7. La del baño:

ADVERTENCIA: Las opiniones dadas por Rebecca NO deben considerarse reales. Recuerden que es un personaje enfermo.

Otra cosa: Esta obra NO es apta para todo público y es cien por ciento FICCIONAL. Por lo tanto, las opiniones expresadas y los hechos siguen la misma lógica. No se busca ofender a nadie, tómelo como un personaje más. Lea bajo su propia responsabilidad.  

Entré a clases cuando sonó el timbre. La profesora ingresó minutos más tarde y dictó la clase con ese tinte de aburrimiento, cruel y masoquista, que esos que no tienen vocación escupen por la garganta. Más o menos a la mitad del horario, la mujer me nombra:

—Rebecca, ¿sabes qué se hizo Emma?

Observo el banco vacío y me percato de la alumna que falta.

—No tengo idea –. No me importa, ni siquiera supe en qué momento se fue.

La docente pone una mala cara y otra de las chicas contesta:

—La vi salir al baño hace como media hora, tal vez se sienta mal. ¿Quiere que vaya?

—No, mejor ve tú, Rebecca, que eres su compañera de banco.

—Yo soy su amiga —. Insiste.

—Señorita, usted no desaprovecha una oportunidad para ir a la cantina y escaparse, así que no la dejaré —. Los presentes lanzan una risa cómplice.

Salgo del salón con algo de fastidio en la mirada y me dirijo hacia los baños. Un sitio donde las mujeres desatan sus diversos vicios sin ser vistas por la autoridad.

Ingreso y abro uno a uno los cubículos hasta hallarla en el último.

—¡No me veas! —Grita. Su aspecto es deplorable. El rostro contraído en un mueca asquerosa y mojada por el llanto, mientras todo su cuerpo cae sin ninguna gracia sobre el sucio inodoro.

—La profesora dijo que te buscara para saber qué te pasaba.

Su alarma interna es disparada y se levanta a duras penas para mirarse en el espejo.

En el suelo, dónde ella estaba, me encuentro con un test de embarazo. Lo recojo y noto que el resultado es positivo.

—Voy a abortarlo —. Me asegura al tiempo que se peina el cabello en el espejo.

— ¿Y a mí por qué me lo dices? Que seas una asesina no me interesa —. Encojo los hombros.

— ¿Qué? — Me encara, indignada y amenazante.

No es la primera, ni la última inútil que intenta intimidarme.

—Asesino, individuo que comete asesinato. Asesinato, matar a una persona con premeditación o con otra circunstancia agravante. En tu caso, matar a un no nato porque sí.

—¡Tú no sabes nada! ¡Soy muy joven! —Chilla— ¡Tengo una vida por delante! Esta cosa es un obstáculo.

—Pero no fue un obstáculo para ti, meter el miembro de un hombre en tu vagina, ¿verdad?

—¡Maldita! —Piensa golpearme, pero soy más rápida y retengo su puño con fuerza. Miro su insignificante cara por unos segundos y eso basta para cohibirla. Víctima de mi voluntad.

—Siempre me pareció de bárbaros y estúpidos satisfacer las necesidades salvajemente, y luego, ignorar con frescura las faltas que se provocan al realizarlo. Es una prueba más de que muchos humanos son el vivo retrato de una bestia. Eres un trozo de carne sin cerebro.

—¡Cállate! Apuesto a que eres una mojigata, por eso dices cosas...

—Te equivocas, otra vez. No niego de los placeres que el sexo puede otorgar, me declaro partidaria de su expresión. Pero si llegase a quedar embarazada, mi propia inteligencia aceptaría el precio de la acción. Mi inteligencia es la que me enseñó a aplicar correctamente las reglas de este juego enfermizo para sobrevivir. No he de matar a un inocente. No porque sienta piedad, sino porque hacerlo sería la estupidez más grande y menos humana jamás cometida, ¿ejecutar sin razón? No me refiero a tus excusas. Porque si en verdad fuesen un impedimento, simplemente no te revolcarías con alguien. Ni que fuera tan difícil controlar un impulso arcaico. Lo dejaría vivir porque no soy un animal. Fui yo la responsable, y como ser pensante, cargo con la gloriosa responsabilidad de mis decisiones. Ahora, si en algún momento la criatura pone en juego mi existencia, o crece, y se convierte en un ser despreciable, así como fue mi deber darle la vida, será mi deber darle muerte, porque lo engendré. Como dije, estoy dispuesta a brindarle vida, pero no mi vida o la de otros inocentes.

—¿Y qué? —Sonríe, sardónica— ¿Prefieres que lo tenga y acabe muriendo de frío en una cuneta?

—Si tu coeficiente intelectual es tan bajo, que no puedes decirle que no a unos genitales, o darte idea de ponerlo en adopción, entonces preferiría que murieras con el feto para hacerle un favor a nuestra especie —. Se mantiene de pie, temblando, sin saber qué hacer. Le doy la espalda y me dirijo a clase, vistiendo con silencioso orgullo la capa de la crueldad que me caracteriza.

—¿Bien? —La señora sigue mi trayectoria con los ojos, impaciente.

Hago una mueca:

—Está en el baño, se siente indispuesta —. Si oculto información, es porque no me conviene meterme en problemas.

Salgo después de que el grueso de estudiantes huye a sus hogares. El cielo está poniéndose turbio, infinitas hebras grises y blancas entremezclándose en una sinfonía equilibrada. Dejo que mi pecho se expanda, llenándose de aire húmedo, y continúo mi camino. Los árboles danzan suavemente de un lado a otro, acompañan las corrientes de igual manera que lo hace mi cabello. A veces me gustaría que mi cuerpo se desintegrara, y que sus partículas fueran capaces de volar lejos, sería magnífico descubrir qué sucede al desistir de todo. Dejar de lado los incesantes cuestionamientos, las inquietudes. Porque es obvio que las tengo. Nadie, por más frío que sea, puede desembarazarse de sus problemas. No tener culpa, por ejemplo, es uno bastante agobiante. Se supone que es la principal defensa contra el mal. No necesitas aprender ciertas normas, estas coexisten con la conciencia, con el remordimiento. Pero, ¿qué sucede con nosotros, los desdichados sin ella? Hemos de optar por dos caminos. El del salvajismo, donde la maldad te consume y acaba con cualquier rastro de razón, donde se vive en un eterno desliz caótico, y donde se sacrifica el poder, la integridad, la concepción de uno mismo por una noche con la prostituta de la sangre. O el que he elegido yo, el de la templanza. Una constante lucha entre los impulsos que pugnan en el adentro, una batalla en la que se defiende lo que no se ha perdido. Se recorre el delgado límite entre la supervivencia y la locura. Porque vida no es solamente el respirar, el mantenerse en pie. Vida es la sensación de estar vivo, y es gracias a la razón. Es lo más precioso que tengo. Si muere, moriré con ella.

Muchos dirían que estoy enferma. Pero cada vez que prendo la televisión, cada vez que un video viral aparece en la computadora, cada vez que oigo la radio, o cada vez que salgo a caminar, pienso en una sola cosa: Si eso es estar sano, prefiero ser la que padece.

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