9. El resfriado:

NOTA DE AUTORA:

ATENCIÓN: Esta obra NO es apta para todo público y es cien por ciento FICCIONAL. Por lo tanto, las opiniones expresadas y los hechos siguen la misma lógica. No se busca ofender a nadie, tómelo como un personaje más. Lea bajo su propia responsabilidad.  

Lo que comenzó siendo una salida nocturna y calmada, terminó con una lluvia torrencial que se derramó sobre mí. El sonido de las gotas es tan estridente, que parece metérseme en los oídos y perturbar el sentido. Los pequeños cordones de agua se escurren en un diluvio infernal hacia los desagües, mientras los escasos coches que pasan, elevan oleadas directas y grotescas a mis piernas.

Llego a mi casa con la ropa pegada al cuerpo y una espantosa sensación de incomodidad. Fría, tiesa y húmeda.

La luz se enciende de manera repentina, y una sombra fantasmal se materializa, tomando forma a medida que se acerca. Es mi padre.

—¿Dónde estabas? —Se cruza de brazos e inclina las cejas. No creo que tendría por qué importarle, siendo la primera vez que lo pregunta.

—Caminando.

—¿Caminando?

—Sí, caminando —. Por un momento recuerdo al señor Mead, el peatón solitario frente al coche policial. Una historia de Bradbury bastante interesante.

—¿Hacia dónde?

—Hacia ningún lugar en particular.

Sostiene el puente de su nariz y suspira, viendo el piso un par de segundos. Al regresar la mirada, un suave tinte de fastidio hizo mella en sus facciones.

—¿Desde cuándo haces esto, Rebecca?

—Desde que tu querida esposa se dopa.

Retrocede, asombrado por mi despiadada oración.

—Sabes que le afectó mucho la pérdida del bebé.

Hace años, cuando tenía cinco, mi madre esperaba una niña. Fue al hospital a dar a luz, y volvió con las manos vacías. Son casi nulos los recuerdos de aquella época, envases de plástico llenos de pastillas, llantos, más médicos. En la mente de un niño esta clase de cosas se decoran. En mi caso, no sé realmente si me importó, o me preocupó en alguna instancia.

—Padre. Eres tú quien decidió justificar su egoísmo y estupidez, disfrazándolo de dolor maternal.

—Ella no eligió enfermarse.

—Y yo no la elegí como madre —. Me arrastro a las escaleras con pasos torpes. El cansancio se me está introduciendo lentamente por los pies.

—Rebecca, deberías comprender su situación, ¡eres su hija! —Me habla desde abajo.

Freno para responder, observándolo por encima del hombro:

—El trato es mutuo. Si no sabe ser una madre, yo de ninguna manera me rebajaré como hija. Me avergonzaría secundar sus acciones.

Yo no amo a nadie, pero menos a quien no merece ser amado.

Tras secarme un poco me acuesto en la cama. Las sábanas rozan mi cuerpo bajo el peso de las colchas. Me siento a gusto con el calor que emana. Arrollo mis miembros y me duermo, soñando con una imagen borrosa de una mujer de vientre salido, un "Buenas noches" y un beso en la frente. Eso es todo.

Mis párpados se despegan con mucha dificultad. Sé que algo anda mal. Intento incorporarme y todo se inclina hacia un lado. Un mareo que produce el tambaleo indeseable de un organismo debilitado. Me veo obligada a sentarme en el borde y esconder la cabeza entre las rodillas. Es desagradable tener las vías cerradas. El dolor de garganta al tragar, la constante molestia de una bola de goma siendo empujada detrás de la legua. Es obvio que la lluvia fue la causante de mi enfermedad.

Regreso a recostarme sin la energía suficiente como para hacer nada más. Dejo pasar un par de horas y entonces mi padre me llama.

—¿Rebecca? ¡Vas a llegar tarde! —Mueve el pestillo y entreabre la hoja— ¿Estás aquí?

—Sí.

Termina entrando, observándome desde los pies de la cama.

—¿Te sientes mal? —Se aproxima y coloca una mano en mi frente. Sus fríos dedos brindan a mi cuerpo un poco de alivio— ¡Dios! Estás volando en fiebre. Traeré el termómetro y un antipirético.

Mis padres son enfermeros. Pero él es el más responsable de los dos, tomando en cuenta que la mujer de esta casa, no ha salido de su habitación en días. Depresión, sí. Su depresión es producto de una victimización excesiva. Un círculo vicioso de culpa e inutilidad. Se declara inútil, se siente culpable, se deprime. Y todo porque no es lo suficientemente capaz de borrar un mal recuerdo. La fortaleza está en enfrentar. La inteligencia está en prever y solucionar. Ella no es más que un humano mediocre e innecesario.

