Artesanía y forja

Calaon lo llevó a una taberna cercana. No resultó ser alguien demasiado hablador, aunque Cedric intentó empezar una conversación varias veces durante el trayecto, solo consiguió que le contestara con monosílabos, así que pronto dejó de insistir y caminó junto a él en silencio.

Una vez dentro del establecimiento, Calaon pidió dos jarras de cerveza y subieron a los reservados del piso de arriba, que permitían a los clientes dar más privacidad a sus conversaciones.

—Supongo que Piedrafría ya te ha explicado el trabajo que tienes que hacer para mí —Cedric asintió—; bien, el barco que quiero que asaltes se llama Dama Azul. Es una barcaza comercial de bandera trasa que empezará a remontar el Arn pasado mañana, no se detendrá en Meridiem, así que tendrás que asaltarlo durante el trayecto. Solo quiero que recuperes un pequeño baúl de aproximadamente un pie de largo. Su contenido es cosa mía y de nadie más, con el barco y el resto de la carga puedes hacer lo que te plazca. ¿Alguna pregunta?

—Sí, ¿cuántos tripulantes tiene el barco?

—El capitán, seis marineros y cuatro guardias que custodian el baúl.

Si había cuatro guardias custodiando su objetivo durante todo el viaje su contenido tenía que ser algo muy valioso. Además, sumados a los marineros y el capitán eran once hombres, un número más que suficiente para ponerle las cosas difíciles. No obstante, no era imposible, ya se había encontrado otras veces en situaciones parecidas y un grupo de cinco hombres, incluido él, podría hacerse con el control de la barcaza. Eso sí, el trabajo no le saldría barato a Calaon, así que se dispuso a acordar un buen precio.

—Bien, será un trabajo complicado —empezó a exponer Cedric—, el barco no parará en Meridiem, así que tendremos que asaltarlo durante el trayecto. Para abordarlo en el río necesitaremos tener un barco y alguien con pericia que sepa manejarlo, además de algunos hombres fuertes para reducir a la tripulación...

Mientras hablaba, su interlocutor sacó una bolsa de cuero y golpeó con ella la mesa, al hacerlo las monedas de su interior tintinearon con estruendo interrumpiendo su discurso.

—¿Cuántos hombres en total? —preguntó Calaon mirándolo fijamente.

—Cinco, yo incluido —replicó él aguantando la fría mirada de sus ojos verdes.

Metió la mano en la bolsa y sacó un puñado de monedas que empezó a colocar en cuatro pequeños montones de seis frente a él. Cedric se quedó helado, eran coronas de oro, desde los tiempos del Imperio delita ya no se acuñaban monedas de ese tipo, ante sí tenía una pequeña fortuna.

—Quiero absoluta discreción, yo os acompañaré para asegurarme de que todo se haga como es debido. Así que seremos tú, yo y tres más —continuó Calaon tajante—. Cada uno tendréis seis coronas como pago, pero quiero estar presente cuando contrates al resto del equipo. Si alguien no me convence no vendrá con nosotros, en eso voy a tener la última palabra. —Dicho esto, cogió uno de los montones, lo acercó a Cedric y preguntó—: ¿cuento contigo?

—Sí.

—Excelente —contestó al tiempo que retiraba la mano dejando solo dos monedas en la mesa—. Todos los participantes recibiréis dos coronas de oro como adelanto, el resto os lo daré al finalizar el trabajo.

Con un rápido movimiento recogió el resto del dinero y lo metió en la bolsa, como si nunca hubiera estado allí encima.

—Mañana ven aquí al mediodía y llévame a ver al resto del equipo —dicho esto, se levantó y se fue.

Todo había pasado tan deprisa que Cedric se preguntó si no había sido un sueño, las dos monedas de oro que relucían encima de la mesa le confirmaron que era todo real. Se sentía frustrado y contento a partes iguales, no había dominado en absoluto la negociación. El amigo de Piedrafría había impuesto sus condiciones, pero con la cantidad de dinero que ofrecía como pago no se había podido negar. Cogió las monedas apretando el puño con fuerza, sintiendo el duro metal contra la palma de su mano, y empezó a reír a carcajadas, si ese trabajo salía bien sería una persona muy rica.

