En la guarida del lobo

La gran habitación que servía de despacho a Piedrafría estaba iluminada con varias lámparas que alumbraban hasta el último rincón. Cubriendo la pared derecha había un enorme cuadro de la ciudad donde se podía ver la esplendorosa Meridiem durante la época del Imperio delita. Debajo había un mueble atestado de botellas de licor y a su lado, sentado en una silla, se encontraba Servio el Cuchilla, tenía el hombro vendado justo donde él lo había herido. Cedric se sintió satisfecho al ver su cara cenicienta, saber que Cara de Rata y él estaban tan maltrechos aliviaba un poco el dolor de sus heridas. De pie a su lado, mirándolo con cara de reprobación, había un hombrecillo de pelo oscuro y lacio a quien no había visto antes.

En la pared contraria, una estantería atestada de libros y papeles conseguía hacía empequeñecer la mesita a la que se sentó pesadamente el gnomo. La mesa estaba provista de un tintero con una enorme pluma y un rollo de pergamino donde el gnomo se disponía a anotar una serie de números. Dominando toda la habitación, frente a unos grandes cortinajes de terciopelo azul, había un enorme y oscuro escritorio de madera de teca abarrotado de papeles, tras el cual estaba sentado en una silla, también de teca negra, Narn Piedrafría. El enano estaba recostado con las manos cruzadas sobre su prominente barriga, era corpulento y sentado así parecía un rey en el trono de su castillo.

Piedrafría los estudió con sus oscuros y penetrantes ojos marrones cuando entraron por la puerta, al momento soltó una risotada que agitó su canosa barba.

—¡Vaya!, ¿es que ya es la fiesta de las bufonadas? —rio divertido el enano—. ¿De qué vas disfrazado, Cedric?

Al oír su nombre, Servio se incorporó ligeramente y su rostro se crispó. Cedric, sorprendido, miró a Arienne. La chica lo había maquillado muy bien, pero el avispado enano lo había descubierto de un solo vistazo, se quitó la peluca sonriendo.

—Últimamente las calles de esta ciudad no son muy seguras y toda protección es poca, sobre todo si vas cargado de monedas —le contestó mientras intercambiaba una mirada cargada de odio con Servio, que no pasó desapercibida al enano.

—Deduzco que traes lo que me debes.

—Sí, lo tengo aquí mismo —se acercó a la mesa y sacó del relleno de sus pechos falsos las dos bolsas de cuero donde había repartido el dinero que debía al enano.

—Déjalo en la mesa de Grann —le indicó señalando la mesita del gnomo—, él se encargará de contarlo todo.

Cedric se acercó y dejó los dos saquitos de cuero sobre la mesa con cuidado. El gnomo se apresuró a sacar su contenido y distribuirlo en pequeñas pilas sobre la mesa, lo contó detenidamente y le confirmó a Piedrafría que estaba todo.

—Perfecto, no es que tuviera dudas sobre ti, Cedric, pero con el dinero no bromeo nunca.

—Bueno, pues si ya estamos en paz yo...

—Un momento, muchacho, me gustaría hablar contigo en privado —lo interrumpió Piedrafría mientras se levantaba y retiraba ligeramente los cortinajes de la pared que estaba a sus espaldas, a través de los cuales Cedric pudo intuir un balcón.

Cedric, sorprendido, iba a decir algo, pero el enano levantó la mano para acallar cualquier tipo de protesta.

—Solo será un momento, mientras tanto tu amiga puede esperarnos aquí —abrió la mano para señalar el sitio que ocupaba el cortagargantas—. Servio ya se iba. Sírvete lo que te apetezca, muchacha, aunque te recomiendo el licor de miel y naranjas, es exquisito.

Mientras decía esto, Servio se levantó trabajosamente y se dirigió hacia la puerta, parecía un perro apaleado alejándose lastimeramente de su amo, pero antes de salir lanzó una mirada asesina a Cedric. Al otro lado de las cortinas, el enano observaba la escena. Sin duda sospechaba algo, pero no dijo nada y esperó a que Cedric saliera para unirse a él. Arienne se sentó en la silla que le había indicado, no sin antes servirse una generosa copa de licor.

