Capítulo 6
Cuarta semana
Como si la vida quisiera agregarle a Montse un motivo más para estar en deuda con Vero, ella le consiguió un empleo con la ayuda de una clienta frecuente suya que era algo cercano a una amiga; así que desde hacía dos días Montse iba a la Librería Landy de nueve de la mañana a cinco de la tarde para atender clientes, limpiar el mostrador y acomodar libros mal dejados por otros en sus estantes correspondientes.
No le iba muy bien.
No se puede decir que no lo intentaba, porque sí que lo hacía; sin embargo su evidente falta de experiencia para atender personas, para memorizar la forma en que las cosas se hacían y para mantener todo en orden, era notable. Se la veía incómoda en sus propios zapatos; dubitativa al hablar con desconocidos; temerosa de interactuar con su jefa; completamente fuera de lugar al hacer el aseo del lugar. No una extrañeza de "no sé por qué debo limpiar yo", sino una rareza de "nunca he hecho esto y temo hacerlo mal".
Era eso lo que afectaba a Montse: el miedo
Miedo de no dar la talla, de ser inútil en un empleo tan básico como ser encargada de una tienda. Se preguntó si así se sentían los adolescentes o adultos más jóvenes que ella con sus primeros empleos, si era correcto dudar tanto y sentir que se falla en el intento.
Montse no era una ávida lectora así que estar rodeada de tantos libros diferentes y tener la obligación de aprenderse cierto orden entre ellos le resultaba agotador. Cuando alguien le preguntaba por la sección de algún género en específico Montse debía pensar dos veces, y si le pedían una recomendación se debatía entre ir a la sección del género pedido y tomar lo primero que encontrase para recomendarlo, o simplemente decir la verdad al cliente: que no tenía ni idea sobre la diferencia entre Brandon Sanderson y George Martin.
Se estresaba porque su orgullo y coherencia le decían que debía sacar ese empleo adelante a como diera lugar, que de todas formas si se fuera de ahí siempre habría otro empleo con otras normas que igual debería aprender. No era que el trabajo fuera complicado, era que ella se sentía incompetente.
En su cuarto día Montse tomó tres tomos coloridos y con portadas sugerentes de la sección religiosa; era evidente que no pertenecían ahí. Miró el pequeño número que tenía cada uno adherido en la parte de atrás, el que le indicaba el género del libro —no el pasillo en el que estaba— y se dispuso a buscar sus estantes correspondientes. Pasando por entre dos pasillos bajos, su pie se enredó y la estantería se tambaleó, ocasionando que varios libros cayeran. Montse suspiró y se agachó para recogerlos con mimo y cuidado; no era ávida lectora pero había visto los precios de cada libro y eran demasiado costosos como para dañar alguno al tomarlo con mal humor.
Ya que estaba agachada aprovechó para acomodar un poco ese estante con los libros de mayor a menor tamaño —un impulso más bien personal que decretado por su jefa— y entonces escuchó unos pasos que se acercaban. En la librería trabajaban dos chicas —Montse incluida—, pero su compañera no estaba cerca así que se dispuso a ponerse de pie para ofrecer ayuda al posible cliente, mas se detuvo al escuchar la voz de su jefa:
—Es... ahí va, más o menos, Vero, sinceramente —dijo, y Montse supo que hablaba por teléfono, más específico, que hablaba de ella—. Puedo ver que se esfuerza, ¿vale? No soy ciega, pero necesita más desenvoltura... —La señora Landy cayó un momento mientras le respondían del otro lado; Montse sintió que se detuvo unos metros más allá, al final del pasillo paralelo al que ella estaba. Era difícil escucharla desde ahí pero ya no podía salir de su escondite sin lucir como espía, así que no le quedó de otra que esperar—. Es muy nerviosa y tú más que nadie sabe que el servicio al cliente requiere un poco más de... de chispa, podríamos decir. —Otra pausa—. No, claro que no. Tú sabes que quienes llegan a trabajar para mí, toman esto como su primer o segundo empleo; me gusta dar esas oportunidades a los jóvenes. Sin embargo, las oportunidades no son beneficios que te regalan, son beneficios que te prestan para que los aproveches y los exprimas. Resumiendo... —La señora Landy alargó la sílaba y esperó a que del otro lado le respondieran—. Exacto, así es. Igual me agrada; es tímida, sí, pero creo que tiene un buen corazón. Valoro eso.
—¿Señora Landy? —Sonó la voz de la compañera de Montse al otro lado de la librería—. ¿Me colabora con un código, por favor?
—Claro, Aimee. Debo colgar, Vero, mañana paso por mis claveles.
Los pasos de la señora Landy se perdieron hacia el otro lado del lugar y Montse dejó escapar el aire en un suspiro; solo con ese movimiento notó que una lágrima caía de su ojo derecho y que su corazón palpitaba con fuerza.
