8. Los monstruos:

NOTA DE AUTORA:

ATENCIÓN: Esta obra NO es apta para todo público y es cien por ciento FICCIONAL. Por lo tanto, las opiniones expresadas y los hechos siguen la misma lógica. No se busca ofender a nadie, tómelo como un personaje más. Lea bajo su propia responsabilidad.  

Antes de dar un paso en la entrada, ya veo al minúsculo tumulto colorido sentado en la escalera. Camino, dispuesta a meterme en casa e ignorarla. No me incumbe, no me interesa.

Al pasar a su lado se pone de pie, mostrando unas largas medias a rayas y un enterito azul. Sus brazos envuelven todavía al muñeco roñoso.

—¡Hola! —Sacude una mano y muestra su dentadura incompleta. Entro y cierro la puerta.

Subo a mi habitación para deshacerme de la mochila y el uniforme. Me doy una ducha, preparo algo de comer, leo un par de horas y al atardecer, saco la basura.

Cierro la puerta y cuando volteo, me sorprende una presencia:

—¿Qué haces aquí?

Se sobresalta y baja la mirada:

—¡Te estaba esperando! —Su voz chillona, aún no desarrollada, exprime tristeza y vergüenza.

Desciendo los escalones y tiro la bolsa en el envase.

—No debiste hacerlo.

—¿Por qué no? —Va hacia donde estoy yo, casi chocándose con mi cuerpo. La empujo para apartarla de mi camino— ¡Oye!

—Escucha, no debes hablar conmigo. No soy precisamente una persona grata con la que vincularse —camino de regreso—. Ve, busca amigos de tu edad y diviértete, o lo que sea. Tu madre se preocupará mucho —. Agrego con la esperanza de que la figura superior imprima en ella más respeto a mis advertencias.

—Mamá está trabajando y la niñera no vino...

—Como si eso me importara.

—Quedé encerrada afuera no puedo entrar —sus ojos se vuelven llorosos—se está poniendo oscuro, y...y...—la barbilla se le arruga en un puchero tembloroso— ¿Puedo quedarme contigo?

—No.

Eso basta para que toda su facie se tuerza y comience a berrear violentamente. La mucosidad no tarda en aparecer y cada vez grita más fuerte.

Entro, pero sus lamentos son tan estridentes y desagradables que arruinan cualquier intento de paz. Tengo que respirar profundamente para concentrarme en mis ideales, para no perder la razón y desatar la furia sobre ella.

Vierto parte de la impotencia en la puerta al abrirla y estrellarla contra la pared. La niña mocosa y corriente eleva los párpados, perpleja:

—Calla —jamás mi garganta había sonado tan fría. Cualquiera confundiría su tono con pasividad, pero la negra rabia es helada y filosa, una espada sanguinaria. Es obvio que un niño con seis años de experiencia no lo distingue. Por eso siquiera reduce el sonido—. Me quedaré contigo con tal de que te calles.

Sonríe lentamente y los hilos trasparentes de la nariz se le cuelan por los labios. Sorbe, devolviéndolos al lugar, y se limpia la cara con la manga de su brazo.

—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! —Me abraza de improvisto. Cierro los ojos y presiono el borde de la entrada con fuerza, marcando mis uñas en la madera. Es insultante ser doblegada por una masa de tejido nervioso en plena maduración. Esta niña es estúpida. Llama a la puerta de la muerte.

—Suéltame.

Lo hace inmediatamente y se sienta. Me sitúo en el otro extremo.

El silencio que ansiaba se mantiene uno o dos minutos. Lo cual es bastante, considerando que mi compañía parásita sufre de verborragia.

—¿No te asusta la oscuridad? —Mira el peluche de su regazo.

—No.

—¿Y los monstruos?

Un auto rojo pasa y sigo su camino.

—Hay varios tipos de monstruos.

—¿Cómo cuáles?

—Los monstruos reales, por ejemplo.

—¿Y esos cómo son?

—Si tanto quieres saber, te lo diré —apunto los ojos a su rostro, mostrando mi expresión natural— ellos son personas, lucen como tú o como yo y están en todas partes, pero nunca sabes cuándo y de qué manera atacarán. Es por eso que no puedes confiar en nadie.

—¿En nadie, nadie? —Sacudo la cabeza de forma afirmativa —¿Tú eres un monstruo?

