Capítulo 13

Semana doce

Montserrat se enteró de la infidelidad descarada de Henry gracias a un peluche.

Henry se dedicaba a la venta de bienes raíces y con esa excusa viajaba demasiado pasando así su segunda vida desapercibida. Una tarde llegó a casa con Montse luego de dos semanas de ausencia; dijo estar tan cansado que se fue a la cama pronto. Su prometida, acomedida, quiso ayudarle a desempacar sus cosas para doblar y lavar lo necesario. Sacó las camisas de forma distraída de la maleta y en el fondo encontró un peluche de morsa pequeño y bastante trajinado por las manos insistentes de un niño.

El peluche era una novedad, pero más lo era la etiqueta marcada que tenía cosida la barriga de la morsa; era un rectángulo de tela blanco y escrito a mano con marcador permanente: Propiedad de Juanita Doylle, si lo encuentra por favor llamar al 5441355432, esta morsa se llama Doris y es muy importante. Gracias.

El corazón de Montse había amenazado con salirse de su pecho al leerlo. Doylle era un apellido poco común y era el apellido de la pequeña dueña de ese peluche.. y de Henry. Cerca estuvo de correr y despertarlo para pedirle explicaciones o algo que no sonara a que su amado prometido la estaba engañando; sin embargo, no lo hizo, en parte porque sabía que a Henry le molestaba que lo despertaran y, en parte, su inocente corazón enamorado no quería enfadar a su príncipe azul.

Así que, con las manos inestables, marcó el número telefónico de la etiqueta. Respondió una animada voz femenina, que se animó aún más con el motivo de la llamada, pues aseguró que su hija llevaba varias horas preguntando por Doris. Una amistosa conversación por teléfono le dijo a Montse que esa mujer vivía en una ciudad a un par de horas de ella, que su hija Juanita tenía casi cuatro años y que era de suma importancia devolver a la morsa a sus brazos; era su juguete favorito y no dormía o vivía sin él.

El palpitar de Montse no le dio tregua durante toda la llamada, pero seguía intentando pensar en positivo. Su Henry no sería capaz de engañarla. Eso pensaba, eso quería pensar. La mujer le pidió regresar a Doris a su hogar, y Montse le dijo que esa era su idea; fingió vivir en la misma ciudad que ella y acordaron un punto de encuentro que Montse desconocía. Antes de cortar la llamada, Montse se atrevió a hacer la pregunta:

—¿Conoce usted a un hombre llamado Henry Doylle?

Una corta y afable risa surgió del otro lado.

Claro, es mi esposo, el padre de Juanita. ¿Lo conoce?

Montserrat dejó caer el teléfono y en ese minuto, con Henry durmiendo a unos pasos de ella, su mundo entero se derrumbó. Le faltó el aire para respirar, luego le faltó aliento para gritar suficiente a Henry, su alma se cuarteó en pedazos iguales tal como un rompecabezas y entre confusión, dolor e incertidumbre, estuvo un par de semanas en guerra con Henry.

Él al menos tuvo la decencia de no negar a su propia hija, pero claro, tenía muchas explicaciones, muchas disculpas, muchos "no es lo que crees" y "podemos solucionarlo, recuerda que vamos a casarnos". Montse escuchó cada palabra, dudó con algunos de sus argumentos y gracias a lirios que le regaló llenos de promesas de cambiar, estuvo a punto de perdonarlo.

Después conoció a Verónica y el resto era la historia que la había llevado ahí, a rebuscar en su antiguo número telefónico la llamada que le hizo a la mujer, con la intención de hallarla y contarle la verdad sobre su amado esposo.

—¿Puedo pedirte un consejo? —dijo de repente, llamando la atención de Vero, que a unos pasos, en la sala, veía una película—. Por favor.

Vero apagó el televisor para darle total atención y con cuidado Montse le contó con detalles su conversación con Frank, su repentina epifanía y sus planes actuales, los cuales, por desgracia, ya la estaban haciendo dudar.

