Capítulo 17

Semana dieciocho

Montserrat no sabía si era a causa de vivir con una florista, pero ahora sentía que todo podría mejorar o arreglarse con flores. Las que Vero le había dado semanas atrás habían influido en su buen humor —nunca sabría si fueron las flores o la sugestión— y desde entonces las buscaba con frecuencia, en este caso, para retomar su buena relación con Frank.

Así que habló con Nicolas para saber cuándo estaría su hermano en el apartamento y ahora ahí estaba en la puerta, con un ramo pequeño de nomeolvides comprado a Verónica. El nombre de las flores le resultaba irónico pero Vero aseguró que eran ideales para retomar amistades y que además eran bonitas.

Tocó la puerta e intentó enderezar un poco más su espalda para no perder su temple. Frank abrió y sonrió en reflejo, lo que le hizo pensar a Montserrat que esa distancia impuesta por malentendidos era completamente innecesaria... y unilateral.

—¡Hola! —saludó él.

Montse le tendió el ramito.

—Toma.

—Nomeolvides —replicó él, tomándolas. Dicho de sus labios, el nombre de las flores sonaba a una burla del destino—. Gracias. No es que sea desagradecido, pero ¿por qué me traes flores?

Montse se encogió de hombros.

—Para... pedirte disculpas —titubeó.

—¿Por qué? Pasa. —Frank se movió un poco para que ella entrase y la guió hasta la pequeña sala—. Están bellas las flores.

Ella lo veía buscar un jarrón en un estante junto a la ventana; aclaró la garganta y se armó de valor.

—Por lo de la vez pasada. No quería que las cosas entre nosotros se volvieran incómodas y yo...

—No te disculpes por eso —le interrumpió con afecto, regresando a la sala luego de poner agua en el jarrón y allí las flores—. No estoy molesto. De cierto modo yo soy el que te debo disculpas. Sé lo que estás pasando y aún así quise besarte, no fue justo. Fue un impulso, pero entiendo muy bien por qué lo rechazaste.

Montserrat estaba contrariada. Las palabras de Frank sonaban sinceras, honestas y sin pizca de incomodidad. ¿El distanciamiento solo había sido a causa de ella y su vergüenza? ¿O las flores ayudaban a la serenidad de Frank?

—Me agradas muchísimo —confesó ella—, quizás más que eso, es que... Frank, en este momento no puedo abrir mi corazón a nadie, ¿entiendes? Eres maravilloso, pero... no eres tú. Ay, Dios, que excusa más trillada.

Frank soltó una risita entre dientes y ella agachó la mirada. Frank se acercó más a ella en el sofá y tomó su mano, buscando sus ojos para insuflar seguridad a sus palabras.

—Eres muy bonita, Montserrat. E inteligente y valiente aunque lo dudes. Me gustas y eso no significa que estaré insistiendo con que algo pase solo porque así lo quiero. Acabas de salir de una relación de años y no soy idiota como para no entender eso, al contrario, lo respeto y te agradezco la sinceridad. Comprendo que no es momento y que puede que nunca sea momento y está bien. Te ofrecí mi amistad y aunque te conozco hace poco, sé que la tuya es una que vale la pena conservar, no la voy a tirar por orgullo. Estamos bien.

El peso que sintió que se cayó de sus hombros fue inmenso, así que sonrió.

—Gracias, Frank. Lamento estar distante todos estos días, temía que me odiaras.

Frank soltó una risa que rellenó la sala entera, sin embargo, al ver la verdadera intranquilidad de Montse, se enserió.

Él ya había deducido que ambos veían el mundo de manera diferente y en este caso lo corroboró pues lo que para él no había sido gran cosa, para ella había sido un gran error. Lo peor era que no fue su culpa sentirlo así, era que estaba acostumbrada a sentirse mal donde no había hecho nada malo, así había vivido siempre, así le enseñaron desde siempre que debía ser y la relación con Henry no hizo sino apoyar ese pensamiento.

Frank era más relajado, menos orgulloso y con una consciencia más extensa de su alrededor gracias a la crianza que le dio su madre, una crianza que le inculcó respeto, apoyo y decenas de valores y enseñanzas que la mayoría solo consigue en su adultez luego de equivocarse mucho.

—Cuando tenía catorce años fui a mi primera fiesta real —le contó Frank a Montse, desconcertándola un momento por el cambio de tema, sin embargo le prestó suma atención—. Ya sabes, de noche, con gente de varias edades y con la locura de la adolescencia. Mi mamá me dijo tres cosas antes de dejarme ir: primero, que llevara chaqueta porque era una noche fría; segundo, que no me sintiera obligado a probar o a hacer nada solo porque otros lo hacían, que mi valor no dependía de superar ningún reto indeseable; y tercero, que no es no, que si yo quería estar con alguien y ese alguien se negaba, yo debía respetar eso sin importar nada, al igual que si era yo quien me negaba, el otro debía respetarlo, y que si no me respetaban, gritara.

