Capítulo 15

Semana catorce

Montserrat dejó de posponer la visita a la florería de Vero y el domingo que tuvo libre llegó allí en la mañana en compañía de Chocolate. Vero no sabía, así que al verla pulió un gesto sorprendido.

—¡Qué preciosa es tu florería! —exclamó a modo de saludo—. Te traje un jugo —añadió, tendiéndole una botella de plástico.

Vero la recibió.

—Gracias. No sabía que vendrías.

—Bueno, es mi día libre y tenía ganas de conocer. Llevo casi cuatro meses viviendo contigo y no había venido, es casi absurdo. Es más grande de lo que imaginé.

Chocolate se echó cuan larga era —y sí que había crecido— en uno de los lados que no recibían el sol del exterior. Respiró agitada varias veces hasta rematar con un suspiro.

—La luz la hace ver grande. Amo mis ventanas. —Vero se alejó un momento para sacar una silla plástica y colocarla afuera del mostrador—. Siéntate. ¿Ya almorzaste?

—No, aún es temprano.

—Podemos ir a almorzar en un rato. Si quieres, yo invito. ¿O tienes planes? Que está bien también.

—No grandes planes. Iba a ir a la pastelería a comprar galletas, luego iría a casa a lavar ropa. Hace un día lindo para lavar.

—Cuando dices eso, automáticamente eres una señora.

Montse rió.

—Tengo casi treinta, soy una señora hace años.

—Señorita —la corrigió. Montse blanqueó los ojos pero no objetó.

—Te confieso que he venido a otra cosa también. Quiero flores. He comprado un florero bellísimo para mi mesita de noche y leí que había flores que atraen buenas energías. Lo leí en la contraportada de uno de los libros que vendemos en Leimmar así que no sé más que eso —admitió, sonriente—, pero imagino que tú sí.

—¿Qué buscas con tus flores? ¿Buenas energías, felicidad, tranquilidad?

—De todo un poco. —Vero rodeó el mostrador y empezó a caminar a través de sus flores—. Me he sentido bien estos días —confesó Montse—. He estado concentrada en el trabajo, ya soy buena en ello. Escasamente he pensado en Henry, y cuando lo hago... no me afecta. Quiero que eso se mantenga y si un florero ayuda...

Vero fue tomando flor a flor de varias cubetas hasta que al girarse a Montse tenía un ramo entero de varios colores y especies diferentes.

—Las flores absorben energía y devuelven algo mejor. Es como respirar. Ellas reciben lo malo y devuelven lo bueno. —Vero regresó a su lugar adentro para ponerle un papel al ramo y mantenerlo junto—. Ponlas en tu florero y riégalas con cariño. Sé que suena tonto, pero tratarlas como más que flores es sanador. Toca sus pétalos y quítales el polvo, diles que están bonitas, es algo bueno para ti y para ellas, durarán más.

—Que nadie me vea hablando con flores, pensarán que estoy loca.

Verónica rió.

—Es un riesgo, no te lo niego.

Montserrat miró su reloj.

—Es temprano, creo que alcanzo a ir a la pastelería, a casa y regresar para almorzar. Compraré merengue para mí, ¿qué quieres tú?

—Al pastelero.

Ambas rieron.

—Veré qué puedo hacer para envolverlo y ponerle un moño para llevar a casa. —Montserrat sacó su billetera para pagar las flores con un excelente humor reflejado en su sonrisa—. ¿Qué ha pasado con eso? ¿Zoe sí habló con Noah?

Vero suspiró con dramatismo.

—Sí, pero según dice, Noah fue bastante evasivo. Ni dijo que sí ni dijo que no. Lo odio.

—Puedes fingir estar borracha una noche de estas, llamarlo y confesarle tus sentimientos. Si dice que es recíproco, maravilloso, si dice que no, te excusas con que era el alcohol hablando.

—Puede que ni así lo entienda. Solo me falta escribirme en la frente "Noah, bésame" para agotar recursos.

—Puedes intentar eso también —respondió. Vero le dio el cambio del pago de las flores y apoyó los codos en el mostrador—. Ya se dará cuenta, no te preocupes.

—Sí, bueno... mientras tanto, gotitas de maracuyá, por fa. Las amo.

—De acuerdo. ¿Sabes que le gusta a Nicolas? Quiero llevarles algo.

—Ama con pasión el dulce de leche... pero no sé qué le gusta a Frank —insinuó, elevando sus cejas. Montse captó esa picardía y sonrió ampliamente—. Bueno, sí sé, pero no puedes envolverte y ponerte moño en la cabeza.

—De poder, puedo. Pero no lo haré. —Montse apretó con un poco más de intensidad su ramo de flores—. Es muy amable. Me acompañará hoy en la tarde a una diligencia.

—¿Una diligencia?

—Te contaré en la noche dependiendo de cómo sale.

