Viejos amigos

Lucía seguía sosteniendo las dagas mientras le sonreía y Cedric hacía lo mismo con su espada aun en la mano. No sabía por qué, pero su instinto le impedía bajar la guardia. Aunque con la facilidad con la que la chica había despachado a los tipejos que le habían acorralado en el callejón sabía que con él no tendría ni para empezar. Era muy buena en lo que hacía y ella lo sabía e incluso a veces se llegaba a jactar de ello, quizás su mayor punto flaco era ese, su arrogancia y su ímpetu.

Se quedaron unos segundos más analizándose hasta que Lucía guardó las armas, momento en que Cedric hizo lo mismo y decidió contestar por fin a su pregunta.

— No hubiera sido prudente despedirme visto lo visto— dijo señalando a los matones que yacían en el suelo del callejón.

— Seguramente— concedió ella— algunos hemos recibido una visita cortesía de nuestros amigos los Ponzoña.

— ¿Tú también?

— Si y Octavio también. — Esto último lo añadió con un poco de tristeza.

A Cedric no le hizo falta que dijera más, habían cogido al contrabandista.

— ¿Dónde lo tienen? — preguntó Cedric.

— Los Ponzoña no hacen prisioneros— respondió Lucía con voz neutra— le mataron tres días después de irse.

» Se fue poco después de que nos pagaran, pero le cogieron al norte cerca de las ciudades de lagos. Le mataron, trajeron su cadáver de vuelta y lo dejaron tirado como a un perro en la puerta de la Cueva del Draco.

Cedric apretó los dientes maldiciendo, Octavio le caía realmente bien. Esos cabrones de los Ponzoña no se andaban con sutilezas, habían puesto precio a sus cabezas y no pararían hasta matarlos a todos. Tenía que pensar en un nuevo plan para escapar de la ciudad con Arienne.

De repente los peores pensamientos pasaron por su mente, si le habían encontrado Arienne no estaría tan segura.

— Tranquilo, la he estado vigilando— se anticipó Lucía leyéndole el pensamiento— después de que vinieran a por mí te busqué. No te encontré, pero a ella sí. Me fue bastante difícil dar con tu chica, pero supuse que no te irías de aquí sin ella así que la estuve vigilando por si aparecías.

— Gracias por todo Lucía, pero ahora tengo que ir a hablar con ella.

Cedric hizo ademán de despedirse, pero la muchacha se lo impidió. En un par de zancadas Lucía se puso a su lado cogiéndole el brazo.

— ¿Es que estás loco? — le espetó la joven— si te presentas allí ahora os condenarás a los dos. Estoy segura que si estos memos te han encontrado no ha sido casualidad. Seguro que algún otro caza recompensas puede haber sabido de Arienne y tener a alguien informándole de cómo está o si has contactado con ella.

Lucía tenía toda la razón, tenía que calmarse y pensar. Aún estaba acelerado por el combate y su plan se acababa de ir a pique no era motivo para no pararse a pensar un plan. Los cinco asesinos que habían ido a por él sabían que vendría a por su barco y si no hubiera sido por Lucía ahora estaría muerto. Lo primero era lo primero, tenían que irse del callejón, no era prudente quedarse allí con los cuerpos de cuatro de sus atacantes y menos aún si uno había escapado con vida.

— Tienes razón — concedió a la chicha— ¿tienes algún lugar donde esconderte?

— Más o menos— respondió ella.

— Bien, vamos.

Antes de salir del callejón se parapetó tras unas cajas que había en la esquina y empezó a cargar sus pistolas.

— No quiero cometer más errores de novato— admitió Cedric mientras seguía cargado. — ¿Donde tenemos que ir?

— Es un almacén abandonado cerca de aquí— respondió Lucía.

— ¿Sabe alguien más que estás allí? — inquirió Cedric.

Lucía desvió un poco la mirada antes de contestar.

— Estoy allí con unos amigos— respondió vagamente.