Salieron al balcón acompañados del hombrecillo de pelo lacio, que se quedó al lado de la puerta mientras ellos se alejaban para poder hablar a solas. Lo que parecía un balcón era realmente una enorme terraza con suelo de mármol y grandes macetas repletas de flores. En el centro de la terraza había una mesa con sendos divanes a los lados, los muebles —de exquisita fabricación— estaban cubiertos por un amplio toldo de tela. Pero el enano no se quedó allí, siguió caminando hasta el otro extremo de la terraza, donde se detuvo con las manos cruzadas a la espalda. Permaneció un buen rato contemplando el paisaje mientras Cedric, unos pasos detrás de él, esperaba en silencio que empezase a hablar.

A sus pies, la Ciudad Flotante se extendía por todos lados, anárquica y oscura. Surcada por callejuelas que se habían convertido en canales por la crecida de la marea, como las venas de un enorme monstruo que dormitaba en el pantano enroscado alrededor de la imponente mole de la colina. La Ciudad Vieja, por el contrario, destellaba salpicada de temblorosas luces que brillaban con el característico resplandor rojizo del aceite de draco, como luciérnagas gigantes arremolinadas alrededor de las casas.

—Se acerca una tormenta, lo noto en los huesos —dijo por fin el enano—; a mi edad las viejas heridas se resienten con los cambios de tiempo. —El enano se giró hacia Cedric con una media sonrisa, en sus ojos había una infinita melancolía que nunca había visto antes—. Hace mucho que nos conocemos, ¿verdad, Cedric?

—Doce años.

—Doce años —repitió el enano—. Parece que fue ayer, a los viejos solo nos quedan recuerdos y fantasmas. Aún recuerdo cuando llegué a esta ciudad, ha pasado tanto tiempo y han quedado tantas cosas por hacer...

Las divagaciones del enano le hicieron pensar que algo lo preocupaba, pues solía ser una persona directa que siempre iba al grano; lo que quería pedirle tenía que ser importante si le estaba dando tantas vueltas.

—Hace poco ha venido a visitarme un viejo amigo —continuó Piedrafría en un tono más confidencial—, tiene un grave problema y necesita mi ayuda. Pero yo no puedo implicarme directamente, sería perjudicial para mí y para el negocio, así que le he hablado de ti. No es un trabajo demasiado complicado, tendrías que asaltar un barco mercante que remontará el Arn dentro de unos días y robar un paquete del cargamento para él. No obstante, el asunto tiene que llevarse con la mayor discreción posible, ¿te interesa?

—Para un trabajo así necesito contratar a alguien más, yo solo no puedo hacerlo, y ya sabes que cuantos más seamos más difícil será que todo el mundo esté callado.

—Por eso no te preocupes, mi amigo tiene los bolsillos suficientemente hondos como para que todo el mundo esté callado y contento. Además, podréis quedaros con el resto de la carga, a él solo le interesa ese paquete.

Cedric lo meditó un instante, asaltar un barco era un trabajo complicado, pero conocía a gente suficientemente fiable para hacerlo, así que aceptó.

—Está bien, Piedrafría, ¿dónde puedo ver a tu amigo?

—Mi amigo se llama Calaon, moreno, pelo largo, no demasiado alto... ve a verlo mañana al mediodía, te estará esperando junto a la Torre del Reloj; dale esto —sacó un pequeño papel doblado y lacrado de su bolsillo— y dile que vas de mi parte, así no habrá ningún problema.

Piedrafría le estrechó la mano con fuerza antes de despedirse de él. A Cedric le daba la sensación de que había algo más en ese asunto que el simple robo de una carga, pero si el amigo del enano pagaba tan bien como decía valía la pena arriesgarse. Se marchó rápidamente de La Sirena junto a Arienne, le dio dinero a la chica para que pudiera pagar a un barquero que la llevara a la Ciudad Vieja y se despidió de ella con un rápido beso. Él, en cambio, emprendió el camino a pie, no vivía lejos y le gustaba pasear para aclarar sus ideas.

