Piratas de agua dulce
La tormenta se había convertido en un aguacero torrencial que sin duda terminaría por desbordar el Arn, la densa cortina de lluvia y la oscuridad del cielo hacían que el barco traso apenas se pudiera distinguir desde la Libélula. Cedric en un principio se había alegrado por el diluvio, sabía que los ayudaría a ocultarse y podrían acercarse a su objetivo más fácilmente, pero ahora no estaba tan seguro de que les fuera a facilitar las cosas. El meandro de los Náufragos era un lugar peligroso, los laterales del cauce del río estaban plagados de rocas y arenales que podían hacer encallar o hundir a cualquier barco; con la escasa visibilidad de que disponían, si los atrapaba una mala corriente no se darían cuenta de que iban hacia su muerte hasta que fuera demasiado tarde.
Lucía se acercó a él cubierta con una capa raída y gastada, tanto o más que la suya, en la mano llevaba una flecha con una extraña pelota en la punta, que empezó a zarandear frente a él.
—¿Estás seguro de que este trasto arderá?
—Es un invento de Rad, seguro que funciona. —Por la cara que puso la chica no le pareció que estuviera muy convencida, así que se extendió en su explicación—: Dentro de esta bola de brea hay una botella de cristal con un aceite muy inflamable. Es aceite de draco tratado con no sé qué más, arderá con muchísima fuerza, en cuanto se rompa la botella y el líquido entre en contacto con la brea se incendiará instantáneamente.
Lucía siguió mirando la flecha con mala cara.
—Pero con este aguacero no va a prender.
—Tranquila, da igual que la vela esté mojada, la brea hará que prenda igualmente y la lluvia conseguirá que el aceite se esparza aún más. Solo tienes que acertar tu objetivo.
—Yo siempre acierto —replicó la chica, un poco molesta, antes de dar el tema por zanjado. Aun así, no parecía del todo convencida. Ni siquiera él lo estaba, pero tenían que probarlo, mejor usar un pequeño incendio para distraer a la tripulación que abrirse paso a golpes hasta la bodega del barco.
Según su plan, Tangart, Calaon, Lucía y él saldrían de la Libélula en la pequeña canoa y se acercarían con cuidado al barco traso, mientras que Octavio mantendría su barco a poca distancia para poder recogerlos después. Lucía dispararía una de las flechas incendiarias contra la vela mayor del barco y el fuego mantendría ocupada a la tripulación mientras ellos subían al castillo de popa y eliminaban al timonel. Entonces la chica se quedaría al timón haciéndose pasar por el marinero, los demás bajarían a la bodega y se encargarían de los mercenarios que vigilaban el cargamento. Una vez se hicieran con la mercancía que quería Calaon, dirigirían el mercante traso hacia las rocas para que encallara, saldrían con la canoa y harían una señal a Octavio para que los recogiera con su barco.
Sobre el papel parecía un plan eficaz, incluso fácil, y en alguna otra ocasión habían hecho algo parecido y había funcionado. Entonces, ¿por qué estaba tan nervioso? Aún tenía esa sensación de que algo no funcionaría. La apabullante cantidad de dinero que les ofrecía Calaon le había hecho olvidarse de su instinto en un principio, pero sus dudas sobre el trabajo iban en aumento y ahora que estaban a punto de dar el golpe esa sensación de desazón que albergaba en su interior se había vuelto mucho más intensa. No eran los típicos nervios que a todo el mundo le asaltan antes de dar el primer paso, era algo más, algo que le decía que no saldrían bien parados.
Pero ahora ya era tarde para echarse atrás, se dio la vuelta para echar un vistazo a su objetivo, la Dama Azul estaba cerca. Octavio había ralentizado la marcha para que los alcanzara justo al anochecer, podía ver unas pocas luces en cubierta, seguramente de alguna lámpara que los marineros usaban mientras faenaban bajo el temporal; ellos, en cambio, solo dispondrían de la luz de los relámpagos que rasgaban el cielo. Se apresuraron a poner a punto su equipo y se dispusieron a subir a la canoa, después Octavio se despidió de ellos y les lanzó una gran lona que usaron para cubrir su pequeño bote. Aunque todo un barco lleno de marineros borrachos podría pasar desapercibido bajo esa tormenta, no querían dejar nada al azar, además, los mantendría secos durante un rato.