Se sentía vulnerable y una vez más, incompetente. Sabía que la señora Landy no era una mala jefa, que no exageraba y por eso quizás le dolió mucho más a que si hubiera sido mentira. Sus palabras eran claras como el agua: le había dado la oportunidad pero no duraría para siempre y ahora debía ganarse su lugar en esa librería, de lo contrario, y muy sabiamente, la señora Landy buscaría a alguien más útil.
Montse terminó de acomodar el piso bajo de su estantería, se limpió la mejilla y se puso de pie con una renovada resolución en el pecho: iba a hacer que la señora Landy no se arrepintiera de brindarle un empleo en esas circunstancias. Se ganaría su lugar y trabajaría cada segundo para ello.
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Montse y Vero llegaban a casa en horarios similares —distaban de una o dos horas a lo mucho— e incluso a veces se encontraban en la puerta. Esta vez Vero llegó primero y cuando Montse entró luego de su turno laboral, la encontró en la cocina preparando la cena. Chocolate salió a recibirla, saltando y gimiendo a su alrededor como si no se hubieran visto en un año entero.
—Hola, Vero —dijo Montse en voz alta, luego bajó el tono para la perrita—. Hola, princesa hermosa, ¿cómo estás hoy, amor mío? Que preciosa estás.
Vero respondió, sonriendo:
—Hola, Montse. ¿Qué tal tu día?
Montse se levantó del suelo y suspiró con una calma profunda por estar de nuevo en casa. Nunca había trabajado así que no conocía esa sensación de alivio de llegar al hogar luego de una jornada, y ahora que la sentía... era tan bonito.
—Bien, gracias. Creo que voy mejorando con lo de aprender los códigos de organización.
—Ya verás que dentro de poco serás experta; solo llevas seis días y aún no te quieres arrancar las uñas y eso, amiga mía, al trabajar con servicio al cliente, es un paso enorme.
Montse sonrió ampliamente ante el tono alegre y lleno de apoyo de su compañera. Era tan fácil quererla, sonreír con ella, confiar en ella.
—Es verdad que hay clientes difíciles —dijo Montse, soltando su bolso y tomando asiento en el sillón—. Y creo que en retrospectiva, yo he sido una cliente difícil algunas veces.
—Todos hemos sido el "hoy vino un cliente super cansón y fastidioso" de la tienda de alguien. Es inevitable, ¿sabes?
—Pues hoy fue uno que quería que le destapara los libros solo para poder olerlos —comentó Montse—. Fue muy random, porque creo que no tenía plan de comprar nada.
Vero soltó una carcajada.
—¿Y se los destaparon?
—Claro que no. Le dije con todo el tacto que no se podían destapar antes de que salieran de la librería. No fue grosero ni se enojó, al menos, pero que raro.
—Una vez fue un cliente a pedir flores para un entierro. Le pregunté qué relación tenía con el fallecido para saber qué flores darle y me dijo algo como "¿cómo se llama la relación que tengo conmigo mismo?", Quedé helada, no sabía si era una broma o si iba a matarse o si estaba loco... el caso es que me giré un momento y cuando fui a mirar, ya iba saliendo. Es lo más random que me ha pasado.
—Que gente más rara.
—Hay de todo en la viña del señor —recitó Vero. Dejó algo a fuego alto en un sartén y se giró para mirar a Montse desde la entrada de la cocina—. Te tengo noticias de Chocolate.
La sonrisa de Montse se esfumó; ya habían pasado un par de semanas desde que la perrita había llegado temporalmente y lo más seguro era que Vero le dijera que su dueña ya estaba lista para recibirla. Chocolate a unos metros de Montse miró también a Vero, como si supiera que hablaban de ella y quisiera participar.
—¿Ya te la vas a llevar? —dijo, sin poder ocultar la tristeza en su voz—. ¿Estará en un buen hogar al menos?
—De hecho... he pensado que podrías conservarla —respondió Vero con un tono dulce de fingida indiferencia—. Si quieres. Es un compromiso que dura de diez a quince o más años, debes hacerla parte de tu familia, no solo tu mascota. Si la deseas es tuya, y debes adoptarla con documentos firmados y responsabilizándote de ella al cien por ciento. No es ser su cuidadora, es ser su dueña de tiempo completo.
La mirada de Montse iba de Vero a Chocolate y un gesto alegre se abría paso en su rostro.
—¿Es en serio? ¿qué pasó con su dueña?
—La camada era de ocho y aún quedaban un par disponibles. Chocolate es la única de su color pero ella no puso objeción. ¿Qué dices?
—¡Claro que sí! Es mía... —Se agachó y la tomó del suelo. La perrita se removió en sus brazos y le lamió el rostro—. Eres mía, preciosa.
Vero sonrió satisfecha, no solo Choco había hallado un buen corazón para anidar el suyo, sino que Montse halló a una compañera que lamería sus heridas y le ayudaría a repararlas.
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Pregunta para los que han tenido empleos, ¿cuál fue el primero y cómo les fue? <3
El mío fue con una tía y haciendo lo mismo que hago hoy en día, tenía 16 años y me fue regular jasjajs
Gracias por leer ♥
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