Le estaba ocultando algo, estaba más que seguro de ello.

— ¿Los conozco? — preguntó de nuevo.

— Si.

En ese momento una idea surgió en su cabeza, los Ponzoña no solo habían puesto precio a sus cabezas, todos los implicados en el trabajo se encontrarían en la misma situación.

— Mierda Lucía, no me jodas— le espetó Cedric.

La cara de la chica fue suficiente para confirmar sus temores.

— ¿Qué querías que hiciera? Los Ponzoña nos han sentenciado a todos— se justificó ella— lo más lógico era que hiciéramos frente común. Ademas Calaon...

Cedric se detuvo antes de terminar de cargar la pistola y le gritó furioso.

— ¡Calaon! ¡Creía que estabas hablando de Piedrafría! ¿Cómo se te ocurre volver a trabajar con él?

— ¡Por lo menos no se ha escondido en un agujero durante un mes! — Le replicó ella.— ¡Es el único que parece tener algo parecido a un plan!

En otra situación Cedric la habría mandado a la mierda en ese momento, pero quizá tenía razón. Su idea de esconderse de los Ponzoña y largarse con su barco no había resultado para nada como esperaba y necesitarían toda la ayuda posible para salir de esa. Aun así, trabajar otra vez junto a Calaon le ponía de los nervios. El errante le había manipulado a él y a los demás a su antojo metiéndoles en un trabajo casi suicida, que les había hecho enfrentarse a una de las familias más poderosas de todo el delta.

Su único consuelo es que el brujo se encontraba en la misma situación que ellos. Pero a pesar de eso esta vez iba a ser mucho más cauto al tratar con él, no quería verse metido de nuevo en un plan que acababa estallándole en las manos.

— De acuerdo— concedió Cedric a regañadientes— pero si no me convence su idea me largo.

Lucía asintió y esperó junto a él a que tuviera listas sus pistolas. Después salieron de su escondite y se dirigieron hacia el almacén. Se movían intentando mezclarse con la gente en las calles más transitadas, ocultando sus rostros a los demás transeúntes. Pero a unas pocas calles de su destino tuvieron que detener su avance. La calle estaba bloqueada casi por completo por una aglomeración de gente que se apelotonaba cerca de la esquina a una de las callejuelas colindantes, allí un grupo de guardias de la militia intentaba impedir el paso a la gente y dispersar a los curiosos sin mucho éxito.

Cedric le dirigió una mirada de sorpresa a Lucía, pero la chica solo se encogió de hombros. Ninguno de los dos sabía que estaba pasando. Así que decidió acercarse disimuladamente a los curiosos para enterarse de que estaba sucediendo.

— ... seis desde que el monstruo empezó a matar — escuchó que le decía un pescador a una mujer.

— ¿Quieres decir que ha sido el devorador? — contestó esta horrorizada.

— ¿Quién si no? — preguntó el pescador de nuevo. — Por lo visto el callejón estaba lleno de sangre y vísceras.

— No era una chica sola— añadió un hombre regordete junto a ellos— por lo visto eran dos, un hombre y una mujer.

— Una puta y su cliente— sentenció un anciano uniéndose a la conversación.

Cedric desconcertado por la conversación dirigió una mirada inquisitiva a Lucía y esta le hizo una señal con la cabeza para que se fueran. Pero antes de poder dar un paso un murmullo entre los curiosos que se encontraban tras ellos les hizo darse la vuelta.

Dos jinetes custodiados por un grupo de guardias se acercaban por el otro extremo de la calle. Los guardias abrían paso a los jinetes y apartaban sin muchos miramientos a los ciudadanos que se iban apelotonando hacia las paredes de los edificios colindantes para abrirles paso.

Pronto Cedric y Lucía se encontraron apelotonados junto al resto de conciudadanos sin poder moverse mientras la comitiva pasaba delante de ellos.