Usaron la corriente del Arn para acercarse lentamente al otro navío, los cuatro iban totalmente tumbados sobre la piragua, el único que asomaba un poco la cabeza era Tangart, que les indicaba cualquier corrección que tuvieran que hacer en la trayectoria de su bote, entonces Cedric y Lucía cogían los remos y empezaban a bogar para corregir el rumbo. Calaon, por su parte, estaba encogido en la parte de popa, silencioso como un muerto, desde que la tormenta se había desatado sobre ellos no le había oído decir una sola palabra y ahora que estaba cerca suyo podía ver cómo sus labios se movían como si estuviera rezando en voz baja, parecía que su estoico patrón tenía miedo de las tormentas.
En cuanto estuvieron situados en paralelo por el lado de babor, Tangart dio la señal, quitaron rápidamente la lona y Lucía se preparó para disparar mientras Cedric y Calaon cogían los remos y dirigían el bote hacia la popa a toda prisa. Lucía cargó la flecha incendiaria y apuntó con cuidado; a pesar de la lluvia y del peso extra que llevaba la flecha, el tiro de la chica fue casi perfecto. El proyectil describió un arco hasta la vela mayor del barco mercante y acabó impactando en ella un poco por debajo del puesto del vigía. La pequeña flecha provocó un estallido y la brea cayó por la vela incendiando gran parte de esta, el plan empezaba a funcionar.
—¡Te dije que yo no fallaba! —le gritó Lucía para hacerse oír por encima de la tormenta.
Aprovecharon que la tripulación intentaba controlar el incendio frenéticamente para situar la canoa a pocas varas de distancia de la popa.
—Ahora me toca a mí —dijo Cedric a la muchacha.
Cogió la cuerda con el garfio y se preparó para lanzarlo por encima de la cubierta, balanceó el garfio haciendo que diera varias vueltas en el aire antes de lanzarlo. Su tiro no fue tan bonito como el de Lucía, pero sí igual de efectivo, el gancho se clavó en la barandilla del castillo de popa. Una vez enganchado, los cuatro empezaron a tirar de la cuerda para acercarse al mercante, en cuanto estuvieron al lado del barco amarraron el pequeño bote para afianzar su ruta de huida y empezaron a trepar.
Lucía fue la primera en llegar a cubierta, seguida de Cedric y Tangart, Calaon subió en último lugar. Cuando llegó, el timonel ya estaba muerto. Lucía se había movido por la cubierta como un fantasma, silenciosa y mortal. En pocos pasos se situó detrás del hombre a la vez que deslizaba una de sus dagas hasta su mano y después, en un rápido movimiento, le tapó la boca al tiempo que seccionaba su yugular con precisión quirúrgica. Cedric, que había visto toda la escena, no pudo evitar estremecerse, aún recordaba la primera vez que se había topado con esa chiquilla desgarbada en el local de Piedrafría, ni siquiera podía robarle una bolsa de monedas a un borracho sin que se diera cuenta y ahora se había convertido en una asesina temible. Pero eso no era lo peor, lo peor era la naturalidad con que lo hacía, como si hubiera nacido para ello, era precisa, fría y no mostraba remordimiento alguno.
Una vez muerto el timonel, Lucía lo ató al timón del barco y se colocó detrás suyo para usarlo como títere y que la tripulación no sospechara, los demás abrieron una trampilla situada cerca del timón y entraron en el castillo de popa para bajar a la bodega. Tangart, Calaon y Cedric descendieron por las escaleras, el ruido de la lluvia y el griterío de los marineros de cubierta se escuchaban ligeramente amortiguados mientras descendían hacia las entrañas de la embarcación. En el castillo de popa se encontraba la habitación del capitán y la sala donde dormía la tripulación. Seguramente la tripulación al completo estaba en cubierta apagando el incendio, pero no sabían si los mercenarios que vigilaban el cargamento también habían subido, así que bajaron con sumo sigilo.
