Capítulo 16


Semana quince

Montserrat solía pensar en ella misma semanas atrás y eso la ayudaba a sentirse orgullosa de su progreso en el trabajo. Se recordaba mirando a los clientes con temor, como si fueran a lastimarla si decía algo incorrecto y ahora que era totalmente capaz de mirar sus ojos y hablar con autoridad, notaba el maravilloso cambio. Eso la ayudaba a sonreír de manera más genuina y a esforzarse el doble en dejar a los clientes satisfechos: la seguridad de que podía.

Su jefa estaba tan contenta con ella que a veces cruzaba el umbral de empleado-jefe para hablarle como si fuera su amiga. La dueña de la librería le contaba de su día a día, de los daños de sus gatos con sus muebles y escuchaba a su vez, las anécdotas de Montse con Chocolate. El ambiente laboral era muy bonito y aunque Montse no era consciente de ello, tenía la enorme fortuna de poder amar su trabajo. Con el tiempo se daría cuenta de que pocas personas tienen esa suerte y entonces vería su trabajo como una más de sus dichas actuales.

Esa tarde de viernes, sin embargo, una presencia inesperada le amargó un poco la tarde. Henry entró en la librería con sus andares despreocupados y la fluidez de sus movimientos hacía que pareciera que era dueño del lugar. Montserrat no lo vio sino hasta que él estuvo lo bastante cerca como para hacer imposible el esconderse.

Montserrat lo miró y se sorprendió de que aún si hubiera tenido tiempo, no habría querido esconderse. Ya no le aterró la idea de tenerlo tan cerca. Nerviosa sí estaba y su rostro se sonrojó en reflejo, su corazón se disparó y sintió la garganta seca, pero no se movió ni agachó la mirada.

—Entonces es cierto —dijo Henry casi con estupefacción—. Trabajas aquí.

—¿Enviaste a alguien a averiguarlo? —replicó con filo en su tono y agradeció mentalmente no haber perdido el habla.

—Nunca contestaste mis llamadas.

—Sí, bueno, no quería hablar contigo. ¿No fue claro?

—Nunca me dejaste intentar solucionar...

Montserrat soltó una risa que cortó el inicio del melodrama de Henry. Este la miró con los ojos entrecerrados, como si esa Montse que se atrevía a interrumpirlo con una carcajada no fuera la misma que lo dejó meses atrás.

—No tengo tiempo para esto. ¿Necesitas algo de la librería?

—Has cambiado.

—Y tú no, aparentemente —le escupió con recelo—. ¿Qué haces acá?

—Quería verte. Un día solo te fuiste y no supe más de ti... cambiaste tu número, no sé dónde vives...

—¿Sabes lo que significa ser ex de alguien? Quiere decir que separamos caminos, yo me fui por un lado, tú por el otro, y no quise, ni quiero, saber de ti ahora. Ya, en serio, ¿qué haces acá?

Henry estaba sorprendido. Montserrat nunca le había hablado con tal desconfianza, rencor y recelo. Definitivamente esa era otra mujer, no su ex prometida.

—Me has hecho mucha falta.

Montserrat tomó aire. Las palabras le dolieron, pero aplacó ese dolor con el bálsamo de su respuesta:

—Tú a mí no.

—No digas eso, Mon...

—En serio tengo que trabajar, Henry. Si necesitas algo de acá, dímelo y te colaboro con eso, pero a nivel personal, tú no tienes nada que decirme o hacer, ¿de acuerdo?

—¿Ya estás saliendo con alguien más?

Hace meses, una pregunta de esas habría hecho que Montserrat agachara la mirada y lo negara —fuera cierto o no—, pero ese nuevo carácter que tenía le permitió no dejar acceder a Henry a su corazón con el chantaje emocional.

—No es tu problema.

Henry hizo una pausa.

—Necesito que me devuelvas el anillo de compromiso —soltó con brusquedad.

Montserrat sintió que las piernas le temblaban pero fingió organizar dos libros de una estantería para no demostrarlo. No podía dejarse vencer por los nervios, el dolor y sí, el fantasma del amor que aún sentía por Henry, un amor que estaba blindado con ira pero que no se había ido del todo.

—¿A eso has venido? —Montse rió—. Eso no será posible.

—No dejaré que lo vendas —espetó.

—Lo tiré por el inodoro el mismo día en que me fui —dijo con tranquilidad, sorprendiéndose de la facilidad con que le salía la mentira—. No quería nada tuyo.

Montse escuchó que Henry ahogó una exclamación.

—¿Que hiciste qué? ¿Sabes cuánto vale...?

—Sí, lo sé, vi la factura de compra. Carísimo. Pero bueno, yo te di siete largos años y los perdí también. Tu dinero lo recuperarás con trabajo, mi vida nadie me la devuelve.

—No puedes... puedo poner una denuncia por hurto, tengo la...

—¿La factura? No, esa la tengo yo en casa.

—La compra está a mi nombre.

Montserrat se encogió de hombros, fingiendo más seguridad de la que en realidad sentía.

