Capítulo 5
Tercera Semana
Algo que Vero y Montse compartían era el gusto por los postres y ambas sabían que los mejores estaban en la pastelería de Noah.
Además, para Montse ahora era más el gusto por ir pues podía llamar amigo —al menos conocido— al dueño, ya que fue ese mismo Noah quien semanas atrás le ayudó a mudarse. La caminata desde el apartamento de Vero era larga pero dado que seguía sin conseguir empleo y tenía todo el tiempo del mundo, la hacía sin problemas.
No llevó a Chocolate porque aún era cachorra y no sabía si un paseo así de largo sería beneficioso; mejor prevenir.
Entró a la pastelería con las mejillas sonrosadas por el ejercicio, el cabello atado en una coleta alta y su pequeño bolso colgado a través de su pecho. Pidió primero una botella con agua y se sentó en una mesa cerca del mostrador; cuando la bebió y se recuperó un poco, se acercó a las vitrinas para pedirle a la chica que allí trabajaba un merengue para ella y una bolsa con galletas de maracuyá para Vero: sus favoritas.
—¿Merengue con mora o con melocotón? —preguntó la chica.
—Con...
—¡Disculpe! ¿Me pueden atender? —gruñó una viejita en la caja, haciendo mala cara.
Montse la vio entrando solo unos segundos atrás y consideró grosera su forma de hablarle a la chica, como si ella fuera la única clienta y mereciera más atención; intentó no juzgarla, era muy viejita y a lo mejor la amargura era su forma de llevar la vejez.
—Tranquila, ve, yo puedo esperar —le dijo Montse.
La empleada asintió agradecida y se alejó de ella. Montse la siguió con la mirada y luego no pudo evitar reír ante el gesto gruñón de la señora; era pequeñita y encorvada, y eso sumado a la voz carrasposa y exigente le daba un aire casi caricaturesco.
Su sonrisa se borró cuando miró hacia el ventanal y vio a Henry con andares tranquilos dirigiéndose a la pastelería.
La sangre abandonó su rostro, su corazón se aceleró y solo pudo mandar una orden a su cerebro: huir Le aterraba verlo, le aterraba que él la viera. Pero ya estaba cerca de la puerta y Montse no tenía tiempo de caminar hasta una mesa o de salir antes de ser vista, así que miró hacia atrás y vio una única puerta; no le importó a dónde llevaba, solo retrocedió sin dar la espalda y entró, pegándose a la pared del otro lado como si la estuviera persiguiendo el gobierno.
—¿Ehhh... hola?
La voz de Noah la sobresaltó y estuvo a punto de gritar; puso su palma sobre su boca para evitarlo y solo la retiró un poco para susurrar.
—Lo siento, lo siento, sé que no debo estar acá, lo siento. Henry está ahí afuera, déjame quedar acá solo mientras él está. —Vio de reojo el gesto confuso de Noah y se sonrojó—. Lo siento... soy Montserrat, ¿me recuerdas?
—Claro que sí.
Noah se acercó a la puerta y se asomó por la ventanilla circular de la parte superior; vio a Henry hablando con su empleada y aunque deseaba salir y echarlo a patadas —siendo conocedor de lo mal que había tratado a Montse—, consideró que no era la mejor idea. Al contrario, giró hacia Montse y le tocó el hombro para tranquilizarla, pero eso pareció alterarla más.
—Por favor, déjame quedarme un momento —suplicó.
—No te iba a echar —aseguró—. Pero ven, sigue.
Casi sin despegar la espalda de la pared Montse se dejó guiar unos metros más allá a un pequeño cuarto que contenía una mesita redonda, dos sillas y un perchero con un bolso femenino y una chaqueta colgados: seguro eran de la empleada.
Montse se dejó caer en una de las sillas y Noah se sentó en la otra. El pastelero tenía sus manos untadas de harina y un ligero aroma a levadura acompañaba su presencia. Montse puso sus manos sobre su rostro con un cóctel de emociones por dentro, la gran mayoría negativas.
—No le cuentes a Vero —susurró luego de un rato, levantando la mirada—. Por favor.
—De acuerdo. ¿Estás bien?