La gran bodega del barco estaba llena de sacos, cajas y barriles, todos atados y asegurados a las paredes y a la base de los mástiles. Cedric, que encabezaba el grupo, se detuvo un momento para inspeccionar la sala. Había varias lamparillas colgando del techo, aunque solo dos de ellas estaban encendidas y arrojaban una mortecina luz sobre la carga. No había ni rastro de los mercenarios que tenían que vigilar la carga, quizás habían subido a ayudar a los tripulantes de la nave a apagar el fuego, pero a Cedric le daba mala espina, ese lugar era más que propicio para una emboscada.
Mientras Calaon y Tangart terminaban de bajar las escaleras, él se situó tras unas cajas y desenvainó su espada corta, en la otra mano asió una de sus pistolas de pólvora, quería estar preparado para cualquier cosa. Tangart y Calaon sacaron a su vez sus armas. Le sorprendió ver que la espada de Calaon era un antiguo glaive, la espada de doble hoja típica de los legionarios delitas, esa arma seguramente tendría más de seiscientos años, supuso que sería una reliquia familiar. Por su antigua espada y el oro que se permitía gastar, dedujo que su jefe era un noble ricachón, aunque era raro ver a alguien de su clase social trabajando junto a unas ratas de callejón como ellos. Mientras sacaba sus conclusiones sobre Calaon siguió escrutando la bodega hasta que vio algo en el centro, bajo una de las lámparas, una caja de madera reforzada con un armazón de acero, ese era su objetivo. También observó algo de lo más extraño: una mujer pelirroja vestida con unos ropajes hechos jirones estaba encadenada al suelo junto a la caja. Todo estaba muy bien expuesto, como si hubieran preparado la escena para ellos. Cedric llamó la atención de Calaon señalando la caja para advertirle del posible peligro. Pero este, al ver a la mujer, se levantó y salió de su escondite exclamando una sola palabra: «¡Zoyla!»
Un ligero movimiento detrás de unas cajas que había a su derecha puso en alerta a Cedric, que salió disparado para detener a Calaon; un segundo más tarde, escuchó el clic del mecanismo de la ballesta al dispararse. Cedric empujó a su patrón apartándolo de la trayectoria del virote, que terminó clavándose en uno de los barriles que tenía al lado. Antes de que el tirador recargara su arma, Cedric disparó dos veces hacia las cajas; escucharon al instante un grito de dolor. Al momento, dos mercenarios aparecieron a su espalda en la popa del barco blandiendo sus espadas, Tangart se interpuso entre ellos bloqueando sus golpes con su espada y su escudo, pero antes de que Cedric pudiera ayudarlo en la refriega otros dos hombres aparecieron en proa, uno de los cuales cargaba contra él con un gran mazo. «Son cinco y tenían que ser cuatro», pensó Cedric antes de dispararle un preciso y mortal tiro entre ceja y ceja a su atacante, después disparó la última bala de esa pistola contra el otro mercenario, pero a pesar de que impactó en su pecho este no se detuvo. El otro hombre siguió avanzando lentamente entre las sombras de la bodega, Cedric guardó el arma y fue a sacar la otra, que aún estaba cargada, pero cuando la escasa luz iluminó por completo a su objetivo el miedo lo paralizó.
Había oído hablar de aquel hombre, parecía que un relato de pesadilla hubiera cobrado vida, encontrarse con él era como estar frente a frente con la muerte. Era tal y como lo describían en las historias de taberna que había escuchado, vestía una oscura armadura de cuero tachonado con el escudo de la rosa roja sobre fondo negro de la familia Ponzoña en el pecho. Era alto y musculoso, en su mano portaba una gran espada de acero de un color azulado y con vetas oscuras como la noche, algunos afirmaban que esa espada se alimentaba de las almas de sus víctimas. Llevaba la cabeza afeitada y una poblada barba ocultaba parte de su rostro, pero aún podía verse la gran cicatriz que cruzaba la parte izquierda del mismo. Era Balard de Ponzoña, la mano ejecutora de la familia Ponzoña, un despiadado mercenario que se encargaba de eliminar brutalmente a todos los que se oponían a los hermanos Ponzoña, imponiendo la ley de sus señores a lo largo del Arn, en Meridiem e incluso más allá. Quienes se habían enfrentado a él habían muerto y los pocos testigos que habían sobrevivido a su furia contaban relatos terribles.
