5

Sigo las indicaciones del dibujo de Bo-ra hasta detenerme ante la fachada acristalada de un club deportivo de alto standing.

Dos chicas me empujan al adelantarse para entrar antes que yo. Hago una mueca a sus espaldas, procurando no sentirme intimidada por sus cuerpazos y su ropa. Solo sus zapatillas tienen el valor de mi armario entero, y su cintura no pasa de la talla treinta y seis.

Entro detrás de ellas y tengo que esperar en la recepción mientras cotillean con la empleada, otra muchacha de pelo rubio, maquillaje perfecto y cuerpo de maniquí. Cuando llega mi turno, la chica me repasa con una mirada profesional, que no delata mucho interés. Supongo que está calculando en su mente mi tabla de ejercicios, y que necesito bajar los muslos. Quiero enseñarle mi culo, del que estoy bastante orgullosa, para averiguar con qué comentario me agrada, pero recuerdo mi propósito.

—Estoy buscando al señor Thompson. Cristopher. Soy Brenna Abernathy.

Asiente con un gesto de cabeza.

—Terminará la sesión de boxeo en diez minutos. Si es tan amable de esperarlo...

—No. No soy nada amable —la corto—. Quiero verlo ya.

La chica me sonríe con tensión.

—Por supuesto. Está en la sala número cinco. Por el pasillo, a la derecha. Le abriré la barrera.

Le doy la espalda sin despedirme, cuando escucho su voz.

—Enhorabuena por haber ganado Matched, señorita Abernathy.

Me detengo un momento y mascullo un "gracias", antes de buscar la sala número cinco. Entro sin haber llamado antes. Aunque lo hubiese hecho, los ruidos impedirían que los de dentro me escucharan, Christopher incluido. Hay un cuadrilátero, varias máquinas, sacos colgando del techo, correas y un montón de otros trastos que no sé para qué sirven. La decoración me trae a la mente un cuarto de tortura. Suelto un gruñido y me centro en el cuadrilátero, donde dos chicos se pegan a golpes con furia. Uno de ellos es de color, por lo que distingo bien al otro. Christopher. Lleva un short demasiado corto y guantes de boxeo. Nada más.

¡Madre del amor hermoso! Inclino la cabeza y frunzo el ceño en el intento de absorber el paisaje con lujo de detalles. ¿Eso es lo que esconde bajo los trajes?

Suena un golpe tremendo y el chico de color se desploma contra las cuerdas. Christopher sonríe, le ofrece el brazo para ayudarlo a levantarse y comenta algo, pero no escucho qué. No obstante, noto el momento cuando me ve, pegada a la puerta, como me he quedado.

—¿Brenna? —exclama—. ¿Qué...? —Vuelve a hablar con el otro chico y después pasa por debajo de las cuerdas, salta y se encamina hacia mí.

Me pego más a la puerta mientras él agarra una toalla y se la coloca alrededor del cuello. Que afortunado trozo de tela.

—¿Estás bien? ¿Qué haces aquí? —inquiere cuando llega a mi lado.

De repente me doy cuenta que me he apresurado, y que podría haber esperado para hablar con él cuando terminara su sesión. O mañana. O el próximo siglo. Recuerdo la conversación con su hermano y entiendo que debería haberme preparado mejor.

Me aclaro la voz.

—Bo-ra me informó que no estás disponible hasta mañana —digo, siguiendo con la mirada unas gotas de sudor que se deslizan desde su clavícula, por el pecho.

—Es verdad que paso por una época bastante ajetreada, pero encontraré tiempo siempre para ti.

—Entonces ella es la elegida. —Su compañero de cuadrilátero se nos ha acercado—. Enhorabuena. —Golpea a Christopher en el hombro y me dirige una sonrisa afable—. Un placer conocerte, Brenna, soy Charles. Cuando quieras patearle el trasero a este, ven a verme y te enseñaré unos movimientos.

—Tú no le enseñarás nada —dice Christopher—. Además, soy demasiado encantador como para que quiera patearme el culo.

—Para eso he venido —hablo a la vez que él.

—Es encantador solo cuando quiere —dice Charles al mismo tiempo. Estalla en carcajadas porque parecemos un par de gallinas peleando por un grano de maíz.

Me dirijo al señor que, parece encontrarse en uno de sus momentos encantadores y me sonríe ampliamente.

—¿Serías tan amable de explicarme por qué me he quedado sin trabajo?

La sonrisa se le borra de la cara. Christopher se aclara la garganta. Solícito y en vista de lo delicado de la situación, Charles, le ofrece una botella de agua y se echa la toalla al hombro.

—Me parece que voy a ducharme —le dedica una sonrisa piadosa de despedida—. Nos vemos. Cuídate, Brenna.

Cuando él sale, cruzo los brazos e interrogo a mi ex jefe con la mirada.

—Si esperas a que me dé una ducha, puedo posponer una reunión. Vamos a tomar algo y hablar tranquilamente.

Aprieto los dientes con fuerza.

—O podemos hacerlo ahora —replica con rapidez—. Creí que Matched descartaría a los sujetos con problemas de ira. ¿Has respondido sinceramente a las preguntas?