Salió de la taberna aún aturdido por lo que había pasado y empezó a andar sin rumbo fijo para despejarse un poco. Mientras caminaba repasaba la lista de nombres que le rondaban la cabeza, era una elección difícil, quizás fuera el trabajo más importante de su vida y no quería que peligrara por una mala decisión.

Sin darse cuenta, llegó a la calle principal. Había un considerable trajín de gente y carros arriba y abajo, yendo y viniendo del puerto a la plaza de los Mercaderes. Esa era la calle más amplia de toda la Ciudad Vieja y por allí circulaban casi todos los carros que abastecían los negocios y artesanos de aquel lugar. Se le ocurrió que podía ir a devolverle el vestido a Arienne, así que se dirigió hacia la plaza siguiendo a un carro que le abría paso. Avanzaba a paso lento, pero eso no lo molestaba. Fue contemplando distraídamente las estatuas que flanqueaban la calle. Héroes, emperadores y toda suerte de personajes importantes que databan del inicio del Imperio delita hasta la actualidad lo observaban con ojos vacíos. Algunas de las estatuas más antiguas habían sido mutiladas durante la revuelta de los esclavos por representar a personajes especialmente crueles, no obstante, las habían dejado allí como recordatorio de sus infames actos.

Mientras caminaba jugueteaba con las dos monedas de oro dentro de su bolsillo, era un muy buen adelanto, con el resto del pago más las monedas de su escondite seguramente podría realizar su sueño y comprar un barco por fin. No sería una gran nave, solo un pequeño barco de carga, pero le bastaría para navegar por el Arn. Podría ir hasta las ciudades del interior y del norte de Rean llevando mercancías durante el viaje para comerciar. Incluso podría ir más allá del mar Zaíno, hasta las lejanas costas de Trasia y Kamm, ver las antiguas ciudades del mar de Arena o visitar Nimbia, la misteriosa ciudad de las nubes. Podría empezar una nueva vida haciendo que cada día fuera una aventura. Un viaje hacia un lugar desconocido. Quizá podría proponer a Arienne que fuera con él para empezar esa nueva vida juntos. Una parte de él sabía que estaba soñando despierto, pero quería creer que su sueño podía hacerse realidad.

Delante suyo escuchó un fuerte estrépito seguido de numerosos improperios y relinchos de caballos, el carro que seguía se detuvo en seco. Cedric se acercó a ver qué pasaba y vio que justo delante habían chocado dos carromatos, sus conductores estaban bien, pero discutían acaloradamente mientras sus mercancías se desparramaban por el suelo. Esos accidentes eran habituales en la calle principal, pronto llegaría la militia a poner paz en el asunto, pero mientras tanto la calle se colapsaría durante unos minutos y él no quería verse atrapado en el caos que desencadenaría todo aquello, así que intentó rodear el accidente torciendo por uno de los callejones laterales.

El callejón era estrecho y no tenía salida, pero una escalera de piedra al final de la calle comunicaba con el piso superior de una de las casas. Cincelado en la piedra del primer escalón se podía leer «Calle de la Herradura». En Meridiem, cuando un callejón sin salida continuaba por los pisos superiores de las casas se indicaba así, poniendo el nombre de la calle al pie de la escalera por donde discurría, de otra forma sería fácil perderse por la maraña de calles elevadas de la ciudad. Cedric sabía que por allí llegaría a la plaza de los Mercaderes, de hecho, conocía a un artesano en esa calle y, ahora que tenía algunas monedas quemándole en el bolsillo, decidió hacerle una visita. Subió rápidamente por la escalera, arriba la callejuela continuaba flanqueada por los pisos superiores de las casas, tan pegados entre ellos que apenas dejaban sitio para que pasaran dos transeúntes. Al final de la calle, un pequeño cartel de madera sobresalía de la fachada de una de las casas, en él se podía leer: «Artesanía y Forja».