A pesar de todas las historias que venían a su mente, consiguió sobreponerse al miedo y sacar su pistola para dispararle. Pero antes de que pudiera apretar el gatillo, Balard lo señaló con el dedo y abrió la boca; no se oyó palabra alguna, Cedric solo escuchó un ruido parecido al de una ventisca. En un parpadeo, el aire alrededor de la mano que sujetaba la pistola se tornó grisáceo y Cedric sintió un fuerte tirón que hizo caer su arma al suelo. Después Balard hizo otro rápido movimiento con su mano y en la bodega se levantó una fuerte ventisca de la que surgió una etérea criatura que tomó forma delante de él. Era algo parecido a una serpiente hecha de aire que se arremolinaba como un ciclón. Acto seguido, se abalanzó sobre él como un rayo golpeándolo en el pecho con una fuerza increíble. Cedric voló por el aire hasta estrellarse contra unas cajas que estallaron con la fuerza del impacto. Aturdido, medio sepultado por un montón de trozos de madera y el contenido de las cajas, luchó por mantenerse consciente después del golpe mientras veía cómo Calaon se colocaba entre él y Balard de Ponzoña.
—No creía que fueras tan fácil de atrapar, errante —le dijo Balard en tono arrogante.
—Aún no me has atrapado, nocturno, he venido a por el legado y no podrás impedir que lo recupere.
—Vaya, y yo que creía que venias por ella —añadió esto último señalando con la espada a la mujer encadenada en el suelo.
—Deja a Zoyla fuera de esto, esto es entre tú y yo, nocturno, ella no tiene nada que ver —respondió Calaon airado.
—¿Que no tiene nada que ver? Ella es la guardiana del legado —dijo mientras apoyaba el filo de su espada en el cuello de la mujer pelirroja—, pero si crees que no es importante...
Al decir esto el mercenario levantó su espada dispuesto a terminar con la vida de la mujer, pero rápidamente Calaon pronunció una palabra que, más que una palabra, fue un ruido, pues su voz —igual que la de Balard un momento antes— sonó como una fuerte ventisca. Al mismo tiempo, Calaon recorrió la distancia que lo separaba de su enemigo de un solo y potente salto. A Cedric le pareció que dos criaturas parecidas a la que lo había golpeado lo llevaban en brazos levantándolo por el aire hasta ponerlo ante su enemigo, a tiempo para entrechocar sus espadas y detener el golpe con que estaba dispuesto a acabar con la vida de la mujer pelirroja. Después, Calaon siguió atacando con furia, golpeando una vez tras otra, haciendo retroceder a Balard con cada golpe; este, a pesar de ser más alto y fuerte que él, parecía tener dificultades para detener sus ataques. Cada vez que Calaon golpeaba una ráfaga de aire se arremolinaba a su alrededor, daba la impresión de que varias de esas etéreas criaturas golpeaban al mercenario con cada estocada.
Mientras contemplaba la irreal escena, Cedric intentó salir de la pila de restos bajo la que se encontraba, las historias que había oído sobre hechiceros y brujos cuando era pequeño empezaban a dar vueltas en su cabeza. Lo que estaba viendo en esos momentos no eran los trucos de magia que se podían ver en el puerto de Meridiem o en la plaza de los Mercaderes, aquello era auténtica magia como la que hacían los magister de la época imperial. Apartó las maderas que tenía encima e intentó incorporarse, pero un latigazo le recorrió la espalda haciendo que se retorciera de dolor. El golpe al caer había sido terrible y seguramente se había roto alguna costilla, se dio la vuelta con cuidado y volvió a intentarlo de nuevo, esta vez el dolor no fue tan intenso y le permitió levantarse quejumbrosamente.
Un agudo bramido lo obligó a darse la vuelta, a Tangart no le iba mucho mejor que a él. Se había olvidado totalmente del minotauro, que estaba luchando contra dos de los mercenarios. Uno de ellos acababa de alcanzarlo en el muslo provocándole una herida muy fea, el campeón del Foso estaba perdiendo frente a aquellos dos tipejos. También tenía una herida en el brazo y un profundo corte en la espalda que había atravesado incluso su armadura; había perdido su espada, lo que solo le dejaba el escudo para defenderse. Si no le echaba una mano pronto acabarían con él.
