6. Vecina nueva:
NOTA DE AUTORA:
ATENCIÓN: Esta obra NO es apta para todo público y es cien por ciento FICCIONAL. Por lo tanto, las opiniones expresadas y los hechos siguen la misma lógica. No se busca ofender a nadie, tómelo como un personaje más. Lea bajo su propia responsabilidad.
Ha pasado una semana desde aquel curioso impulso paternal por parte de mi progenitor. Ambos se han percatado de lo mal que está su hija. Se han dado cuenta de que hay cosas que no se cambian con deseos, cariño o drogas. Mi madre es como el artista que abre los ojos y percibe su obra maestra, y todo lo bestial que hay en ella, aprecia la furia de sus pinceladas, los blasfemos errores de la creación. Y, preso de los gritos de su genio creativo, no le queda de otra más que cubrir con el lienzo blanco y apartar la cara, olvidar que tuvo la indecencia de dedicarle tiempo al leviatán de pintura. Pero es peor, porque ella tiene la carga de la carne, de haberme engendrado, de que yo haya salido de sus entrañas. Mi padre, en cambio, es un escultor anciano. Ve una piedra dura e inquebrantable, y se sienta en su taburete a observarla, encontrar un punto dónde clavar el cincel. Porque está renuente a abandonarla, porque cree que allí cabe una musa, que allí cabe belleza. La levantará hasta astillar su columna, y con un suspiro pesaroso, no morirá sin terminar el tallado. Mas esa piedra tiene voz, y lo desalienta con cada respiro suyo, con un "No hay nada; romperás, llegarás al núcleo y te encontrarás con lo mismo".
Me he sentado afuera a ver los autos pasar debajo del pórtico. Sola. Nelson está en el centro de discapacitados y ellos se hallan en el trabajo. Silencio humano. Un par de susurros de coches, aves y un camión.
El vehículo se detiene en frente junto a dos más, en la casa deshabitada con el cartel de "Se vende".
Analizo de reojo las cosas que bajan, y juego internamente a sacar conclusiones de las personas que la ocuparán.
Veinte cajas pequeñas. Muchos adornos, posiblemente coleccionen jarrones.
Una mesa algo pequeña y sus sillas. Familia poco numerosa.
Una cama matrimonial nueva. Pareja joven o divorciada reciente. Suelen ser ellas quienes usan de dos plazas.
Una cama rosa con unas mariposas en los constados. Una...
—¡Hola! —Fijo la vista en un ser minúsculo— Soy Elena, ¿cómo te llamas?
La niña no cuenta con más de cinco o siete años. Le faltan un par de dientes y tiene el cabello castaño en una melena muy mal cortada. Abraza un peluche fabricado con retazos que ha perdido un ojo.
Dudo en contestarle, de hecho, planeaba no hacerlo, pero la chiquilla no entiende indirectas, y tampoco distingue el peligro de hablar con un desconocido.
—Rebecca.
Abre la boca en una circunferencia enorme y da pequeños saltos de alegría. Evidentemente sufre de hiperactividad.
—¡Qué lindo nombre! —Recuerda que ha omitido información y abre sus enormes ojos café— Yo me acabo de mudar a esa casa de ahí— se da vuelta y señala la construcción de la mudanza, luego se vuelve hacia mí, sonriendo—. Mami dice que es un buen barrio, pero no hay muchas flores, así que no creo que lo sea—. Frunce el ceño, molesta.
—Es un nombre común, y un barrio común —. Continúo escaneando el frente, sin siquiera dirigirle una mirada. Ella, totalmente indiferente a mi desplante, se sienta al lado en la escalera para ver lo mismo que yo. Logra callarse un rato que no son más de dos minutos.
—¿Cuántos años tienes?
Su expresión me indica que no lo hace con ninguna intención en particular. Eleva sus comisuras otra vez e inclina la cabeza, dejando que el lado corto de su cabeza se despeine todavía más.
—Haces demasiadas preguntas —. Escupo.
—¡Perdón! Papá siempre me dice que no debo molestar a la gente, ¿te estoy molestando?
Una niña no es lo suficientemente importante como para molestarme, si estoy perdiendo el tiempo con ella es porque no hay otra cosa que me distraiga en este instante.
—No.
—¡Qué alivio! —Suspira, moviendo su flequillo— ¿Entonces?
—¿Qué?
—¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete —. Se nota que desea que yo le pregunte, pero como no lo hago, decide que es mejor que sea ella quien otorgue la información no solicitada.
—Oh, ¡yo tengo seis! ¡Cumpliré siete el año que viene! Estás invitada a mi cumpleaños —estira la mano y la deja extendida. Alzo una ceja, extrañada. ¿Qué pretende? No cumple con ningún patrón de comportamiento normal en un niño de seis años, de seguro sufre alguna psicopatía sin diagnosticar— ¡Tienes que estrecharme la mano! —Se ríe por mi dureza.
Lentamente llevo mis dedos a su palma y la aprieto. Ella aprovecha y la sacude violentamente unas tres veces.
—¡Bien! Ahora somos amigas.
— Yo no tengo amigos —. Sentencio.
Gira el cuello con rapidez cuando lo expreso:
—¿Por qué no?
—No los necesito.
—Pero...¡todo el mundo necesita amigos!
—Yo no.
Se queda pensativa unos instantes, rascándose la barbilla, y después eleva su pequeño dedo índice.
—¡Entonces seré tu no amiga!
—¿No amiga? —Reitero para saber si escuché bien aquel invento tan absurdo.
—¡Sí!
La voz de una mujer llama nuestra atención:
—¡Elena, ven para acá! —Su madre habla desde la otra acera.
—Es mi Mami, tengo que irme —. Se para enérgicamente y voltea una última vez— ¡Nos vemos luego! —Golpea mi coronilla como si se tratara de un perro y sale corriendo. Las dos se van adentro de la casa, la niña pegando brincos de aquí para allá.
Pienso en el término que implementó. Los amigos no existen, sólo son personas que requieren de ti por alguna razón, ya sea para huir de la soledad, o para divertirse algunos meses o años. No hay ninguna conexión de ningún tipo. Es simplemente el instinto de la manada. La maniobra del débil dependiente. Se unen entre sí porque comparten ciertos gustos o circunstancias que generan una relación simbiótica. Como ocurre con Luciano y conmigo. Sexo. Nos une el sexo y ya. Lo bueno es que ninguna de las partes es dependiente, por lo tanto, los beneficios de nuestra convivencia se exprimen al máximo. Ningún estúpido temor de pérdida, ningún límite por la ofensa. Nada nos detiene. Esa niña es demasiado inocente para comprender el delgado mecanismo de la vida, le queda mucho por aprender. Será un recipiente lleno de jolgorio alegre y puro, pero tarde o temprano sabrá, si es que fue dotada de inteligencia, que será mejor caminar por su cuenta. La principal manera de estar a salvo es mantenerse solo, y eso ni siquiera asegura que te resguardes de ti mismo.
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