Buscando asilo
Se encaminó hacia la plaza sorteando los tejados de los edificios más viejos, estaba en el barrio más antiguo de la ciudad y allí muchas casas tenían más de dos plantas, lo que lo obligaba a escalar o a dar algún que otro rodeo. Muchas de esas casas tenían pasarelas y puentes que comunicaban los pisos superiores entre sí haciendo que la ciudad adquiriera una nueva dimensión al crear una red de calles elevadas.
El edificio donde trabajaba Arienne era una antigua posada llamada La Vieja Mula, reconvertida en prostíbulo desde hacía unos cuantos años. Ahora la casa estaba regentada por Camille, una mujer de mediana edad y busto generoso que había trabajado en el oficio cuando era joven. Le había comprado la posada al antiguo y arruinado propietario por un precio ridículo y estableció allí su «casa de señoritas», como a ella le gustaba llamar al local. Camille se llevaba un pequeño porcentaje de lo que las chicas cobraban a sus clientes y a cambio las dejaba vivir allí procurándoles comida caliente y seguridad. Era mucho mejor que tener que trabajar en las peligrosas calles de Meridiem arriesgándose a que alguien las atacara para robarles un puñado de monedas, o a algo peor.
Cuando llegó a los alrededores de la plaza de los Mercaderes buscó el viejo edificio de ladrillo y adobe. La posada se conservaba bastante bien, más o menos como su dueña, pensó Cedric con una sonrisa. Observó las ventanas de la segunda planta —donde vivían las chicas—, había algunas con las cortinas cerradas y eso lo preocupó un poco. Las chicas solían cerrar las cortinas cuando estaban ocupadas con un cliente para tener más intimidad. Si las de Arienne estaban cerradas su plan se podía ir al garete.
Contó con detenimiento las ventanas para situar su habitación; por fortuna, las de Arienne parecían abiertas. No solo se alegró porque podría ayudarlo, sino también porque estaba sola. Se acercó a la ventana por el tejado contiguo y llamó golpeando suavemente el cristal de la ventana. Cruzó los dedos para que estuviera en su habitación y no en la planta baja de la posada intentando captar algún cliente. Pegó la cara al sucio cristal, pero la habitación estaba a oscuras y no podía ver bien el interior. Volvió a golpear el cristal con un poco más de insistencia, estaba empezando a impacientarse, no tenía nada con que forzar la ventana y entrar por la puerta no era una opción viable. Aunque Camille lo apreciaba bastante, no le haría ninguna gracia que se presentara de esa guisa en su prostíbulo. Además, si lo veían las compañeras de Arienne o algún parroquiano habitual del establecimiento podían irse de la lengua fácilmente y delatarlo a sus perseguidores.
Cada vez más impaciente, se puso a aporrear el cristal con fuerza hasta que, por fin, apareció Arienne observándolo confundida desde el interior. Estaba un tanto desaliñada y, aun así, seguía siendo una de las mujeres más bellas que conocía. El pelo rubio rizado le caía por encima de los hombros enmarcando su rostro de niña pícara y aquellos ojos felinos de color verde daban un aire misterioso a la chica norteña.
Abrió la ventana frotándose los ojos.
—Me has despertado, ¿qué haces en el tejado medio desnudo? —Aunque parecía aún adormecida, de repente frunció el ceño y adoptó una actitud más beligerante—. ¡Ah! Ya veo lo que pasa, te has escapado de algún marido celoso, ¿verdad?
—No, Arienne, te equivocas...
—Seguro que estabas en el dormitorio de una de tus amantes y os han pillado a media faena —lo interrumpió furiosa sin hacerle caso—, y ahora has venido a refugiarte aquí. ¡¿Te crees que soy idiota, que te dejaré entrar aquí apestando a otra mujer?!
Aunque Arienne y él solo eran amantes ocasionales, la norteña se mostraba muy celosa con las mujeres que a veces se le acercaban. No la culpaba, a veces él también se sentía así cuando la veía flirteando con alguno de sus clientes, aunque ese fuera su trabajo.
—Arienne, estoy herido —dijo enseñándole el corte del brazo—, déjame entrar y te lo explicaré todo, de verdad, no es lo que piensas.
Ella suavizó un poco su expresión al ver el corte y la sangre que manchaba su brazo, terminó cediendo y lo dejó entrar.
