Las entrañas de la colina

El día había amanecido otra vez frío, oscuro y lluvioso, parecía que la primavera se estaba retrasando. Normalmente, en Meridiem solía hacer más calor en esa época del año. A Cedric no le importaba el mal tiempo, que la resplandeciente luz del sol estuviera atenuada por las nubes era de agradecer después de pasar una noche en blanco.

Se lavó la cara para intentar despejarse y mordisqueó con desgana una manzana mientras miraba por una de las ventanas de su casa flotante. No tenía demasiado apetito y sentía la cabeza embotada por la falta de sueño. No obstante, no dormir esa noche le había servido para pensar un plan para su inminente trabajo. Calculó que aún tendría un par de horas antes de su cita con Calaon, se vistió con calma y se preparó para ir a la Ciudad Vieja. Esta vez cargó sus nuevas pistolas antes de salir, no quería que lo volvieran a coger con la guardia baja. Además, después de recoger a Calaon en la taberna irían a reunirse con el resto del grupo en el Foso, y en ese lugar era mejor estar preparado para cualquier imprevisto.

El cielo estaba muy oscuro hacia el sur, seguramente por una tormenta proveniente del mar que pronto caería sobre Meridiem. Fue previsor y se puso una capa ligera de color grisáceo que usaba para resguardarse de la lluvia. Aunque era vieja y tenía el bajo un poco raído, era una prenda excelente, ya que era totalmente impermeable y le permitía mantenerse seco los días lluviosos. También se puso su sombrero de ala ancha y unas botas altas de cuero que le llegaban a la altura de la rodilla. Antes de irse cogió un puñado de monedas, se ciñó al cinto su espada corta, también colocó en él sus pistolas, por último, escondió un cuchillo en una pequeña funda de cuero oculta en una de sus botas, ya estaba listo para salir.

El camino hasta la taberna donde se había citado con Calaon se le hizo corto, apenas encontró gente por la calle. No era raro siendo la hora de comer, pero en la ciudad había un extraño ambiente de quietud. No cayó en la cuenta de lo que sucedía hasta que ya estaba llegando a su destino, era el sexto día de la Semana de Ardan y absolutamente todos sus feligreses estaban en el templo o en sus alrededores.

Aunque la Semana Sagrada era de obligado cumplimiento para todos los fieles, algunos no asistían a las liturgias todos los días, el único día que todos respetaban era el sexto, el Día del Duelo. Era el día en que Ardan derrotó al líder de los gigantes en combate singular, aunque él a su vez acabó muriendo también por las heridas sufridas durante el combate. Después de morir alcanzó la divinidad por su valor y rectitud y las estrellas del cielo crearon una nueva constelación para honrarlo, la Constelación del Lancero.

A Cedric todo eso le parecía una patraña, en el orfanato donde se crio las cuidadoras le habían enseñado que los auténticos dioses eran las lunas que bailaban en el cielo y que la muestra de su poder era que las estaciones cambiaban según su voluntad. Sin embargo, él no creía que ninguno de esos dioses mereciera su respeto. Tampoco rezaba a los extraños dioses que regían las Islas del Invierno, más allá del norte, ni a la caprichosa Diosa de las Nubes que protegía la ciudad de Nimbia ni a los otros muchos que tenían un santuario en la plaza de los Templos. Ninguno de ellos lo había salvado de mendigar por las calles, de los maltratos de sus cuidadoras del orfanato, de tener que robar para conseguir comida, de acabar con sus huesos en un oscuro calabozo o de estar a punto de morir por las palizas de los guardias. Si había sobrevivido hasta ahora era única y exclusivamente por su pericia y su fuerza de voluntad, que le impedían rendirse y lo empujaban a seguir adelante por muy mal que le fueran las cosas. Prueba de ello era que ahora estaba a punto de cerrar un trato que lo sacaría de esa inmunda ciudad, así que siguió con paso decidido y entró en la posada donde lo esperaba Calaon.

En el comedor había algunos parroquianos sentados en las mesas, evidentemente no eran fieles de Ardan. La gente que había en la taberna estaba charlando amigablemente, disfrutando de una buena comida y relajándose un poco antes de reemprender el trabajo por la tarde. Cedric vio rápidamente a Calaon, comía solo en una pequeña mesa al fondo del comedor. Estaba sentado de espalda a la pared, desde allí podía ver todo lo que pasaba en el comedor y controlar quién entraba por la puerta, parecía que no le gustaba que lo cogieran por sorpresa. Cuando lo vio entrar, saludó a Cedric con un leve movimiento de cabeza y le indicó que se acercara. Él se quitó el sombrero y cruzó el comedor intentando no llamar demasiado la atención.

