarde, no era una de esas; Chocolate había estado sola casi todo el día.

—No te preocupes, yo voy. No tardo mucho.

—De acuerdo.

Montse agarró la cadena de Chocolate, señal inequívoca para la perrita de que irían de paseo. Chocolate ya había crecido bastante aunque aún seguía sin llegar a su estatura adulta; era muy hiperactiva, juguetona y era muy necesario llevarla de la cadena al salir para evitar que saliera corriendo. Montse era buena dueña pero no había aprendido aún a mostrarle jerarquía entre ambas, así que la perrita muchas veces se creía dueña del mundo para correr y brincar.

Como en esta ocasión, que Montse tuvo el pequeño error de abrir la puerta segundos antes de encadenar a Chocolate. La perrita salió corriendo como alma que lleva el diablo y Montse de inmediato salió a correr tras ella escaleras abajo.

—¡Chocolate! —gritó, pero la perrita lo tomó como juego y no se detuvo. Cuando recorrió las escaleras y llegó al portal de la entrada, aún con la perra llevando la delantera, gritó—: ¡No abran la puerta!

Pero la puerta ya estaba abierta y un muchacho iba entrando por ella. Chocolate no pensó en cortesía y atravesó el lugar junto a las piernas del joven; Montse no le quitaba la mirada a su mascota y en su afán de salir tropezó con el que llegaba, lo hizo tambalear y algo cayó al suelo, ella chocó con la puerta pero no prestó atención a nada pues solo debía correr tras la perrita.

Perseguirla en la calle fue más caótico; era un vecindario residencial aunque por fortuna era más que todo peatonal, así que no había grandes avenidas, pero en un par de calles estaba la intersección de ocho carriles, dos de cada lado y Chocolate iba hacia ella. La desesperación empezó a crecer en Montse pues pese a que gritaba a la perra y a las personas cerca para que ayudaran a detenerla, nadie parecía prestar atención... o sí lo hacían, pero la miraban con extrañeza y seguían con su vida sin colaborar.

Montse empezó a perder de vista a Chocolate y luego vio por el rabillo del ojo a una persona que pasaba corriendo mucho más veloz que ella por su costado.

Cuando los pulmones no le dieron más tuvo que detenerse; no veía a Chocolate por ningún lado y sus lágrimas se asomaban por sus ojos. Se sentía mareada por la falta de aire así que tuvo que recostar el hombro en un poste y resistir las ganas de vomitar. Cuando se recobró empezó a andar por donde iba y a los pocos segundos vio a una persona caminando con Chocolate en brazos.

Apuró el paso de nuevo, dispuesta a pelear por si esa persona decía que el perro era suyo, mas no fue necesario porque quien lo traía se detuvo ante ella.

—Dios... —sollozó Montse, con su cara inundada en sudor y lágrimas. Puso la cadena en el collar de Chocolate y el hombre la puso en el piso. Montse se agachó y la abrazó con fuerza—. No vuelvas a hacer eso, tonta. Casi me muero... metafórica y literalmente.

Por un momento se olvidó de que Choco no había llegado con magia y cuando lo recordó se puso de pie para mirar al héroe de su perrita. Notó vagamente que era la misma persona que iba entrando en su edificio y que ella...

—Te empujé —le dijo—. Perdóname, ni siquiera pedí disculpas, solo pasé como una vaca. Lo siento mucho... —Miró a Chocolate—. Gracias.

Entonces Montse razonó que fue él esa persona que pasó corriendo veloz a su lado; había seguido a Chocolate desde el edificio, a lo mejor adivinando que ella sola jamás la alcanzaría.

—Corre bastante —dijo él, aún cesando e intentando recuperar el aire. Su voz era extrañamente profunda para el aspecto aniñado que tenía—. Y no te preocupes por el empujón, fue totalmente justificado... ¿estás bien? Vi que chocaste con la puerta.

Solo ahora Montse sintió una punzada de dolor en su hombro y pecho izquierdo, el lado que había colisionado con la puerta semiabierta. La adrenalina bajaba y el dolor venía.