»No entendí ese último consejo porque para mí era normal respetar una negativa. Es decir, a cualquier cosa que mi mamá dijera que no, yo le hacía caso, al igual si me pedía algo, entonces me pregunté por qué me aconsejaba de esa manera como si yo fuera un desobediente por naturaleza. Tiempo después se lo pregunté y ella respondió con sinceridad. Me dijo que muchas veces ella por ser mujer tenía vetado el decir no y si lo hacía, la gente se enojaría con ella; aún me era difícil de comprender pero no pregunté más.

»Tiempo después fui a una fiesta con unos amigos y una amiga mía estaba bailando con otro compañero de colegio; él la besó frente a todos, yo no vi nada raro pero cuando ella se congeló en su lugar tras el beso, él se rió y se alejó de ella. Mi amiga no dijo nada ahí porque estaba asustada pero cuando volvimos a casa me dijo que ella había dicho que no y que a él no le importó, era ella la que se sentía culpable; ahí lo entendí y relacioné que si mi mamá me había dicho eso aquella primera vez, fue porque ella en algún momento estuvo en la posición de mi amiga y me prometí nunca ser como el que estaba al otro lado de esa situación.

Frank tomó aire; Montse lo miraba fijamente y se sentía sobrecogida por sus palabras. No sabía si era incómodo o reconfortante, pero la verdad era que escucharlo la obligaba a no interrumpir.

»El punto, es, Montse, que no debes disculparte nunca con un hombre por decir que no a lo que sea. Conmigo, por ejemplo. No tenías por qué besarme si no querías y no haberlo hecho, no implica que me debes algo ahora, era tu derecho de decidir. Por eso no estoy molesto. —Frank se mordió el labio mientras su corazón se aceleraba; no deseaba ser demasiado entrometido pero algo le dijo que otra oportunidad de sacar el tema no sería fácil de conseguir, así que añadió—: Solo tú sabes cómo fue tu relación con Henry, pero para tus futuras relaciones siempre ten en cuenta que no eres centro de entretención de nadie. Solo tú eres tu dueña y el no siempre es una opción.

Montserrat soltó la mano de Frank para poder abrazarlo con fuerza.

—Gracias.

Frank entendió que le agradecía el no estar molesto, pero la verdad era que para Montse el agradecimiento iba más allá. Con sus palabras no solo le trajo gran alivio, sino que la hizo perdonarse a sí misma por todas esas veces en su vida en que había dicho no y cuando no se lo respetaron, terminó diciendo que sí. Nunca fue una exagerada por sentirse mal al acceder bajo presión y Frank le confirmó eso con unas palabras.

Además de todo eso, Frank también acababa de establecer un mínimo de cualidades para alguna pareja futura de Montse.

Decidió que si no era la mitad de compasivo, amable y comprensivo que Frank, ella no querría nada con nadie jamás.

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Semana veinte

Montserrat sintió que se abría el botón de su gabardina pero no se detuvo de su caminata. Guardó en su bolso la revista que llevaba en las manos para dejar sus dedos libres y atar de nuevo el botón contra la fuerza del viento que parecía quería tumbarla. Antes de bajar del metro le escribió a Vero para decirle que tardaría un poco más de lo previsto porque había salido unos minutos después de lo normal de su trabajo.

Cuando vio de lejos la pastelería de Noah, suspiró y ralentizó un poco el paso para acomodarse el cabello con sus palmas mientras llegaba. Vero le pidió que la viera ahí para comer algo dulce antes de ir a casa para celebrar alguna buena noticia que le tenía. La ansiedad por saber qué era la hizo casi correr desde el metro, así que se alegraba de llegar.

Cruzó la puerta de la pastelería y quedó congelada en su lugar.

—¡Sorpresa!

Montserrat no sabía a dónde mirar, si a las serpentinas colgando del techo, a los globos en el mostrador, al pastel sobre la mesa más grande, a los dos globos con el tres y el cero en la pared o los rostros sonrientes de aquellos a quienes amaba y podía llamar sus amigos.

No le había dicho a nadie que ese día era su cumpleaños porque no creyó que ese año fuera digno celebrarlo tras todo lo que había pasado, así que realmente era una sorpresa pura y dura verlos a todos ahí.

Verónica llegó a Montse que se había quedado con el pomo de la puerta en la mano, demasiado estupefacta para moverse. Vero la abrazó rodeando sus hombros y Montse, con algo de retraso, devolvió el gesto.

—¡Feliz cumpleaños!

Los ojos de Montserrat se llenaron de lágrimas.

—¿Cómo...? —su voz se ahogó.

Aunque la pregunta salió solo a medias, Verónica la respondió :

—Diste una copia de tu documento de identidad para adoptar a Chocolate, yo la chismoseé, por supuesto. ¿Cómo ibas a pasar tu cumpleaños sin decirme?

Montse sonrió sin ser capaz de decir nada a causa del nudo en su garganta. Vero la soltó y de inmediato Noah le extendió sus brazos.

—Los treinta son los más importantes de la vida —le murmuró al oído—, merecen celebración porque no volverás a cumplirlos.

De ese modo y con cortas felicitaciones, Montse pasó por los brazos de Zoe, de Nicolas, de la madre de él —aunque habían hablado poco, su conexión era bonita y cómoda— y finalmente de Frank, que sostuvo su abrazo un poco más que los demás.