—Veo que eres puntual —le dijo después de dar un buen trago a su cerveza—, pide algo mientras termino de comer, yo invito.

—Nunca digo que no a una comida gratis —contestó él ante su invitación. Llamó a la chica que servía las mesas, una risueña muchacha, bajita y entrada en carnes, de delantera generosa. No tenía demasiada hambre, pero aun así pidió un panecillo de queso y una jarra pequeña de cerveza.

Después observó detenidamente a Calaon, hoy tenía mejor cara, no había rastro de sus ojeras e incluso parecía que tenía mejor color. Igualmente seguía siendo un tipo parco en palabras, durante el rato que Cedric estuvo esperando su comida no le habló en ningún momento. Únicamente parecía prestar atención a su plato de cangrejos del Delta. A Cedric no le gustaban demasiado los cangrejos, pero Calaon parecía disfrutar rompiendo su caparazón para saborear la carne del interior.

Al cabo de un rato le trajeron su plato. Como Calaon casi había terminado, se comió rápidamente el panecillo y vació su cerveza de unos pocos tragos, lo que hizo que se le enturbiara un poco más la cabeza. Después su anfitrión pago la cuenta y salieron a la calle juntos. El cielo aún estaba oscuro, pero la tormenta no parecía avanzar, igualmente los dos se pusieron sus capas y emprendieron el camino por las sinuosas calles de la ciudad.

—¿Dónde vamos? —inquirió Calaon al rato.

—Nos encontraremos con el resto del grupo en el Foso, ¿conoces el lugar?

—Hace un tiempo estuve allí, es uno de los lugares más infectos donde he estado y no creo que haya mejorado con el tiempo.

—Seguramente no. Entonces, ¿ya habías estado en Meridiem antes?

—Sí, hace muchos años.

Cedric lo miró con escepticismo. Calaon parecía mucho más joven que él, si hacía tanto tiempo desde la última vez que visitó Meridiem no sería más que un mocoso y el Foso no era lugar para niños. Por otro lado, a pesar de parecer tan joven había algo extraño en su mirada, una profunda determinación y sabiduría, como si hubiera vivido muchas más cosas de las que nadie ha visto jamás.

No hablaron mucho más por el camino, en esta ocasión Cedric lo agradeció. El paseo y el frío lo ayudarían a despejarse un poco. No quería llegar medio atontado al Foso, aún tenía que hablar con el resto del grupo y negociar por sus servicios, no obstante, conociendo la generosidad de su nuevo patrón estaba seguro de que todos o casi todos aceptarían sin rechistar.

Siguieron caminando hacia el sur, esa parte de la ciudad se conocía como los Escalones. Allí la colina se volvía más escarpada y la ladera estaba surcada por estrechas callejuelas con cientos de escaleras. Muchas de las viviendas del lugar habían sido excavadas en la pared rocosa y algunas de esas casas comunicaban con los túneles naturales que surcaban la colina, cosa que lo convertía en un lugar de entrada perfecto para las mercancías de contrabando y para esconder una entrada al Foso.

Bajaron por las escaleras hasta una pequeña taberna llamada El Charlatán. Era poco más que una cueva excavada en la pared con el suelo cubierto de paja, unas pocas mesas cochambrosas y una barra de madera al fondo con varias cajas y barriles detrás. En la barra estaba el hombre calvo y bajito con cara de pocos amigos que regentaba el lugar. Cedric no conocía su nombre y no le hacía falta. Simplemente se acercó, le dio dos monedas de hierro y pidió un aguardiente de coco. Eso no era más que una contraseña y un pago por entrar, el tabernero los miró con suspicacia e hizo un ademán con la cabeza para que pasaran tras la barra. Apartó unos barriles que ocultaban la entrada al túnel que los conduciría al Foso y los invitó a entrar.