Montse se mordió el labio, pensando con algo de culpa que la insinuación de Vero no era para nada exagerada: Frank se sentía atraído por ella y era demasiado evidente como para no notarlo. Era extraño porque si bien Montse se sentía halagada e incluso nerviosa cuando él le coqueteaba, hacía todo lo posible por quitarle sus ilusiones; no podía en ese momento pensar en una relación.

Verónica pareció leerle la mente.

—Eres soltera completamente, ¿sabes? Si algo surge con Frank...

—No pasará. No podría ahora, no estoy lista.

—Te entiendo. Está bien.

—Es muy coqueto —confesó, sonriendo—. Tiene una sonrisa preciosa, un gran corazón y es muy atractivo...

—Para ser alguien que no quiere nada, le has hecho un buen examen a sus virtudes.

—Admitir que me gusta no cambia nada.

—Bueno, puedes fingir que no te das cuenta de sus coqueteos y seguir siendo su amiga. —Vero blanqueó los ojos y resopló—. A Noah se le da de maravilla, a lo mejor te da consejos.

Montserrat soltó una carcajada genuina que logró que Vero se cruzara de brazos.

—Ay, que horrible es tener corazón y tener que lidiar con humanos. En fin. Me voy ahora para alcanzar a hacer todo, son casi las once, ¿almorzamos a las dos? ¿te parece bien?

—Perfecto. Te espero acá.

🌱🌱🌱

Frank tenía un porte recto al andar y una espalda ancha que ayudaba a esa imagen de hombre seguro de sí mismo. A Montse le gustaba caminar a su lado y a la vez encontraba inquietante que la gente lo mirase al pasar, siempre era un mero reflejo de las personas, pero ocho de cada diez le dedicaban un vistazo al cruzarse con él.

Se detuvieron cuando llegaron a su destino y se quedaron un momento solo ahí, en la calle, observando la entrada. Él la miró.

—¿Segura de que quieres hacer esto?

Montserrat se permitió sonreír y asintió con toda confianza al leer el letrero en plateado que decía "Casa de empeño, compra y venta".

Sacó el anillo de compromiso de su bolso y se lo tendió a Frank, quien la acompañó precisamente para que aquellos que atendiesen en la casa de empeño no la estafaran al verla sola e ignorante en el tema.

—Obvio. Saca todo lo que puedas por él. —Buscó en su bolso y sacó una hoja—. No sé si lo pidan, pero acá está la factura de compra.

Frank la recibió y abrió mucho los ojos.

—Dios bendito, este anillo vale más que yo. ¿Por qué tienes la factura?

Montse casi ríe entre dientes.

—Henry la dejó "accidentalmente" en nuestro armario, donde sabía que yo siempre organizaba. Creo que fue para que "accidentalmente" yo viera lo valioso que es y me sintiera afortunada. Tuve en ese momento la inteligencia de guardarlo en un álbum de fotos y ese álbum, sin intención, se vino conmigo en la mudanza. Hace dos noches me puse a mirarlo para botar las fotos y hallé la factura; fue el destino diciéndome que lo vendiera.

—Al fin algo que el henry hizo bien: presumir el precio con la factura. Excelente. —Frank cuadró los hombros y enserió la expresión, adoptando una que lo hacía ver mayor, intimidante—. Vamos entonces.

🌱🌱🌱

Luego de su paso por la casa de empeño —que salió de maravilla y que dejó la cuenta bancaria de Montserrat llena—, fueron a tomar un helado en celebración. Esta vez entraron en un bonito local temático cuyos helados eran obras de arte comestibles y que Montserrat se dio el gusto de invitar. Charlaron animados y ella especialmente se sentía fascinada con lo fácil que era sonreír en ese momento. Era otra de sus grandes dichas.

Para cuando decidieron regresar a casa ya estaba anocheciendo, sus pies dolían porque caminaron bastante luego de la heladería, pero también sus mejillas por lo mucho que había reído. Era un dolor fascinante y Montse pensó que ese era el único tipo de dolor que una persona debería provocar en otra.

Llegando al edificio Montserrat prometió invitar a almorzar a Frank y a Nicolas una tarde en agradecimiento por todo lo que hacían por ella y él afirmó que esperaba con ansias el momento.

Frank vivía un piso más abajo del de Vero, y Montse no quiso hacerlo subir, así que en el espacio entre las hileras de escaleras, se detuvo para despedirse. Lo miró a los ojos y sonrió al ver ese dulce brillar en su mirada; se mordió el labio con una mezcla de emociones en el pecho.

—¿Y ya tienes planes para tu fortuna? —preguntó Frank, sonriendo.

—Un par. Buena parte irá para Verónica, pero necesito buscar su número de cuenta sin decirle porque si le digo, no querrá que le dé tanto, pero es lo mínimo que puedo hacer. Iré a cortarme el cabello, quiero otro look. Compraré unas botas porque las mías están muy viejas. Los invitaré a almorzar. Y el resto lo ahorraré. No durará toda la vida pero me alivia saber que tengo un pequeño respaldo por si me quedo sin empleo o algo así.