Aunque había muchos artesanos en Meridiem, el gnomo que regentaba ese pequeño establecimiento de apariencia humilde era un auténtico genio. Rad Tenazas era su nombre y gozaba de una bien merecida fama de artesano y falsificador en toda la ciudad. Además, en su tienda se podía encontrar casi cualquier tipo de artilugio y, si no lo tenía, lo podía fabricar.

Antes de llegar al establecimiento el olor a humo y el repiqueteo del martillo en el yunque le anunciaron que alguien estaba trabajando. La forja no era demasiado grande y estaba abierta al exterior, así que la calle de la Herradura siempre estaba cubierta por una capa de carbonilla procedente de allí. Antes de entrar pudo ver al aprendiz de Rad, Néstor, un joven corpulento y de pelo corto que siempre estaba sucio de hollín de la cabeza a los pies. El muchacho se encargaba de los trabajos más pesados de la forja, mientras que Rad realizaba los más delicados y los encargos especiales para ciertos clientes como, por ejemplo, falsificar la licencia militar que Cedric había usado para mendigar en el templo de Ardan.

Al entrar saludó al joven y antes de que pudiera preguntar por Rad este salió de la trastienda. Era alto para ser un gnomo, medía alrededor de una vara y media. Además, era un tipo bastante fuerte por los años que se había pasado trabajando en la forja. Pero lo que hacía destacar a Rad era su habilidad para la artesanía. Tal habilidad solía ser común en los gnomos y fue lo que hizo que la primera emperatriz delita acogiera a los suyos en el imperio y construyera barrios enteros solo para albergar a los gnomos y a sus familias. En realidad, solo era otro tipo de esclavitud, sus barrios no eran más que cárceles doradas. Los gnomos que vivían allí no tenían libertad para hacer nada, y mucho menos salir de la ciudad y establecerse por su propia cuenta sin permiso expreso de la familia imperial. Incluso, en alguna ocasión, los ciudadanos delitas los habían convertido en blanco de su ira. Como durante la hambruna de la época del emperador Heraclo, en la que cientos de gnomos fueron linchados en la capital acusados sin fundamento de robar y ocultar grano de los almacenes imperiales. Pero esos tiempos aciagos ya habían pasado y, aunque en algunos lugares aún eran mal vistos, en Meridiem gozaban de total libertad y de los mismos derechos que el resto de los ciudadanos.

Rad le estrechó la mano a Cedric y lo hizo pasar a la trastienda, donde podrían hablar de negocios tranquilamente y tomar una taza del té especiado que tanto les gustaba. La trastienda era un auténtico caos, por doquier se podían ver artilugios mecánicos de todo tipo que había construido él mismo. Rad le pidió que se sentara en una cómoda silla de madera frente a una mesa rústica mientras él preparaba el té, puso la tetera sobre un tubo de cobre que salía de la pared y esperó un momento. Desde su silla Cedric pudo ver cómo se calentaba el agua sin necesidad de ponerla al fuego. Cuando estuvo listo puso las dos tazas humeantes sobre la mesa.

—¿Has visto eso? —le dijo mientras señalaba el tubo—. Aunque parezca magia, es el futuro, Cedric, se llama vapor. El fuego de la forja calienta un depósito con agua, el agua se evapora y pasa por esa tubería de cobre que sirve para transportar el vapor caliente.

—Mucho trabajo para preparar una taza de té, ¿no crees? —contestó Cedric sonriendo, le gustaba chinchar a Rad burlándose de sus inventos.

—Es muchísimo más que eso —contestó Rad con fingida indignación—, con la fuerza del vapor puedes llegar a mover cualquier cosa, he oído que en el Este, en las minas de Lasard, están haciendo experimentos para mover las vagonetas con vapor.

—¿Y qué tal les ha ido eso?

—Bueno, algunas vagonetas han explotado, ha habido derrumbes en las minas y varios mineros han muerto. Pero en esas minas solo trabajan ladrones y asesinos condenados, así que no se ha perdido gran cosa.