El camino era estrecho al principio, cosa que los obligó a ir en fila de a uno agachando la cabeza. Ese tramo parecía haber sido excavado en la pared mucho tiempo atrás. Después, al cabo de unas cinco varas, el camino se fue agrandando poco a poco hasta que llegaron a un túnel natural donde pudieron ir uno al lado del otro totalmente erguidos. El lugar era oscuro como una noche sin lunas, por suerte, había pequeñas lámparas de aceite de draco cada varios pasos, aunque algunas se habían apagado y otras arrojaban una luz tan tenue que a duras penas les permitían ver por dónde pisaban. A medida que avanzaban el lugar se volvía cada vez más frío y húmedo. Continuaron durante varios minutos, parecía que el túnel bajaba y se cruzaba con otros. Pero el camino principal era el único que estaba iluminado, así que siguieron el escaso fulgor que los guiaba.

De repente, empezaron a escuchar el eco de una música y voces atenuadas. Una decena de pasos más abajo, llegaron a una gran reja de barrotes metálicos que marcaba el final del camino. Tras ella, dos hombres armados con ballestas y mazas custodiaban una gran puerta de madera de la que procedía la música que estaban escuchando.

Desde el otro lado de la reja los matones les dieron el alto y Cedric les preguntó si allí estaban las letrinas, era la segunda parte de la contraseña. Ellos rieron un poco y abrieron haciendo que el metal chirriara estruendosamente. Después, uno de los hombres los hizo pasar al interior abriendo la puerta de madera. La música y las voces inundaron el túnel antes de que tuvieran tiempo de cruzarla.

La puerta daba paso a una gran caverna natural con grandes estalactitas en el techo de donde colgaban numerosas lámparas de aceite que iluminaban la estancia. El lugar estaba lleno de mesas y gente bebiendo. La mayoría de gente canturreaba al son de la música de un laúd tocado por una bonita muchacha morena. La chica bailaba e interpretaba una divertida canción de taberna saltando de mesa en mesa con ágiles movimientos, su espesa melena rizada flotando en el aire con cada salto. Mientras tanto, los parroquianos reían y coreaban la letra al son de la música.

Cedric indicó a Calaon que lo siguiera y se dirigieron hacia la parte central de la cueva, allí habían excavado un profundo foso que daba nombre al lugar. En él se celebraban combates igual que se había hecho antaño en la Arena Imperial. No obstante, existían ciertas diferencias con respeto a la Arena, aquí los combatientes no eran esclavos, sino hombres libres que arriesgaban su vida a cambio de una buena suma de monedas. También se permitía apostar al público, así que en una noche se podía ganar bastante dinero.

Por supuesto, todo lo que ocurría en el Foso era ilegal. A parte de los combates, también se traficaba con mercancías robadas o de contrabando. Algunos de los túneles que salían de esa gran cueva comunicaban con otros que se habían aprovechado para el alcantarillado de la ciudad y que llevaban directamente fuera de la Ciudad Vieja. Por eso los contrabandistas los usaban para evitar la gran muralla que rodeaba Meridiem y a los guardias que controlaban las puertas. Los túneles no funcionaban bajo las leyes de la ciudad, sino que estaban controlados por Aeri, una peligrosa mujer venida de la lejana Nimbia. Unos años antes había llegado a la ciudad con un puñado de monedas y un saco con bienes robados y en poco más de un mes se había adueñado del Foso y los túneles colindantes. Actualmente, ella era la que organizaba los combates y también se encargaba de mover la mayoría de mercancía de contrabando que entraba y salía de aquel lugar. Allí dentro Aeri imponía su ley y los que no la respetaban pronto se las veían con sus tres guardaespaldas, unos enormes e hirsutos mercenarios de las Islas del Invierno conocidos como los Tres Osos. No era de extrañar que algunos hubieran empezado a llamarla la Reina del Foso.