El primer jinete era un joven apuesto, no mucho mayor que Cedric. Era alto y atlético, su porte y la arrogancia con la que miraba a la gente que se apiñaba a su alrededor delatan su origen de noble cuna. Iba ataviado con un peto de acero con el escudo de la ciudad, la torre de piedra sobre la colina que representaba a meridiem había sido labrada con todo detalle y resplandecía con el brillo del acero pulido. Los colores de sus calzas y las mangas de su camisola eran los típicos verde y azul de la militia, pero se les había cosido una filigrana con forma de olas que representaba el emblema de su familia, era Adriano Marea, el capitán de la guardia.

Tras él con montada en un corcel negro había una mujer morena, con el pelo corto. Era alta y corpulenta, también vestía un peto de acero con el escudo de la ciudad, aunque sobre este habían grabado una frase: "Semper libera". Era el antiguo lema de Meridiem "Siempre libre", escrito en delita antiguo. Su espalda estaba cubierta por una capa de tela azul oscuro en la que se había bordado el escudo de su familia, un puño rojo sobre campo azul del mismo color que su capa. Esta se sujetaba a su armadura con unos broches en las hombreras también con forma de puño. Era Selenne Liberto, la comandante de la militia y la máxima autoridad militar en la ciudad.

Aunque lo que más llamaba la atención era su cara, una terrible cicatriz en forma de "y" surcaba la parte derecha de su rostro. Esta cruzaba su sien hasta el ojo, que cubría con un parche de tela negro. Allí se bifurcaba en dos, una parte pasaba sobre el pómulo hasta llegar cerca del lóbulo de su oreja y la otra le llegaba hasta la parte superior del labio haciendo que este se retorciera ligeramente hacia arriba, haciendo que enseñara siempre los dientes dándole una expresión de enfado permanente.

Cedric había oído historias sobre esa mujer, igual que toda la ciudad. Era una militar de lo más competente que no dudaba en luchar junto a sus hombres en caso de que la batalla lo requiriera. Pero sin duda la historia más famosa era la de la batalla de las marismas donde había perdido el ojo y se había ganado esa cicatriz.

Años atrás un gran señor de Trasia, Ashet el "terror rojo", había decidido anexionar Meridiem a su pequeño reino. Los trasos no son más que una nación reyes piratas y mercaderes unidos por una serie de frágiles alianzas y ese señor en concreto se lanzó a la conquista de la ciudad sin el apoyo de sus pares por suerte para los habitantes del delta. Aun así, logro reunir una impresionante flota de mercenarios y piratas bajo su bandera y derrotó la pequeña armada de la ciudad fácilmente haciéndola huir, logrando ocupar las marismas al sur de Meridiem. Pero no pudo hacerse con la ciudad, siendo obligado a intentar doblegar la ciudad mediante un largo asedio.

La comandante Liberto esperó pacientemente a que los piratas y mercenarios del ejercito de Ashet se enfrascaran en saqueos y luchas internas debido al cansancio del asedio, haciendo que su disciplina y lealtad hacia su señor menguara.

Entonces sobornó a uno de los piratas que seguían a Ashet para que la sacara de la ciudad y la ayudara a reunirse con los restos de la armada. Una vez con ellos y con la ayuda de varios mercenarios piratas que reclutó mediante el soborno y el engaño asestó un demoledor golpe por sorpresa contra la flota personal del "terror rojo".

La lucha fue encarnizada y estuvieron a punto de ser rechazados, pero el resto de la flota se Ashet tardó en responder o ignoraron deliberadamente las peticiones de ayuda de su patrón hasta ver quien se hacía con la victoria.

La comandante Liberto aprovechó ese tiempo para asaltar el buque insignia del "terror rojo" y hundirlo junto al señor traso, lo que hizo que el resto de su ejército se disgregara y huyera. A pesar de todo la comandante fue gravemente herida y aunque se recuperó de sus heridas quedó marcada para siempre con esa horrible cicatriz.