Se miraron muy serios durante un instante y a continuación empezaron a reír a carcajadas.

—Te lo prometo, Cedric —le dijo Rad con la cara aún congestionada y roja por el ataque de risa—: algún día el vapor moverá el mundo.

A Cedric le gustaba el ácido sentido del humor de Rad, pero había ido a hacer negocios; aunque hubiera querido seguir hablando con él, era hora de ponerse serios.

—Dime, Rad, ¿aún tienes esas pistolas que me enseñaste hace unas semanas?

—Sí, pero como ya te dije son muy caras.

—Eso no es problema —replicó Cedric—, me gustaría volver a verlas.

—De acuerdo —contestó el gnomo al tiempo que se levantaba de la silla—. ¿Es que has tenido un golpe de suerte en las mesas de juego?

—Más o menos, digamos que he conseguido un dinero extra.

Rad rebuscó en una caja y rápidamente sacó un estuche con dos pequeñas pistolas de pólvora. Parecían dos pistolas sencillas a simple vista, pero el mecanismo de disparo había sido cambiado. Con unas pequeñas pero significativas mejoras, el gnomo había conseguido reducir los accidentes que hacían explotar ese tipo de armas. No obstante, seguía habiendo cierto riesgo al usarlas, riesgo que a Cedric le parecía pequeño en un arma tan impresionante.

—Aquí las tienes, eso sí, no me responsabilizo en caso de accidente. Aunque no creo que estas pequeñas fallen, las mejoras que les he hecho les confieren una fiabilidad excepcional. Y eso tiene un precio, digamos unas diecisiete monedas de plata.

Cedric sacó una de las monedas de oro y la puso sobre la mesa ante la atónita mirada del gnomo.

—Espero que tengas suficiente dinero para darme las vueltas —le dijo guiñándole un ojo.

—¡Caray! —exclamó Rad soltando un silbido—, eso es algo más que una buena racha apostando, ¿puedo cogerla?

—Adelante.

El gnomo cogió la pequeña moneda de oro casi con reverencia. Pasó suavemente el pulgar por la parte delantera, donde se podía ver gravado el escudo del antiguo Imperio delita. La sospesó en su mano y, sin decir nada, fue con ella hacia el banco de herramientas. Cedric lo siguió de cerca pensando que le daría una buena cantidad de monedas de plata. Pero nada más lejos de eso, Rad sacó una pequeña cajita con tres diminutos frascos de cristal y una piedra áspera.

—¿Para qué es todo esto? —preguntó Cedric desconfiado.

—Voy a hacer algo que seguramente ni se te ha pasado por la cabeza: comprobar si tu oro es auténtico.

Por un momento se le heló la sangre, ¿cómo podía ser tan estúpido?, no se le había ocurrido comprobar si lo estaban estafando. Calaon lo había abrumado con tal cantidad de oro que no pensó que pudiera ser falso, de repente la burbuja en la que se encontraba había estallado, se sentía como un primo al que acababan de timar.

El gnomo colocó la piedra sobre el banco y frotó la moneda encima dejando una diminuta marca dorada. Después cogió uno de los frasquitos lo destapó y ayudándose de una pipeta soltó unas gotitas de líquido sobre la marca que había en la piedra. Cedric contemplaba todo el proceso en silencio y tan tenso que parecía que algo en su interior explotaría de un momento a otro.

Su amigo esperó unos segundos mirando con detenimiento la marca dorada, después cogió la moneda y se la devolvió.

—Felicidades, amigo, es oro y de calidad.

Al oír aquellas palabras se sintió realmente aliviado, se había comportado como un auténtico novato. Si el oro fuera falso le podría haber acarreado muchos problemas.

—No te sientas mal —le dijo Rad dándole un golpecito en hombro—, la mayoría de gente cuando ve una moneda de estas no sabe ni qué hacer con ella, tú al menos has venido a gastártela al lugar adecuado.

Dicho esto, guardó las pistolas en su caja y pidió a Cedric que lo acompañara. Él accedió extrañado. El gnomo lo condujo a una de las esquinas de la habitación.