Aunque no era muy grande, la habitación era acogedora y estaba bien decorada. Cedric estaba agotado e hizo ademán de tumbarse en la cama, pero Arienne le ordenó que se sentara en la silla que había delante del tocador y se plantó frente a él con los brazos cruzados. La chica solo llevaba una fina camisola de lino que le llegaba hasta medio muslo y se le pegaba al cuerpo resaltando su esbelta figura. Por un momento, Cedric se quedó embobado mirándola.
—¿Y bien? —le espetó ella—, aún estoy esperando que te expliques.
Él suspiró mientras ordenaba sus pensamientos y le explicó toda la historia desde el principio. Arienne, mientras tanto, permaneció inmóvil como una estatua mirándolo en silencio. Cuando terminó de hablar, ella se dirigió al tocador sin decir nada y empezó a rebuscar algo en los cajones.
—¿Qué estás buscando? —preguntó desconcertado.
—Algo para limpiarte la herida y cosértela.
—¿Así que me crees? —Cedric se sorprendió por su repentino cambio de humor.
—Sí, tus mentiras suelen ser más elaboradas. Esa historia tuya de que te asaltaron en el callejón cuando te cambiabas de ropa es tan inverosímil que debe ser cierta. Eso o estás perdiendo facultades.
Cedric sonrió para sí mismo, por fin parecía que las cosas empezaban a volver a la normalidad y se permitió el lujo de relajarse un poco. Mientras, la norteña sacó del cajón unas vendas, aguja, hilo y una botella con un líquido ambarino.
—Echa un trago, puede que así te duela menos.
Obedeció cogiendo la botella de sus manos y tomó un buen trago, era una bebida de lo más repugnante, uno de los peores matarratas de taberna que había probado. Le devolvió la botella a la chica asqueado y ella vertió un chorro del líquido sobre su herida, tuvo que apretar los dientes para ahogar un grito. Por el rabillo del ojo vio cómo Arienne sonreía al ver su mueca de dolor, la norteña siempre decía que los hombres del sur eran unos blandos; Cedric solo esperaba que al coserlo fuera más clemente.
La chica acercó otra silla y se sentó en ella, enhebró la aguja y se puso manos a la obra, Cedric apartó la cabeza y se puso a mirar por la ventana en cuanto empezó. Aunque estaba cosiéndolo con suavidad, le dolía muchísimo y para intentar evadirse del dolor se concentró en el paisaje que se veía desde allí. Podía ver toda la plaza, llena de tenderetes con toldos de colores donde se vendían artículos de los lugares más exóticos. Daba la sensación de que alguien había cubierto la plaza con una vieja colcha de retales.
Cuando la chica terminó de coserlo echó un vistazo a los golpes de su cara. Empapó uno de los pañuelos en licor para limpiar sus heridas y se lo pasó por el pómulo. Al momento sintió un fuerte escozor, pero pronto pasó a no ser más que un entumecimiento, seguramente tenía un buen moratón donde el mercenario lo había golpeado. Arienne se inclinó sobre él para limpiarle mejor la herida, lo que hizo que se le abriera el escote de la camisa insinuando sus pechos. Cedric sonrió al ver su blanca piel, pero ella se dio cuenta y presionó con fuerza la herida del rostro provocando que su sonrisa se torciera en una mueca de dolor. Después examinó el moratón que tenía en las costillas, presionó con cuidado para ver si tenía algún hueso roto, pero no parecía que fuera un golpe muy serio.
Una vez terminó, se apartó de él para comprobar el resultado de sus atenciones.
—Bueno, parece que ya está, te han dado una buena esta vez, Cedric.
—Sí, me he librado por los pelos.
—Aún no me has dado las gracias por mis atenciones —dijo Arienne antes de dar un trago de la botella.
—Gracias.
Arienne dejó la botella en el suelo, se acercó sonriendo y se sentó a horcajadas sobre él, rodeándole el cuello con las manos.
—No estaba pensando en esa clase de agradecimiento —le susurró al oído antes de besarle.
Él metió sus manos bajo la camisa de la chica mientras la besaba apasionadamente, la abrazó con fuerza antes de levantarse de la silla mientras ella rodeaba con las piernas su cintura y luego se lanzaron sobre la cama. Allí terminaron de quitarse la poca ropa que los cubría y Cedric empezó a hacerle el amor con el frenesí de alguien que acaba de escapar de la muerte.
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