Cosas que hacer cuando estás muerto

Sentía un hormigueo por todo el cuerpo y la cabeza empezaba a martillearle despertándolo de su letargo, al abrir los ojos se encontró sobre un agrietado suelo de piedra de color grisáceo, totalmente rodeado por una espesa niebla azulada. Cedric se sentía desorientado, lo último que recordaba era el barco de Octavio bajo la lluvia, un fuerte golpe, zambullirse bajo el agua y después... nada. Por más que lo intentaba no podía recordar qué había pasado después y el dolor de cabeza resultaba cada vez más insoportable.

Se sentó en el suelo masajeándose las sienes mientras intentaba que su cabeza se despejara y esperaba a que la sensación de hormigueo abandonara su cuerpo. Miró hacia la niebla que se retorcía caprichosamente a su alrededor, no era una niebla normal, era muy espesa y de un color gris azulado, a veces incluso le daba la sensación de que algo se movía dentro de ella, podía distinguir sombras oscuras que se agitaban en su interior y recordaban vagamente a algo humano. Había oído hablar alguna vez de un lugar así e hizo un esfuerzo por recordar, el conocimiento se abrió paso lentamente por su cabeza. En las tabernas, algunos soldados o mercenarios contaban relatos sobre la Bruma, el lugar donde vagaban las almas de los condenados. Tras algunas batallas, los soldados que habían sobrevivido milagrosamente a heridas mortales habían relatado su experiencia en ese lugar, un lugar inhóspito donde se arremolinaba una niebla azul formada por las almas de aquellos a quienes los dioses no consideraban dignos.

De pronto, escuchó el graznido de un cuervo y la niebla empezó a retroceder, después, otro más y un instante después escuchó su aleteo. Cinco cuervos aparecieron volando de entre la bruma y se pusieron a revolotear a su alrededor, con cada graznido la niebla azulada retrocedía ligeramente, como si fuera un ser vivo y los gritos de los pájaros la asustaran. Una de las aves se posó frente a él mirándolo con curiosidad, picoteó en el suelo pedregoso y dio unos saltitos a su alrededor, estudiándolo con detenimiento. Tras unos instantes, levantó el vuelo de nuevo para unirse a sus compañeros atravesando la bruma, que se separó por el lugar donde pasaron los cuervos creando un pasillo. Cedric decidió seguirlos, algo en su interior le dijo que debía hacerlo.

Avanzó a buen paso hasta que llegó a un claro donde se erguía el negruzco y esquelético tronco de un árbol sobre el cual los cuervos habían decidido posarse como si lo estuvieran esperando. El claro era igual que el lugar donde había despertado, el duro suelo de piedra estaba rodeado por la misma densa niebla. Dio la vuelta sobre sí mismo intentando distinguir algo tras la bruma y, de repente, al volverse hacia el árbol apareció de la nada una gran mesa de piedra; encima había una balanza de bronce y tras ella una mujer vestida con una túnica azul oscuro que jugueteaba con una bolsa de cuero entre sus manos.

Cedric se quedó mudo mirando a la mujer; esta, sin prestarle la más mínima atención, abrió la bolsa y empezó a sacar de ella unas cuentas diminutas. Las cuentas blancas y brillantes parecían hechas de nácar pulido, después de coger unas cuantas empezó a repartirlas tranquilamente entre los dos platillos de la balanza hasta que uno de los dos platillos empezó a acumular más cuentas y la balanza empezó a inclinarse de ese lado, al ver esto la mujer ladeó ligeramente la cabeza mirando a Cedric.

Cedric no pudo mantenerse callado durante más tiempo y le preguntó:

—¿Quién... quién eres? ¿Qué lugar es este?

La mujer siguió colocando cuentas en los platillos de la balanza ignorándolo. Él se adelantó y alzó un poco más la voz.

—¡Hola! ¿Quién eres? ¿Qué lugar es este, cómo he llegado hasta aquí?

La mujer, que había vuelto a centrar su atención en las cuentas de la balanza, apartó la vista de ellas y posó sus ojos lentamente sobre Cedric. Era una mujer morena muy hermosa, pero de rasgos duros y sus ojos de un azul pálido como el hielo parecieron centellear al cruzarse con los de Cedric. La mujer le sostuvo la mirada durante un momento y después hizo un gesto con la mano hacia él, como si se estuviera sacudiendo una pulga, antes de volver a prestar atención a las cuentas de la balanza.

Al momento surgieron del suelo a los pies de Cedric unas zarzas gruesas como cuerdas que se enroscaron rápidamente por sus piernas. Él intentó zafarse de ellas con todas sus fuerzas, pero en cuestión de segundos estaba amordazado, atado de pies y manos y suspendido a unos pocos pies del suelo.

La mujer siguió vaciando la bolsa, imperturbable, mientras él forcejeaba para escapar de la presa. No cejó en su empeño de liberarse, pero la enredadera se aferraba cada vez más a su cuerpo, desgarrándole la piel con sus pequeñas espinas. Pasó un buen rato hasta que cogió la última cuenta de la bolsa, que era diferente, pues tenía un color más oscuro y era de un tono verdoso. Ella arrugó ligeramente la frente al verla y la examinó con detenimiento antes de situarla en su lugar. Lo que pasó a continuación pareció no gustarle lo más mínimo. Al colocar la cuenta los platillos de la balanza empezaron a oscilar arriba y abajo sin detenerse, la mujer cruzó los brazos sobre el pecho y fulminó con la mirada a Cedric.

En un parpadeo la mujer se plantó frente a él agarrándolo por el pelo para analizarlo con esos ojos de hielo que parecían traspasarle el alma. Después, escuchó su voz resonando dentro de su cabeza: «No tendrías que estar aquí, Cedric». Como un eco, su nombre siguió sonando dentro de él; a medida que lo escuchaba, todo a su alrededor se tornaba negro, hasta que la negrura lo engulló y las enredaderas empezaron a apretarlo cada vez más asfixiándolo.

La agonía se prolongó durante lo que le parecieron horas, hasta que una luz cegadora lo envolvió y se sintió libre para moverse de nuevo, notó unas manos que lo sacudían por los hombros como si intentaran despertarlo, pero su cuerpo seguía falto de aire, al límite de la asfixia. Tras convulsionar violentamente arqueando la espalda, vomitó el agua que había en su interior. Siguió tosiendo y jadeando y vomitando un poco de agua durante un rato. La cabeza le daba vueltas y los pulmones le ardían, pero por fin podía sentir el aire entrando de nuevo en ellos. Intentó fijar la mirada, pero aún la tenía borrosa, aun así, escuchaba una voz lejana que lo llamaba; ya no parecía la de esa mujer, ahora era una voz conocida y pronto otras se le sumaron.

Parpadeó con fuerza y empezó a reconocer a la gente que había a su alrededor, Lucía estaba arrodillada a su lado apoyando sus manos encima de él, a su derecha estaba Tangart y a su lado Octavio mirándolo con cara de alivio, detrás suyo vio a Calaon y a la mujer que habían rescatado del barco. Ya había salido el sol en los pantanos que rodeaban el Arn y no había ni rastro de la tormenta de la noche anterior, el cielo empezaba a pasar del rojizo tono del amanecer al claro azul del cielo despejado. Bajo su cuerpo, parcialmente sumergida, estaba la caja que habían robado del mercante traso, como si fuera la tapa de la tumba de la que acabara de escapar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top