—Denúnciame. —Se obligó a mirarlo a los ojos—. Que la autoridad busque algo para embargarme a cambio del anillo... tú más que nadie sabes cuántas propiedades y riqueza tengo en los bolsillos.

El semblante de Henry se enfureció pero intentó disimularlo. Montserrat no tenía nada más que su ropa y ahora a su perro —y secretamente el dinero del anillo—, y él lo sabía.

—Mon, tú y yo...

—Tengo cosas que hacer —cortó—. Pero te deseo suerte en la vida... no, en realidad no, ojalá fracases en todo. —Henry iba a replicar pero ella tomó la conversación por otro rumbo—. Juanita es preciosa, ojalá la críes y le enseñes bien para que cuando sea grande no se mezcle con hombres como tú. —Palideció ante la mención de su hija y aunque era suficiente, Montse quería asegurarse de que no dijera nada más—. Dale mis saludos a Mónica y a su madre.

Henry sin duda no esperaba que Montserrat estuviera tan informada de ellas, él pensaba que Montse solo sabía de la infidelidad en sí, pero sin ese tipo de detalles como los nombres y el hecho de que Mónica vivía con su madre.

—¿Cómo es que...? —balbuceó él.

—Tú lo dijiste: he cambiado. Ni tú ni nadie volverá a verme la cara de idiota. Vete, Henry. —Montserrat miró hacia un lado y vio que un cliente se acercaba y aprovechó para irse en su dirección—. Bienvenido, ¿en qué le puedo colaborar?

De reojo Montse siguió los pasos de Henry de camino a la salida y no fue sino hasta que lo vio lejos del local que logró respirar. El nudo en su garganta se acentuó trayéndole las ganas de llorar y sus piernas finalmente temblaron sin detenerse. Tuvo que ir al baño y encerrarse allí unos minutos para calmarse y aunque se felicitó por su entereza, se molestó de que una conversación de diez minutos con Henry lograse arruinarle así el día entero.

¿Habría logrado alejarlo para siempre o él regresaría ahora que sabía dónde hallarla? Montse nunca vio a Henry como un hombre violento o peligroso, pero recordó que tampoco lo vio nunca como el malo de la historia y resultó ser el peor de los villanos. ¿Y si corría peligro? ¿O era eso muy paranóico?

Su respiración estaba acelerada y aunque una parte de ella le decía que exageraba demasiado, antes de salir del baño llamó a Verónica y le contó su encuentro con Henry entre balbuceos y nervios, le pidió ir a la librería para ir juntas a casa porque de repente temió que Henry la estuviese esperando cuando su turno acabara. Vero accedió y eso le trajo algo de alivio.

Para sorpresa de Montse, cuando salió de la librería en la tarde, no solo Verónica estaba ahí, sino que Nicolas, Noah y Zoe la acompañaban. Montse los miró y no pudo evitar que sus ojos se humedecieran. Llegó al grupo y aunque saludó a todos, fueron los brazos de Vero los que buscó para refugiarse.

—Gracias por venir —dijo en voz alta para que todos la oyeran—. Que pena haberlos hecho venir a todos; hoy estoy solo algo paranoica.

—Está bien —dijo Nicolas, sonriendo—. Mi hermano habría venido pero está trabajando.

Montse no había hablado mucho con Frank desde que había rehuido a su beso, y las pocas palabras cruzadas eran algo incómodas, pero decidió que no era oportuno mencionarlo.

—Ya que estamos —mencionó Noah, a quien Montse miró un poco más pues le extrañaba verlo sin su delantal y en otro lado que no fuera su pastelería—, podemos ir todos a comer algo.

—Hay un lugar cerca con unas hamburguesas deliciosas y económicas —propuso Zoe—. ¿Les parece?

Todos miraron a Montse, que no cabía de la dicha al tener a sus amigos con ella.

—A donde sea está bien. Y yo invito, por las molestias. —Noah y Vero tomaron aire para objetar—. Sin discusión.

—Yo no voy a discutir por comida gratis —dijo Nicolas con desparpajo, haciendo reír a los demás.

Asintieron todos al tiempo y se dispusieron a caminar hacia donde Zoe los llevaba. Ella lideraba la marcha, Vero y Noah iban detrás charlando animadamente, y por último iba Nicolas junto a Montse. La miró de reojo y su gesto se preocupó.

—¿Por qué lloras? —preguntó en voz baja para no alertar a los demás—. Henry no vale la pena.

Montserrat le sonrió.

—Son lágrimas felices —aseguró, luego enganchó su brazo con el de su vecino adolescente—. Me siento más acompañada que nunca.

Nicolas le apretó la mano y asintió, sonriendo de nuevo.

Esa semana y la que siguió, entre los cuatro amigos se turnaron para acompañar a Montserrat a casa luego de salir del trabajo. Uno cada día sin falta hasta que Montse fue capaz de dejar su miedo de lado y seguir con su vida solo con las pequeñas preocupaciones diarias.

No volvió a ver a Henry nunca más. 

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