Al terminar aguantó con estoicismo el largo silencio de Vero, esperó a que hallara su respuesta, que llegó, como siempre, tranquila y lógica:

—¿Con qué motivo harás esto, Montse?

—¿Qué?

—¿Lo haces porque deseas abrirle los ojos a esa mujer... o porque estás resentida con Henry?

Cuando Montse sintió una punzada de culpa en el pecho, supo el motivo de su incertidumbre. Sus intenciones no eran tan puras como querría que fuesen.

—Creo que ambos. Quiero tanto odiar a Henry, Vero. Me hizo sentir tan burlada, tan idiota... y me escuece pensar que mientras yo me siento así, él simplemente está feliz con su otra esposa, con la que me mintió en la cara por años. Quiero herirlo a él, lastimarlo a él... pero a la vez pienso en esa mujer y me siento mal por ella. Necesita saber lo que Henry ha hecho... ¿no es así? Ella lleva los mismos años que yo siendo engañada, ¿no es mejor que se lo diga?

—Abogo siempre por la verdad, así que sí. Pero creo que debes ver primero tus intenciones, luego planear qué vas a hacer y cuando sepas que tienes el corazón listo para eso, hacerlo. ¿Cómo planeas decírselo?

Montse se encogió de hombros.

—Planeaba ir a su ciudad y luego llamarla a ver si quizás nos vemos. Contarle y luego regresar. Frank iba a acompañarme. Un amigo suyo tiene una moto y dijo que la podía pedir prestada para hacer más rápido el viaje.

—Frank, ¿eh? Andas muy amiga de él —dijo con cariño.

—Es amable. Entiende... intenta entender. Él y Nicolas son... ¿recuerdas que dijiste que por cada Henry había un hombre bueno? Ellos dos son de esos hombres buenos.

En otro momento quizás Vero habría insinuado algo más de Frank con su amiga pero realmente parecía que la mente de Montse estaba lejos de las burlas o de las dobles intenciones.

—La respuesta sobre si hacerlo o no, no te la puedo dar yo, Montse; nadie puede, solo tú. Si puedes convencerte de que haces esto por ser buena persona, por ayudar, ve, hazlo ya y verás el peso que te quitas de encima. Pero si solo lo haces desde el rencor o la venganza, mejor espera o busca una forma menos personal de decírselo a esa mujer. El odio nos lleva a veces por caminos turbulentos, no te dejes arrastrar, tú eres una gran mujer, no puedes rebajarte al nivel de Henry haciendo esto solo para buscar herirlo. Háblalo con tu almohada y cuando tengas tus intenciones claras como el agua, toma la decisión.

Montserrat sonrió.

—Una de mis hermanas siempre dice que no hay que decidir nada con la cabeza caliente, prometer con el corazón feliz, o decir te amo después de un orgasmo.

Verónica rió entre dientes.

—Tiene razón.

—Gracias por escucharme.

El corazón de Montserrat se sintió más liviano ante los consejos de Verónica, igual que siempre. La quería tanto, agradecía mucho a la vida por cruzarla en su camino. Montse razonó que por cada Henry del mundo, no solo había un buen hombre, sino una buena amiga que estaba ahí para sostener ante las caídas.

🌱🌱🌱

Su conversación con la almohada rindió frutos, y solo unos días después, Montse pudo decir con toda sinceridad que si bien su rencor por Henry la movía, más lo hacía el procurar que ninguna mujer se sintiera tan mal como ella recién se enteró de su infidelidad. Lo hacía por sí misma para sanar, por odio a Henry, pero mayormente por respeto a esa mujer que no conocía pero cuyo camino se entrelazó con el suyo mucho antes de darse cuenta.

Eso debían hacer las mujeres, ¿no? Apoyarse incluso sin conocerse. Vero lo había hecho por ella —aunque Vero era un caso especial en cuanto a bondad— y aunque a menor medida, Montse podría hacerlo por otra persona; era lo mínimo que podía hacer.