En otro momento Montse habría dicho que sí, pero ahí se sentía tan agitada que no pudo mentir. Negó con la cabeza apoyando sus codos en la mesita y agarrando su cabello con sus manos.
—Me siento tan estúpida. Le estoy huyendo a Henry. Huyendo... He creído en estos últimos días que verlo ya no me supondría un problema porque ya dejó de intentar llamarme, pero lo veo ahora, ¿y le huyo? Dios, ¿qué pasa conmigo?
—Tienes el corazón roto —respondió Noah sin tacto alguno—. Eso es todo, no te culpes por ello. Escucha, sé que esto es lo que menos necesitas oír, pero debes saberlo: no vas a superar a Henry en un par de semanas. Por favor, estuviste con él por años, serías una perra desalmada si ya estuvieras feliz de la vida. Lo que sientes es normal. Corres para alejarte porque tu mente ya lo aceptó, pero tu corazón no lo ha hecho y aún lo quieres a tu lado.
Montse se quedó sin palabras por un momento; no sabía si le agradaba o le molestaba lo que Noah decía. ¿Qué tanto le había contado Vero sobre ellos? Mejor no preguntar.
—¿Eso se supone que es un consuelo? —dijo finalmente.
—No. No pediste consuelo, preguntaste qué pasaba contigo. Solo te estoy respondiendo.
Entonces se sintió avergonzada. Había visto a Noah solo un par de veces y no le tenía la confianza suficiente como para sentirse cómoda en ese momento. Por Dios, estaba huyendo y llorando —¿en qué momento había empezado a llorar?— por un hombre, escondida en un cuarto con un recién conocido que era o demasiado honesto o demasiado insensible. O ambas.
—¿Por qué dices que no le cuente a Vero? —preguntó Noah con un tono más accesible.
Montse sorbió su nariz.
—Porque... porque me siento estúpida y avergonzada. Vero ha hecho tanto por mí, no quiero que crea que todo ha sido en vano porque sigo siendo la tonta que le llora a Henry.
—Vero no es ciega ¿sí sabes eso? Ella no cree que hayas superado a Henry, ella es consciente de que te tomará tiempo. Y no eres una tonta, Montserrat, no digas eso, especialmente si lo dices por Henry. El tonto fue él. —Noah aclaró la garganta y agregó—: Eso sí fue un consuelo.
El tono bromista que usó hizo que Montse riera entre dientes en medio del llanto. Noah tenía una voz tranquilizadora aunque a veces sus palabras no lo fueran tanto y Montse no estaba segura de si eso era un punto a favor o en su contra. Era amable, de eso no había duda, pero le era difícil conectar con él tan bien como conectaba con Vero.
—Gracias, supongo.
—No le digas a Vero que he dicho todo eso —dijo Noah.
Montse rió.
—¿Por qué?
—Porque me regañará por ser tan mal consuelo. Lo siento, a veces sueno insensible sin querer.
—Creo que eres demasiado sincero —replicó Montse—, y aunque digamos lo contrario, a las personas nos choca un poco la sinceridad pura.
—Paradojas de las personas —concordó Noah—. Pero como sea, de verdad no te juzgo y tienes mi apoyo para lo que necesites, ¿de acuerdo?
—Gracias, Noah.
—Debo revisar mis hornos, pero quédate acá todo lo que consideres necesario.
Noah se levantó y salió de la pequeña habitación, dejándola sola con sus pensamientos sobre ser una cobarde por huir de Henry. Muy en el fondo sabía que no debía sentirse mal al respecto pero en la superficie, en las manos, en el rostro y en el corazón, odiaba no poder decir aún que lo había superado.
Daría lo que fuera por poder arrancárselo del corazón.
Montse se quedó allí hasta que al asomarse no vio a Henry, luego terminó de comprar sus galletas y su merengue y fue a casa. Esta vez tomó el metro; se le habían quitado las ganas de caminar. Esperó en la noche a que Vero llegara, le dio sus galletas, cenaron juntas y Montse evitó decirle cualquier cosa sobre Henry o sobre su conversación con Noah.
Sería algo que guardaría solo para ella.
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