Ahora los mercenarios arremetían una y otra vez lanzando una lluvia de acero sobre el minotauro. Una capa de sudor mezclado con sangre lo cubría haciendo que su oscuro pelaje brillara bajo la tenue luz. El campeón resoplaba y se movía con dificultad, lo estaban arrinconando y cada vez lo atacaban más rápido. Finalmente, se encontró con los dos encima golpeando al unísono, preparados para acabar con él. Desesperado, Tangart hizo un barrido torpe y lento con el escudo para alejarlos, que solo le sirvió para quedar al descubierto. Entonces sus atacantes se lanzaron sobre él como dos tiburones oliendo la sangre, el primero le dio dos golpes, uno en el abdomen —que, aunque no atravesó su armadura, hizo que el gran minotauro se doblara— y el otro en la pantorrilla —hiriéndolo y haciendo que cayera de rodillas—, su compañero se preparó para rematarlo y asestarle el golpe definitivo. En ese instante, como impulsado por un resorte, Cedric sacó la pistola y descargó una lluvia de balas contra los mercenarios, justo a tiempo para salvar a Tangart.
Tras acabar con ellos, se acercó al minotauro renqueando, ya que le costaba un poco respirar por el golpe.
—Joder, estamos hechos una mierda —masculló el minotauro mientras Cedric lo ayudaba a ponerse en pie. Cedric se rio entre dientes, lo que le provocó otro pinchazo en la espalda y un acceso de tos, el plan se estaba viniendo abajo y aún quedaba el mayor de sus problemas. Miró por encima del hombro hacia Balard y Calaon.
Los dos hombres seguían intercambiando golpes frenéticamente, ahora estaban envueltos en una ligera niebla y Balard parecía llevar la iniciativa en el combate, sus golpes eran tan fuertes que salían chispas cuando entrechocaban sus espadas. Siguieron atacándose hasta que en uno de sus golpes Balard partió la espada de Calaon por la mitad y después le dio un fuerte puñetazo en el estómago que lo lanzó por el aire empujado por una de esas extrañas serpientes. El golpe lo hizo retroceder hasta donde estaban ellos, pero frenó su caída mágicamente aterrizando de pie, más o menos ileso.
—¡Ja! Miraos —exclamó Balard—, estáis más que acabados, esos dos inútiles y tú, ¿creíais que podríais detenerme? No sois rivales para mí.
Calaon echó un vistazo a sus compañeros, cuya pinta era lastimosa, pero no tanto como la suya. Respiraba con dificultad y parecía a punto de consumirse, a pesar de que no tenía ni un rasguño, unas profundas y oscuras ojeras enmarcaban sus ojos y su cara empezaba a adquirir un tono grisáceo.
—Vamos a ir los tres a por él —empezó a decirles Calaon entre jadeos de cansancio—. Cuando estemos allí dejadme a Balard, vosotros coged la caja y a la mujer.
—¿Pero nos has visto bien? Apenas nos tenemos en pie —replicó Cedric.
—Hacedme caso —ordenó, su voz cada vez más gutural—, coged la caja y a Zoyla.
Al final su voz dejó de ser humana y se convirtió en un sonido extraño, como el del fuelle de una forja avivando el fuego. Levantó su espada y el trozo que había seccionado Balard voló de vuelta hacia ella para encajar de nuevo con su otra mitad, ante los ojos de Cedric la espada recuperó todo su filo y la parte rota se unió sin una sola fisura. A continuación, Calaon se hizo un corte en la palma de la mano izquierda y lanzó un grito que sonó como el romper de las olas contra un acantilado, al instante el barco empezó a zarandearse violentamente de lado a lado. Cedric y Tangart apenas se podían mantener en pie a causa de las sacudidas del barco, pero cuando estaban a punto de perder el equilibrio unos brazos incorpóreos los cogieron, fue como si el aire de su alrededor los sujetara. Los tres alzaron el vuelo, Cedric y Tangart aterrizaron al lado de la mujer pelirroja y Calaon cargó de nuevo contra Balard, que con las sacudidas de la nave estaba perdiendo pie. Aun así, el mercenario consiguió mantenerse firme ante su carga y volvió a oírse el entrechocar de espadas, los dos contendientes enzarzados de nuevo en un frenético combate.