Frank y Nicolas demostraron total entrega en la causa, y usando sus conocimientos en redes sociales, partiendo desde los perfiles de Henry, lograron encontrar a su esposa y su ubicación. Cuando Montse vio la facilidad con que dos jóvenes como ellos le daban una dirección gracias a la cantidad de publicaciones que esa mujer hacía a diario —a lo mejor sin ser consciente de ello—, se prometió ser más cuidadosa con su propia información, sus fotos, sus datos y el acceso que daba a los demás.

La mujer en cuestión se veía joven en las fotos. Demasiado joven, solo unos años mayor que Frank, y su hija, una hermosa niña de ojos claros, era la viva estampa de quien fue su prometido. Montse no miró mucho esas redes; le dolía y la enojaba verlas. Una vez que los hermanos León consiguieron la dirección de una casa específica, pidió dejar la investigación hasta ahí; se sentía como intrusa ojeando la vida de esa mujer a través de sus redes sociales y además, si seguía viendo esas fotos, sin duda encontraría una de Henry con esa familia y no estaba preparada para eso.

En su día libre de esa semana —un lunes— se levantó temprano y a las ocho de la mañana, hora acordada con Frank, ambos se montaron en la moto de un amigo teniendo como destino la ciudad donde esa mujer vivía.

Así que ahí estaba: sentada tras Frank en una moto negra, con una dirección en su bolso, un nerviosismo en su pecho y una convicción inquebrantable de que estaba haciendo lo correcto.

La dirección los llevó a un vecindario de clase media lleno de casas de una y dos plantas. Las fachadas no repetían color, y en un par de manzanas recorridas vieron dos parques infantiles, vacíos por el día y la hora. La gente caminaba despreocupada y totalmente ajena a la agitación interna de la mujer de cabello rubio que, en la parte de atrás de una moto, sentía que el corazón quería huir de su pecho.

Frank apagó la moto pero no presionó para que Montserrat se bajara pues asumía —sin riesgo a equivocarse— que aquello no era fácil para su estabilidad emocional.

—Es esa casa —dijo con el mentón inclinado hacia ella, y señalando la casa de la esquina de fachada púrpura recién pintada—. Tú dirás qué hacemos ahora.

Frank se bajó de la moto y se quitó el casco; Montserrat no se movió aún de su lugar, aunque levantó la luna del casco para mirar a su nuevo amigo.

—No sé qué decirle —admitió—. No sé cómo decirle.

—Creo que de cualquier modo que lo digas va a resultar igual.

—¿Y si arruino su vida?

—Abrirle los ojos a alguien no te hace culpable de nada. Por otro lado, saber las cosas y callarlas...

—Me convierte en mala persona.

—No tan así, pero sí es como cubrir al culpable.

Montserrat desvió la mirada a la casa de fachada púrpura y decidió quitarse el casco. Se lo tendió a Frank y peinó con sus dedos su cabello. Se bajó de la moto aunque no hizo más; sus manos se retorcían una con otra y pensó que nunca se sintió tan perdida como en ese momento.

Entonces vio que la puerta de esa casa se abría y una niña preciosa salía corriendo. Su corazón se detuvo. Dos segundos después su madre salió y Montse la reconoció de las pocas fotos que había visto en el computador de Nicolas el día anterior. Era muy bonita: de poca estatura pero con un cabello negro que brillaba al sol, grandes pómulos, bonitas piernas —llevaba un short puesto— y al escucharla llamar a su hija, notó la bonita voz que tenía.

—Es ella —susurró para sí misma.

Vio a la mujer tomar la mano de la niña y caminar hacia donde ellos estaban, y los pies de Montse se movieron solos para acercarse. A unos pasos de distancia, la mujer notó que la miraban y con recelo devolvió la atención, apretando más la mano de su niña. Ambas se detuvieron al quedar a un palmo de distancia.

—Buenos días —saludó la mujer—. ¿Puedo ayudarle en algo?

—Buenos días... —Montserrat se sonrojó por miedo y vergüenza y finalmente extendió su mano—. Mi nombre es Montserrat Robles.

—Mónica Mendez —replicó ella.

Montserrat miró en el cuello de Mónica una cadena de plata con las letras MON en el dije, y sintió asco. Henry le dio uno igual a ella un par de años atrás. Su garganta se cerró pero se obligó a no acobardarse.