Cedric escrutó su alrededor buscando a los miembros del grupo que quería contratar para el asalto al barco. Los había citado allí, pero era difícil verlos entre tanta gente cantando y alborotando en las mesas. Se armó de paciencia y empezó a rodear la abertura del foso junto a Calaon para ver si los encontraba. La muchacha del laúd seguía cantando y contoneándose al ritmo de la música, la canción que interpretaba era conocida en todo Rean, se llamaba «No para de beber». A pesar de no ser una pieza nada elaborada, si la cantaba un trovador ingenioso y con un poco de gracia conseguía alegrar cualquier taberna. Esta muchacha había logrado que casi todo el Foso se levantara para corear el estribillo de la canción junto a ella, lo que era todo un mérito. Si, en cambio, el intérprete metía la pata, podía desencadenarse una gran pelea e incluso el cantante podía terminar muerto. Cada trovador tenía su propio estilo, pero normalmente el músico recorría el local tocando y se acercaba a las mesas haciendo algún comentario gracioso sobre alguien que estuviera allí y después añadía el estribillo «que no para de beber». Acto seguido, la víctima de la burla tenía que alzar su vaso, repetir la misma frase y darle un buen trago a su bebida. Después toda la taberna coreaba varias veces la misma frase hasta que el trovador encontraba otra víctima de su ingenio. Era una canción graciosa, pero a veces el músico iba demasiado lejos con su burla o tocaba un tema sensible y la canción terminaba mal. Esta chica, en cambio, era muy buena, para dar más espectáculo saltaba de mesa en mesa y tocaba bailando para los comensales. Eso hacía que a veces jarras y vasos salieran volando para gran alborozo del público. Aunque Cedric estaba ocupado, no podía evitar sonreír cada vez que la chica hacía algún comentario gracioso sobre alguno de los parroquianos, era realmente divertida y le habría gustado poder unirse a los que coreaban la canción.

Tras buscar durante unos minutos, notó cómo alguien le aferraba con fuerza un brazo por detrás. Él intentó zafarse de inmediato y desenvainar su espada, pero ya era demasiado tarde. Notó la afilada punta de un cuchillo presionando su espalda.

—Demasiado lento —le susurró una voz femenina al oído—, podría apuñalarte aquí mismo y nadie se daría cuenta hasta que termine la canción.

A su lado, Calaon estaba a punto de desenvainar la espada, pero él levantó la mano para detenerle.

—Mi amigo te ensartaría si lo hicieras.

—¿Este? Bah, no tendría ni para empezar con él —dijo la chica soltándole el brazo—. Te estás volviendo descuidado, Cedric, antes no era tan fácil pillarte con la guardia baja.

Se dio la vuelta y quedaron frente a frente. La joven larguirucha de ojos color miel que tenía delante parecía incapaz de matar una mosca. Pero Cedric sabía perfectamente que no era así, conocía bien a Lucía y, a pesar de su corta edad, era muy peligrosa. No había cambiado mucho desde la última vez que se vieron tres meses atrás. Seguía siendo delgada y fibrosa como un junco, aunque se había dejado crecer el pelo un poco. Antes lo llevaba tan corto que parecía un muchacho y muchas veces la confundían con uno, cosa que la enfurecía.

—Calaon, esta es Lucía, nos acompañará en nuestro trabajo. —Calaon se limitó a asentir con la cabeza—.

—Eso dependerá de la paga.

—Bien, vayamos a sentarnos y hablemos de ello —dijo por fin Calaon.

—Estoy en esa mesa, con Octavio —informó la chica.

—Así que ya estamos todos. Octavio se encargará del transporte —explicó a Calaon mientras se dirigían a la mesa—, tiene un pequeño barco, aunque no es el mejor de Meridiem, es de lo más rápido.

Cuando estaban llegando a la mesa la música paró de repente y el barullo cesó casi de inmediato. Todos se volvieron hacia la mujer que tocaba, estaba encima de una de las mesas mirando fijamente a uno de los comensales. Al principio, Cedric no alcanzó a comprender qué pasaba, hasta que reconoció a la persona que estaba mirando la chica. Era Aeri, la cantante imprudente había saltado sobre la mesa de la Reina del Foso.

Uno de sus mercenarios se había puesto de pie para acabar con la vida de la pobre chica, pero Aeri lo había detenido agarrándolo por el antebrazo y tras mirarla fijamente a los ojos hizo un ademán para que continuara. A ninguno de los presentes le habría gustado estar en el pellejo de la pobre muchacha, aunque por el momento la reina la había indultado, también quería que continuara la canción y si no le gustaba muy probablemente terminaría mal para ella. La chica cogió aire, tocó unos acordes para armarse de valor y siguió:

Aquí tenemos a la Reina del Foso

de pelo oscuro y ojos hermosos

custodiada por sus tres osos

grandes y feos como ogros

que no paran de beber.