—¿¡Has visto eso!? —le gritó Cedric al minotauro—. ¡Son dos jodidos brujos!
Pero Tangart lo ignoró, estaba forcejeando con las cadenas que encadenaban a la mujer intentando romperlas.
—No te molestes, no me sacareis de aquí —les dijo ella con un hilo de voz—, es hierro negro, forjado con polvo de hada, ni la magia ni las armas pueden romperlo.
La mujer los miró a ambos con ojos cansados, estaba extremadamente delgada, los harapos que llevaba apenas servían para tapar su escuálido cuerpo y tenía heridas y golpes por todas partes, algunos recientes y otros ya cicatrizados, daba la impresión de que la hubieran torturado durante mucho tiempo.
El minotauro intentó romper las cadenas una vez más, pero el combate lo había debilitado mucho y tuvo que desistir. Cedric se puso a rebuscar dentro de la ropa, pues siempre llevaba una ganzúa encima. Esa era una de las cosas que se le daban realmente bien, cuando empezó a trabajar para Piedrafría había demostrado una gran habilidad para forzar cerraduras y desde entonces no había dejado de practicar. Pidió a Tangart que se hiciera a un lado, cogió la cerradura e introdujo con cuidado las dos piezas metálicas dentro del cerrojo. Hizo un par de movimientos tanteando el mecanismo de apertura y enseguida se dio cuenta de que era muy simple, con dos hábiles movimientos consiguió abrirlo sin muchos problemas.
—Irrompible, pero no imposible de abrir —dijo con aire de suficiencia—; y ahora, señorita, tenemos que irnos.
Ayudó a la chica a sacarse los grilletes que la aprisionaban y con ayuda de Tangart la cogieron a ella y a la caja. Cedric gritó a Calaon que ya estaban listos, este se separó de su rival empujado otra vez por una mano invisible y aterrizó a su lado. Después abrió la mano izquierda —totalmente ensangrentada por el corte que se había hecho él mismo— y de nuevo habló con esa voz irreal que esta vez evocó el sonido del crepitar de las llamas en una hoguera.
La sangre que tenía en la mano se evaporó convirtiéndose en una neblina de color rojizo, después todas las lámparas de aceite de la bodega se encendieron y las que ya estaban encendidas estallaron. Ante los ojos de Cedric todos los fuegos parecieron cobrar vida, creciendo y convirtiéndose en enormes lobos que creaban pequeños incendios a sus pies y a su alrededor. Después, con una sola señal de Calaon, se abalanzaron sobre Balard convirtiendo la bodega del barco en una tormenta de fuego.
—Vámonos, no creo que lo detenga durante mucho tiempo —les pidió Calaon. Ayudó a Cedric con la mujer mientras el minotauro cogía la pesada caja y se dirigieron hacia las escaleras.
Subieron las escaleras lo más rápido que pudieron, Cedric no pudo evitar fijarse en la cara de Calaon, ahora estaba mucho más pálido que antes y todas las venas de su cuerpo se marcaban bajo la piel, casi parecía que fueran a estallar de un momento a otro. Al llegar arriba y salir del castillo de popa el panorama no era mucho más alentador, la lluvia no había cesado, al contrario, parecía que la tormenta había empeorado y Lucía luchaba a brazo partido contra uno de los tripulantes del barco, otro yacía muerto a sus pies y un tercero estaba subiendo las escaleras para unirse a la refriega. El fuego de las velas ya se había extinguido y pronto el resto de la tripulación estaría encima de ellos.
Calaon se adelantó con paso vacilante, aunque parecía estar a punto de derrumbarse, sacó fuerzas para lanzar un grito amenazador a los tripulantes y, sin esperar respuesta, señaló la vela del palo mayor. El brujo susurró unas palabras que Cedric no llegó a oír y al momento un ensordecedor trueno acalló cualquier sonido, lo siguió un rayo que golpeó el palo mayor partiéndolo en dos y haciendo que el velamen cayera sobre la cubierta envuelto en llamas. Los tripulantes que estaban cerca del palo perecieron electrocutados al instante, fueron aplastados por los restos de madera que cayeron o ardieron vivos en el fuego que se originó; al contemplar semejante muestra de poder, los marineros del castillo de popa huyeron presas del pánico. Calaon se mantuvo en pie hasta que desaparecieron y luego se desplomó, agotado. Parecía extenuado, seguramente por el esfuerzo que le suponía lanzar todos esos hechizos.