—Sé que puedes creer que estoy loca en este momento, y te juro que lo que menos me gusta es estar acá para decir esto. No encuentro una forma sencilla de decirlo, pero vengo a hablarte de Henry.

Montserrat esperaba varias reacciones: recelo, incredulidad, burla, celos u odio, pero no esperaba lo que recibió: reconocimiento, vergüenza y temor.

Mónica abrió la boca, y sus palabras rompieron el aire entre ambas:

—Eres la prometida de Henry.

Montse quedó en blanco, sin ser capaz de elegir una sola emoción para sentir. ¿Eso la sorprendía, la enojaba, le causaba gracia? A lo mejor todo junto... no lo sabía.

—¿Tú... tú sabías que Henry...?

—Llevo a Juanita al parque —interrumpió, mirando a su niña que les prestaba suma atención—. Acompáñame.

Mónica retomó el camino, pasando de largo de Frank y unos segundos después, Montserrat la siguió. Le dijo bajito a Frank que no se alejara mucho y él tomó la moto para ir cerca de ellas. El parque estaba solo a unos segundos, así que llegaron pronto. Con el permiso de su madre, Juanita corrió al arenero y Mónica tomó asiento en la banca más cercana para poder cuidarla. Montserrat se sentó a su lado y vio con el rabillo del ojo que Frank estacionaba la moto a unos metros y se bajaba, pero guardaba distancia.

—¿Por qué sabes quien soy? —preguntó Montserrat, impaciente.

—Hace un tiempo lo supe. Descubrí algunas fotos en el teléfono y cuando lo enfrenté... me lo contó.

—¿Qué te contó exactamente?

—Que tenía una relación contigo desde antes de conocerme y que van a casarse.

—Íbamos —corrigió—. Lo dejé hace un par de meses.

—No me lo ha dicho.

Unos días antes de que Verónica llegara a su apartamento con Noah y Zoe para ayudar con su mudanza, Henry había dicho que iba a hablar con Mónica para terminar la relación en pro de conservar a Montserrat. Incluso en eso le había mentido; la mujer ni sabía que Henry ya no estaba con ella. No la sorprendía pero sí la decepcionaba... y la enfurecía.

—¿Y estás bien con eso? Te enteraste hace tiempo y sigues con él.

Montse procuró que no sonara a reproche pero no lo logró completamente. Ella estaba ahí porque llevaba dos meses sintiendo que nadie merecía ser así de engañada y Mónica simplemente lo sabía y jamás hizo nada al respecto.

Mónica miró a Montse de arriba a abajo tanto como podía estando sentada a su lado.

—No te atrevas a juzgarme —le replicó con aspereza—. No sabes nada sobre mí.

—Pero tú sí sobre mí... y nunca hiciste nada al respecto.

—No es mi problema. —Mónica suspiró—. Escucha, conocí a Henry hace unos años en esta misma ciudad. Elegante, apuesto, con el don del habla y del encanto. Me dijo que se dedicaba a bienes raíces y que viajaba mucho, pero que visitaba esta ciudad a menudo. Empezamos a salir y así estuvimos unos meses; nos veíamos poco pero eso era suficiente. Tuve un desliz y quedé embarazada, pensé que Henry me dejaría, no teníamos una relación duradera ni estable y apenas nos veíamos. Pero fue al contrario, recibió la noticia con felicidad. —Los ojos de Montse se llenaron de lágrimas que intentó disimular—. Me acompañó todo el embarazo, fue conmigo a las ecografías, compró la cuna y la ropa color rosa cuando supimos que era niña. Sacó en renta la casa y la dejó para mí y mi mamá, vivo con ella y con Juanita. Él viene cada tanto y se queda con nosotras.

»Yo no sabía de ti antes pero no fue demasiada sorpresa al enterarme. Es decir, Henry es joven, trabajador, atractivo y apenas se veía conmigo una o dos veces al mes, asumir que me era fiel era fantasear demasiado, no soy tan estúpida. No esperaba algo tan serio como una novia de varios años o una prometida, lo admito, pero tuve que aceptarlo.