A medida que tocaba la chica se iba agachando y bajando el ritmo de la canción cuando se refería a Aeri y dándole un tono más alegre cuando hablaba de sus guardaespaldas. La última frase la dijo de rodillas, con una sonrisa en la cara, como si estuviera cantando para un parroquiano cualquiera. Pero Cedric podía ver la tensión en su cuerpo, estaba preparada para saltar y escapar en cualquier momento. Aeri no le quitó ni un segundo la vista de encima y siguió mirándola en silencio cuando terminó. Estuvo así durante un rato, entonces cogió su copa, se levantó de la silla y repitió la estrofa que había recitado la chica. Después dio un buen trago y sus guardaespaldas la imitaron. Acto seguido, toda la cueva repitió rugiendo al unísono la estrofa una vez más, entrechocando sus copas y celebrando el buen tino de la cantante.

Lo que pasó después dejó a Cedric atónito, la Reina del Foso cogió por la nuca a la cantante y le dio un apasionado beso que la dejó casi sin respiración, lo que hizo que todos los presentes estallaran en vítores.

—Vaya, un sorprendente desenlace de los acontecimientos —le dijo a Calaon antes de llegar a la mesa. Él, taciturno como siempre, reflexionó un momento antes de responder.

—No creas, esta Reina del Foso, como vosotros la llamáis, es una mujer lista. Es mejor ser un gobernante amable que un déspota, sobre todo si no tienes una gran fuerza —argumentó Calaon—. Así es mucho más fácil que todo el mundo esté contento y mantener el control. Además, la cantante es realmente guapa.

Cedric estaba sorprendido, era la primera vez que Calaon le dirigía algo más que unas pocas palabras e incluso parecía que bromeaba, era como si el ambiente festivo que se respiraba en la cueva se le hubiera contagiado.

Una vez en la mesa, Cedric saludó a Octavio y se lo presentó a Calaon. Octavio era un curtido cazador de dracos que rondaba la cuarentena. Había dejado el oficio unos años atrás, después de estar a punto de perder la vida a manos de un draco de fuego. Aunque logró sobrevivir milagrosamente, perdió un ojo y tenía la cara y gran parte del cuerpo cubiertos de cicatrices de quemaduras. Tras ese incidente empezó a dedicarse al contrabando de raíz del sueño, ya que conocía los traicioneros pantanos que rodeaban la ciudad como la palma de su mano y su pequeño barco —Libélula— era rápido y podía escapar fácilmente de las ocasionales patrullas del río.

Tras las presentaciones de rigor, Cedric empezó a tantear a Lucía y a Octavio. Ya había contado con su ayuda en otros golpes, pero nunca habían llegado a asociarse por mucho tiempo y por eso siempre tenía que renegociar la parte que le correspondería a cada uno. Pero cuando Calaon les mostró el oro que podían ganar no pusieron demasiadas pegas, aun así, Octavio se mostró reticente con el plan del asalto al barco.

—Si la carga está vigilada no será tan fácil como entrar, coger lo que queremos y salir —protestó receloso—. No tendremos que enfrentarnos a un puñado de marineros, sino que habrá algunos profesionales en la bodega y no nos lo pondrán fácil.

—Cierto, pero no tenemos que hacernos con toda la carga —respondió Cedric—, solo tenemos que coger el baúl y marcharnos. Haremos lo mismo que hace un año cuando robamos la plata de ese mercader de especias. Por la noche, creamos una distracción en cubierta para despistar a los marineros. Subimos al barco, bajamos a la bodega, eliminamos a los guardias, cogemos el botín y salimos. Mientras tanto, tú te acercas en la Libélula, nos recoges y nos vamos de allí sin que tengan tiempo de reaccionar.

—Podría funcionar, Cedric, pero sois muy pocos —insistió el contrabandista—; yo estaré en el barco, y aunque contéis con el factor sorpresa seréis vosotros tres contra cuatro mercenarios.

—Yo sola podría con los cuatro —replicó Lucía, impetuosa.

—Seremos cinco en total, tú en el barco, nosotros tres y...

En ese momento, casi como si Cedric lo hubiera preparado así, sonaron los tambores que anunciaban el primer combate del día. Un hombrecillo enclenque se acercó a uno de los laterales del foso y anunció al gentío el primer combate:

—El primer combate de hoy está a punto de empezar, en él se enfrentarán tres nuevos aspirantes contra uno de nuestros campeones... Un combatiente que no necesita presentación: ¡Tangart el Negro!

Muchos de los parroquianos vitorearon el nombre de Tangart y otros lo abuchearon, pero la mayoría se levantaron para apostar por los luchadores que creían que se alzarían con la victoria.

—Ese será nuestro quinto hombre, Tangart.

—Si sale vivo de esta, hoy no se lo pondrán fácil —replicó con sorna la muchacha mientras jugueteaba con uno de sus cuchillos.