Lucía se acercó a ellos, aún en guardia, recelosa por lo que acababa de ver.
—¿Estáis bien? —La pregunta iba dirigida a Cedric, pero no apartó la mirada de Calaon en ningún momento.
—Larguémonos de aquí ahora que podemos, cuando estemos en la Libélula ya habrá tiempo para explicaciones. —Cedric no quería perder el tiempo discutiendo hasta que estuvieran en un lugar seguro, pero en cuanto llegaran al barco de Octavio tendría una charla con Calaon, había muchas cosas que aclarar.
Se reagruparon en el castillo de popa y se descolgaron por la cuerda que anclaba la canoa a la nave trasa; una vez en el bote, se alejaron de ese maldito barco lo más rápido que pudieron.
Lucía aún no había hecho la señal a Octavio para que volviera a buscarlos cuando la Libélula apareció cerca de ellos como salida de la nada. El marinero les lanzó un cabo para remolcarlos y volver a afianzar la canoa al casco de su barco. Antes de embarcar, Cedric dio un último vistazo al mercante traso.
Las llamas de la bodega se habían extendido hasta la cubierta, podía ver las siluetas de los marineros corriendo por la cubierta intentando apagar el incendio, algunos incluso abandonaban el barco, pero una de las oscuras siluetas captó su atención. Estaba inmóvil mirando en su dirección, era grande, sin duda de un hombre corpulento. Un escalofrió le recorrió la columna, no tenía ninguna duda de que era Balard de Ponzoña. No sabía cómo, pero estaba seguro de que era él y de que había sobrevivido al fuego de la bodega. Por suerte, ya estaba lejos de su enemigo, así que subió a bordo de la Libélula con sus compañeros, mojados y ensangrentados, habían salido más o menos airosos de ese enfrentamiento. Octavio, ajeno a lo sucedido en el barco, ayudaba a Tangart a vendar sus heridas mientras le preguntaba qué era lo que había pasado.
—¡Yo te diré lo que ha pasado! —empezó Cedric notando como crecía la ira en su interior—. Este brujo nos ha llevado a la boca del lobo —dijo señalando a Calaon al enfatizar la palabra brujo.— Nos ha metido en una ratonera donde nos esperaba ni más ni menos que Balard de Ponzoña.
Octavio miró incrédulo a Cedric al escuchar la palabra brujo, pero palideció al escuchar el nombre de Balard de Ponzoña. Fue a preguntar algo, pero en ese instante un tremendo golpe zarandeó la embarcación haciéndolos caer a todos sobre la cubierta. Después, una gigantesca sombra salió del agua por estribor y un ensordecedor bramido anunció la llegada del peligro, Cedric solo pudo escuchar una cosa por encima de ese ruido: a Octavio gritando «¡Dracoooo!» justo antes de que una cola más gruesa que un árbol impactara en el pequeño barco partiéndolo por la mitad.
Trozos de madera salieron despedidos por doquier, al igual que los tripulantes, que cayeron en las oscuras y frías aguas del Arn. En un segundo Cedric se encontró bajo el agua luchando por respirar, rodeado de una oscuridad total, sin saber si tenía que subir o bajar para encontrar de nuevo el aire que reclamaban sus pulmones. Peleó con todas sus fuerzas por salir a flote forzándose a no hacer caso de esa voz en su interior que le pedía que inspirara profundamente, ni del dolor que le atenazaba las costillas, siguió nadando guiado por su instinto de supervivencia hasta que, al fin, transcurrida una eternidad, consiguió sacar la cabeza a flote.
Pero de poco le sirvió el esfuerzo, la oscura forma del draco se zambulló de nuevo en el río, muy cerca de él, golpeándolo y arrastrándolo de nuevo a las profundidades del Arn, donde su maltrecho cuerpo se dejó vencer sumiéndose en una oscura inconsciencia.
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