Allí, un buen trozo del suelo había sido cambiado por unos gruesos listones de madera. Unas cadenas de hierro forjado salían de cuatro agujeros del techo y estaban atornilladas al suelo de madera, parecía que sujetaban las tablas para que no cayeran sobre el piso inferior. Rad se colocó sobre las maderas e indicó a Cedric que hiciera lo mismo. Él obedeció, aunque al subir notó que el suelo oscilaba ligeramente y se aferró a una de las cadenas. Rad asintió sonriente, después manipuló dos válvulas conectadas a unos tubos de cobre que serpenteaban por la pared y se perdían en el suelo.

—¿Te acuerdas de que antes he dicho que el vapor alguna vez moverá el mundo?, pues ahora verás.

De repente, se escucharon una serie de crujidos, chasquidos y un siseo parecido al de una tetera al fuego. Acto seguido, la plataforma de madera empezó a descender suavemente, a Cedric aquello lo pilló desprevenido y se agarró con más fuerza a las cadenas. Una vez llegaron al piso inferior, Rad giró otras dos válvulas para detener la plataforma e hizo una dramática reverencia.

—Caballero, le presento la plataforma de elevación vertical a vapor de Rad Tenazas. El nombre es provisional y aún tiene unos leves fallos mecánicos, pero esto es el futuro, amigo mío.

Cedric estaba tan sorprendido que no acertó a decir nada.

—Aunque esto no es todo lo que te quería enseñar —Rad cogió por el brazo al atónito Cedric y lo instó a seguirle.

La planta baja era un almacén lleno de cajas y sacos, muchos más de los que ocuparía el material que necesitaba para funcionar una humilde forja como la suya, pero Rad también se ocupaba de revender algunos alijos de mercancías de dudosa procedencia. La forja no era más que una afición y una tapadera para ocultar sus verdaderos negocios.

El corpulento gnomo se dirigió a una estantería canturreando y cogió un estuche de piel del que extrajo otro juego de pistolas.

—Esto lo estaba guardando para alguien especial y, por qué no decirlo, con una mayor liquidez. Alguien que supiera apreciar una buena arma y buscara algo más que un simple palo con una punta afilada para ensartar carne. —Ofreció el juego de pistolas a Cedric para que pudiera examinarlo—. Las llamo pistolas de cañón múltiple.

Eran las pistolas más extrañas que hubiera visto nunca. Parecían unas pistolas de pólvora normales, pero tenían cuatro cañones.

—Fíjate —prosiguió Rad—, un mecanismo hace que los cañones giren y así puedes disparar cuatro veces seguidas sin detenerte para recargar. Solo tienes que amartillar y apretar el gatillo para disparar de nuevo.

Cedric las cogió, pesaban un poco más que las pistolas de pólvora, pero parecían estar bien equilibradas. Además, el acabado del arma era excelente, la empuñadura era de hueso de draco pulido y en los cañones Rad había grabado una filigrana para embellecerlos, unas pistolas dignas de un noble y no de una rata de callejón como él.

—¿Seguro que funcionan? —El gnomo frunció el ceño al oír eso, pero él lo interrumpió antes de que protestara—. No es que no confíe en ti, pero no quiero que un invento experimental me explote en la mano.

Su amigo se enfurruñó un poco, pero accedió a hacerle una demostración. Cogió unos pequeños sacos y los colocó sobre unas cajas al fondo del almacén separados entre ellos a unos pasos de distancia. Después cogió una de las pistolas y empezó a cargarla metódicamente. Cedric lo observaba expectante, estaba ansioso por ver cómo funcionaba la pistola que Rad había inventado.

—Verás, se tarda algo más en tenerla lista para disparar que con una pistola de un cañón —comentó mientras la preparaba—, aunque yo ya tengo bastante práctica y puedo cargarlas casi tan rápido como las otras. Te recomiendo que practiques bastante antes de usarlas o que las lleves cargadas de antemano, y que cuando dispares te asegures de que tu objetivo cae. Aunque con cuatro disparos te aseguro que, por muy grande que sea, caerá.