—Eh, sí, bien. Solo fue un golpecito. —Que dolía a más que un golpecito pero no lo iba a decir. Montse miró a consciencia al chico y le pareció vagamente familiar; tenía unos veintipocos años, muchos lunares en el rostro y su cabello cortado casi al ras del cráneo; llevaba puesto un pantalón verde oscuro y una chaqueta deportiva negra; fue cuando le vio los ojos que sintió la chispa del reconocimiento—. ¿Eres el hermano de Nicolás?

El joven soltó una carcajada, mostrando una sonrisa igual de bonita a la de Nicolás; Montse pensó que si tuviera el cabello más largo y enmarañado, sonriendo podrían pasar como gemelos

—Mi hermano es conocido en todas partes, no lo entiendo. Yo tardo meses haciendo amistades pero a él le toma un hola y una sonrisa.

—Son iguales —comentó Montse—. Me refiero... tienen la misma sonrisa. Y la misma amabilidad, al parecer. Tu hermano me agrada mucho. Soy Montserrat, estoy arriba de ustedes... es decir, vivo en un piso más arriba, con Verónica, ¿la conoces?

—La florista. Sí, la conozco. Me llamo Franklin, pero dime Frank.

—Muchas gracias, Frank, por agarrar a Chocolate.

—Es cachorra, ¿verdad? Es hiperactiva.

—Sí. Tiene tres meses. Es juiciosa en todo, pero con esto de las salidas no hemos hallado entendimiento.

—Es porque eres muy dulce —dijo Frank, haciendo que Montse levantara el rostro, sonrojada—. Me refiero a que eres demasiado dulce con ella.

—Es mi perrita, ¿cómo no voy a ser dulce con ella?

—Sí, debes ser dulce, pero no le marcas la autoridad. Si eres todo caramelo y ternura con ella, ella sentirá que es la ama porque haces todo lo que ella quiere y además la compensas con mucho amor.

Montse arrugó la frente.

—¿Eres experto en perros? —ironizó, mas Frank no encontró el tono discorde, así que respondió:

—Podría decirse que sí. He trabajado con ellos por años. Te mostraré, mira... ¿a dónde vas ahora?

—Solo al parque, es su momento de salir.

—¿Te molesta si te acompaño? Con fines educativos.

Montse se encogió de hombros. Frank estiró la mano para pedir la cadena de Chocolate y su dueña se la tendió, cuidando de no soltarla hasta que estuviera bien asida a la otra mano.

Cuando dieron un paso, Chocolate se lanzó para echar a correr aún con la atadura en su cuello.

—¿Ves? —dijo Frank—. Ella va adelante porque tú simplemente la acostumbraste a que tú vas atrás. —Haló la cadena de Chocolate para que se detuviera y le habló a ella con voz autoritaria—. No. —Frank llegó a la altura de la perrita y cuando estuvieron juntos, él dio otro paso; Chocolate de nuevo echó a correr, así que Frank repitió el procedimiento—. ¡No!

Al cuarto intento, Chocolate no se lanzó a correr sino que esperó a que Frank diera primero el paso. Aun batía la cola como si quisiera salir corriendo pero Montse se sorprendió al ver que se controlaba.

—Wow —musitó ella—. He estado haciendo todo mal.

—Los perros son una fuente de amor infinita, y debemos darles mucho amor también —dijo Frank, llevando a Chocolate a su ritmo—. Pero siguen siendo las mascotas y tú la dueña. Si logras enseñarle eso a Chocolate, tendrás su vida resuelta. Pon límites con firmeza, sin violencia y si es posible, con recompensas; verás cómo todo sale perfecto.

Frank le cedió a Montse la cadena de nuevo y esta la tomó con algo de duda. Al ver que cambiaba de conductor, Chocolate hizo el intento de echar a correr pero Montse imitó lo que Frank había hecho, poniendo su mejor voz de autoridad. Sorprendentemente, funcionó... al tercer intento.

—Siento que ahora debo pagarte por la clase de entrenamiento.

