12. Abusivo:

ADVERTENCIA: La violencia sólo trae más violencia. Recuerden que Rebecca está enferma.

Algo más : Esta obra NO es apta para todo público y es cien por ciento FICCIONAL. Por lo tanto, las opiniones expresadas y los hechos siguen la misma lógica. No se busca ofender a nadie, tómelo como un personaje más. Lea bajo su propia responsabilidad. 

 
Al terminar la tarea, me siento en las escaleras de la entrada, como siempre. Es gustoso sondear cada fragmento del barrio, en silencio, igual a un gato buscando las ratas.

Justo un ratón se me ofrece: Elena está cubierta de tierra y una rodilla raspada le sangra. Llora a mares de dolor, humedeciendo el cemento del suelo. Aún trae su mochila de mariposas y flores, aventuro que acaba de venir de la escuela, y no le fue bien.

—Ve a llorarle a tu madre — . Muevo el mentón hacia su casa.

Quita el antebrazo de su compungido rostro y habla entre sollozos:

—¡No está!

—¿Y la niñera?

—Me escapé de la escuela antes de que viniera —cierra los ojos y arruga las facciones en un espasmo angustioso—. ¡Los niños son malos! ¡Monstruos!

—Ah...te lo dije.

—Ellos me pegaron. Me pegaron porque quise liberarla —. De su bolsillo saca un bollón, dentro hay una mariposa que se está quedando sin aire. Los imbéciles se olvidaron de agujerearle la tapa. Lo tomo sin pedirle permiso y la abro. El bicho sale volando, alejándose, perdiéndose entre las copas de los árboles.

—Ya está, arreglado.

—No...

—¿Ahora qué?

—Es que la mariposa era de Antonio y...

—No, esa mariposa no es de nadie. Es un insecto, forma parte de la naturaleza.

— ¡Yo dije eso! La saqué del salón e intenté soltarla. Ellos se enojaron, me tiraron y después corrí hacia aquí. Tengo miedo...

—Es absurdo tener miedo de un par de niños.

—Pero dijo que su hermano mayor me iba dar mi merecido...¡Y él es muy, muy grande! —Al imaginárselo, las lágrimas regresan— Él también les pega a todos y les roba sus cosas.

—Un abusivo...—. Saboreo la palabra con la lengua en mi paladar— Está bien, te acompaño.

Camino con las manos escondidas en los bolsillos, actitud pasiva y estoica. Elena no deja de observar a los lados, nerviosa.

—¡Me duele!

Por el rabilo del ojo la veo cojear, la sangre sigue saliendo de su articulación lastimada.

—Ve a la enfermería cuando lleguemos.

—No puedo caminar —. Gime.

—Avanza.

Da otro paso y se cae, lanzando un grito.

—¡Auuu! —La rodilla mancha la acera, y sus finos dedos temblorosos presionan la pierna herida, acompañando el movimiento del pecho convulsionando en lamentos.

Asegurándome de que le es imposible continuar, la cargo en mi espalda, soportando sus muslos con las manos. Es ligera para su edad.

—Ni una palabra.

Ambas callamos el resto del viaje.

La escuela aparece en nuestro campo de visión, una estructura que ya me es conocida. Sus ventanas -polvorientas en los bordes- vistiendo cortinas desteñidas. Los arbustos y las flores cercando el sendero de piedra, también deslucido por el desgaste. Todo yace igual.

Mis ojos se posan sobre un mocoso y alguien más grande. Debe ser el susodicho.

—Están ahí —. Recuesta la frente en mi nuca, escondiéndose.

—Míralos —sigo adelante— míralos sin miedo. Piensa que tú eres mejor que ellos.

Marcho tranquila, fijándome exclusivamente en la figura mayor. Es más alto que yo.

Me detengo frente a ellos y bajo a Elena. Nos sonríen con pesadez. Tanto el niño como el otro.

—¡Hermanito! ¿Esta es la puta que te está molestando? — Me ignora por completo, observando a lesionada. El tipo tiene problemas de drogas. Las córneas hundidas y los tics constantes son una clara señal— Puta, ¿te gusta que te llamen así? Puta...

Ella no retrocede, se queda a mi lado y frunce el ceño, dejando caer un par de lágrimas:

—Es una palabra fea –. Exclama con bronca.

—Oh —se inclina, mostrándole sus dientes amarillentos— ¿me estás enfrentando? ¿Es eso? ¿Trajiste a tu amiga para que te protegiera? —Por primera vez cruza la vista conmigo— Pues les voy a dar una paliza a las dos.