—Es cierto —añadió Octavio—, hoy tendrá que enfrentarse a tres aspirantes.

—Pues, para que veáis lo seguro que estoy de él, voy a apostar estas diez monedas de plata a su favor.

Dicho esto, Cedric se levantó y fue a entregar las monedas a uno de los muchos encargados de recoger las apuestas. Aunque estaba convencido de que Tangart ganaría, no estaba tan seguro de que lo acompañara en aquel trabajo, había oído que ahora le iba muy bien como luchador en el Foso. Se había hecho un nombre allí y ya no le interesaban los trabajos de poca monta. Además, la última vez que trabajaron juntos Cedric cometió un grave error que estuvo a punto de costarles una temporada en la cárcel y después se había aprovechado de él para salir de esa situación. No sabía si aún le guardaba rencor por aquello, realmente la suma que le ofrecería Calaon como pago era la mejor baza que tenía. Antes de entregar el dinero al recaudador, Cedric vio que las apuestas estaban dos a uno en contra del campeón, cosa que no lo desanimó. Aunque se enfrentara a tres hombres estaba seguro de que ganaría.

Pasados unos minutos, sonaron otra vez los tambores, esta vez para indicar que ya no se aceptaban más apuestas y que el combate estaba a punto de empezar. Cedric se abrió paso entre la multitud que empezaba a agolparse alrededor del foso hasta que encontró a Octavio en primera fila. Junto a él, Lucía y Calaon esperaban a que empezara el combate.

—Ya veréis —les gritó para hacerse oír—, si contamos con Tangart el trabajo será coser y cantar.

La circunferencia del Foso medía casi diez varas de radio y cinco varas de profundidad, estaba rodeado por una valla de madera para impedir que algún espectador eufórico cayera por accidente al terreno de combate o algún combatiente acobardado intentara escapar. En el interior, dos túneles situados uno frente a otro conducían a los luchadores a su destino; una vez empezaba el combate se cerraban con una pesada reja de hierro para que nadie pudiera salir por allí; los combates eran a muerte.

Los primeros en entrar al foso fueron los tres aspirantes. El primero de ellos era un hombretón musculoso armado con dos espadas, solo llevaba unos pantalones de cuero y mostraba orgulloso las innumerables cicatrices que surcaban su torso desnudo. Otro de los rivales de Tangart era un hombre de las Islas del Invierno armado con un gran escudo de madera y un hacha de hierro de doble filo, también llevaba una cota de malla que le cubría el torso y los brazos. El tercero de ellos llevaba una gran red y un tridente al estilo de los antiguos combatientes de la Arena Imperial y se cubría el rostro con un gran yelmo de acero coronado por un penacho de plumas rojas.

A continuación, por el otro túnel apareció Tangart. Su mera presencia impresionaba, pues se trataba de un gran minotauro de unas tres varas de altura, piel negra como la noche y una gran cornamenta. Tenía el pecho cubierto de cicatrices que formaban dibujos y formas geométricas. En una ocasión Cedric le había preguntado por ellas y el minotauro le había explicado que eran tatuajes rituales, los de su especie se marcaban así el cuerpo para demostrar su valor y su fuerza. Si el aspecto de Tangart era temible, su arma aún lo era más, llevaba con él un enorme martillo a dos manos que parecía capaz de aplastar y matar de un solo golpe a cualquiera de sus rivales.

La multitud que rodeaba el foso gritaba pidiendo que empezara el combate mientras los luchadores median sus fuerzas desde la distancia. Los tres aspirantes se dividieron en abanico cubriendo casi todo el espacio del foso para arrinconar al campeón y entonces sonó un cuerno de guerra que indicaba el inicio del combate.

El hombretón de las dos espadas y el hombre de las Islas se lanzaron sobre el minotauro de inmediato, lanzando golpes sin parar. Él los esquivaba o paraba con el mango del martillo y lanzaba cuando podía un barrido con su arma para intentar ganar terreno, pero el frenético ataque al que lo estaban sometiendo no le dejaba espacio para contraatacar. Mientras tanto, el luchador del tridente se mantenía a cierta distancia tras los otros dos, dirigiendo peligrosos golpes con su arma a la cabeza del campeón, obligándolo a retroceder una y otra vez. Llegó un momento en que el minotauro parecía totalmente acorralado. A Cedric le recordó a él mismo unos días antes en el callejón frente a Cara de Rata y los suyos. No dejaba de retroceder mientras le llovían ataques por todos lados, pero entonces lanzó su ofensiva.