Muchos creerán que el mero hecho de haberme dado a luz, significa que le debo estar agradecida. Pues no. Me dio la vida porque era su deber. Y eso no la hace madre, la hace hembra. Una hembra que pare y protege a sus crías por instinto. Amar a los hijos, enseñarles, estar pendiente de ellos incluso aunque no lo necesiten, es decir, todo aquello que vaya más allá de una formación básica, más allá del deber, es lo que hay que agradecer. Por esa misma razón, agradezco a mi padre, en cuya médula primitiva ni siquiera prima la maternidad. Agradezco, no amo. Una cosa son los sentimientos, y otra cosa el comportamiento. Cualquier persona un poco dispuesta, sabe comportase de manera correcta. Obviamente, no quita el hecho de que siempre habrá alguien que considere a las normas flexibles, o agradables en todo momento. Las normas son fruto del raciocino, les importa un corno la subjetividad. Si alguien merece morir, se le mata. Si alguien merece castigo, se le castiga. Punto.

Volvió con lo prometido y me ayudó a incorporarme.

—Gracias.

Deja el vaso de agua en la mesa de luz y me cubre con menos cantidad de abrigo.

—Lo siento, pero tengo que ir a trabajar, cualquier cosa tu madre...

—Sabes que no es así.

Sus ojos brillan mientras me ven, ahogados en reminiscencias lejanas que generan en sus facciones suavidad y nostalgia.

—Ella te amaba muchísimo, a ti y a tu hermano —acaricia mi mejilla —. Sigue haciéndolo, sólo está demasiado triste y enojada consigo misma.

—Esa es tu forma de ver las cosas.

—Sí...pero puede que un día puedas verlo a través de mis ojos —sonríe esperanzado—. El día que quieras a alguien, intentarás ser fuerte por los dos en momentos como este.

—Papá...no hagas que sienta lástima.

Se da por vencido, dejándome sola luego de avisar que llamará al colegio.

Un repiqueteo en la ventana me despierta. Elevo la vista para encontrarme con Luciano. Cuando ve que no puedo levantarme, la abre él mismo rompiendo el cristal.

—¿Qué te pasa, Princesa? —Dice cuando analiza mi aspecto— Luces horrible.

—Rompiste el vidrio. No tienes por qué romper mis cosas.

Realiza una sonrisa ladina.

—Cariño, amo cómo te preocupas por mí.

—¿Por qué no te mueres?

Libera una risa cantarina.

—Además de ti, no he encontrado alguien que haya estado siquiera cerca —hace una pausa— pero ahora en serio...la que perece que va a morirse eres tú, ¿qué estuviste haciendo?

—Caminé bajo la lluvia.

—¿Eh? —Pone ambas manos en la madera de mi cama— ¡Qué raro! No sueles ponerte en riesgo.

—Soy inteligente, no adivina. La noche parecía normal.

Sacude la cabeza simulando estar triste.

—Una verdadera pena, yo que pensaba hacerte de todo hoy...—Acaricia un lado de mi rostro con cierta picardía.

—Busca a otra.

—Sí, pero ya se me quitaron las ganas —se sienta en el borde— tú eres mi favorita —. Hace un puchero.

—¿Qué hay de Kira?

—Se fue al extranjero.

—¿Y Lidia?

—Su novio desea matarme.

—Ah...

—¿Quieres saber por qué estás en puesto número uno? —. Se ilusiona.

—No.

—Bah, de todas formas, te lo diré —se acuesta, invadiendo mi espacio— puedo tener sexo contigo con total libertad. Te da igual si vuelvo mañana o nunca, y eres la única que realmente no le importa saber qué hice o dejé de hacer. Contigo puedo ser auténtico. Sin ataduras, sin "Oh, sí, eres el amor de mi vida" "Oh, dame un hijo" —agudiza la voz imitando a una mujer —. Y como tampoco somos amigos, no están esos celos inexplicables de los amigos con beneficios. Eres la chica ideal.

—Si tú lo dices.

—Oye, ¿necesitas algo? No sé, un té, un café. Puedo hacerte un café —. Se encoge de hombros, mirando al techo.

—No, gracias.

— Y... ¿Te molesta si me echo una siesta? Es que me buscan en la casa y no tengo dinero para un motel. No he dormido bien por culpa de esos mal nacidos.

—Viniste aquí para eso, ¿verdad?

—Como los viejos tiempos —supongo que hace referencia a nuestros primeros encuentros— una niña loca que metió a un completo extraño a su habitación... ¿Nunca pensaste en que podría traerte problemas?

—Fue lo primero que pensé.

—¿Y?

—Me da igual. Mientras no vengan, no me interesa.

—Pero, ¿y si vienen?

—Te mataré por joder.

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