Cedric estaba seguro que lo fuera que estuviera pasando en el callejón era gordo si el capitán de la guardia y la comandante de la militia estaban allí. Pero no quería quedarse para averiguar que era, había demasiados guardias en el lugar y una rata de callejón como él empezaba a sentirse incomodo con tantas fuerzas del orden a su alrededor, así que le hizo una señal a Lucía y juntos se escabulleron en dirección contraria.

— ¿Qué es todo ese cuento de un monstruo? — preguntó Cedric cuando estuvieron alejados del gentío.

— Ha habido varias muertes en la ciudad estos días— le explicó Lucía— ocho con los dos de hoy, por lo visto todos parecen que han sido devorados, al menos en parte. Al principio pensaron que era un draco, pero aún no han encontrado a la bestia y la gente empieza a estar asustada.

— No es la primera vez que un draco llega a la ciudad flotante y se come a alguien— dijo Cedric mientras seguían caminando hacia su destino.

— Si, pero parece que solo ataca a las putas y a dos de ellas las mató en la ciudad vieja.— argumentó Lucía.

Cedric sabía que era difícil que un draco cruzara las murallas que separaban la ciudad vieja de la ciudad flotante y también que fuera tan selecto con sus víctimas.

— Además nuestra querida comandante— añadió la chica señalando con la cabeza hacia la calle donde habían estado— encerró al sumo sacerdote de Ardan poco antes de que empezara todo y los ardanitas han empezado a decir que es un castigo divino y que el devorador atacará a todos los que no sigan la fe.

— ¿Qué encerró al sumo sacerdote de Ardan? — Cedric estaba atónito— joder no sé si la comandante tiene muchas pelotas o está loca.

Lucía soltó una carcajada antes de contestar a Cedric.

— Bueno, los ardanitas nos han declarado la guerra por herejes, así que la comandante encerró al sumo sacerdote en la cárcel y prohibió el culto a Ardan hasta que terminara todo.

Cedric sonrió al imaginarse al sumo sacerdote en una de las celdas de la cárcel, después de su paso por el orfanato no sentía ninguna simpatía por los representantes de ninguna de las iglesias que había en Meridiem.

De repente Lucía le hizo una señal con la cabeza y torció por un callejón.

— Es aquí. — Le dijo señalándole un destartalado edifico.

El almacén parecía que estuviera a punto de derrumbarse, tenía todas las puertas y ventanas tapiadas con tablones de madera, además de una miríada de agujeros en el techo.

— Que acogedor— bromeó Cedric antes de seguir a Lucía al interior.

Lucía apartó unas maderas que había en uno de los laterales del edificio, dejando al descubierto un pequeño agujero por el que entraron. Después subieron unas destartaladas escaleras hacia el segundo piso, Lucía iba abriendo camino y Cedric la seguía. En el segundo piso llegaron a una destartalada puerta que les impedía el paso, antes de entrar Lucía dio dos golpes rápidos a la puerta, hizo una pausa y dio tres más.

— Soy yo— dijo después la chica antes de entrar.

Cedric la siguió al interior. Al lado de la puerta, con una pistola de pólvora en la mano estaba Rad.

La cara del gnomo se iluminó al ver a Cedric y rápidamente le dio un fuerte brazo. Cedric estaba encantado de ver a su viejo amigo, no se esperaba encontrarlo allí, aunque Rad le había ayudado en su trabajo no creía que los Ponzoña le sentenciarían a muerte también. Pero esa familia de asesinos era implacable.

Después de saludar a su amigo dio un vistazo a su alrededor. Tangart también estaba allí, sonriéndole desde el fondo de la habitación, a su lado sentados a una desvencijada mesa estaban Piedrafría, Zoyla y Calaon.

— Vaya, por fin estamos todos— dijo el errante con una sonrisa sombría.

Cedric le devolvió una mirada gélida. El errante no le caía bien y él lo sabía, tampoco estaba seguro de poder confiar en Zoyla y mucho menos en Piedrafría. Pero quizá entre todos los que estaban allí podrían plantar cara a la familia Ponzoña.

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