—Feliz cumpleaños, Montse. Espero que este sea el inicio de la mejor etapa de tu vida.

Al soltarlo, sintió un cuerpito peludo alrededor de sus piernas y se agachó para abrazar a Chocolate, la última invitada.

Cuando Montse superó la etapa inicial de la sorpresa, miró más a conciencia a su alrededor y su sonrisa se expandió en su cara. Sus amigos la observaban y todos vieron el temblor en sus manos y en las comisuras de su boca cuando habló:

—No sé qué decir... nunca habían hecho algo así por mí... —Sus lágrimas la interrumpieron—. Muchas gracias... Soy la persona más afortunada de tenerlos conmigo.

Noah caminó hacia la entrada y pasó el seguro en la puerta, luego volteó el letrero para que viera el CERRADO en la parte exterior y regresó.

—Iré por las cerillas para prender las velas —avisó, yéndose hacia la puerta del fondo.

Vero se acercó a Montse.

—No hay ninguna buena noticia, ¿verdad? —dijo Montse con cariño. Vero negó con la cabeza.

—Te luce mucho el cabello corto —halagó su nuevo corte—. Sé que no ha sido tu mejor año, Montse, y si fuera otro cumpleaños, lo habría dejado pasar. Pero son tus treinta; son especiales, como dijo Noah. Ha sido duro, pero todos los que estamos acá te queremos mucho.

—Estoy tan feliz —admitió en medio sollozo; Vero la abrazó de nuevo y su amiga aprovechó para hablar bajito—: Sea cual sea la fuerza que te trajo a mi vida, le estaré sumamente agradecida por siempre. Te quiero mucho, Vero, me has devuelto mi vida y me estás enseñando a llevarla de la mano sin caerme, nunca podré pagarte eso.

—Te quiero mucho, Montse.

Cuando se soltaron, las mejillas de ambas estaban húmedas. Rieron de sí mismas y sacudieron la cabeza al tiempo que Noah regresaba con las cerillas. Los demás asistentes —de momento metidos en sus propias conversaciones— dejaron de lado lo que hacían para rodear la mesa con el pastel.

Montse miró con alegría y deseo el pastel redondo con glaseado blanco; tenía fresas y cerezas en la parte de arriba, en los costados se leía Montserrat con una letra preciosa hecha de crema azul y tenía un adorno dorado que rezaba Feliz Cumpleaños. Noah encendió las dos velas con los dos números y cuando la llama cobró vida, todos empezaron a cantar con el ritmo de sus palmas:

Feliz cumpleaños a ti. Te deseamos a ti. Feliz cumpleaños, Montse, feliz cumpleaños a ti...

Mientras sonaba la canción, Frank se inclinó a ella y dijo:

—Pide un deseo.

Montse miró las velas, luego a Chocolate que ladraba emocionada, quizás preguntándose por qué todos cantaban, después a su alrededor y regresó la vista al pastel.

Que estos amigos me duren toda la vida, deseó en silencio antes de soplar.

Los demás aplaudieron con unas sonrisas tan grandes que podían atravesar cualquier tristeza. Después Nicolas sacó de una mochila —que estaba en otra de las mesas, donde Vero, Montse y los demás dejaron sus bolsos— una cámara negra. Caminó hasta el fondo de la cafetería para buscar un buen sitio desde el que tomar una foto.

—¡Vamos a tomar la foto, no corten el pastel aún! —gritó. Ninguno se movió de su lugar y miraron a Nicolas todo el tiempo, que acomodaba la cámara sobre uno de los bolsos que puso sobre una de las mesas. Revisó la pantalla, sonó un clic y corrió hacia el grupo—. ¡10 segundos para que sonrían! Es ráfaga, así que tomará varias seguidas, sonrían en todas.

En el corto espacio, todos se apretujaron más. Montse en la mitad tras su pastel, a su derecha Vero, seguida de Noah y Zoe, y a su izquierda, Frank, seguido de su madre y por último, Nicolas. A último segundo Montse se agachó por detrás para alzar a Chocolate contra su cuerpo y sonreír.

Un flash iluminó la pastelería, luego cuatro más en un lapso de cinco segundos. Nicolas corrió a tomar la cámara para mirar la toma mientras Zoe sacaba unos platos y cubiertos de detrás del mostrador del lugar, luego la madre de Frank cortó a la perfección los trozos y Noah los repartió.

Comieron entre risas y con Nicolas quejándose de haber salido feo en todas las fotos. Montserrat dejó de lado una animada conversación que Noah lideraba, su mente quedó en silencio unos segundos absorbiendo el ambiente, los rostros, la energía positiva, el momento en sí.

No había planeado celebrar su cumpleaños número treinta por creer que sería el más triste de su vida, pero en medio de tanto amor se dio cuenta de que era el mejor de todos porque las desdichas que surcaban su corazón, no eran capaces de opacar la dicha que le acariciaba el alma gracias a sus nuevos amigos, su nueva vida, su nuevo amor propio y la total certeza de que en realidad, ahí, empezaba la mejor etapa de su existencia.

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