—¿Cómo que tuviste que aceptarlo? Pudiste dejarlo, pudiste buscar la manera de hacérmelo saber... yo sí estuve siete años creyendo que me era fiel.

—No es mi problema —repitió—. ¿A qué te dedicas, Montserrat? ¿con quién vives?

—¿Que tiene eso que ver?

—Dímelo.

Montse estaba tan confundida que no se negó:

—Trabajo en una librería, vivo con una amiga.

—¿Y crees automáticamente que todos tenemos las mismas posibilidades que tú? —arremetió. Montserrat sintió una punzada de dolor en la cabeza; estaba abrumada—. No todas podemos darnos el lujo de esperar un cuento de hadas con un príncipe perfecto que dé la vida por nosotros. Mi mamá está enferma y no puede trabajar, yo apenas logro hacer turnos en trabajos informales. Henry nos da techo y comida. No es un mal hombre, jamás me ha tratado mal y es un amoroso padre con Juanita. No fuma, no bebe, es trabajador y nos quiere. ¿Me dolió enterarme de que tenía otra mujer? Sí, bastante, y lo lloré por días, peor aún cuando supe que se casaba y que me dijo que aunque yo era importante, nunca podría casarme con él. Pero no tengo opción de alejarme por ello; debo ver por mi mamá, por Juanita y por mí misma; estoy tranquila, estoy en paz, tengo estabilidad y no me atormento por otras cosas. Cuando Henry está en casa, él es nuestra prioridad y nosotros la suya, lo que haga en su ausencia no es mi problema.

—¿Y nunca pensaste en la otra mujer?

Mónica se encogió de hombros.

—No tengo por qué solucionarle la vida a nadie. Y solo por curiosidad, ¿viniste acá con qué motivo? ¿A pedirme que me aleje de Henry?

El tono hostil e incluso celoso de Mónica, desarmó a Montserrat, que se sentía peor de traicionada con ella que con Henry. Ella lo supo todo el tiempo y... era como si también se hubiera burlado.

—Lo dejé, no me importa lo que haga ahora. Vine porque creí que merecías saberlo. Me enteré hace poco y no he dejado de pensar en que no solo me engañó a mí... pero tú ya lo sabías.

—Que noble —musitó, aunque sonó a burla. Montserrat notó que lloraba y se enfureció con ella misma—. No sé realmente qué esperabas con esto, pero te pido un favor: no molestes nuestra vida. Estamos bien y Juanita tiene a su padre bien. Lo que haya pasado con Henry y contigo es problema de ustedes, no te metas más con nosotros.

Montserrat no fue capaz ni siquiera de mirarla, solo se puso de pie y caminó con apuro hacia Frank. Al verla alterada, su gesto calmado cambió a uno preocupado, pero ella no quiso decir nada; le quitó el casco de las manos y temblando se lo puso.

—Vámonos ya. Por favor.

En diez segundos él encendió la moto y se fueron, sin ver ni una vez más a Mónica ni a su niña, que reía entre la arena y el rodadero. 

🌱🌱🌱

🌱Muchas gracias por leer🌱

Cuéntenme qué les pareció la situación de Mónica►

Por mi parte (que sepan que no siempre escribo sobre cosas o situaciones que me parezcan correctas) siento tristeza por ella porque la resignación con Henry es todo lo que le queda, y si bien en otras circunstancias así habría sido el destino de Montse (recordemos que siempre ha dicho que si no fuera por Vero, seguiría con él), aquí vemos que no todas tenemos las mismas realidades, y por ende, no deberíamos juzgar. 

Mi mami siempre dice "nadie sabe con el hambre que otro vive". Y pues eso. La realidad de Mónica es muy diferente a la de Montse y las posibilidades difieren completamente. Sé que hay Mónicas reales, mujeres que deben conformarse con medias tintas y aunque me parece muy triste y desmoralizante, no lo juzgo como malo. 🌱

♥ En fin, nos leemos pronto ♥

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