Elevo una comisura en un mero impulso burlón, confirmando el alcance de mis palabras.

El cielo ya ha oscurecido, y la luna, satélite romántico, está cubierta por tinieblas grises arriba de nosotras.

—¿Crees que lo soy?

Ella juega con sus pulgares antes de responder:

—No...

—Entonces tal vez no lo sea.

Un coche frena en la vereda. Elena se incorpora y corre hacia él:

—¡Mami!

La señora la abraza al bajar del auto y revisa que esté bien.

—¡Cariño! La vecina me llamó y no pude venir antes ¿Cómo fue que pasó?

—La mujer que contrataste no vino —tira de su ropa y me señala— pero Rebecca me acompañó, ella es mi no amiga—. Sonríe con orgullo.

Su madre me obsequia un gesto guardián. Soy capaz de ver tanto el alivio por saber que su retoño se encuentra entero, como el recelo de mi cuidado. Tiene razón, no voy a negarlo.

—Buenas noches. Perdona los inconvenientes, ¿te trajo muchos problemas esta pulguita? — La cubre disimuladamente con el brazo.

No me molesto en levantarme, no tengo por qué.

—Es ruidosa —. Me encojo de hombros imperceptiblemente.

Se ríe como si lo que hubiera dicho fuese un chiste amable:

—Sí que lo es...—pasa una mano por el cabello de la infante— de acuerdo, ¡vamos a casa! —Me dedica unos segundos de su atención— Gracias.

—No hay de qué.

Le abre la puerta trasera y Elena se mete en el asiento muy entusiasmada y feliz.

El auto cruza la calle y estaciona. Ambas descienden y entran al hogar.

Todos se han ido a dormir. Las luces de las ventanas mueren fugazmente, y la penumbra invade las calles de un tranquilo suburbio. No es otra cosa, más que una invitación a la reflexión. Camino sin rumbo fijo, siguiendo el foco blanquecino de los astros. Bolas de gas a millones de kilómetros, planetas...un Universo entero alrededor de nosotros. No arriba, como dicen muchos. Es alrededor, y dentro también. Qué ridículo sería aislar un montículo de tierra con su propio centro gravitacional como lo es la Tierra. El planeta Tierra. Un punto entre puntos más grandes, más bellos. Un titilar ínfimo y finito. Somos una unidad más. Si se detienen a pensarlo, no sería extraño; después de todo, nosotros estamos vivos, y guardamos en nuestro interior organismos microscópicos, igual de vivos. En este nivel sí, dependemos unos de otros. Lo acepto como relación simbiótica, pues no afecta, sino que nutre las probabilidades de supervivencia. Ahora, queda imaginar una escala mayor, una en la que el ser humano es un microorganismo proliferando en el interior de alguna cosa (también dotada de vida) mayor, y con un mismo grado de dependencia mutua. Algunos han llamado a eso, precisamente, Universo. Pero no Dios. Si se va a un nivel más abstracto y se revisa la definición de vida, ignorando a la concepción humana (que igualmente considero bastante práctica a hora de determinarla, y por tanto aplicable), se sabrá que lo vivo no tiene por qué ser corpóreo, ni antropomórfico, ni mucho menos individual. Si bien yo exalto el individualismo, no rechazo la idea de un mecanismo inmenso en equilibrio, no rechazo la conclusión de que algo compuesto por unidades vivas, está vivo. Y si nosotros, y lo que nos conforma está vivo, entonces, al formar parte del Universo...este está igual de vivo.

Los científicos exclamarían que es un simple disparate. Que lo átomos, unidad más pequeña de la materia, no están vivos, y que los elementos formados a partir de ellos tampoco. Pues bien, quiero que me expliquen, cómo de dichos átomos, cómo de dichos elementos, si es que no reside vida en ellos, puede formarse cosa semejante.

Doy pasos lentos por el concreto desquebrajado, prestando atención a las grietas, y a los círculos lumínicos de las lámparas más allá de mi alance. El ladrido de un perro, un grillo anunciando la noche avanzada, y la infaltable humedad que se adhiere a mi nariz, son la atmósfera ideal para estar solo. A veces cierro los ojos, y me dejo arrastrar por los senderos secretos de mi imaginación, donde los monstruos a los que esa niña les teme, toman un nombre, un rostro, y un actuar enfermo.

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