—¿Insinúas que soy una histérica?

Christopher se seca el pecho con la toalla.

—Espero que se trate de un episodio temporal. Pero entiendo a qué se debe: en veinticuatro horas te has enterado de lo de Matched, has tenido una crisis glucémica y has sido ascendida. Es mucho para digerir.

—¿Ascendida? —repito perpleja—. ¿Ascendida a qué, precisamente?

—No lo he decidido aún. Tu currículum no es que impresione, precisamente... —deja la frase a medias mientras se seca el cabello y me echa una mirada de soslayo.

—¿Qué tal secretaria folla-jefes? —le ayudo.

Tuerce el gesto ante mi mala lengua.

—Ya tengo secretaría, aunque entiendo que quieras estar cerca de mí —declara, seguro que para fastidiarme. Me pregunto si también se tira a Bo-ra—. Y Brenna, me gustan las mujeres bien habladas.

—Genial, no te he preguntado —replico con una sonrisa tan angelical como sarcástica—. No quería ofender ni atentar contra tu educación en Oxford.

—Cambridge y Harvard —me corrige con simpleza.

Me quedo un momento callada y un pelín impresionada.

—Está bien, señor Cambridge y Harvard, no me interesa el puesto de una enchufada a la que pagan para chupársela al jefe a media mañana si está estresado.

Normalmente, no soy tan mal hablada pero si a él le gustan las chicas inocentes, voy a ser lo contrario.

Tira la toalla en un banco acolchado con un gesto brusco, que hace que me detenga. Cuando vuelve a girarse hacia mí, distingo otra vez al ser oscuro que he conocido en el hospital.

—Te he entendido a la primera. Sé lo que es una folla-jefes. Tengo varias —me informa en un susurro. Me pregunto a cuántas se estará tirando en la empresa—. No iba a requerírtelo, pero si tú tienes interés... —su mirada se desliza por mi rostro hasta mis labios—. No hace falta esperar a media mañana, cualquier hora me va bien.

Me quedo boquiabierta, en parte por su atrevimiento y en parte por la reacción de mi cuerpo traicionero.

Durante unos momentos se escucha solo el ruido de nuestras respiraciones. Estamos demasiado cerca, noto su calor corporal emanar de su cuerpo, acompañado de una fragancia agradable de sudor fresco mezclado con su perfume. Debe tener frío por el aire acondicionado de la sala porque sus pezones se han endurecido.

Por el contrario, a mí me entra calor. No está en mi carácter ruborizarme, pero noto las mejillas en llamas y un aleteo en el vientre.

—Repito, no me interesa un puesto así. Limítate a devolverme mi trabajo. —De milagro logro sonar contundente, y ocultar mi excitación.

Christopher inclina la cabeza y me estudia por debajo de las pestañas. Voy a escabullirme hacia un lado para apartarme de él, pero apoya la mano en el espejo de la pared, junto a mi cabeza, y me corta el camino.

—Añade a tu currículum que tienes un talento innato para sacar lo peor de mí —susurra entre esos labios carnosos. El de abajo está más lleno que el de arriba y no puedo evitar preguntarme cómo deben besar.

Después se aparta y da un par de pasos hacia atrás.

—Recuerdas que al firmar el formulario aceptaste que las relaciones íntimas están prohibidas dentro de S4L. —Mi expresión atontada debe delatarme. —No lo recuerdas.

Alzo el mentón.

—Vale. ¿Por qué no dimites tú entonces?

Se echa a reír y sacude la cabeza. No sabía que mi humor era tan bueno, pero parece súper divertido.

—La renuncia de la ganadora a su puesto de trabajo también estaba estipulado en el contrato.

Aprieto los dientes con furia. Necesito leer esa cosa ya. Quién sabe qué más firmé. ¿Habré vendido a mis primogénitos a Crowley?

—Me parece injusto y machista.

—Puede ser injusto, pero no tiene nada de machista. Mi posición es la más alta de la empresa, no tiene sentido que cambie de trabajo. Si el SEO fuera una hermana mía, entonces sería un macho el que firmaría la renuncia.

—Resulta muy conveniente para ti que pierda mi puesto de limpiadora, ¿verdad? No daría buena imagen —replico, pensando que ahora tendré que postular para puestos peores. Me calmo casi al instante cuando entiendo que me castigo a mí misma y él sigue ganando. Su hermano tenía razón, hace lo que le viene la gana con los demás—. Gracias por aclararlo. —Me giro y trato de irme, pero me detiene.

—Espérame, por favor —solicita, recuperando el tono de cordialidad—. Necesitamos hablar y podemos hacerlo durante el almuerzo.

Me da la espalda y se aleja. Me quedo donde estoy, envidiando su piel bronceada y admirando el triángulo que forman sus hombros y su cintura. El pantalón corto de nylon se le ajusta como una segunda piel sin dejar nada a la imaginación.

Recuerdo que me ha mandado esperar y que no estoy preparada para la discusión que él quiere tener.

Sacudo la cabeza, encerrando la imagen de su cuerpo casi desnudo en una caja fuerte y tirando la llave.

Después, como una chica lista, huyo. 

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