🥀» Luna y Carry
HABÍA UNA VEZ UNA PRINCESA QUE CRUZÓ EL OCÉANO PARA ROBAR SU CORONA...
La llovizna fría caía sobre las viejas calles de Victoria, empapando las aceras de riachuelos y charcos de agua, cuándo dos chicas, una pelirroja y la otra de ojos azules, surgieron del interior de una pequeña librería y abrieron sus paraguas, listas para empezar una carrera debajo de las gotas de agua.
El camino hacia el muelle no era tan largo, pero las hermanas disfrutaban de jugar debajo de la lluvia, sentir el rocío en el rostro y salpicar con el agua a la otra, mientras saltaban en las pequeñas lagunas que habían en cada esquina de la avenida principal.
Carriet, quién amaba las historias, admiraba la portada de su nueva novela de romance, cuándo Elizabeth levantó una cortina de agua con sus botas azul celeste, cubriéndola de agua y un poco de tierra. Por suerte, y por qué era costumbre de Elizabeth hacer eso, Carriet se giró para quedar de espaldas a su hermana, protegiendo así su libro dentro de su chaqueta color lima, que ahora estaba sucia. La pequeña rió por la travesura y corrió calle abajo, lejos de su hermana, riendo y gritando de euforia. Carriet sonrió, amaba a su pequeña hermana. Después de todo, solo eran ellas dos contra el mundo.
Limpió dos pequeñas gotas de lodo de la cubierta de su libro antes de guardarlo en su bolsa y correr detrás de Elizabeth.
Cuando Carriet llegó a la playa, Elizabeth yacía en la arena, mirando a la lejanía, más allá de las olas y el océano, con la mirada fija en el horizonte y las manos enterradas debajo de la arena hasta las muñecas. Elizabeth le contó una vez que escuchaba voces que provenían del agua, y que un día esas voces la llevarían al otro lado del océano, dónde alguien muy importante la estaba esperando desde hacía mucho tiempo.
Carriet quería contradecirla, pero ella misma tenía sus propios secretos y delirios, más complicados que voces fantasmales, y quería llegar al fondo de ellos, y desde aquel día, la llevaba a aquella playa, ya lloviera y nevara, esperando oír alguna de esas voces ella misma, pero nunca las escuchó, ni una sola voz o susurro que la llamase, y cuando se cansaba de esperar, corría a las grutas, donde en la tenue luz y el eco de las corrientes de agua, se sentaba sobre la arena a leer sobre las aventuras y amores que pensaba, nunca conocería.
-¿Qué lees, Carry?- preguntó Elizabeth, quién entraba a la gruta con el vestido lleno de arena húmeda y una bolsa llena de caracolas detrás de ella.
-Sobre amores y traiciones en alta mar- suspiro Carriet, llevándose el libro contra el pecho.
Elizabeth hizo una mueca de asco, a ella aún no le interesaba saber nada sobre amores y traiciones, y ningún otro tema sentimental. Dejó su tesoro junto a Carry y camino de vuelta a la playa, donde la brisa corría salvajemente despeinando su largo cabello negro azulado.
Dio varias vueltas en círculos, siguiendo el curso del viento, como si fuera un hada, cuyas alas hubieran quedado atrapadas en la corriente, y cuando ésta se detuvo, Elizabeth también lo hizo. Mareada, observó que había ido muy lejos de donde se encontraba Carriet, así que se dispuso a volver cuando de pronto, mezclada con el sonido del rumor de las olas, una voz melodiosa llegó hasta sus oídos, arrastrada por la brisa fría y susurrando un dulce cántico.
«Princesa» la llamó el viento, «guerrera», le susurraron las olas.
«Luna» le cantó una sirena desde las aguas.
Y de pronto todo se detuvo, o así lo sintió Elizabeth cuando su mirada quedó hipnotizada con la chica de ojos grises y cabello pálido que cantaba un nombre que no le pertenecía, y que sin embargo sabía que sería suyo si lo deseaba.
Caminó hacia la extraña chica en el agua, quería escuchar su nombre otra vez, porque si no lo hacía, olvidaría todo y a todos, corrió hacia ella, porque quería conocer los secretos del océano y probar la sal, entró al agua, oscura y fría, porque necesitaba recordar los sueños que jamás se había atrevido a soñar. Y ahora estaban de frente, con el agua hasta el pecho, y el frío de una mirada como único muro entre las dos, la chica, que tenía pequeñas escamas semitransparentes de color rosa en los brazos, ladeó un poco la cabeza, estudiando a la niña, y sonrió, mientras pasaba una mano por su cabello. Su sonrisa estaba llena de pequeños pero afilados colmillos y su tacto era tan frío como el hielo, sus dedos se sentían como algas marinas, y nada de eso era más interesante, que los ojos de aquella chica, grises y oscuros, como el mismo océano, y la vez tan claros y brillantes como las perlas que adornaban su cabello casi blanco.
-Luna- dijo la chica, y su voz sonó como el más hermoso y misterioso de los cánticos.
Elizabeth no sabía si era una pregunta, pero enseguida asintió con la cabeza, pues sus palabras habían sido llevabas con las olas. Ella pasó sus frías manos por el rostro de Elizabeth, y por un instante, sintió la inmensidad del océano caer sobre ella, y quizás así era, porque sus pulmones comenzaron a llenarse de agua, y las pequeñas esferas de aire se alejaban flotando hacia la superficie, escapando de su alcance. Elizabeth pateó y forcejeo para recuperar el control de su cuerpo, pero la sirena tenía sujetos sus tobillos, y la estaba arrastrando hacia el océano abierto, más allá de las costas de Victoria, y más allá de Carry. La oscuridad comenzó a inundar su mente, y sus ojos se centraron en una última imagen, la de la hermosa asesina levantando su brazo y hundiendo sus afiladas garras en él, mientras el océano y ella comenzaron a teñirse de rojo.
Despertó sobre la arena, con la brisa aún agitando su cabello, y Carriet caminando hacia ella.
-¿Nos vamos, Elizabeth?- preguntó su hermana, y por alguna razón, su nombre le pareció distante. Había tenido un sueño raro, y apenas recordaba algún fragmento, miró su brazo sin saber porqué, pero sonrió al verse intacta.
-Si- respondió, y se levantó de la arena. Carriet tenía una bolsa llena de caracolas, y eso alegró a la niña, porque era lo que más le gustaba de ir a la playa.
Ambas chicas caminaron de vuelta a la ciudad bajo la lluvia, y Elizabeth miró por última vez hacia el mar. Por un instante, creyó ver algo de color rosa brillar con fuerza entre las lejanas olas.
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