—Será gratis solo por esta vez.

Montse ladeó la cara y miró a Frank de perfil; tenía una sonrisa fácil como la de su hermano pero con un tinte de adultez añadido. Era atractivo, y era amable con los perros, lo que lo hacía doblemente atractivo.

Anduvieron en silencio por unos minutos mientras Chocolate hacía lo suyo. Parecía que no había mucho más que decir pero a Frank le daba vergüenza solo irse, sabiendo que ambos iban para el mismo edificio. Cuando ya iban de regreso, Montse habló:

—Nicolas me contó que estás en el ejército.

—Estaba —confirmó—. Servicio obligatorio; dos años preciosos —ironizó— pero terminados. Recién estoy regresando. Pensé que el ejército era lo mío pero estar allí solo me hizo pensar que a lo mejor la universidad es en realidad lo mío.

Montse rió, pero se enserió de pronto.

—Espera, ¿con recién estoy regresando te refieres a ahora mismo o llegué en estos días?

—A ahora mismo. Iba entrando cuando una bonita rubia me embistió.

Montse casi quiso decirle ni siquiera coquetees conmigo, me veo joven pero te llevo mínimo una década, pero se tragó las palabras y se limitó a sonreír. Era bonito recibir halagos de vez en cuando.

—Tu mamá debe estar esperándote ansiosa, ¡no deberías estar acá conmigo y mi perrita!

—Mi mamá no sabe que llego hoy, Nicolas tampoco, así que será una sorpresa.

—¡Que bonito! Tu mamá estará tan feliz.

—Seguro se pone a llorar... y Nicolas también, pero no lo oíste de mí.

—Guardaré el secreto.

Montse juntó sus dedos pulgar e índice y los pasó por sus labios, prometiendo no decir nada al respecto. Llegaron al edificio y al cruzar la puerta Montse notó que las dos maletas grandes de Frank habían quedado ahí tiradas al cuidado del vigilante. Él las tomó sin decir nada y echaron a andar escaleras arriba.

—No —dijo Frank al ver que Chocolate subía primero los escalones—. Tú primero, Montserrat, enséñaselo.

Montse asintió y frenó a Chocolate para subir primero. Tomó seis escalones pero al séptimo la perrita ya esperaba a que su dueña diera el paso antes de darlo ella.

—Te daré una super galleta de recompensa —le dijo bajito. Cuando llegaron al piso de Frank, él se detuvo y Montse lo miró—. Gracias de nuevo, Frank. Nos vemos por ahí.

—Ojalá.

La sonrisa ladeada que Frank le regaló, Montse supuso, encandilaría a cualquier chica que lo encontrase atractivo. Era coqueto y dulce en una curiosa combinación; era especial.

Montse asintió y terminó de subir las escaleras; solo hasta que cerró la puerta de su apartamento le quitó la cadena a la mascota.

—¿La atrapaste rápido? —preguntó Vero distraídamente—. Vi que echó a correr al salir.

Montse se tocó el hombro, donde el dolor aún persistía. Luego pensó en Frank y su curiosa intervención de héroe, entrenador de perros y coquetería. Sonrió sin darse cuenta y respondió en voz alta:

—Sí, pero me ayudaron a atraparla.

—Que traviesa.

Vero estaba con la mente en otro lado y no preguntó más; Montse estaba repasando sus últimos treinta minutos y tampoco contó más. Cenaron en cómodo silencio y cuando cada una se fue a la cama, Montse pensó en Frank de nuevo, esbozó una sonrisa y acarició la cabeza de Chocolate.

—No vuelvas a asustarme así —le dijo en un susurro—. Incluso si eso trae a un amable joven a mi vida, no te vuelvas a escapar así.

Chocolate ladro suavecito, como si le respondiera que no lo volvería a hacer y Montserrat acarició su pelaje.

Amaba a su perrita con cada pedazo partido de su corazón.

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♥ Pronostico que amaremos a Frank y a Nicolas muchísimo ♥

♥ Muchas gracias por leer ♥ Los amo ♥

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