Agarra a Elena por el pelo, tirando de él. Le hace soltar un alarido mientras sus brazos buscan con desesperación quitárselo de encima.

—Oye... —sin dejar de reírse, gira su cabeza para prestarme atención— bájala. Arreglemos esto los dos.

—¿Crees que puedes ganarme?

"Creo que puedo matarte".

—A un marica como tú, sin dudas.

Eso lo hace enojar, porque la deja libre. La niña cae, y su hermano la retiene.

—¿Qué dijiste? — Se me pone muy cerca, tanto que su fétido aliento choca con mis pómulos.

—Ma...ri...ca.

No tarda en abalanzarse sobre mí. Corro, dirigiéndome al viejo fondo de la escuela; un lugar apartado, lleno de basura y restos. Escucho sus pies siguiéndome lentamente. El exceso de confianza es el arma del contrincante, y yo nunca desaprovecho una.

Me detengo contra la pared. Sin testigos. Rápidamente tomo un envase de papas. Sin huellas.

— ¿Por qué huyes? Sólo vamos a divertirnos...—Ya está más cerca. Observo los alrededores. No hay cámaras.

El semáforo está en verde.

Quito el hierro de un banco roto y lo envuelvo con la bolsa. Lo balanceo, probando su peso, y me oculto entre los escombros, flexionándome.

Concentro mis sentidos en el objetivo. Mis músculos sienten la tensión de la excitación, tiemblan por la energía que los recorre. Inhala, exhala. El depredador previo al festín, relamiéndose sin emitir sonido.

Un azulejo es tocado por la suela. Mis pupilas se amplían.

Una botella de plástico es aplastada. Revelo los dientes.

Un murmullo al respirar. Ataco.

Su aturdimiento es el mayor de los premios cuando la vara le golpea una de las piernas. Esta se dobla en un mal ángulo y cruje, e infiel a su dueño, lo arroja directo a la mugre, donde pertenece.

—¿Qué te parece? Dije que podía con un marica — . Elevo el tono para que me oiga por sobre sus bramidos.

Desde allí, me regala una mirada algo desorbitada y pálida, como el resto de su cara.

—¡Estás loca! —Retrocede, arrastrándose con terror. Un gusano, una lombriz miserable.

Levanto el tubo y juego con él unos segundos.

—No sé, tú eres el que se divierte golpeando a los débiles. Es un acto amoral —apoyo el extremo del arma y la muevo descuidadamente, formando una línea en el suelo a medida que me arrimo—. Eres un abusivo, ¿entiendes? Dilo...—espero, mas no responde— ¡Dilo! —Golpeo su otra pierna, fracturándola también. Sus chillidos me irritan, pero se siente bien doblegarlo. Es maravilloso dar fin a una injusticia.

—¡S-soy una abusivo! —gimotea— ¡Soy un abusivo!

—Muy bien —pronuncio, sarcástica—. No era tan difícil...ahora di "No lo haré nunca más" —. Veo la sangre, río rojo extendiéndose por sus pantalones. Sí, al menos una de las dos fracturas es expuesta.

—No lo haré nunca más, ¡no lo haré nunca más! ¡No lo h-haré! — Va a desmayarse de dolor.

—Excelente...—. Me voy por donde vine.

—¡Me las pagarás, perra! ¡Te meteré en la cárcel!

—Si intentaras hacer eso, diré que mi vecina vino a buscarme porque la estaba molestando un bravucón, y que allí el hermano drogadicto me llevó a rastras a esta clase de baldío e intentó asesinarme. Yo, muy asustada, actué en defensa propia —me encojo de hombros—. Sólo un tipo bajo los efectos de los estupefacientes, queriendo matar a una joven. Fácil de creer — . Dejo el metal en un susurro oxidado y guardo la agarradera improvisada en los bolsillos.

Me retiro con simpleza, regresando al frente. El chico permanece sosteniendo a Elena por la fuerza. Mira por arriba de mis hombros y quien espera no aparece.

—¿Dónde está mi hermano? —Reclama.

—Le di su merecido, como tú decías. Búscalo.

Sale corriendo, dejando a la niña en paz.

—Larguémonos de aquí —. No vale la pena que regrese a clases, ya terminaron hace rato.

Ni el shock de lo sucedido logra opacar su curiosidad, porque me interroga nada más salir:

—¿Va a estar bien?

Me distraigo con el cantar de los pájaros y la calidez del ambiente.

—Probablemente vuelva a caminar.

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