—Creí que dirías "ropa, ropa y más ropa".

—Eres tan prejuicioso... ¿o es tu forma de decirme que actualmente me visto mal?

Frank le echó una mirada de pies a cabeza, lenta y concienzudamente, ladeando su sonrisa en el camino. Montserrat se sonrojó y soltó una risa nerviosa hasta que él regresó los ojos a su rostro.

—No, estás preciosa.

Montserrat estaba junto a la pared, dándole la espalda a esta y Frank de manera muy sutil se acercó a ella, casi como si no quisiera, como si fuera casual.

—Los aduladores van por mal camino.

—Solo cuando mienten.

—Tú mentiste hoy. —Frank estaba cada vez más cerca. El corazón de Montse se aceleró, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no perder el hilo de sus pensamientos—. Dijiste que el anillo valía más que tú.

—Bueno, eso no es exactamente una mentira...

—Claro que sí. Tú vales mil anillos de esos.

Frank había mantenido las manos entre los bolsillos de su pantalón, una postura en apariencia relajada y casual, mas luego de esas palabras, una de sus manos se apoyó en la pared junto a la oreja de Montserrat; su rostro se inclinó para mirarla y una nueva intensidad anidó en sus ojos. No se movió más.

—Las aduladoras también van por mal camino.

—Solo cuando mienten —repitió Montse.

—Vale... —susurró él de vuelta.

Frank no quitaba sus ojos de los de Montse a medida que se acercaba a su rostro, quizás esperando una negación o una invitación, como fuera, no recibió nada inmediato de ella. El corazón de Montse latía pero era su estómago lleno de mariposas olvidadas lo que la ahogaba en nervios. Era, para ella, un momento decisivo. Si no decía o hacía nada para impedirlo, Frank iba a besarla y eso era como admitir que le gustaba, que deseaba algo con él y que ya estaba lista para avanzar...

La cosa es que no era así, no se sentía lista.

Las mariposas de su estómago eran placenteras pero no lo suficiente como para desaparecerle las heridas con el batir de sus alas. No era justo con Frank darle esperanzas con un corazón tan inestable. De hecho, la sola acción de tenerlo tan cerca a sus labios como para olfatear el aroma característico de vainilla y shampoo, ya era una imprudencia en sí.

Montse reaccionó antes de llegar al punto de no retorno. Elevó sus manos con animosidad para tomar las mejillas de Frank de forma amistosa, dejar un cálido beso en su mejilla, y luego salir por un lado hacia las escaleras. Su corazón corría pero pulió una amplia sonrisa —aunque incómoda— sin ser capaz de buscar sus ojos de nuevo.

—¡Gracias por todo! Te veo mañana —exclamó.

No esperó respuesta porque estaba avergonzada y subió las escaleras para después encerrarse en su habitación y gritar contra su almohada un fuerte regaño a sí misma. Te veo mañana, se repitió para sí, no querrás ni verme en estos días.

—Me siento tonta, Choco —dijo en voz alta a su perrita, que solo escuchó su nombre y levantó las orejas—. Debí dar un paso atrás desde que llegamos a la escalera.

Chocolate gimió antes de apoyar su cabeza en el regazo de Montse. Ella la abrazó y se mantuvo ahí hasta sentir que ya lo peor había pasado.

—Oh, bueno, pedir disculpas después... después, sí.

El teléfono de Montse sonó sobresaltándola y a Chocolate con ella. Con los dedos temblorosos —por el susto— tomó el aparato y encorvó los hombros al ver que era su madre. Respiró hondo y oprimió la opción de contestar. Antes de poder decir hola, la voz de su madre resonó del otro lado:

¡Hija! ¿Cómo no me dijiste que te separaste de Henry? ¡Por Dios!

Ay, maravilloso, pensó, justo lo que necesitaba.

Montse estuvo tentada de negarlo o colgar, pero se dio cuenta con alegría de que a diferencia de unos meses atrás, la idea de verbalizar todo el tema con Henry ante su familia no le pareció imposible ni terrible. Había pensado en aquel entonces que solo podría enfrentar a su madre cuando estuviera segura de que nada la convencería de que hacía lo incorrecto, y en ese instante, en su corazón, sintió que el día había llegado.

Irguió la espalda aún sentada en su cama.

—Sí, ma, lo dejé. Henry me engañó con muchas cosas y no quiero eso para mí.

Casi pudo escuchar cómo su madre tomó aire para empezar con las mil preguntas —y quizás reproches, quizás apoyo, no lo sabía— pero ella se limitó a sonreír, se reacomodó en su lugar y con una fortaleza nueva, se preparó para responder a todo con sinceridad y convicción.

Ya era fuerte, ya era valiente, ya era suya y de nadie más. 

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