Las oscuras calles de esa zona estaban iluminadas por la brillante luz de Árie, la verdosa luz de la luna llena daba un tono aún más siniestro a las calles de Meridiem. A lo lejos podía ver la centelleante luz de los relámpagos de una tormenta que se aproximaba rápidamente, así que apresuró el paso, no quería irse a dormir empapado por la lluvia. Además, aún estaba disfrazado y no se sentía demasiado cómodo deambulando solo de noche con esa ropa.

Recorrió con habilidad las mohosas plataformas de madera que hacían de calle cuando esa zona se inundaba mientras empezaba a pensar en quién podía ayudarle. Sabía que era un trabajo delicado, así que tenía que ser muy selectivo, no podía contratar a cualquiera. Piedrafría había sido muy específico, su amigo quería que fuera muy discreto con ese trabajo. Cuando las primeras gotas de lluvia empezaron a caer, Cedric llegó al pequeño grupo de barcos donde se encontraba su casa. Vivía en un pequeño bote de no más de tres brazas sobre el que había construido una estructura de madera para dormir resguardado de los elementos. Realmente no era más que una desvencijada chabola flotante, había reparado la infinidad de fugas de la barca para que pudiera flotar, pero distaba mucho de poder llamarse casa.

Antes de subir a su bote se aseguró de que las amarras estuvieran firmemente anudadas, no quería se soltara y perderse durante la tormenta; después abrió la portezuela de madera que siempre cerraba con llave y entró. Aunque los ladrones no solían robar en las barcas —ya que nadie tenía nada de valor en ese barrio—, siempre cerraba para que nadie se colara allí. Una vez dentro, se quitó por fin el vestido que le había dejado Arienne y sacó otra pequeña bolsa de monedas. Tras reunir el dinero de la deuda aún le habían sobrado algunas monedas de plata, así que todo el trabajo de ese día no había sido en balde, tenía un puñado de monedas como beneficio.

Apartó el camastro donde dormía y tanteó el suelo hasta que consiguió levantar uno de los tablones, que estaba un poco suelto. Cuando construyó su casa tuvo la precaución de hacer una pequeña bodega oculta, era bueno tener un lugar así si tenías algo valioso. Metió el brazo en el interior y sacó una caja de madera alargada que contenía sus mayores tesoros, la abrió y asintió satisfecho al ver que aún estaban allí. Dentro había una espada corta de buena calidad que había ganado en una partida de cartas mucho tiempo atrás. Era una espada forjada con acero enano, muy bien equilibrada y con una empuñadura que representaba un barco de vela sobre el mar. Eso era lo que quería él, un barco para poder navegar bien lejos de esa vida y de la cloaca donde vivía, para ver mundo y vivir aventuras, como los protagonistas de las historias que cantaban los trovadores en las tabernas. De niño se escapaba del orfanato para ir al distrito del puerto a ver los barcos ir y venir e imaginarse todos los lugares lejanos a donde viajaban. Más tarde, cuando se hizo mayor, intentó enrolarse en uno, aunque nadie lo quería por ser demasiado joven. A pesar de todo, consiguió un lugar en el barco de un contrabandista, que resultó ser peor aún que las cuidadoras del orfanato. Dejó la espada sobre la cama y empujó la base de la caja para abrir el doble fondo, allí estaba su verdadero tesoro, dos saquitos de cuero que contenían unos cuantos cientos de monedas de hierro y otras pocas de plata. Había estado todo el día mendigando delante del templo para no tener que tocar el dinero que reservaba para sus sueños, para su barco, y ahora podía añadir unas pocas monedas más. Contó rápidamente sus beneficios, dejó la mitad de las monedas en la caja y el resto se lo quedó para él. Si el trato con el amigo de Piedrafría era provechoso conseguiría estar más cerca que nunca de su barco.

Guardó la caja en su bodega, la ocultó con cuidado colocando la tabla del suelo y movió de nuevo el camastro hasta ponerlo encima. Ahora tenía que irse a dormir si quería estar fresco para la reunión del día siguiente. Se tumbó en la cama, dio media vuelta tapándose con una desgastada sábana y dejó que el ruido de la lluvia que empezaba a caer sobre el tejado lo ayudara a adormilarse.

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