—¿Y son precisas?

—Ahora verás lo precisas que son.

Rad se apartó un poco de Cedric, apuntó hacia el primer saco y disparó. La pistola hizo un ruido ensordecedor, un fogonazo salió del cañón y casi instantáneamente el primer saco cayó fulminado hacia atrás. Sin detenerse giró hacia el siguiente objetivo y siguió disparando, así una vez tras otra hasta que los cuatro sacos fueron derribados desparramando el grano que contenían por el suelo.

El gnomo se giró hacia él sonriendo envuelto en una nube de humo. A Cedric le pitaban un poco los oídos después de la demostración, pero le devolvió la sonrisa y aplaudió un par de veces. Sin duda aquella pistola era una de las armas más increíbles que había visto en mucho tiempo.

Un instante después, apareció la cabeza de Néstor por el hueco del elevador. Los disparos lo habían alertado y quería ver si todo iba bien. Rad lo tranquilizó con un gesto de la mano y el chico se fue, no sin antes poner una mueca de disgusto. Seguramente no era la primera vez que el gnomo hacía que el pobre muchacho se sobresaltara con alguna de sus excentricidades.

—Bien, ¿qué te ha parecido mi juguete?

—La verdad es que es un arma excepcional —concedió Cedric—, así que supongo que también tendrá un precio excepcional.

—Bueno, para alguien como tú, te puedo dejar las dos por una moneda de oro.

—¡Una moneda de oro! —exclamó Cedric—, pero si eso son más de sesenta monedas de plata.

—Sesentaisiete para ser más exactos —puntualizó Rad—. Amigo mío, estamos hablando de dos piezas únicas, no encontrarás pistolas como estas en todo Rean. Además, tienes dinero de sobra ahora mismo.

—Que tenga dinero no quiere decir que lo pueda tirar, aunque son unas armas magníficas no creo que las dos valgan más de veinticinco monedas de plata.

—Si esa es tu última oferta será mejor que te vayas, no te las he ofrecido para que ahora me insultes.

El gnomo parecía realmente ofendido y, a decir verdad, Cedric sabía que su oferta era demasiado baja, pero no podía darle una cantidad tan desorbitada. Por mucho dinero que tuviera ahora y aunque las armas fueran únicas, tenía que acordar un precio más razonable.

—Está bien, Rad, no quería ofenderte. Entiéndeme, no consigo una moneda de oro cada semana, tienes que bajar un poco ¿qué te parecen treintaicinco?

—No puede ser, ya has visto lo que hace una sola de estas, imagínate las dos. Puedo bajar a cuarentaicinco, pero es mi última oferta.

Cedric meditó unos segundos, era una cantidad muy alta, pero con dos armas así casi podría despejar la cubierta de un barco él solo y después de comprarlas aún tendría una buena cantidad de monedas de plata.

—Está bien, cuarentaicinco, pero incluye balas y pólvora para unos cuantos disparos —accedió Cedric alargándole la mano—, no quiero quedarme sin munición la primera vez que las use.

—Eres duro negociando —contestó Rad al tiempo que le estrechaba con fuerza la mano—. De acuerdo, cuarentaicinco monedas de plata, balas y pólvora incluidas. Espero que las trates bien, aún no te las he dado y ya las estoy echando de menos.

Su amigo guardó las pistolas en el pequeño estuche de cuero y subieron al piso de arriba. Allí terminaron la transacción. Cedric le dio el oro al gnomo y este le devolvió veintidós monedas de plata, las pistolas y un pellejo con pólvora y balas suficientes para un par de descargas.

Se había quitado de encima una de las ostentosas monedas de oro. Pagar con monedas de plata llamaría menos la atención y según en qué lugares era mejor pasar desapercibido, no todo el mundo era de confianza como Rad. Se despidió del gnomo con otro apretón de manos y se dirigió a la plaza de los Mercaderes con la bolsa bien llena; antes de ir a ver a Arienne aún quería comprar otra cosa.

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