Tras bloquear un ataque del hombretón, contraatacó golpeándolo con el mango del martillo en la cara, lo que hizo retroceder a su rival dándole un poco de espacio. Acto seguido, dio una vuelta sobre sí mismo blandiendo el martillo con las dos manos y lanzó un brutal golpe sobre el guerrero de las Islas Invernales. Su oponente tuvo tiempo de cubrirse con su escudo de madera, pero el golpe fue tan devastador que lo destrozó por completo y lanzó al guerrero al suelo. Tangart intentó golpearlo de nuevo antes de que se levantara, pero tuvo que detenerse para evitar un nuevo ataque. Esta vez el hombre armado con el tridente lanzó su red sobre el minotauro intentando atraparlo, pero él pudo echarse a un lado sin problemas. Al momento, el hombretón de las dos espadas lo atacó de nuevo y un segundo después el guerrero de las Islas se levantó para unirse a él y los tres rivales del minotauro volvieron a la carga.

En esta ocasión, sin embargo, no se dejó acorralar, se agachó para esquivar un hachazo del guerrero de las Islas y entonces lanzó un barrido con el martillo acertando de lleno en la pierna del hombretón de las espadas. El golpe fue tan tremendo que rompió su rodilla como si fuera una ramita, el crujido del hueso pudo oírse claramente por encima del griterío de los espectadores. El guerrero se desplomó gritando y sujetándose la pierna, que había quedado en un ángulo extraño después de golpe. De inmediato, el minotauro lo golpeó de nuevo dándole de lleno en el pecho aplastando su caja torácica y matándolo en el acto, lo que hizo que la multitud vitoreara al campeón. Pero este no tuvo tiempo para celebrarlo, el guerrero de las Islas lo atacó mientras mataba a su compañero y, aunque Tangart se apartó hacia la derecha para esquivar el golpe, logró acertarle y herirlo en el costado. Al mismo tiempo, el luchador del tridente le lanzó su red. Esta vez el minotauro no pudo esquivarla y se enredó con ella, perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo.

Cedric se aferró a la valla de madera con fuerza, temía por la vida Tangart, se le estaban complicado mucho las cosas y parecía que no duraría mucho más. Ahora que estaba en el suelo, el campeón se debatía por liberarse evitando a duras penas los ataques a los que lo sometían sus contrincantes. Por suerte, consiguió rodar por el suelo hasta llegar a una de las espadas que se le habían caído al hombretón y con ella rasgó ligeramente la malla que lo aprisionaba. El guerrero del tridente lo embistió con su arma intentando acabar con él antes de que se soltara, pero gracias al agujero que había hecho el minotauro pudo coger su arma por el asta y usando la fuerza de su propio ataque derribó a su rival, que golpeó violentamente contra la pared y quedó fuera de combate por el impacto.

A continuación, intentó zafarse por completo de la red, pero esta vez el guerrero de las Islas se lanzó sobre él blandiendo enfurecido su hacha con las dos manos. A pesar del ímpetu de su rival, el minotauro se le adelantó agarrándolo por los brazos antes de que descargara el golpe. Tangart era mucho más fuerte que el hombre, así que no le costó nada inmovilizarlo. No obstante, este le pateó repetidamente la cabeza, cosa que no hizo sino enfurecer más al campeón, que lleno de ira lo levantó en vilo y lo embistió clavándole sus cuernos en el pecho. Después, con un rápido movimiento de cabeza, lo lanzó por encima de él haciendo que cayera al suelo como un muñeco roto.

El público rugió entusiasmado por el combate aclamando al campeón. Tangart se puso en pie y lanzó un bramido triunfal mientras la sangre de su rival le resbalaba por la cara y los cuernos.

—Bien, creo que nos has convencido —dijo Calaon—, vayamos a verle.

—Voy a cobrar mi apuesta y os llevaré ante él.

Cedric se alejó del grupo en pos del hombre que había anotado su apuesta, mientras tanto cavilaba algún argumento para convencer a Tangart. Aunque aparentaba estar seguro de poder reclutar al minotauro sin problemas, no las tenía todas con él. Sin embargo, seguía siendo su mejor opción para el trabajo, así que después de cobrar condujo a sus compañeros a hablar con el campeón.

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